Escritos joánicos y cartas católicas
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Escritos joánicos y cartas católicas - Xavier Alegre Santamaría
PARTE PRIMERA
EVANGELIO SEGÚN
SAN JUAN
POR
JOSEP-ORIOL TUÑÍ
Estudiamos en primer lugar el evangelio según san Juan. Se exponen, primero, las cuestiones relativas a su dimensión literaria (capítulos I-II). Después nos centramos en su dimensión teológica (capítulo III). La presentación del papel y sentido del prólogo en el EvJn (Jn 1,1-18) constituye el capítulo IV, para concluir con unas páginas dedicadas a las cuestiones abiertas y a la historia de la investigación, que se completan con la propuesta de una bibliografía específica y de algunos ejercicios (capítulo V) ¹.
¹ A lo largo de estas páginas, he utilizado ampliamente una obra de introducción al evangelio de Juan que está agotada, tanto en su original catalán como en su traducción castellana. Si es accesible al lector, podrá ayudarle a seguir esta introducción: J.-O. Tuñí, El Testimoniatge de l’Evangeli de Joan, 2 vols. (Barcelona: Claret, 1979); El Testimonio del Evangelio de Juan (Salamanca: Sígueme, 1983).
Capítulo I
DIMENSIÓN LITERARIA:
EL ESCRITO Y LA TRADICIÓN NARRATIVA
Analizamos brevemente dos aspectos diversos aunque íntimamente relacionados. Primero tomaremos contacto con el evangelio considerado como obra literaria, pues es necesario un acercamiento progresivo a su núcleo para alcanzar su mensaje. Luego, en este capítulo y en el siguiente, veremos un poco más despacio cómo se ha ido gestando la obra.
I. ALGUNAS PECULIARIDADES DEL EVANGELIO DE JUAN COMO ESCRITO
Damos por supuesto lo que se dijo en la introducción general a los sinópticos acerca de la historia de la progresiva formación de estos escritos¹. ¿Cómo se sitúa el evangelio de Juan con relación a la historia de la progresiva redacción de estas obras? ¿Se trata de una obra escrita de un tirón, como se pensó durante siglos? ¿Hay indicios de un proceso de redacción que abarcaría varios años y con probabilidad varias manos? ¿Se puede equiparar el evangelio de Juan a los sinópticos en este punto? Estas preguntas no se hacen retóricamente. Son una forma de entrar en el estudio de una obra cuya lectura dependerá, en parte, de la respuesta que demos a este primer grupo de preguntas.
1. Lengua y estilo
Acostumbramos a acercarnos al evangelio de Juan con la convicción de que se trata de una obra de un talante teológico poco común. Tal vez ello justifica el pensar que se trata de una obra con un lenguaje sutil y de una profundidad poco corriente. Sin embargo, el lenguaje de Juan es sumamente sencillo e incluso, desde un punto de vista literario, pobre. El griego del evangelio de Juan –porque es un hecho que el evangelio de Juan se escribió en griego²– es extremadamente sencillo. Pertenece a la koiné, es decir, al lenguaje único y común que en tiempos del NT era el heredero de la diversidad de dialectos griegos anteriores. Era una especie de lengua franca utilizada en el área mediterránea como vehículo de comunicación.
Ahora bien, el griego de Juan (en contraste con el de Lucas) representa más bien la koiné hablada y popular que la koiné literaria. Estamos más cerca del lenguaje de un niño que del de un adulto cultivado. El griego del evangelio de Juan es correcto, pero bastante pobre desde el punto de vista literario: en todo el evangelio encontramos solo unas 1.000 palabras diferentes³ y la frase más larga del evangelio es 13,1 (puede compararse con el cuidado prólogo de Lc 1,1-4).
El evangelio de Juan tiene un estilo directo y una sintaxis bastante elemental. Abunda el llamado presente histórico, más todavía que en el evangelio de Marcos, y las frases se engarzan muchas veces a través de la conjunción kai (y). En otras ocasiones las frases simplemente se yuxtaponen sin partícula alguna que las enlace. No hay períodos largos, a pesar de abundar el material discursivo. Los verbos compuestos, con preposiciones, son menos frecuentes que los verbos simples. El conjunto es, por tanto, relativamente sencillo y directo.
