Secretos que no se pueden contar
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Secretos que no se pueden contar - Maripaz Ordinas Montojo
© Derechos de edición reservados.
Letrame Editorial.
www.Letrame.com
© Maripaz Ordinas Montojo
Diseño de edición: Letrame Editorial.
Maquetación: Juan Muñoz
Diseño de cubierta: Rubén García
Supervisión de corrección: Celia Jiménez
ISBN: 978-84-1089-024-4
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.
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A Marc y Luis Barceló.
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«La extraordinaria importancia de los cuentos de hadas para la formación moral de los niños».
Psicoanálisis de los cuentos de hadas
Bruno Bettelheim
«Todas las personas grandes han sido antes niños (pero pocas lo recuerdan)»
El Principito
Antoine de Saint-Exupéry
PRÓLOGO
Son dos cuentos dirigidos a niños de nueve años. Los protagonistas, Marc y Luis, tienen esa edad en la que la imaginación y la fantasía se desborda. El primer cuento, ODIPAR, narra la historia de Marc, el hijo de un pescador cuyas experiencias se desarrollan en su pequeño pueblo. En su afán por conocer al pez vela, el animal más hermoso y elegante de los océanos, se siente atraído por el mar y se convierte en una obsesión.
En el segundo cuento EL ÚLTIMO BARCO PIRATA, la tierra de Luis es Mallorca, una isla rodeada de playas y de acantilados en los que se ocultan numerosas grutas. Por su abuelo que, según dicen, es como un pozo de ciencia, se entera de que en los siglos XVI y XVII llegaban barcos piratas y escondían sus botines en las cuevas.
Son dos historias diferentes cuya similitud es que los niños son los dueños de sus propias vidas, su imaginación no tiene fronteras. Se sienten a años luz de los adultos y, al mismo tiempo que descubren mundos insólitos, aprenden a discernir la maldad de la bondad. Ese poder de creer que todo es posible les obligará a resolver por sí mismos los problemas que se les plantean y será la plataforma que les ayude a formarse en un futuro. Tanto Marc, el hijo del pescador, como Luis, un niño de ciudad que vive en una isla, vivirán sucesos emocionantes que les macarán de por vida.
ODIPAR,
MI AMIGO ESPECIAL
dibujos de peces vela1
Marc tenía el pelo liso y los ojos castaños, tan despiertos, que abarcaba con ellos todos los pormenores que se hallaban a su alrededor. Eso le decían. Todas las tardes, desde que cumplió seis años, al salir del colegio, se acercaba al muelle y esperaba la llegada de la barcaza de pesca. Se sentaba en un escalón y oteaba el mar lo más lejos que le alcanzaba la mirada. La veía avanzar y reducir la marcha al entrar en el embarcadero. Los hombres realizaban las maniobras de atraque que él miraba sin pestañear: cogían el bichero, un palo muy largo con un gancho de hierro al final, que les evitaba chocar con las embarcaciones de los lados. Luego, enganchaban el cabo1 en el noray2 y tiraban las cajas desde la borda hasta el suelo. Los peces, aún vivos, saltaban y se retorcían buscando su fuente de vida: el mar, un lugar al que ya no volverían. El último que bajaba era su padre.
—Dime, ¿lo has visto?
—No, hoy tampoco. Es muy difícil que llegue hasta el Mediterráneo. Estos peces viven muy lejos, en América o en el mar Índico.
—Pero un día lo viste, aunque sea difícil, a lo mejor vuelve.
Pescadores en bot de mar red con peces los hombres trabajan en barcos ...El padre no contestó, lo cogió en brazos y lo condujo hasta la vivienda. No quedaba lejos, únicamente tenían que cruzar dos calles. La madre les esperaba con la cena preparada. Había sido un día duro. El mar estaba algo revuelto y gracias al oleaje la pesca era muy abundante. La madre trabajaba de camarera en un bar cuando hacía mal tiempo y no se podía salir a pescar. Esos días el padre realizaba las tareas del hogar y Marc se quedaba con él y le ayudaba.
