Aguafuertes porteñas
Por Roberto Arlt
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Roberto Arlt
Roberto Arlt was born in Buenos Aires in 1900, the son of a Prussian immigrant from Poznán, Poland. Brought up in the city's crowded tenement houses - the same tenements which feature in The Seven Madmen - Arlt had a deeply unhappy childhood and left home at the age of sixteen. As a journalist, Arlt described the rich and vivid life of Buenos Aires; as an inventor, he patented a method to prevent ladders in women's stockings. Arlt died suddenly of a heart attack in Buenos Aires in 1942. He was the author of the novels The Mad Toy, The Flamethrowers, Love the Enchanter and several plays.
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Aguafuertes porteñas - Roberto Arlt
Colección Generación Z
Realización: Letra Impresa
Autor: Roberto Arlt
Prólogo, biografía y glosario: Claudio Martínez
Edición: Julieta Mariatti
Diseño: Gaby Falgione COMUNICACIÓN VISUAL
Corrección: Alejo Rodríguez de Fraga
Fotografía de tapa: Paula Ruiz
Collins, Wilkie
Callejón sin salida / Wilkie Collins ; Charles Dickens. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Letra Impresa Grupo Editor, 2020.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-4419-24-8
1. Narrativa Clásica. 2. Narrativa en Español. I. Dickens, Charles. II. Título.
CDD 863
© Letra Impresa Grupo Editor, 2024
Guaminí 5007, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.
Teléfono: +54-11-7501-1267
www.letraimpresa.com.ar
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imagenRoberto Arlt, un observador escurridizo
En 1928, el joven escritor argentino Roberto Arlt (1900-1942) es convocado para formar parte de la redacción de El Mundo, un diario matutino de reciente creación en la Ciudad de Buenos Aires. Contaba entonces con una novela, escrita dos años antes, que se volvería un clásico de la literatura argentina, El juguete rabioso, y con experiencia como cronista policial en el diario vespertino Crítica. Alberto Gerchunoff, primer director de El Mundo, tenía pensado un diario matutino diferente a los que circulaban en ese momento en Buenos Aires, que se caracterizaban por su gran tamaño (que los hacía de difícil manipulación) y un estilo complicado y elitista, que expulsaba a muchos lectores. El nuevo diario, en cambio, debía ser ágil y accesible. Para esto, fueron convocados varios escritores, como Leopoldo Marechal, Conrado Nalé Roxlo y, como hemos mencionado, Roberto Arlt. La columna de nuestro autor se tituló Aguafuertes porteñas
y comenzó a publicarse el 5 de agosto de aquel 1928.
Años más tarde, en 1933, algunos de los más de mil quinientos textos que había escrito Arlt en esos años en su columna fueron reunidos en forma de libro con el título de Aguafuertes porteñas y el subtítulo de Impresiones
, que fue cambiado años más tarde por Buenos Aires, vida cotidiana
. El primero de estos parece ser el que mejor describe el tono de los textos de Arlt. Más que un estudio pormenorizado de la ciudad o de las costumbres bonaerenses, Arlt presenta una serie de impresiones breves, pero propias de un observador atento. En esto radica el carácter de escurridizo
de Roberto Arlt y la seña que lo transformaría en uno de los autores de más difícil catalogación en nuestra literatura: los textos de Arlt no son precisamente crónicas, tampoco ensayos ni artículos de costumbres, son aguafuertes
. En estos textos, de variadísimos temas, Arlt describe lo que ve: una ciudad, Buenos Aires, que, por un lado, no deja de cambiar aceleradamente a la luz de los procesos sociales y tecnológicos que tenían lugar al principio del siglo XX, pero que también mantiene vivos usos, costumbres y quizás… malas costumbres
, que Arlt reúne en su escritura con tanta acidez como precisión.
