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Leyendas y mentiras
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Libro electrónico367 páginas3 horas

Leyendas y mentiras

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Información de este libro electrónico

El futuro de Josslyn Drake es cada vez más sombrío. Tras huir de palacio junto a Jericho Nox (su antiguo captor y actual... lo que sea), confiaba en que Valery, la cruel jefa de Jericho, resolviera sus problemas con la magia.Pero la bruja tiene otros planes... Le guste o no, Joss tendrá que arreglárselas sola. Y tendrá que actuar rápido, porque el destino de todos los que ama pende de un hilo.
IdiomaEspañol
EditorialTBR Editorial
Fecha de lanzamiento21 sept 2023
ISBN9788419621306
Leyendas y mentiras
Autor

Morgan Rhodes

Morgan Rhodes vive en Ontario, Canadá. Desde que era una niña, siempre quiso ser una princesa -de las que sabe cómo manejar una espada para proteger reinos y príncipes de dragones y magos oscuros. En su lugar, se hizo escritora, una cosa igual de buena y mucho menos peligrosa.  Además de la escritura, Morgan disfruta con la fotografía, los viajes y los realities en televisión, además de ser una exigente y voraz lectora de toda clase de libros. Bajo otro pseudónimo, es una autora de bestsellers a nivel nacional con diversas novelas paranormales. La Caída de los Reinos es su primer gran libro de fantasía.

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    Leyendas y mentiras - Morgan Rhodes

    Para nuestros recuerdos,

    tanto los buenos como los malos,

    tanto los felices como los tristes.

    UNO

    LA BRUJA SE DESPLAZABA POR EL RESTAURANTE ATESTADO DE gente, atrayendo todas las miradas. Tenía una larga melena castaña, piel de porcelana y los labios tan rojos como el vestido que ceñía su esbelta figura. En sus orejas, su garganta y sus muñecas refulgían diamantes. Podría haber pasado con facilidad por la joven esposa de un político o un hombre de negocios que hubiera quedado a cenar con unos amigos. Muchos la considerarían una mujer bella, elegante, vestida a la última moda... e inofensiva.

    Y cometerían un terrible error.

    No miró a su izquierda ni a su derecha. Solo estaba pendiente de una persona.

    De mí.

    No hice amago de sonreír. No alcé la mano para saludar.

    En lugar de eso, me concentré en disimular lo asustada que estaba. Lo último que necesitaba esa noche era mostrar mi miedo.

    Mi mirada pasó de la bruja al joven alto que la acompañaba. Ojos negros. Cabello oscuro. Hombros anchos. Mandíbula tensa y cuadrada. Un tatuaje de una daga a un lado del cuello, visible sobre las solapas de su gabán de cuero negro. La bruja podía parecer inofensiva, pero Jericho Nox hacía saltar todas las alarmas de quien lo mirase: su aspecto provocaba la reacción instintiva de huir en dirección contraria. A mí, sin embargo, me alivió tanto ver al Corazón Negro que se me cortó el aliento por un instante.

    Poco después de llegar a Cresidia, una ciudad a novecientos kilómetros al norte de Puertoferro, Jericho había desaparecido sin decir una sola palabra. Pasaron cinco largos días en los que no supe nada de él; llegué a convencerme de que su malvada jefa le había castigado por fracasar en su última misión... o, aún peor, que lo había matado. Pero entonces, esa misma mañana, recibí un mensaje: esa noche, debía reunirme con él y con la bruja. Y estaríamos los tres solos.

    Jericho escudriñó el restaurante con expresión acerada e impenetrable. Yo me encontraba en un compartimento algo apartado del resto del local, al otro lado de un arco de piedra. Fuera, el restaurante bullía de camareros y, sobre todo, de clientes. Bajo ningún concepto me habría reunido con esa bruja sin contar con un centenar de testigos.

    Valery tomó asiento frente a mí. Me tensé aún más. A decir verdad, me habría encantado que la ejecutaran al día siguiente por su larga lista de crímenes; de hecho, si eso ocurría, reservaría un asiento en primera fila. Esa noche, sin embargo, su muerte no me habría servido de nada. Elian necesitaba su ayuda... y yo también, por más que me costara admitirlo.

