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El amor es una rosa que huele a sangre
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El amor es una rosa que huele a sangre
Libro electrónico322 páginas7 horas

El amor es una rosa que huele a sangre

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Información de este libro electrónico

En esta asombrosa autobiografía de escritura creativa, la autora teje un suspense intrigante que nos adentra en un viaje emocional y provocativo a través de la vida de una mujer enfrentada a la muerte y a los enigmas del amor y la existencia.

El relato se inicia en una noche templada, pero plagada de inquietud, donde la protagonista siente escalofríos recorrer su ser mientras su vida pasa ante sus ojos. Un dolor intenso la envuelve, llevándola al quiebre de su alma y separándola de su propio cuerpo. A partir de este momento crucial, la historia se sumerge en un thriller en el que cada página despierta emociones profundas y desafía prejuicios arraigados.

La autora hábilmente plantea dilemas morales fundamentales: culpa versus responsabilidad, independencia versus seguridad, libertad sexual versus relaciones familiares. Estos temas vitales nos sumergen en una emotiva reflexión sobre las circunstancias imprevisibles de la vida y la constante búsqueda de equilibrio entre los opuestos que rigen nuestra existencia.

La narrativa poderosa de "El Amor es una Rosa que Huele a Sangre" nos invita a cuestionar nuestra propia comprensión del amor, la vida y la muerte. Cada giro de la trama nos sacude hasta los cimientos, desafiándonos a mirar más allá de lo evidente y a explorar las profundidades de nuestros pensamientos y emociones.

Prepárate para un viaje literario único e inolvidable, donde los misterios de la existencia humana se entrelazan con el suspense y la reflexión, dejándote con una nueva perspectiva sobre la vida y sus intrincados enigmas.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 nov 2023
ISBN9791220148245
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    El amor es una rosa que huele a sangre - Daniela V. Damaskinova

    PRÓLOGO

    Por Eliana Spinetta

    El recorrido de estas páginas desafía cualquier límite hacia lo increíble y milagroso. Con todos los elementos propios de una historia atrapante, Daniela Damaskinova nos introduce en las luces y sombras de un relato autobiográfico colmado de emociones profundas.

    Mediante el testimonio de sus vivencias lejos de su tierra natal y, especialmente, de los vaivenes de su vínculo sentimental con un hombre atractivo y peligroso, la autora desnuda la omnipresencia del poder.

    El poder del amor, del odio, de la vida y de la muerte se conjugan e impulsan los motores de su existencia. La luminosidad de las ilusiones, las pasiones, la seducción y el romanticismo se tiñen de oscuras mezquindades, crueles traiciones, viles mentiras y brutal violencia. No obstante, el gélido poder destructivo de la muerte aparece interpelado por el poder curativo de la espiritualidad. Ante diversos escenarios hostiles y distintas circunstancias extremas, el descubrimiento de dones divinos y sabidurías ancestrales transforman radicalmente el destino de la protagonista.

    Lejos de la cotidianeidad mundana y los rumores superficiales, la paz y la riqueza interior se revelan como los principales garantes de una eternidad sublime.

    Sin dudas, el recorrido de estas páginas nos sumerge en las ambivalencias de las emociones humanas. No obstante, afortunadamente, también nos demuestra el auténtico poder del equilibrio. En esta novela autobiográfica magistral, titulada El Amor es una Rosa que Huele a Sangre, Daniela Damaskinova nos sumerge en las profundidades del alma humana, explorando con una audacia poética la dualidad inherente a nuestras emociones más intensas.

    Con una prosa emotiva y penetrante, la autora nos lleva de la mano por un laberinto de contradicciones, donde la belleza deslumbrante del amor se entreteje con la posibilidad inquietante del sufrimiento. Cada caricia de afecto, cada pasión compartida, lleva consigo la semilla de la vulnerabilidad, mostrando al lector la complejidad de los vínculos humanos.

    A través de personajes profundos y veraces, Daniela Damaskinova resalta cómo las relaciones humanas se tejen con hilos delicados de amor y dolor, de esperanza y desesperanza, de dicha y desilusión. Es un viaje literario que desnuda los recovecos más profundos del corazón humano, confrontándonos con la dualidad y ambigüedad de nuestras emociones.

    La rosa de deliciosa fragancia, símbolo del amor que embriaga los sentidos, se viste con los colores de la sangre, recordándonos que el amor verdadero también conlleva el riesgo de la herida. A través de experiencias personales y reveladoras, la autora nos advierte sobre el veneno oculto que puede esconderse en el amor más puro, trayendo a la luz nuestras propias inseguridades y temores.