A pesar de estas limitaciones, el lenguaje y el estilo del evangelio tienen el encanto de la obra madurada, del objeto largamente contemplado y amado. En el fondo se trata de una obra –hablando desde el punto de vista literario– de una profunda intensidad: en ella las frases y giros se repiten en lo que se ha llamado «una monotonía grandiosa», que se va acercando al centro –Jesús– con fe y reverencia. Por eso el lenguaje, muchas veces abstracto y ciertamente reiterativo, cobra la vida y la intensidad de lo que se considera lo más profundo de la realidad.
2. El mundo conceptual del evangelio de Juan
Ya hemos dicho que el vocabulario del evangelio de Juan es muy limitado. Hay que añadir que es, además, muy unitario. No hay diferentes estilos según los personajes. Más aún, no hay distinción clara entre el lenguaje del narrador o evangelista y el lenguaje de Jesús. En el evangelio incluso Jesús habla exactamente igual que el autor (o autores) y también de forma muy parecida al mundo conceptual de las cartas joánicas: utiliza las mismas palabras, los mismos giros, tiene el mismo estilo. De forma que en algunos fragmentos resulta difícil saber si es Jesús quien habla o es el evangelista o incluso otros personajes. Se puede comprobar esto, p. ej., con una lectura reposada de Jn 3. En este sentido, como tendremos ocasión de constatar, el evangelio de Juan no se hace eco de la forma de hablar de Jesús según los evangelios sinópticos. En una palabra, nos hallamos en un mundo conceptual no solo muy unitario, sino también bien diverso del que reflejan los evangelios sinópticos. Este punto merece mayor atención.
La peculiaridad del lenguaje del evangelio de Juan es tan notable que podemos decir que los vocablos de especial significación teológica que caracterizan el mensaje de esta obra no suelen tener preeminencia alguna en las presentaciones sinópticas. Veamos algunos conceptos especialmente importantes de Jn y comparemos con su utilización en los sinópticos:
Si esta pequeña selección resulta ya significativa, es todavía más indicativo constatar que las palabras más características de la presentación sinóptica están prácticamente ausentes de Jn. Escogemos algunos conceptos significativos de los textos sinópticos:
Es indudable que estamos ante una información de suma importancia, que tiene consecuencias de cierto calibre para nuestra introducción. Señalemos en primer lugar que los acentos teológicos están claramente cambiados. Los temas que más interesan a Jn no corresponden a los que han sido subrayados por los sinópticos. Pero hay que ser más concreto: los temas que hemos escogido en la segunda lista corresponden todos, directa o indirectamente, al tema central de la predicación de Jesús según la presentación de estos escritos: el tema del reino. Jesús proclama que el reino está cerca, e invita (kalein) a todos a convertirse (metanoein) para entrar en él. Jesús ilustra la realidad a la vez presente e inminente del reino mediante parábolas (parabolai), y sus acciones extraordinarias (dynameis) en favor de los oprimidos por las fuerzas sobrehumanas del diablo son signos de la presencia del reino (Mt 12,28; cf. Lc 11,20). Por ello el reino es objeto de la buena noticia (euangelion) que Jesús ha venido a proclamar (keryssein).
Resulta sorprendente que Jn parece no saber nada de todo esto. Jesús en este evangelio no anuncia el reino⁶, ni lo proclama como presente, ni lo ilustra mediante parábolas. Los gestos extraordinarios de Jesús no son actos llenos de poder que ilustran la llegada del reino, son signos. Los hombres, por tanto, no son llamados a la conversión, no son invitados a entrar en el reino: simplemente se les exhorta a creer en Jesús.
Por ello resulta tan difícil hacer un estudio comparativo entre Jn y los sinópticos, incluso en aquellos fragmentos que parecen paralelos. Ahora bien, si hasta la forma de hablar de Jesús ha sido transformada o traducida a la forma de hablar del evangelista, es posible que la tradición que dio lugar al evangelio de Juan también haya experimentado el mismo proceso de transformación. Es decir, que la unidad y peculiaridad de estilo no es, en sí, una prueba definitiva de que no haya en Jn fragmentos tradicionales como contrapuestos a un trabajo más bien redaccional. Lo que sí podemos decir es que, si hay fragmentos tradicionales en Jn, habrá que hallarlos a través de un análisis muy detallado del estilo y de la estructura de los fragmentos que componen este evangelio. Es lo que ha intentado hacer la crítica a través de las llamadas características joánicas.