    –Jericho, por favor, haz las presentaciones.

    Su voz me tomó por sorpresa: era suave y dulce como la miel. En el fondo, esperaba que sonara tan dañina y cruel como su reputación.

    El Corazón Negro tomó asiento junto a su jefa. Intenté leer su expresión, pero no encontré ninguna pista sobre lo que había hecho durante aquellos cinco largos días.

    –Valery –dijo, con tono monocorde y desprovisto de emoción–, esta es Josslyn Drake. Josslyn Drake, esta es Valery.

    Jericho me había llamado tantas veces por mi apellido que mi nombre de pila sonaba extraño en sus labios. No extraño en el mal sentido; extraño, simplemente.

    Valery le hizo un gesto al camarero, que se acercó con una botella de vino tinto en la mano. Nos sirvió dos copas sin que nadie se lo pidiera: una para mí y otra para ella.

    –Me he tomado la libertad de pedir esto –explicó Valery.

    –Qué detalle –murmuré secamente–. ¿Nada de vino para Jericho?

    –Prefiero que mis empleados no beban alcohol.

    –No importa –terció Jericho–. No tengo sed.

    Deseé que hubiéramos tenido tiempo de hablar antes, porque me hubiera gustado que me orientara antes de conocer a su jefa. Que me dijera lo que sabía, lo que quería, lo que planeaba hacer en el futuro...

    –¿Habías visitado alguna vez Cresidia, Josslyn? –me preguntó Valery en cuanto el camarero se apartó de la mesa.

    Nada menos adecuado para la ocasión que una conversación trivial. Pero, si no me quedaba más remedio, tendría que aguantarla.

    –No –respondí–. Hasta hace muy poco, apenas había salido de Puertoferro.

    Puertoferro estaba en el sur de Regara, y Cresidia, al norte. Mientras Puertoferro era una ciudad de negocios conservadora y respetable, con rascacielos grises y plateados y zonas verdes meticulosamente cuidadas, Cresidia era famosa como destino vacacional y contaba con tiendas de lujo, flamantes hoteles y playas de arena dorada. Desde mi llegada, me había pasado la mayor parte del tiempo en una de esas playas, contemplando el brillante mar mientras rememoraba todo lo que había visto y descubierto durante el mes anterior: unas revelaciones que habían roto en mil pedazos la vida que siempre había conocido.

    –Así es la vida de la hija de un primer ministro –repuso Valery–. Debe de haberte resultado de lo más limitante.

    Luché por mantenerme imperturbable.

    –Lo cierto es que mi vida parecía no tener límites... hasta el año pasado, por supuesto.

    –Sí, por supuesto –asintió con serenidad–. Mi más sentido pésame por la muerte de tu padre.

    Me entraron ganas de agarrar el cuchillo que tenía delante y clavárselo en el globo ocular, directamente en su malvado cerebro.

    –Te aseguro que me estoy esforzando mucho por ser educada –mascullé–. Lo intento, de verdad. Pero estoy convencida de que entiendes que me cuesta.

    Me estudió un momento, con una copa de vino en su mano de uñas perfectas.

    –Jericho me ha dicho que lo sabes todo.

    –Sé lo suficiente –le espeté, y centré mi atención en el Corazón Negro en un intento de recuperar el aplomo–. ¿Dónde has estado los últimos cinco días? –le pregunté a bocajarro.

    Jericho parpadeó y apretó los dientes.

    –Tenía que ocuparme de algo.

    –¿De qué?

    Sus ojos negros se desviaron hacia los míos, y en el fondo de sus pupilas brilló una advertencia silenciosa.

    –De algo.

    –Necesitaba que Jericho recuperase esto –zanjó Valery, metiendo la mano en su bolso para sacar un objeto que depositó sobre la mesa: una cajita dorada cubierta de grabados geométricos.

    Se me cortó la respiración al verla, y le lancé a Jericho una mirada perpleja.

    –Explícaselo, si quieres –accedió la bruja, haciendo un aspaviento despreocupado.