    En esta autobiografía íntima y valiente, la protagonista, Daniela, se sumerge en su propio ser, enfrentando sus luces y sombras, sus triunfos y fracasos. Es un acto de autodescubrimiento que conmueve y empodera al lector, llevándonos a reflexionar sobre nuestros propios sentimientos y experiencias.

    El Amor es una Rosa que Huele a Sangre es un viaje literario que desafía nuestras percepciones y nos invita a aceptar la complejidad de nuestras emociones. Es un canto a la autenticidad y a la necesidad de abrazar cada faceta de nuestra existencia, incluyendo aquellos aspectos que a veces preferiríamos ignorar.

    En esta obra literaria, Daniela Damaskinova se erige como una voz única y poderosa, compartiendo con el mundo su verdad más íntima y, al hacerlo, nos brinda la oportunidad de conectarnos con nuestra propia humanidad. Una lectura imprescindible para aquellos que buscan comprender el poder del amor, con todos sus matices, en la danza incesante de la vida.

    En el torrente del amor y el sufrimiento, el equilibrio se encuentra en la aceptación de nuestras dualidades más profundas.

    INTRODUCCIÓN

    Vida y muerte

    Las dos caras de la misma moneda

    El aire de la noche era templado, pero unos escalofríos me recorrieron la carne con sus garras afiladas. De repente, vi mi vida pasar ante mis ojos. El dolor me secuestró, fue tan intenso que algo dentro de mí se rompió, en ese momento mi alma se separó de mi cuerpo.

    ¿Qué está pasando? ¿Estoy muriendo? ¡No puede ser verdad! ¡Soy demasiado joven para que esto sea cierto! En ese momento, me di cuenta de lo frágil que era mi existencia.

    El silencio era absoluto… No pasaban coches, y la única testigo era la luna. Ahora todo está sumido en una oscuridad repentina. Me hundí rápido en ella y caí en una Nueva realidad. Entonces vi imágenes de mi pasado, una tras otra. Me sentí incapaz de procesar todo lo que estaba pasando y me parecía sobrenatural. El miedo se apoderó de mí, era el protagonista junto con el dolor que me desgarraba sin piedad. Todo estaba fuera de mi control y yo era solo una espectadora viviendo una pesadilla.

    Se estaba cumpliendo la profecía de aquella vidente. Le dijo a mi padre que su hija mayor no viviría muchos años y moriría antes de cumplir treinta años de una forma violenta. Ahora entendía por qué había nacido con diez meses y no con nueve, con el cordón umbilical enroscado en mi cuello y el líquido amniótico verde grisáceo. No solo me estaba ahorcando, también me estaba envenenando. Si no le hubiesen provocado el parto a mi madre, en pocos días habría estado muerta. La Muerte me acompañaba desde antes de mi nacimiento. ¿Retrasaba conscientemente mi salida del cálido vientre de mi madre? Pensaba que lo que viviría allí fuera debía esperar. No estaba preparada todavía; tenía que elegir el momento perfecto. Y eso, por poco, me cuesta la vida antes de mi primera bocanada de aire.

    Ahora pienso que casi todo ocurre por un plan maestro y hay algo que mueve los hilos de la vida misma. Hay cosas que se escapan de las manos de los humanos, planes premeditados fuera de nuestra consciencia. Eso lo entendí después, más tarde, cuando pasé por los procesos que forjaron mi aprendizaje. Cada cosa que pasaba en mi vida me llevaba a la otra, formándome y forjándome poco a poco para el gran final.

    CAPÍTULO UNO

    Prisionera en el Pantano del Tiempo  

    En las aguas cambiantes del tiempo, la verdadera liberación yace en la aceptación plena de cada oleada del presente.

    ¿Alguna vez has sentido que te encuentras atrapado en el limbo entre dos mundos? Eso es lo que me sucedió a mí. No podía recordar cómo llegué allí, pero sé que estaba rodeada por un pantano y que no podía volver atrás. Toda mi vida pasaba ante mis ojos, algunos momentos se ralentizaban mientras otros avanzaban a toda velocidad. Parecía como si pudiera verlo todo: destellos de recuerdos, fragmentos del pasado y del presente. Me sentía inundada de angustia e impotencia, solo quería encontrar un camino hacia la salida, pero no había nadie a quien pedir ayuda. Estaba completamente sola en aquel extraño lugar...