A través de las aguafuertes, el lector tiene la sensación de estar adentrándose en las entrañas de la ciudad y sus alrededores: desde escenas mínimas como en la que un hombre desempleado toca un timbre esperando alguna oportunidad hasta los indignantes manejos de burócratas y políticos en sus oficinas. Leer hoy a Roberto Arlt no es solo una ventana hacia una Buenos Aires distinta de la actual, modificada profunda y velozmente por la inmigración y sujeta constantemente a todo tipo de cambios en sus espacios geográficos y culturales. Es también la oportunidad de acercarse a una forma de pensar la escritura, que no es del todo periodística, ni tampoco del todo literaria, aunque tenga algo de ambas o nos marque justamente que, a fin de cuentas, estos mundos no son irreconciliables entre sí. Con Arlt la invitación es, primero, a observar, a detenernos en el detalle más pequeño y luego, recién allí, tratar de retratar en la escritura ese momento de observación.
imagenNuestra selección
La selección que les ofrecemos está dividida en cuatro secciones que, si bien no fueron propuestas por Roberto Arlt, creemos que pueden organizar la lectura de las aguafuertes según los temas que recorre nuestro autor. En Cartas de lectores
, presentamos cuatro textos en los que Arlt medita sobre el propio oficio de escribir y la labor periodística. Nuestra gente
reúne las aguafuertes que giran alrededor de la descripción de personajes típicos de aquella Buenos Aires de las décadas de 1920 y 1930. En la sección Nuestras palabras
recogemos algunos de los textos en los que Arlt reflexiona sobre el origen de ciertas expresiones del español del Río de la Plata y una de las aguafuertes más reconocidas del autor, El idioma de los argentinos
, en la que Arlt toma posición en la polémica sobre el idioma nacional
. Finalmente, en Nuestros lugares y costumbres
están reunidas las aguafuertes cuyo tema principal es la geografía, así como los usos y costumbres propios de sus habitantes, muchas veces objeto de una cruda ironía por parte de nuestro autor.
CARTAS DE LECTORES
Yo no tengo la culpa
Yo siempre que me ocupo de cartas de lectores, suelo admitir que se me hacen algunos elogios. Pues bien, hoy he recibido una carta en la que no se me elogia. Su autora, que debe ser una respetable anciana, me dice: Usted era muy pibe cuando yo conocía a sus padres, y ya sé quién es usted a través de su Arlt
.
Es decir, que supone que yo no soy Roberto Arlt. Cosa que me está alarmando, o haciendo pensar en la necesidad de buscar un pseudónimo, pues ya el otro día recibí una carta de un lector de Martínez, que me preguntaba: Dígame, ¿usted no es el señor Roberto Giusti, el concejal del Partido Socialista Independiente?
.
Ahora bien, con el debido respeto por el concejal independiente, manifiesto que no; que yo no soy ni puedo ser Roberto Giusti, a lo más soy su tocayo, y más aún: si yo fuera concejal de un partido, de ningún modo escribiría notas, sino que me dedicaría a dormir truculentas siestas y a acomodarme
1 con todos los que tuvieran necesidad de un voto para hacer aprobar una ordenanza que les diera millones.
Y otras personas también ya me han preguntado: Dígame, ¿ese Arlt no es pseudónimo?
.
Y ustedes comprenden que no es cosa agradable andar demostrándole a la gente que una vocal y tres consonantes pueden ser un apellido.
Yo no tengo la culpa que un señor ancestral, nacido vaya a saber en qué remota aldea de Germanía o Prusia, se llamara Arlt. No, yo no tengo la culpa.
Tampoco puedo argüir que soy pariente de William Hart, como me preguntaba una lectora que le daba por la fotogenia y sus astros; mas tampoco me agrada que le pongan sambenitos a mi apellido, y le anden buscando tres pies. ¿No es, acaso, un apellido elegante, sustancioso, digno de un conde o de un barón? ¿No es un apellido digno de figurar en chapita de bronce en una locomotora o en una de esas máquinas raras, que ostentan el agregado de Máquina polifacética de Arlt
?
Bien: me agradaría a mí llamarme Ramón González o Justo Pérez. Nadie dudaría, entonces, de mi origen humano. Y no me preguntarían si soy Roberto Giusti, o ninguna lectora me escribiría, con mefistofélica sonrisa de máquina de escribir: Ya sé quién es usted a través de su Arlt
. Ya en la escuela, donde para dicha mía me expulsaban a cada momento, mi apellido comenzaba por darle dolor de cabeza a las directoras y maestras. Cuando mi madre me llevaba a inscribir a un grado, la directora, torciendo la nariz, levantaba la cabeza, y decía:
—¿Cómo se escribe eso
?