—¿Qué has hecho que vienes con estas pintas? ¿Qué nueva ocurrencia has tenido hoy?
—Mamá, te aseguro que no ha sido nada, sólo nos hemos acercado a la cueva Manolo y yo para comprobar que nadie lo había tocado.
—¿Que nadie ha tocado el qué?
—El tesoro que escondimos ayer, no te puedo decir más, es un secreto.
—Sabes que no quiero que te acerques allí, es peligroso, prométeme que no lo vas a volver a hacer.
—No lo sé, lo procuraré.
—Debes hacer lo que te digo, es por tu bien.
Marc sabía que era imposible cumplirlo, además, no entendía cuál era ese bien que no le permitía ir a la cueva. Era un plan que tenían los dos. Manolo era su mejor amigo desde que les dijo a los demás niños que tenía poderes mágicos y era capaz de correr cuatro quilómetros cada día sin cansarse. Se lo inventó para que le dejaran en paz. Como tenía una pierna un poco más corta que la otra y cojeaba un poco, aprovechaban cualquier ocasión para reírse de él. Lo del tesoro se le ocurrió más tarde, era su coartada para demostrar que Manolo corría los cuatro quilómetros diarios. Así, cuando salían del colegio, desaparecían rápidamente y nadie se ocupaba de ellos. El resultado fue espectacular, ya no tenía que defenderse de las burlas de los compañeros.
Fisherman/Cartoon vector colored illustration with fisherman and his ...La cueva la descubrieron por casualidad. Era una roca desde donde se divisaba el mar, lejos. Se sentaban a mirarlo y entonces Marc le contaba su sueño. Su padre era pescador y una vez vio un pez muy especial, él quería conocerlo y siempre le decía que era casi imposible volver a tropezarse con él.
—¿Y si es verdad que tengo poderes y puedo hacer que veas a ese pez?
—¡Ojalá fuera cierto!, pero sabes que lo de tus poderes me lo he inventado.
—Podríamos probar a esconder algo que nos diera suerte.
—¿Algo como qué?
—No sé, ¿Una raspa de pescado?
—Está bien, por probar no perdemos nada.
Marc envolvió en papel de aluminio la espina central de la pescadilla de la cena, la guardó en la mochila, y a la mañana siguiente se la llevó al colegio. Por la tarde, cuando salió con su amigo hacia la cueva, cavaron con las manos la tierra húmeda y la enterraron.
—No puede saberlo nadie.
—No.
Luego cada uno se dirigió a su casa. Marc pensaba que había una posibilidad de que aquello saliera bien.
Hacía muchos meses que su padre se lo había contado, cuando todavía tenía seis años. Navegaba por alta mar y, de repente, apareció un pez gigantesco saltando y bailando fuera del agua. Era de color azul oscuro y la enorme aleta, en el dorso, parecía un abanico. Él y sus compañeros intentaron pescarlo. El pez se sumergió tan rápido que apenas les dio tiempo de preparar las cañas. A Marc le encantaba esa historia y se la hacía repetir mil veces. Estaba convencido de que, si volvía por allá, lo pescaría, lo disecaría y lo expondría delante del portal. La gente del pueblo pasaría por delante para contemplar el mayor y más hermoso animal acuático. Eso le había dicho el padre.
Marc se lo explicó en la escuela a Santi y a Juan, ellos se burlaron de él y le llamaron mentiroso, por más que les asegurara que su padre no mentía. No soportaba que nadie le creyera, así que les asestó un puñetazo en la cara y se enzarzaron abrazados, hasta que llegó Mary, la profesora, y le castigó solo a él. No era justo, pensaba Marc; él tenía razón, y ella tenía la obligación de averiguarlo en lugar de dejarle sin recreo.
No quería contárselo a su madre para que no le regañara, llevaba tiempo diciéndole que pusiera los pies en el suelo, que esos animales no aparecían nunca por el Mediterráneo. Su consuelo era acercarse