    Era la testigo… ¿de qué?, ¿de mi propia vida y de mi muerte? ¿Por qué? Lamentablemente, no tenía la respuesta en ese momento. Estaba atrapada, como en una ciénaga, sin salida aparente. ¿De qué se trataba todo esto? ¿Adónde me encaminaría? Puede que esa fuera mi historia, y ahora se me estaba enseñando y narrando mi pasado. «¡Qué tonterías estoy diciendo!», pensaba desconcertada, sumida en un trance. No hay que olvidar que la historia que uno ha vivido es distinta de la que suele recordar y hay cosas del pasado que no se pueden domar, pero yo necesito hacerlo. Mi pasado estaba muerto, pero su dulce aroma me estaba atrapando, lo que estaba presenciando no podía ser real.

    Cuando algo difícil y complicado sucede en mi vida, mi respuesta es siempre luchar, y sin miramientos. Mi naturaleza consiste en actuar y no que se actúe sobre mí. Siempre he preferido dar el primer paso a que lo den por mí, y elegir y ejecutar con determinación mis respuestas en las diferentes circunstancias, independientemente de sus particularidades. Yo soy la responsable de tomar la decisión de actuar o no. Por ello, todo lo que estaba pasando no me parecía parte del orden natural de la vida. Ahora, yo no tenía poder de elección, era zarandeada por fuerzas superiores a mí. Era solo un alma en movimiento. Ese no era mi sitio. No estaba donde tenía que estar. Me sentía perdida y confusa.

    «Busca la luz, sigue el hilo» —me decía algo.

    Ese momento era un verdadero desafío al que me enfrentaba. Debía de mirarme a mí misma y al mundo con honestidad: una honestidad cruel, que me conectaba con mi pasado y sus sombras. Me estaban obligando a ver las heridas que había en mi corazón, yo debía encontrar la manera en que las podía sanar. No podía echarme atrás. No podía ocultarme, ni cobijarme en la negación para intentar evitar el dolor. Ahora no podía esquivar mis sentimientos y los hechos que los ocasionaron. Estaba participando en un flashback forzado en estado puro. Tenía la sensación de estar en una pesadilla. Era posible que mi mente me estuviera venciendo. Pensaba que no iba a salir de esta. «¿Por qué tiene que ser así?», seguía con el interrogatorio. No me daba cuenta de lo que estaba pasando, participaba en algo que no entendía. Tenía la sensación de ser un «yo» aislado, pero no participaba, tan solo era una espectadora. Solamente veía unos fragmentos que me hacían reflexionar sobre cosas que había intentado olvidar y, con los años, enterrar en lo más profundo de mí ser.

    De repente, venían escenas de mi pasado, una detrás de otra. Era un tornado de secuencias a gran velocidad, que me hacían sentirme mareada. Mi espíritu se deslizaba por los pasillos de su memoria, como un fantasma que vaga en una casa abandonada. Estaba observando, como en un sueño lúcido, todos estos episodios y trocitos de mi vida, que podría asemejar a un surtido de bombones: cada uno con distinto sabor, correspondiente a los diferentes capítulos de mi corta vida. «Sigue adelante. Continúa. Observa todo lo que te ha pasado, lo bello y lo terrorífico es parte de ti, ahora debes avanzar». No sé de dónde venía esta voz o pensamiento, pero sentía que me transmitía tranquilidad, paz y sosiego. Sentía que estaba a salvo observando mi trayectoria de vida. «Tú, Daniela, no eres los malos sentimientos que te inundan como lluvias torrenciales. Eres la persona que capea la tormenta. La tormenta puede derribarte, pero volverás a ponerte en pie. Aguanta, persiste en la serenidad y prosigue con tu camino».

    Al preguntarme qué podría haber pasado, llegué a la conclusión de que debía estar muerta. Debía haber llegado el final de mi camino en la vida terrenal, donde mi cuerpo se había apagado y mi espíritu se había liberado. Flotando en un espacio sin límites. ¿Eso era yo ahora, un espíritu sin rumbo? Bueno, tampoco distaba mucho de cómo me sentía en mi vida como humana. Empecé a viajar en el tiempo, retrocediendo a momentos de mi pasado. Una luz me transportaba de un instante a otro en el guion de mi vida, como si fuera una espectadora observando mis propias vivencias, sumergida en una realidad virtual.