3. Las llamadas características joánicas
A pesar del estilo monolítico, que llevó a D. F. Strauss a calificar el evangelio de Juan como el manto sin costura de que habla el relato de la pasión (Jn 19,23), en el sentido de un todo sin partes ni posibles fisuras, sin embargo, el estudio del estilo y de los giros peculiares de Jn se ha ido imponiendo poco a poco. Se comienza por detectar unas treinta características en 1939⁷. El estudio de E. Ruckstuhl amplía este número a cincuenta⁸. Nicol piensa haber detectado ochenta⁹. El paciente trabajo de M. E. Boismard lo lleva hasta unas cuatrocientas¹⁰.
Algunas de estas características son evidentes y basta leer el evangelio de Juan en comparación con los sinópticos para apreciar que hay expresiones que solo aparecen en Jn: «en verdad, en verdad... os digo, te digo» (amen, amen... lego hymin: 25 veces en Jn, ninguna en sinópticos); «contestó y dijo» (apekrithe kai eipen: 33 en Jn, ninguna en sinópticos). Otras expresiones tienen más importancia teológica: «creer hacia...» (pisteuein eis: Jn 36, sinópticos 8); «dar testimonio sobre» (martyrein peri: Jn 19, sinópticos ninguna); «dar la vida» (tithenai ten psychen: Jn 8, sinópticos ninguna). Hay un uso peculiar del pronombre «aquel» (ekeinos) en singular, con muchos usos cristológicos (11 textos en Jn, de las 44 veces que aparece en este sentido, y 6 en la 1 Jn, todos cristológicos menos uno; en cambio, en todo el resto del NT solo aparece en 19 ocasiones). Finalmente algunos giros gramaticales típicos; por ejemplo, la partícula «pues» (oun), usada como enlace narrativo, perdiendo su fuerza argumentativa (Jn la usa 110 veces en este sentido, el resto del NT solo 4). La expresión «por mi (su) propia cuenta» (aph‘emautou, aph‘eautou) la usa, con fuertes implicaciones teológicas, hasta en 13 ocasiones, mientras que en el resto del NT solo la encontramos en tres ocasiones (pero todas en plural)¹¹.
No vamos a entrar en los muchos detalles implicados en este apartado. Sin embargo, resulta fundamental tener presente que el estilo monolítico no ha sido obstáculo para substanciar una propuesta que se acepta por la mayor parte de los exegetas. Esta hipótesis nos sitúa ante una obra que tiene una historia, es decir, que ha ido gestándose poco a poco. Los detalles de esta propuesta pueden verse más adelante en las «Cuestiones abiertas», pp. 157-162. De momento nos interesa constatar que, en el fondo, se postula para el evangelio de Juan una historia de la composición que resulta bastante paralela a la que se ha esbozado para los sinópticos. Para algunos autores incluso hay contactos en la historia de la progresiva redacción de Jn y la de los sinópticos¹². Sin embargo, para nuestro estudio vamos a prescindir de detalles que resultan muy hipotéticos y que necesitan un afianzamiento que de momento no tienen.
4. Indicios de una historia de la redacción
Lo que hemos dicho parece tener una conclusión: la labor que sobresale en el evangelio de Juan es lo que, en el caso de los sinópticos, hemos llamado la redacción. El estilo peculiar de Jn tiene una fuerza y una personalidad tan grandes, que parecen haber traducido los fragmentos tradicionales de manera que resulta muy difícil detectar qué fragmentos pertenecen a etapas de tradición antigua y qué fragmentos han sido incorporados por el evangelista. Esto es verdad hasta cierto punto. Porque, aparte de los giros característicos¹³, tenemos en Jn una serie de indicios que apuntan a una clara historia de la redacción de este evangelio. En efecto, una lectura reposada y un poco minuciosa de Jn nos hará ver que hay numerosas indicaciones de que se trata de una obra redactada en varias etapas, a partir de un núcleo fundamentalmente narrativo, que se va ampliando en función de una enseñanza que se considera el objetivo fundamental de la obra.