    El Corazón Negro asintió, ya no tan tenso.

    –Val quería que hiciera una visita rápida a Tobin para recuperar la caja de recuerdos. Se enteró de que tenía pensado venderla porque había estado tanteando el terreno y mirando cuánto podría valer en el mercado negro. Llegué justo a tiempo para recuperarla.

    –Creí que habías dicho que la caja no tenía importancia –murmuré, tragándome el doloroso nudo que me atascaba la garganta–. Que la magia de memoria se podía contener dentro de cualquier recipiente.

    –Me equivoqué.

    Le fulminé con la mirada.

    –¿Te equivocaste?

    Se encogió de hombros.

    –A veces pasa. Al parecer, los símbolos de la caja son específicos para esta magia en particular. Siempre se aprende algo nuevo...

    De pronto, me di cuenta de que el gabán de cuero que llevaba Jericho era el mismo que le había arrebatado Tobin, un guardia real que trabajaba en secreto para Valery –es decir, un traidor al imperio–. Tras arrebatarle la caja a Jericho, el guardia se la había guardado en el bolsillo de ese mismo abrigo.

    –Bonito gabán –comenté.

    –Ya lo creo –asintió–. Me alegro de haberlo recuperado.

    No tenía ganas de preguntarlo, pero necesitaba conocer la respuesta:

    –Y Tobin..., ¿sigue vivo?

    Jericho se quedó callado un instante.

    –Estoy seguro de que sigue vivo en los corazones de la gente que le quería. Si es que existe alguien que le apreciara, claro... Aunque, francamente, lo dudo. Pero si me lo preguntas en sentido literal, la verdad es que no: Tobin está totalmente muerto.

    No pregunté por qué había muerto; lo sabía perfectamente. Por orden de Valery: así se enfrentaba a los problemas esa bruja. Quería apoderarse de la caja de recuerdos que Jericho había robado en la Gala de la Reina, costara lo que costase. Y ahora estaba en su poder, aunque fuera tres semanas después de la fecha límite que le había impuesto a Jericho. Faltaba su valioso y esencial contenido, por supuesto. Pero había conseguido la caja.

    La bruja observó atentamente mi reacción. Quizá esperase que me horrorizara, me estremeciera o me asustara al saber que Jericho había matado a alguien por orden suya. Ya podía esperar: no pensaba darle ese gusto.

    Tobin le había pegado un tiro en el pecho a Jericho, y luego nos había encerrado a ambos en una prisión amurallada sin preocuparse lo más mínimo por cuál sería nuestro destino. Me negaba a pensar dos veces en el suyo.

    Bien, ya sabía dónde había estado Jericho durante aquellos cinco días. Era hora de ocuparme del presente y de lo que este implicaría para mi futuro.

    –¿Qué le has contado? –le pregunté a Jericho.

    Él me miró directamente a los ojos, impávido. Sin embargo, pude advertir la tensión que atenazaba su mandíbula.

    –Todo –confesó.

    Esa sola palabra tenía el peso y el volumen de una montaña.

    –¿Todo? –repetí tan calmada como pude, mientras mi corazón latía con fuerza.

    Asintió.

    –Forma parte de mi trabajo, Drake. Le conté a Val que nos encontramos con Rush, que hablamos con Lazos en la Custodia de la Reina, que averiguamos el destino de Elian y su desgraciada maldición... y, por supuesto, lo tuyo. Sabe que la magia de memoria está atrapada dentro de tu cabeza, y que no hemos encontrado la forma de sacarla para entregar la mercancía a su cliente en perfecto estado. También le he dicho que has visto varias escenas perturbadoras del pasado de Lord Banyon, incluida la noche en la que hizo arder la ciudadela palatina hasta sus cimientos.

    Vale, estupendo. Básicamente ese era el resumen, sí.

    –Eso es... mucho –mascullé.

    –Así es –asintió Valery–. Debe de ser fascinante conocer tan íntimamente el infame pasado de ese brujo.

    Estuve a punto de reírme. Por suerte, no estaba de humor.

    –Depende de qué entiendas por «fascinante» –repliqué.

    –No te falta razón –admitió con un cabeceo.