    En el primer salto de recuerdos, aún no era consciente de ello, sin embargo, pasaron varias cosas que me hicieron deducir que quizás yo era un espíritu. Una de esas situaciones era que no podía interactuar con nada ni con nadie. Es más, trataba de comunicarme con las personas que veía, pero ignoraban mi existencia y me atravesaban como a un vacío. Lo segundo, y tal vez lo que más me impactó, fue que, en medio de esta primera confusión llena de pensamientos vorágines acerca de lo que podría estar pasando, me pude observar a mí misma de pequeña. ¿Cómo podría ser eso verdad? Toda duda se desvaneció al escuchar a alguien gritar: «¡Daniela, otra vez te has roto el vestido trepando por los árboles!». Esa niña, que era yo, tenía los bolsillos delanteros de su rasgado vestido abultados. Sobresalían, colgando de ellos, las verdes ramitas acabadas en brillantes frutos redondos de color rojo sangre: cerezas, su, mi fruta favorita. Estaba jugando en el arbolado campo búlgaro con mis amigos. Éramos una pandilla de pequeños delincuentes, ladrones de fruta profesionales. Teníamos alta experiencia en las artimañas necesarias en este tipo de gamberradas. Como espíritu, sentí la inocencia y el júbilo de aquellos días. Me emocioné al recordar lo feliz que era entonces, mi yo de siete años, que estaba viviendo con su abuela.

    Después, me vi a mí misma en la adolescencia, experimentando mis primeros amores, cometiendo errores y aprendiendo lecciones valiosas. Observé mis altibajos emocionales y cómo luché por encontrarme a mí misma en un mundo cada vez más cruel. Sin embargo, nunca habría imaginado cómo evolucionaría todo.

    Mi vida adulta, con sus altibajos y momentos de éxito y fracaso, se desarrolló enfrentando situaciones difíciles, tomando decisiones importantes y lidiando con las consecuencias. El siguiente lugar al que la luz, por entonces ya mi amiga, me transportó, fue una celda oscura y fría con las paredes de cemento sin pintar. «¿Dónde estás, luz?», pues ni ventana había. Mi yo estaba cansado e inquieto. En la frontera de Irún (Guipúzcoa) con Francia me habían capturado intentando entrar en España de manera ilegal.

    Hacía meses que había tomado la firme decisión de dejar Bulgaria atrás, con la determinación de comenzar una vida completamente distinta en la tierra nueva que era España. Mi hermana había emigrado  medio año antes y había empezado una nueva vida con su novio en el país del Mediterráneo. Pero por ahora me estaba viendo desanimada y encarcelada. Vaya mierda. ¿Otra prueba? Suspiré amargamente, pero aquí estaba de nuevo experimentando y observando los infortunos de mi destino.

    Los españoles de la guardia fronteriza me entregaron a las autoridades francesas y cambié de celda, ahora estaba en una cárcel de Francia. Aguardaba mi juicio por cruzar el territorio francés sin permiso junto con mis compatriotas. La cárcel era muy buena comparada con el tenebroso calabozo de España. Me atendieron en toda regla, parecía que estaba en un hotel. Una semana después, llegó el juicio. Me expulsaron del país y, junto con otros búlgaros, nos escoltaron hasta la frontera alemana para entregarnos nuevamente a las autoridades. Otra cárcel, oscura, fría y la comida muy mala, ninguna comparación con la francesa. Aquí estuve solo tres días y nos llevaron a juicio, la sentencia fue la misma que en Francia. También nos escoltaron hasta la frontera con República Checa y nos liberaron, pues ya estábamos en la parte comunista de Europa y nos podíamos mover libremente.

    Otra vez estaba en Bulgaria, el lugar de donde quería escapar, pero sana y a salvo en casa. Me añadí otro fracaso en la lista.

    Aquí me encontraba, en el comedor de mi casa, un lugar que guardaba el oscuro recuerdo de la vez en que mi padre casi me mata. Aún podía distinguir la mancha de sangre en la moqueta, un recordatorio palpable de aquel traumático episodio que cambió el curso de mi vida. La miré fijamente, mientras los recuerdos del pasado se agolpaban en mi mente. Hace años, en uno de los arrebatos violentos de mi padre, me golpeó la cabeza con un plato, provocándome una herida grave que empezó a sangrar. El golpe iba dirigido a mi madre, pero en ese momento me interpuse entre ellos para defenderla y fui yo la que lo recibió. Desde entonces, nuestra vida familiar se rompió y eso desembocó en la separación de mis padres.