Mi madre, sin indignarse, volvía a dictar mi apellido. Entonces la directora, humanizándose, pues se encontraba ante un enigma, exclamaba:
—¡Qué apellido más raro! ¿De qué país es?
—Alemán.
—¡Ah! Muy bien, muy bien. Yo soy gran admiradora del káiser —agregaba la señorita. (¿Por qué todas las directoras serán señoritas
?). En el grado comenzaba nuevamente el vía crucis. El maestro, examinándome, de mal talante, al llegar en la lista a mi nombre, decía:
—Oiga, usted, ¿cómo se pronuncia eso
? (Eso
era mi apellido). Entonces, satisfecho de ponerlo en un apuro al pedagogo, le dictaba:
—Arlt, cargando la voz en la ele.
Y mi apellido, una vez aprendido, tuvo la virtud de quedarse en la memoria de todos los que lo pronunciaron, porque no ocurría barbaridad en el grado que inmediatamente no dijera el maestro:
—Debe ser Arlt.
Como ven ustedes, le había gustado el apellido y su musicalidad.
Y a consecuencia de la musicalidad y poesía de mi apellido, me echaban de los grados con una frecuencia alarmante. Y si mi madre iba a reclamar, antes de hablar, el director le decía:
—Usted es la madre de Arlt. No; no, señora. Su chico es insoportable.
Y yo no era insoportable. Lo juro. El insoportable era el apellido. Y a consecuencia de él, mi progenitor me zurró numerosas veces la badana.
Está escrito en la Cábala: Tanto es arriba como abajo
. Y yo creo que los cabalistas tuvieron razón. Tanto es antes como ahora. Y los líos que suscitaba mi apellido, cuando yo era un párvulo angelical, se producen ahora que tengo barbas y veintiocho septiembres
, como dice la que sabe quién soy yo a través de su Arlt
.
Y a mí, me revienta esto.
Me revienta porque tengo el mal gusto de estar encantadísimo con ser Roberto Arlt. Cierto es que preferiría llamarme Pierpont Morgan o Henry Ford o Edison o cualquier otro eso
, de esos; pero en la material imposibilidad de transformarme a mi gusto, opto por acostumbrarme a mi apellido y cavilar, a veces, quién fue el primer Arlt de una aldea de Germanía o de Prusia, y me digo: ¡qué barbaridad habrá hecho ese antepasado ancestral para que lo llamaran Arlt! O ¿quién fue el ciudadano, burgomaestre, alcalde o portaestandarte de una corporación burguesa, que se le ocurrió designarlo con estas inexpresivas cuatro letras a un señor que debía gastar barbas hasta la cintura y un rostro surcado de arrugas gruesas como culebras?
Mas en la imposibilidad de aclarar estos misterios, he acabado por resignarme y aceptar que yo soy Arlt, de aquí hasta que me muera; cosa desagradable, pero irremediable. Y siendo Arlt no puedo ser Roberto Giusti, como me preguntaba un lector de Martínez, ni tampoco un anciano, como supone la simpática lectora que a los veinte años conoció a mis padres, cuando yo era muy pibe
. Esto me tienta a decirle: Dios le dé cien años más, señora; pero yo no soy el que usted supone
.
En cuanto a llamarme así, insisto: yo no tengo la culpa.
La terrible sinceridad
Me escribe un lector:
Le ruego me conteste, muy seriamente, de qué forma debe uno vivir para ser feliz
.
Estimado señor: Si yo pudiera contestarle, seria o humorísticamente, de qué modo debe vivirse para ser feliz, en vez de estar pergeñando notas, sería, quizá, el hombre más rico de la tierra, vendiendo, únicamente a diez centavos, la fórmula para vivir dichoso. Ya ve qué disparate me pregunta.
Creo que hay una forma de vivir en relación con los semejantes y consigo mismo, que si no concede la felicidad, le proporciona al individuo que la practica una especie de poder mágico de dominio sobre sus semejantes: es la