    Me sacaba de mis casillas que mis secretos más profundos y oscuros estuvieran al descubierto, y no haber sido yo quien los desvelara. Pero no culpaba a Jericho, claro. Valery lo controlaba con su magia –magia que le había grabado literalmente en la piel hacía dos años–, así que tenía muy poco margen para resistirse a la voluntad de su jefa.

    –¿Qué has visto exactamente? –preguntó Valery.

    –Mucho –respondí, tomando aire para centrarme.

    Observé a la bruja, tratando de averiguar cómo se tomaba el que aquella magia que tanto ansiaba poseer estuviera atrapada dentro de mí, pero no descubrí nada en su mirada.

    –Jericho te ha contado que intentamos encontrar una solución, y que les preguntamos a Rush y a Vander Lazos –dije.

    –Sí –asintió Valery–. Infructuosamente, me temo.

    Me ericé sin poder evitarlo.

    –Yo no pedí esto; es lo último que hubiera querido. Hace solo tres semanas, creía que toda la magia era maligna.

    Valery enarcó una ceja.

    –¿Y ahora qué piensas?

    –Ahora sé que la magia es como un cuchillo: tan mortífera como la bruja o brujo que la empuñe.

    Esa comparación la había usado Jericho, y gracias a ella entendía mucho mejor su naturaleza. La magia elemental era benigna, neutral. Pero la gente que la usaba podía ser malvada.

    –Magos –corrigió Valery–. Nos llamamos magos, tanto colectiva como individualmente.

    –Pues vale, lo que sea.

    No había ido hasta allí para recibir lecciones, pero guardé cuidadosamente la información en mi archivo mental sobre el tema, que cada vez era más grande.

    Valery me estudiaba con la curiosidad de un gato hambriento que ha acorralado a un conejillo.

    –Todo esto debe de resultar aterrador para una persona que ha vivido en una burbuja, al margen del mundo mágico durante toda su vida.

    –Desde luego, está siendo muy instructivo –corroboré–. Jericho te ha hablado de Elian, entonces.

    –Ahora no estamos hablando del príncipe, sino de ti, Josslyn. De ti y del problema que me has creado.

    –No a propósito –repliqué, crispándome.

    –Eso es lo de menos; el resultado es el mismo que si me hubieras robado de forma deliberada.

    Respiré hondo y alcé la barbilla. Me costaba un esfuerzo enorme comportarme como si no supiera que aquella mujer podía arrancarme la magia del cuerpo, literalmente; sin embargo, me negaba a acobardarme ante ella. Sabía cómo funcionaba el poder: si mostraba miedo, la bruja podría controlarme tan fácilmente como controlaba a Jericho.

    –Considero que hay un problema mucho más importante que el que supone un cliente impaciente por obtener su mercancía –indiqué con tono uniforme–. Si Jericho te ha hablado del príncipe Elian, sabrás que la reina Isadora es una mentirosa, una hipócrita y una asesina que ejecuta a brujos y brujas... Quiero decir, a magos que no merecen morir.

    Valery me examinó con atención.

    –Sinceramente, me da igual lo que haga o deje de hacer la reina Isadora.

    –¿En serio? –barboté, incapaz de disimular mi asombro.

    –Sí, me es indiferente. Lo que me importa es mi negocio, mis clientes y mi reputación. Mañana me reuniré con el príncipe Elian para hablar de su curiosa situación.

    Una forma muy suave de definirla..., pensé.

    –¿Puedes ayudarle? –dije.

    –No voy a responder a esa pregunta. Esta noche estamos hablando de ti, Josslyn. Específicamente, sobre lo que has visto del pasado de Lord Banyon.

    –¿Por qué quieres que te hable de ello?

    –Considéralo una prueba.

    Siempre había odiado los exámenes, especialmente aquellos que no había decidido hacer yo.

    –Si tienes tanta curiosidad, tendrás que contratar a un brujo o un mago o lo que sea... Alguien que tenga elementia de aire y tierra y pueda extraerme esta magia –declaré sin alterarme–. Después, te sugiero que experimentes un eco o dos por ti misma, si te apetece.