    Mientras recordaba esos sucesos, mi cabeza estaba llena de ira, cabreo, dolores e incertidumbre. Sentía una opresión en mi pecho debido a la preocupación, ya que había gastado todo el dinero que tenía ahorrado. Me pregunté qué iba a hacer con el futuro que me quedaba. Me di cuenta de que estaba haciendo esto por un motivo, quería desesperadamente empezar una nueva vida, en otro lugar. Estaba huyendo de todo lo que me rodeaba, de mis recuerdos y de la vida que llevaba que no me aportaba nada. Había tomado la decisión de embarcarme en un nuevo comienzo, de partir desde cero, en un lugar donde nadie me conociera ni estuviera al tanto de los oscuros capítulos de mi pasado.

    Con mi forma de espíritu actual, me observaba y consideraba que en ese momento de mi vida estaba siendo una ilusa. Pensaba que no podría escapar de esa situación, pero más tarde, descubriría por mí misma la verdad. Sentía el aire enrarecido. Me parecía que el tiempo se había detenido. Me veía como en un espejo abatida y disgustada, pero no me podía hablar a mí misma. Era mi yo del pasado, eso no se podía cambiar, pero ella, con veintidós años no me oía. Estaba siendo desesperante observar ese trozo de mi pasado en una pantalla dentro de mi mente. Entonces se coló sigilosamente un pensamiento: «Para estar aquí hay una razón, céntrate en lo que tienes delante».

    Ahí estaba yo, bebiendo un café turco, fumando y haciendo planes sobre cómo resolver el desastre ocasionado. Necesitaba reunir otra vez dinero, por eso tenía que volver al ruedo: ser acompañante de hombres ricos y poderosos.

    «Esta es la vida que he escogido frente a cualquier otra más decente, como trabajar en una tienda o qué sé yo». Pero esta vez necesitaba hacer las cosas mejor. Sin visado no me movería. Tenía que buscar a alguien para ayudarme a sacar el visado Schengen y reunir de nuevo el dinero para el viaje.

    Me observaba a mí misma y me decía «chica lista». Y las preguntas revoloteaban en mi cabeza como un murciélago en una habitación oscura. Me reí. Estaba asustada, a medida que avanzaba esa pesadilla de día no paraba de hacerme preguntas. No podía seguir mirando sin hacer nada: ¿Me aferro a quien era al principio del todo, cuando no era más que una niña pequeña y feliz junto a mi abuela? No, no podía volver a esa yo de antes. Lo único que se puede hacer con el pasado es cargarlo, sentir que su peso aumenta gradualmente y rezar para que no te aplaste por completo. Experimentaba una sensación que no me era familiar: que estaba en la época equivocada. Como espíritu o ente flotante, no entendía a mi yo del pasado porque, ahora ya con veintinueve años, había cambiado mucho. Dado que sabía lo que ocurriría después, un privilegio que mi yo del pasado no tenía, hacía que me sintiera frustrada. Era por mi imposibilidad de guiarme a mí misma (valga la redundancia) advirtiéndome sobre lo que estaba predestinado a ocurrir.

    De repente, todo se volvió oscuro. La luz me envolvió y me llevó lejos de ahí, lejos de mi casa de Bulgaria. El siguiente cortometraje que me sobrevino era de mi persona en la estación de autobuses en Valencia. Era otro momento de mi vida que observaba. Oíamos pensamientos de aquel momento: «¿Dónde está mi hermana? Tenían que esperarme y recogerme». Percibía cómo la inquietud y la preocupación invadían el cuerpo y la mente de mi yo de veintitrés años. Observé cómo sacaba un paquete de tabaco y prendía un cigarro. Estaba fumando afligida y confusa, pensando en lo que conseguiría cuando llegara a España. «¿Y ahora qué?».

    CAPÍTULO DOS

    Encuentros en la Encrucijada

    En el cruce de caminos, la sabiduría se revela cuando compartimos nuestras luces para guiar el camino hacia la comprensión mutua. 

    Aquí, en el umbral de una vida completamente renovada, se desplegaba el año 1994. En medio de ese momento crucial, mi mirada captó a mi hermana entre la multitud, sus ojos buscándome con ansias. Los destinos convergían y los lazos del pasado y el futuro se entrelazaban en una encrucijada llena de encuentros y revelaciones.

    Cogí mi maleta, me abrí camino entre la gente y me acerqué a ella, que también me vio y me sonrió alegremente. Hace un año que no nos habíamos visto.

    —Hola, hermana, qué alivio, por fin te encontré. —Sonrió mi hermana. Nos fundimos en un abrazo cálido y suspiramos con alivio.