a) Falta de plan definido
En primer lugar, una cierta falta de plan claro o definido. Desde el punto de vista cronológico, después del llamado prólogo (1,1-18), el evangelio de Juan se abre con una secuencia inicial marcada cronológicamente por la expresión «al día siguiente» (1,29.35.43), seguida por la noticia de la boda de Caná que se tiene tres días después (2,1). La mención de una fiesta de Pascua, que se da a continuación (2,13), parece situar al lector ante una obra ordenada cronológicamente. Sin embargo, a partir de este momento, las noticias cronológicas casi desaparecen y la cronología de las fiestas judías que parece enmarcar la actividad de Jesús presenta importantes lagunas: desde 2,13 hasta 5,1 no hay indicación cronológica que ayude a situar las escenas que se van presentando. La fiesta de 5,1 queda indeterminada y, aunque parece ser una fiesta importante (de peregrinación), sin embargo el lector no sabe cuál es. Por otra parte, en 6,4 estamos de nuevo en una fiesta de Pascua, pero Jesús está en Galilea, no en Jerusalén. Casi a continuación (7,2) han pasado muchos meses, porque el texto nos sitúa en la fiesta de los Tabernáculos, es decir, a final de verano. Ahí nos mantendrá en los capítulos 7 y 8 (y lógicamente también en Jn 9). Pero los meses transcurridos entre las fiestas de Tabernáculos y Dedicación (Jn 10,22) tampoco tienen vigencia en la narración. Finalmente, la tercera Pascua (10,55), que sirve de marco para la última parte de Jn, es objeto de una cierta minuciosidad; se anuncia su cercanía (12,1), se habla de su inminencia (13,1), se describe su preparación (19,14.31.42) y se subraya su importancia (19,31). En conjunto, el relato es poco equilibrado y el marco cronológico no acaba de ser una ayuda para el lector.
Es decir, que si bien se nos dan una serie de datos al estilo de una crónica y con detalles relativamente precisos –se recuerdan horas concretas (p. ej. 1,39; 19,14), se describen lugares (como Betania, al otro lado del Jordán [1,28] o Efraím, cerca del desierto [11,54]), se presenta a los protagonistas (como los discípulos de Juan Bautista, Nicodemo)– por otra parte, el texto ofrece altibajos notables en su marco cronológico. De forma que es difícil hallar una secuencia que engarce las escenas y constituya el entramado de un plan claro y preconcebido.
Añadamos a esto que los diálogos y discursos de Jesús, que constituyen una parte importante de la presentación, parecen «oráculos» que llegan a sus interlocutores desde el mundo celestial. Así, Jesús habla a menudo de lo que ha visto y de lo que ha oído junto al Padre, y una aureola de otro mundo envuelve los discursos de Jesús, que resultan bastante enigmáticos. Más aún, algunas veces los discursos parecen incorporados sin más a un texto, sin enlace ni relación posible con el contexto (p. ej. 3,31-36). Esto nos lleva a un segundo capítulo de indicios de trabajo redaccional.
b) Aporías del texto
Hay numerosos textos difíciles de comprender en su situación actual, como si la obra no hubiera sido acabada, como si no se hubiera hecho la corrección final. Uno tiene la impresión de que no se ha llegado a encajar bien en el conjunto todo el material de que se disponía. En este sentido tenemos en Jn una serie de textos poco pulidos, como faltos de una última operación de ensamblaje: hay escenas que no tienen final (3,1-?); fragmentos flotantes que podrían haberse situado en otro lugar (3,31-36; 12,44-50); textos que no enlazan con su contexto y, en cambio, serían comprensibles en otro lugar (3,22-30 parece que interrumpe una secuencia natural entre 3,1-21, por un lado, y 3,31-36, por otro); la noticia de 7,20-24 acerca de la obra realizada por Jesús parece que se refiera a 5,1-18, y, sin embargo, han pasado muchos meses –en medio se ha colocado una fiesta de Pascua, la de los panes– entre una escena y la otra; 10,19-21 parece fuera de lugar; 10,26-29 se refiere a la enseñanza de 10,1-18, pero ambos fragmentos se distancian a través de 10,19-21, por un lado, y 10,22-25, por otro.
En otro sentido, algunos textos enlazarían mejor con otros. Así, 1,6-8.15 forma una primera presentación de 1,19-28 y parece romper el estilo hímnico de 1,1-5.9-11.14.16. En 14,31 se da una noticia que no se cumple hasta 18,1: entre estos dos textos tenemos largos diálogos de Jesús con los discípulos que, en casi todo lo que se afirma, repiten lo que se dijo anteriormente en 13,31–14,31. La narración de la visita a la tumba de Jesús por parte de los discípulos está mal hilvanada con el relato de la aparición de Jesús a María Magdalena (20,1-2.11-18, por una parte, y 20,3-10, por otra).