    –Hay un pequeño problemilla, Drake –intervino Jericho–. Los magos así son extraordinariamente raros: solo hay uno entre un millón. Bueno, más bien uno entre mil millones. El único que encajaba en esa categoría murió durante la redada en el escondrijo de Banyon, hace dos meses. Creemos que fue él quien creó la caja que fue confiscada junto a los demás tesoros del brujo. Lazos solo se dedicó a darnos largas, haciéndonos creer que había una solución, y nos ocultó que había perdido su magia después de lo ocurrido con el príncipe. Los recuerdos de Banyon... –su rostro se volvió sombrío–. Me temo que están atrapados en tu interior.

    Aunque ya hubiera asumido que contaba con un asiento en primera fila para ver destellos ocasionales del fascinante y aterrador pasado del brujo, no me gustó oír que la situación tenía visos de eternizarse.

    –Mierda –susurré, y di un largo trago de vino.

    Ya sabía que había otra forma de extraer esos recuerdos: matarme. La amenaza tácita flotaba sobre la mesa e impregnaba el aire como un olor nauseabundo.

    –Encontraremos un sistema –me aseguró Jericho–. Solo necesito un poco de tiempo. ¿Dónde está tu cliente ahora, Val?

    –Aquí, en Cresidia –respondió ella, acariciando el borde de su copa con el índice.

    –¿Quién podría saber de la existencia de una caja como esta? –pregunté de pronto–. Para empezar, ¿quién te podría haber contratado para conseguirla?

    Era una pregunta esencial, a la que llevaba intentando dar respuesta desde el principio.

    –Si Banyon fue quien creó esta caja –proseguí–, tuvo que mantenerlo en secreto para evitar que se la robasen. A menos que... –no dejaba de darle vueltas a la misma posibilidad una y otra vez: era lo único que tenía sentido–. Es él, ¿verdad? Tu cliente tiene que ser el mismísimo Lord Banyon.

    –¿Eso piensas? –Val inclinó la cabeza, como si mi suposición le divirtiera.

    –Si Banyon fuera cliente de Val, yo lo sabría –masculló Jericho de forma siniestra.

    –¿Sí? –le espeté, desafiante.

    –Sí. Lo sabría.

    Valery meneó la cabeza.

    –Esto solo demuestra lo poco que sabes de mi mundo, Josslyn. Lo interconectado que está, lo lejos que llega. Hay docenas de personas, si no cientos, incluida la propia reina, que pagarían una fortuna por acceder a los recuerdos de Lord Banyon; por tener la oportunidad de ver lo mismo que ha visto él y experimentar lo que él ha experimentado. En suma, por disfrutar de toda la dulce verdad sin que se interponga ninguna inútil mentira.

    –Sí, para mí está siendo maravilloso –gruñí, antes de alzar la barbilla para enfrentarme a su mirada–. ¿Y bien? ¿Vas a matarme para sacar la magia que quiere tu cliente?

    Sentí la mirada ardiente de Jericho clavada en mi rostro. Claramente, no le hacía la menor gracia que fuera tan franca, pero yo necesitaba saberlo. Esquivar la pregunta no nos llevaría a ninguna parte.

    –Le he prometido a Jericho que no haré tal cosa, Josslyn –respondió Valery–. Me ha asegurado que encontrará una solución a nuestro problema.

    –Y lo haré –afirmó él.

    Sonaba muy confiado; yo no me sentía para nada tan segura de mí misma. Y menos en ese momento, cuando su jefa prácticamente había confirmado que tenía pensado asesinarme.

    Jericho conocía a Valery mucho mejor que yo. Hacía dos años, ella le había dado la vida, literalmente. Le había proporcionado una segunda oportunidad después de la muerte, pero el precio había sido la esclavitud. Ahora, yo deseaba con todas mis fuerzas que Jericho encontrara la forma de liberarse; que pudiera elegir su propio camino y su futuro, sin verse obligado a ser un Corazón Negro –un ladrón, un asesino y, en el fondo, un chico de los recados– al servicio de una bruja malvada que contaba con una larga lista de clientes ricos y corruptos.