    Era verano. Me resentía con tanto calor que hacía y del cansancio que tenía encima, después de tres días de viaje con el autobús. Todo en este país era desconocido para mí. Era un gran cambio que implicaba novedades, pero también me daba miedo. Los pensamientos intrusivos que me venían en la mente me perturbaban.

    «No debes tener miedo al cambio», pensaba frenéticamente. Sí, cuando no tienes nada que perder, en realidad es fácil. Huía de las cadenas de mi pasado. Me dirigía hacia un futuro mejor o eso creía en ese momento, aunque todavía no había llegado. Era el principio de mi nueva vida. Esta me esperaba. Pero el pasado no desaparece nunca, solo se esconde. De eso me daría cuenta muy pronto.

    Observaba ese episodio de mi vida, el instante en que mi vida dejó de ser una cosa y empezó a ser otra. Intentaba averiguar si había puesto rumbo a una trampa o a la libertad, o si, quizás, fueran ambas cosas a la vez. Me vi alejándome con mi hermana entre la gente, saliendo de la estación de autobuses, poniendo rumbo a mi nueva vida.

    Sentía un vértigo provocado por esta extraña, pero ya conocida, sensación de que las cosas se estaban moviendo deprisa. Me pregunté, sintiendo una angustia pegajosa, si pesaría una maldición sobre mí, y cuánto duraría. La luz de múltiples colores brillantes me envolvió y percibí su calidez, que llenó todo mi cuerpo; ya no me sentía tan sola y perdida. Era protectora y me hacía sentir segura, me cobijé en ese cálido abrazo que me proporcionaba paz, mucha paz. Cerré los ojos. No sería capaz de describir sobre el papel cómo me sentía: una especie de renacimiento en cada transición de recuerdo a recuerdo. Resultaba agradable volver a vivir en el mundo de los sentimientos amorosos sin confusión e inseguridad. Me di cuenta de que, después de ese momento, lo que sucediera a continuación podía ser literalmente cualquier cosa. «Todo está bien. Respira», escuché de nuevo la voz en mi cabeza. Respiré profundamente, inspirando lentamente, conectándome conmigo misma y con esta poderosa energía que percibía en forma de luz. Despacio, pero segura, estaba aprendiendo a confiar en ella.

    Cuando abrí los ojos, me vi sentada en una habitación luminosa, limpia y pequeña. Era uno de los dormitorios de invitados en la casa de mi hermana y su pareja. Vivían en un chalet, cerca de Gandía, donde me habían traído después de recogerme de la estación de autobuses. Mi hermana preparaba la cena de turno para los amigos y cómplices en las fechorías de Krasti; yo le ayudaba poniendo la mesa para unas quince personas que iban a venir esa noche. Yo tenía un presentimiento, desde varios días antes, de que algo no iba bien. Esa noche se iban a confirmar mis sospechas. Y así fue.

    Después de una cena copiosa, mucho alcohol de por medio, música y bromas tontas, mi hermana me hizo una señal de que quería decirme algo. Entramos en  la casa y, sin mirarme a la cara, me dijo:

    —Esta misma noche te tienes que ir con Neili, ella trabaja de puta los fines de semana en un club. Te darán habitación y comida. Aquí, ya no te puedes quedar. La verdad es que… espero que… —De nuevo, esa voz lastimera que repetía, esta vez entre susurros—: Espero que no… te vayas a enfadar…

    Experimenté un súbito arrebato de ira que me indujo a decir:

    —En absoluto. —Mi tono seco y mi sonrisa despectiva daban a entender, claramente, que no tenía intención de seguir hablando con ella.

    «No le importo nada, se quiere librar de mí», pensé.

    Ella dio un giro y salió sin mirarme siquiera.

    Me sentí como si me fuese a hundir en el vacío. Asumí que mi hermana me había fallado. Era la primera vez que ella traicionaba mi confianza y me quedé perpleja.

    Estaba observando la escena que había vivido y, otra vez la ira y la furia, se apoderaron de mí. Pero esta vez no sentía el miedo de la incertidumbre porque eso era mi pasado. Reviví de nuevo la puñalada trapera que me asestó por la espalda. Era la primera de muchas.

    Se repetía ante mis ojos la vida de la cual había intentado escapar. Con una diferencia bastante grande: estaba en otro país, lo hacía por dinero, comida y un techo. A pesar de todo, la Suerte, mi única amiga en este país,

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