c) El capítulo 21
En el apartado de textos poco congruentes con lo que antecede sobresale el capítulo 21. El final del evangelio se encuentra en 20,30-31. En este texto se anuncia no solo la finalidad de la obra, sino que se da por concluida. Así parece indicarlo claramente la referencia a «lo que se ha escrito» y a la finalidad de la labor de selección que lo ha caracterizado. Pero es, sobre todo, la palabra «libro» (20,30) la que da a estas afirmaciones la fuerza de obra concluida y acabada. Parece, por tanto, que Jn 21 es un apéndice que se añade cuando la obra ya estaba acabada. De hecho, así se entiende generalmente 21,24, que, a primera vista, parece desvelar la identidad del autor (el discípulo amado), pero que conserva el anonimato al no desvelar quién es el misterioso discípulo amado. Para muchos autores, Jn 21 formaría parte del acervo de la tradición de signos de Jesús y habría sido incluido al final como justificación del estatus de Pedro y del papel del discípulo amado de cara a la comunidad.
d) Paralelos con los sinópticos
Hay un cuarto capítulo que nos o frece indicios de la historia del texto en los relatos tradicionales que tenemos en Jn. Se trata de los paralelos con relatos de los sinópticos. Así, relatos de curaciones (de un hijo de un funcionario real, 4,46-54, con un paralelo en Mt 8,5-13; cf. Lc 7,1-10); curación de un paralítico (5,1-18; cf. Mc 2,1-12 par.); curación de un ciego (9,1-7; cf. Mc 10,46-52 par.); resurrección de un muerto (11,1-44; cf. Lc 7,11-17 y Mc 5,21-43 par.). También hay relatos de hechos extraordinarios: multiplicación de los panes (6,1-15; cf. Mc 6,32-44 par.); Jesús camina sobre las aguas (6,16-21; cf. Mc 6,45-52 y Mt 14,22-23); otras gestas que también narran los sinópticos, como la expulsión de los vendedores del templo (2,13-17; cf. Mc 11,15-19 par.); la entrada de Jesús en Jerusalén (12,12-15; cf. Mc 11,1-10 par.); la unción de Jesús (12,1-8; cf. Mc 14,3-9). Finalmente está el relato de la pasión, que presenta numerosos datos paralelos con los sinópticos.
Este capítulo de indicios resulta interesante en la medida en que parece que estemos ante una labor paralela. Es decir, parece que Jn ha realizado una labor parecida a la de los sinópticos. Ha tenido a su disposición materiales que formaban parte del acervo de tradiciones sobre Jesús y los ha ido utilizando en la redacción de la obra. Esta es la hipótesis que vamos a utilizar en la primera parte de nuestro trabajo. Sin olvidar lo que hemos dicho más arriba sobre las peculiaridades del estilo y la lengua de Jn¹⁴.
En conjunto, por tanto, esta primera presentación global del evangelio de Juan nos deja con una impresión algo paradójica. Por una parte, el lenguaje y el estilo son muy peculiares y unitarios, lo cual parece apuntar a una fuerte personalidad literaria. En cambio, por otra, el lector tiene la sensación de estar ante un escrito poco trabado, con frecuentes incongruencias, con fragmentos inconexos que ofrecen la imagen de una obra en la que el mensaje está por encima del vehículo literario que lo acerca al lector. Como iremos viendo a lo largo de estas páginas, este carácter paradójico del evangelio de Juan es parte de su identidad última.
5. Sugerencias para el trabajo personal
Un primer ejercicio, muy interesante, y que nos pone en contacto con el texto del evangelio de Juan, es hacer una lectura de todo el evangelio, anotando los diversos géneros literarios que vamos encontrando. Y anotando también aquellos fragmentos que se resisten a una clasificación estereotipada. Para ello puede ayudar la clasificación que tenemos en IEB 6, 99-105, teniendo en cuenta las indicaciones que allí se hacen.
Dentro de este mismo trabajo, sería útil tener en cuenta qué ausencias se aprecian respecto a los géneros literarios que tenemos en los sinópticos. Algunas son bastante significativas y ayudan a ir captando el talante del texto. También ayuda a esto calibrar el significado de las formas que aparecen con frecuencia en Jn y que, en cambio, no aparecen en los sinópticos. Finalmente, en lo que hace a aquellas formas literarias comunes a los sinópticos y a Jn, habría que notar qué acentos se perciben en uno y en otros. Todo ello encaminado a familiarizarse con el texto de este evangelio como etapa fundamental para su estudio.
Un segundo ejercicio sumamente instructivo es la lectura de Jn, anotando, incluso con detalle, la topografía que lo recorre. De este modo podríamos valorar la propuesta de muchos autores, para quienes el capítulo 6 debía ir originariamente antes del capítulo 5, tratando de descubrir si tiene algún punto de apoyo en el texto.