    Una bruja que, según se decía, poseía la inmortalidad, porque era nada menos que una diosa de la muerte.

    La primera vez que había oído esa idea tan fantástica y aterradora, había estado a punto de soltar una carcajada. Ahora, después de todo lo que había visto y descubierto, se me habían pasado las ganas de reír.

    –Bueno, pues muchas gracias –declaré con el tono más despreocupado que fui capaz de adoptar–. Mientras tanto, deberías ayudar al príncipe Elian; dado que tienes una daga especial para manipular la magia de muerte, es muy posible que puedas romper su maldición.

    –Le hablaste de mi daga –observó Valery.

    –¿No te lo había dicho? –murmuró Jericho.

    –No.

    –Se me habrá olvidado...

    –Sin duda –la bruja hizo una pausa–. Josslyn, ¿por qué te importa tanto que el príncipe se cure de su desafortunada... dolencia?

    Había muchas razones, pero no iba a desgranarlas en ese momento.

    –Porque él es la prueba viviente de que la reina ha hecho algo por lo que condena a muerte a los demás.

    –Quieres destruir el imperio.

    Me quedé pensativa un instante antes de responder.

    –No. Solo a la reina.

    –Y después, ¿qué? ¿El príncipe Elian ocupará el trono y revelará al mundo entero la verdad oculta sobre los magos y la elementia?

    Me encogí de hombros.

    –No tengo en mente el futuro; ahora mismo, lo único que quiero es que Elian vuelva a ser el mismo de antes. Y estoy convencida de que tú podrías conseguirlo.

    Valery se sirvió más vino. No nos habían llevado nada de comida a la mesa, ni siquiera pan. Un delicioso aroma a pollo estofado y ajo flotaba desde el otro lado de la cortina del reservado; los comensales disfrutaban de una cena que me habría hecho salivar cualquier otra noche. Un violinista paseaba por el restaurante, tocando una agradable melodía que yo apenas escuchaba. Mantuve los ojos clavados en la bruja mientras esperaba a que continuase.

    –Háblame de los ecos, Josslyn –dijo por fin–. Cuéntame exactamente de qué has sido testigo. ¿Has visto el incendio de hace dieciséis años? Nunca había trabado contacto con la magia de memoria, y me fascina esa infame noche. ¿Qué tal si empezamos por ahí?

    De nuevo regresábamos al tema... Aunque tuviera la sensación de haber visto todo el pasado de Banyon, sabía que no había atisbado más que algunas piezas del rompecabezas que suponía el enemigo más feroz y peligroso de la reina: un brujo que había jurado destruir el imperio y devolver el poder y la libertad a aquellos capaces de canalizar la magia elemental.

    Crucé una mirada con Jericho y lo noté rígido. Era de esperar; al fin y al cabo, estábamos hablando de la noche en la que habían muerto sus padres, dejándolos huérfanos a él y a su hermano pequeño.

    Mi instinto me decía que me mordiera la lengua y no revelara gran cosa a la bruja. Valery ya conocía demasiados secretos míos.

    –Banyon invocó magia de fuego para escapar de su prisión, y la magia se desmandó. La reina dice que Elian murió esa noche, pero es mentira: lo resucitó Vander Lazos dos semanas antes del incendio. Eso es lo más importante.

    –Ya veo. Es un comienzo, supongo. Ahora me gustaría enseñarte algo –Valery volvió a meter la mano en su bolso y sacó una daga, que colocó junto a la caja de recuerdos que tenía delante. Era dorada y tan larga como los platos que había sobre la mesa, con símbolos grabados en su afilada hoja.

    Por un instante, no di crédito a lo que estaba viendo.

    –¿Esa es la daga mágica? –susurré.

    –Sí –confirmó ella.

    Me quedé atónita, paralizada en mi asiento, perpleja ante aquel antiguo objeto imbuido de magia letal. Sentí algo, un hormigueo parecido a la electricidad estática; pero era más bien una sensación agradable, no dolorosa. Me recordaba a lo que había sentido la primera vez que vi la caja de recuerdos en la Gala de la Reina.

