25 Relatos sobre la Vida y la Muerte
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25 relatos para estudiantes de español que quieren profundizar, hablar mejor y, sobre todo, disfrutar aprendiendo. 65 páginas aproximadamente.
Pedro Fernández Fanjul
Llevo más de 35 años enseñando español y aprendiendo de mis estudiantes. Nací en Asturias, en España. He trabajado con estudiantes en España, en Estados Unidos, en Austria y en Hungría. Cada persona lleva dentro la maravillosa posibilidad de aprender a comunicar en una lengua nueva. Mi misión es revelar a cada estudiante esa posibilidad, hacer ver lo que está en su cabeza y en su corazón.
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25 Relatos sobre la Vida y la Muerte - Pedro Fernández Fanjul
1. Mi amigo Carlos
Carlos Castro Conde estaba jugando un día al tenis con su tío Bernardo. Llevaban ya una hora y media y los dos estaban bastante cansados. Aunque el partido no se había terminado, decidieron finalizar y descansar un rato antes de irse a la ducha. Estaban hablando de sus trabajos y, repentinamente, Carlos vio que su tío iba a morir al día siguiente. ¿Cómo lo vio? En realidad, más que ver, podemos decir que lo comprendió, que se le ocurrió esa idea y que estaba convencido de que era real, no solo una ocurrencia sin importancia.
¿Le dijo algo a su tío Bernardo? No, por supuesto que no. ¿Por qué no? Porque no podía estar totalmente seguro y, sobre todo, porque si se lo decía, su tío se iba a reír de él. Bernardo tenía cincuenta y seis años y estaba en plena forma. Jugaba al tenis, no fumaba, comía bien y bebía uno o dos vasos de vino cada día.
Al día siguiente Carlos recibió una llamada de su tía Florentina, la mujer de Bernardo. Se trataba de un ataque al corazón. Le había dado en su casa cuando estaba solo y, cuando ella había llegado al apartamento, ya estaba muerto. ¿Cómo reaccionó Carlos? Se sentó en el sillón, bajó la cabeza pensativo y lloró.
Con la muerte de su tío Bernardo, se confirmó algo que Carlos ya había intuido durante mucho tiempo. No era la primera vez que había comprendido cuándo una persona iba a morir, pero hasta ahora la fecha no había llegado todavía. En el caso de Bernardo, sí. ¿Cuántas veces había visto Carlos una fecha? Cuatro veces y, en todas esas ocasiones, había anotado el nombre y la fecha en un pequeño cuaderno.
La pregunta era si debía avisar a esas cuatro personas o no. Si lo hacía, se iban a reír de él, lo tomarían por loco y probablemente nadie querría verle o hablar con él. Decidió no hacer nada. Decidió guardar el secreto y continuar somo si fuera una persona normal.
Un día Carlos se estaba afeitando frente al espejo. De repente, comprendió que iba a morir al día siguiente. Empezó a sudar, se quedó paralizado y no podía apartar los ojos de la imagen en el espejo. Poco a poco se movió hacia el salón, se sentó en el sillón y se cubrió la cara con sus manos. Empezó a llorar como un niño, sin parar, no podía pensar en nada, solo podía llorar.
¿Qué hizo Carlos durante esas veinticuatro horas? Me escribió una carta, no un correo electrónico. Carlos y yo habíamos sido amigos desde la escuela. Éramos de hecho íntimos amigos, una de esas personas a las que llamas por teléfono sin enviar antes un mensaje para preguntar si le viene bien que le llames por teléfono.
La carta me llegó el día del funeral de Carlos. En ella me contó lo de su tío Bernardo y también me dijo que había decidido pasar su último día con sus padres. Carlos no era católico practicante, pero en la carta mencionó que pensaba ir a la iglesia y hablar con el párroco. En la carta había un testamento firmado y me pedía que lo llevara a un notario.
Leí la carta despacio, con tristeza y con miedo. Pobre Carlos. Al final de la carta escribió los nombres y las fechas de las personas cuya muerte había visto. Me pedía perdón por compartir eso conmigo, pero me dijo que no sabía qué hacer, que por favor decidiera yo si debía comunicar algo a esas personas o no.
En el funeral el sacerdote habló de lo