Dentro de este ejercicio, como paso ulterior, resulta muy interesante comparar la topografía del evangelio de Juan con la de los sinópticos. La diversidad podría hacernos leer más despacio Jn 4,44 y preguntarnos: ¿cuál es la patria de Jesús según Jn? ¿Es Galilea, como parece deducirse de los sinópticos (cf. Mc 6,4 par.)? Si no está claro que sea Galilea, ¿podría ser Judea? ¿Qué se puede deducir de esta constatación?
6. Bibliografía
Para un análisis más detallado del lenguaje, estilo y peculiaridades literarias del evangelio de Juan, pueden consultarse tanto la introducción de R. Schnackenburg, El Evangelio según san Juan, I, 133-146, como la de É. Cothenet, en A. George y P. Grelot (eds.), Introducción crítica al Nuevo Testamento, II (Barcelona: Herder, 1992), 223-233; cf. también el apartado «Características literarias», en É. Cothenet, Escritos de Juan y Carta a los Hebreos (Madrid: Cristiandad, 1985), 31-37. También ofrece un resumen útil J. Zumstein, El evangelio según Juan, vol. I (Salamanca: Sígueme, 2017), 37-38. Finalmente, el comentario de R. E. Brown tiene un apéndice muy útil sobre el vocabulario joánico: «Apéndice I: Vocabulario joánico», en El Evangelio según Juan, vol. I (Madrid: Cristiandad, 1980), 1599-1634.
Para la historia de la redacción de Jn es útil leer la introducción del mismo autor a La comunidad del discípulo amado (Salamanca: Sígueme, 1983), 13-23.
II. HISTORIA LITERARIA O HISTORIA DEL TEXTO:
LA TRADICIÓN NARRATIVA DE LOS SIGNOS DE JESÚS
Una vez estudiadas las características más sobresalientes del texto de Jn, nos centramos ahora en su historia literaria. Entre los materiales que forman el evangelio de Juan, los pasajes que presentan mayores posibilidades de pertenecer a capas más antiguas son los pasajes narrativos. Comenzaremos, pues, con un análisis de estos pasajes narrativos, donde se nos cuentan los signos de Jesús. En el capítulo siguiente nos acercaremos al estudio de los diálogos y discusiones, como ampliación de la enseñanza de esos pasajes narrativos. Finalmente, dedicaremos también un apartado a la llamada narración de la pasión, para tener una visión de conjunto del texto de Jn y de su historia.
1. Número de «signos»
Sorprende, en primer lugar, constatar que en el cuarto evangelio hay muchos menos «gestos extraordinarios» de Jesús que en los evangelios sinópticos. Jn ha conservado siete hechos prodigiosos de Jesús, mientras que un tercio del evangelio de Marcos se dedica a la narración de «milagros» de Jesús. El conjunto de Jn resulta, pues, mucho menos taumatúrgico.
Hay que señalar, además, que la reducción de Jn es consciente y tiene una finalidad bien definida, tal como se nos indica al final de la obra: «Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro» (20,30). El autor del capítulo 21, consciente también de esta reducción, señala: «Hay además otras muchas cosas que hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran» (21,25).
2. Clases de signos
En cambio, el tipo de relatos de «milagros» del cuarto evangelio coincide fundamentalmente con el de los sinópticos. De hecho, tres de los signos del Jesús joánico los tenemos también en la tradición sinóptica: la curación del hijo del funcionario real (Jn 4,46-54; cf. Lc 7,1-10 y Mt 8,5-13), la multiplicación de los panes (Jn 6,1-15; cf. Mc 6,32-44 par.) y Jesús caminando sobre las aguas (Jn 6,16-21; cf. Mc 6,45-52 y Mt 14,22-23). Si bien no está claro que el primero sea un estricto paralelo, los otros dos sí que se corresponden, porque ya estaban unidos en la tradición pre-marcana y los tenemos también unidos tanto en los sinópticos como en Juan. Hay tres gestos más que son muy semejantes a otros de la tradición sinóptica: la curación de un paralítico (Jn 5,1-18; cf. Mc 2,1-12 par.), la curación de un ciego (Jn 9,1-7; cf. Mc 8,22-26 y Mc 10,46-52 par.) y la resurrección de un muerto (Jn 11,1-46; cf. Lc 7,11-17 y Mc 5,21-43 par.). Queda sin paralelo la conversión del agua en vino del capítulo 2, que, sin embargo, no resulta muy diverso de la multiplicación de los panes y, en cualquier caso, puede ser de clara filiación bíblica (ciclos de Elías y Eliseo).