    –El auténtico origen de esta daga está envuelto en el misterio, incluso para mí –explicó Valery–. Lo único que sé con certeza es que sirve para fortalecer y perfeccionar mi magia innata. También resulta útil para arrancar la verdad de los labios poco dispuestos a hablar.

    Sacudí la cabeza para despejarme, respiré hondo mientras colocaba las manos a ambos lados del plato vacío y me obligué a mirar a la bruja. Necesitaba la mente clara; no podía distraerme con objetos dorados y brillantes.

    –La verdad es mi objetivo, Valery –declaré, tajante–. Y creo que, si ayudas a Elian...

    Ni siquiera la vi moverse. Y no sentí ningún dolor hasta que la sangre empezó a fluir, de un rojo brillante a la luz de las velas.

    Mi sangre.

    Miré fijamente la hoja dorada que ahora clavaba mi mano a la mesa.

    Jericho se puso de pie.

    –Valery, ¿qué demonios estás haciendo?

    –Siéntate –siseó la bruja–. Ahora.

    Jericho se dejó caer pesadamente en la silla, como si no tuviera otra opción.

    Busqué sus ojos con desesperación.

    –¿Qué...? –logré articular, pero fui incapaz de alzar la voz más allá de un susurro ronco. Me faltaba el aliento para gritar pidiendo ayuda.

    –Mírame, Josslyn –ordenó Valery.

    Ni una sola persona dirigía la mirada hacia nuestro reservado. La gente continuaba hablando en el restaurante. Los camareros llevaban las bandejas de comida y bebida a las mesas sin reducir el ritmo. Nadie se había dado cuenta de lo que acababa de ocurrirme.

    Intenté hablar de nuevo, pero era incapaz de pronunciar una sola palabra. Solo sentía el dolor lacerante de la afilada hoja que me atravesaba la mano.

    –Ya basta, Valery –gruñó Jericho–. Dijiste que no le harías daño.

    –No. Dije que no la mataría –replicó Valery sin alterarse–. Te ordeno que guardes silencio, Jericho. Sabes que será una tortura resistirte, así que no te molestes en intentarlo –los ojos de la bruja se clavaron en mi angustiada mirada–. Cuéntame todo lo que viste la noche del incendio del palacio, sin callarte nada.

    Una lágrima corrió por mi mejilla. Me apreté la muñeca, intentando no sacudir la mano inmovilizada. El dolor me impedía pensar o procesar nada. No podía dejar de temblar, y en el borde de mi campo de visión empezaron a danzar puntitos negros. Por un momento, creí que iba a desmayarme, pero la irresistible atracción de la voz de Valery me obligó a mantenerme consciente.

    No tenía intención de contarle nada más sobre los ecos que me habían mostrado la noche del incendio; pero ahora sus palabras pesaban, y notaba ese peso hasta en la médula de los huesos. Una sensación punzante en mi garganta me obligó a dejar de prestar atención a mi mano.

    Las palabras empezaron a salir a borbotones de mi boca, describiendo todo lo que había visto: la escena en la que Banyon avanzaba por las calles de la ciudadela palatina, dejando tras de sí una carnicería llameante; otra escena anterior, cuando aún estaba encarcelado, en la que se había encarado con la reina, que lo odiaba por negarse a resucitar a su heredero...

    –Elian es hijo de Lord Banyon –confesé–. Es el secreto más oscuro de la reina... Uno de ellos, al menos.

    –Ya me lo había contado Jericho –Valery descartó la revelación con un aspaviento–. Has dicho que llevaron frente a Lord Banyon a su esposa y su hija pequeña.

    Asentí.

    –Esa fue la venganza de la reina: hizo que el comandante Norris degollara a su mujer delante de él. Y la hija... La hija de Banyon...

    ¡Para!, me ordené a mí misma. ¡No digas nada más!

    –¿La reina también mandó matar al bebé? –preguntó la bruja.

    Luchar contra el impulso de responder era como tener fuego en la boca y permitir que me quemara la lengua.

    –No –jadeé, sintiendo las lágrimas que resbalaban por mis mejillas.

    Jericho agarró el borde de la mesa, con

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