3. Estructura de los relatos de los milagros
El paralelismo entre los relatos joánicos y los relatos sinópticos nos lleva a analizar algo más su estructura. Dado el paralelismo notado, ¿no será también posible reencontrar en Jn el esquema ordinario de relato de milagro que tenemos en los sinópticos? Porque, además, sabemos que hubo colecciones de relatos de milagros previos a la elaboración de los sinópticos. Tal vez una de estas colecciones puede haber sido la base de la elaboración de Jn.
Recordemos el esquema tradicional de los relatos de milagros:
– presentación de las personas necesitadas y del taumaturgo,
– petición implícita o explícita de curación por parte del enfermo,
– respuesta de Jesús mediante un gesto o una palabra,
– realización-constatación del milagro,
– efectos que produce en los presentes (admiración, alabanza, etc.).
Este esquema se puede detectar en la mayoría de las narraciones sinópticas, aunque no siempre encontremos reproducidos los cinco puntos referidos. El esquema también se puede redescubrir en los signos joánicos, a pesar de que los términos utilizados y los acentos joánicos que el autor ha impuesto a todos los materiales haga bastante más difícil la tarea de identificar todos los puntos.
Veamos un ejemplo importante: la curación del ciego de nacimiento en Jn 9. Comenzamos reproduciendo el esquema de la narración:
1. Presentación del taumaturgo y de las personas necesitadas: «vio (Jesús), al pasar, a un hombre ciego de nacimiento» (9,1).
2. Petición por parte del enfermo: este aspecto no se da aquí, ya que la iniciativa saldrá de Jesús. En lugar de la petición, hay un diálogo entre Jesús y los discípulos que después analizaremos (9,2-5).
3. Gesto o palabra de Jesús: «Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, y untó con el barro los ojos del ciego y le dijo: Vete, lávate en la piscina de Siloé (que quiere decir enviado)» (9,6s).
4. Realización del milagro: «Él fue, se lavó y volvió ya viendo» (9,7b).
5. La gente del vecindario, y los que habían conocido al mendigo, decían: «¿No es este el que se sentaba para mendigar?» (9,8).
Hay que señalar que la reproducción de un esquema no se da porque sí. Se podrían haber introducido multitud de detalles distintos, un orden diverso, una diferente manera de presentación. En vez de todas estas variaciones nos encontramos frente a un relato fundamentalmente coincidente con los que teníamos en los sinópticos. La misma constatación se podría haber hecho con Jn 5,1-9 o con Jn 4,46-54. Nos detendremos brevemente en Jn 9,1-8 para intentar encontrar los elementos propios de la narración joánica y distinguirlos del relato tradicional.
Verso 1: «Vio (Jesús), al pasar, a un hombre ciego de nacimiento». Hay paralelos claros en las tradiciones sinópticas: «al pasar... vio a Simón y Andrés...» (Mc 1,16); «al pasar, vio a Leví...» (Mc 2,14); «al pasar Jesús, le siguieron dos ciegos...» (Mt 9,27). La fórmula no es nueva, más bien puede haber existido en la tradición prejoánica. «Ciego de nacimiento» no aparece más en el NT, donde se emplea con preferencia la fórmula «desde el vientre de la madre» (cf. Hch 3,2; 14,8). Es, con todo, una expresión griega correcta. En cualquier caso, subraya la dificultad para ver, como sucede con los 38 años que el tullido de la piscina de Bethesda lleva enfermo (Jn 5,5). El subrayar la gravedad de la situación está también presente en los relatos sinópticos; recordemos el poseído de Gerasa (Mc 5,1-10), los 12 años de enfermedad de la mujer que tenía hemorragias (Mc 5,25) o los 18 años de la mujer maltrecha (Lc 13,16), etc. No obstante, nunca se subraya la dificultad de una manera tan acusada como en Jn.
Versos 2-3a: En primer lugar, sorprende la presencia de los discípulos, que no aparecían desde el final del capítulo 6. Aparentemente Jesús ha tenido todas las discusiones con los judíos en los capítulos 7 y 8, y nunca se nos ha dicho que los discípulos estuviesen con él. Por otra parte, parece que habla en favor de material tradicional el hecho de que los discípulos intervengan. En los milagros, ordinariamente, los discípulos solo intervienen para poner dificultades (Mt 15,23; Mc 10,13). Aquí, en cambio, proponen un problema teológico. Y sobre este problema (relación pecado-enfermedad) hay una alusión en Jn 5,14, donde se presenta un punto de vista opuesto al que tenemos aquí. Hay, pues, elementos que parecen apuntar a material que el autor ha recogido de la tradición (cf. Mc 2,1-12).
Versos 3b-5: Notemos, primero, que la frase introductoria «para que se manifiesten en él las obras de Dios» es joánica de la cabeza a los pies. La expresión «para que» (all’hina) es típicamente joánica (1,8.31; 3,17; 11,52; 12,9.47; 13,18; 14,31; 15,25...). También el verbo «manifestarse» (phanerothenai) es joánico; en los sinópticos aparece solo una vez, en Mc. Finalmente, la expresión «las obras de Dios» solo la encontramos en Jn. En contraste con lo que hemos dicho de los versículos introductorios, la respuesta de Jesús parece ser joánica. Esto queda aún más claro al analizar los versos 4-5. En efecto, todos los temas de estos dos versículos son joánicos: la contraposición día-noche, no obstante no encontrarse explícitamente en el evangelio, está indicada muchas veces. Por ejemplo en 13,30, donde la salida de Judas cuando «era de noche» tiene innegables implicaciones simbólicas. Hay que recordar también la similitud con el binomio tinieblas-luz: el evangelio habla de caminar en tinieblas (12,35) o de andar de noche (11,9). Igual sucede con el tema de las obras de quien envió a Jesús: «el que me envió» es utilizado 26 veces en el evangelio para indicar al Padre de Jesús, que lo envió al mundo. Por otro lado, la designación de las acciones de Jesús como «obras» es típica de Jn. La referencia a «trabajar» nos recuerda la escena del capítulo 5, cuando Jesús discute con los judíos sobre el «trabajar» de Dios y su propio «trabajar»: «Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo» (5,17). Nos encontramos en el corazón de la teología joánica, cosa que se confirma al leer la última frase: «mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo», sin paralelo posible en las tradiciones sinópticas y, en cambio, con un paralelo exacto en 8,12: «yo soy la luz del mundo» (cf. 12,46). Parece innegable, por tanto, que los versos 3b-5 son joánicos.
Versos 6-7: La introducción «dicho esto» parece una sutura joánica, cf. 7,9; 11,28.43; 13,21; 18,1.38; 20,14.20.22. Sería una forma de enlazar, que se amolda muy bien a los esquemas sinópticos, ya que la saliva es utilizada como medio de curación en Mc 7,33 y 8,23, así como en otros relatos sinópticos, donde se nos indica que Jesús solicita un acto por parte de la persona curada; p. ej., también los leprosos curados por Jesús deben ir a mostrarse a los sacerdotes (Lc 17,11-19). El único dato sorprendente es la interpretación de la palabra Siloé como «enviado». Es evidente que en Jn se refiere a Jesús, que es el enviado y la verdadera fuente de agua viva. El paréntesis es, pues, probable obra de la redacción.
En consecuencia, tenemos aquí una narración tradicional que ha sido incluida en el evangelio, concretamente los versos 1-3a.6-7. Es discutible, y no demasiado importante, que el verso 8 formase parte del relato tradicional. En cualquier caso, parece que este fragmento puede resultar ilustrativo de lo que sucedió en la progresiva formación del cuarto evangelio.
Según lo que hemos podido constatar, hay que contar al menos con dos niveles en la redacción del capítulo 9 del evangelio: un nivel de relato tradicional, que ha sido remodelado por el evangelista e introducido en el evangelio. Esta introducción en el evangelio deja entrever un segundo nivel, en el que se abordan temas de otro tenor, como el tema del pecado del ciego o de sus padres, el tema de realizar las obras, etc. Nos confirma esta apreciación el hecho de que el motivo del sabat tan solo se introduzca en el verso 14. En otros relatos sinópticos este dato es fundamental para valorar la acción de Jesús desde el principio del fragmento.
Notemos, finalmente, que la prolongación de la perícopa tradicional se hace mediante un largo fragmento dialogal, que, de hecho, se constituye en centro de todo el relato. En efecto, cuando se termina la lectura de todo el fragmento (9,1-41), la impresión es claramente que lo más importante, el centro del relato, es la discusión sobre la identidad de Jesús. Esta técnica dialogal ha tomado como punto de partida el «signo» y su enseñanza, y lo ha profundizado a base de elementos que podían haber formado parte del relato tradicional: en primer lugar, que el ciego es una persona conocida (v. 8), que pedía limosna (probablemente a la puerta del templo, cf. 8,59 y Hch 3,2); en segundo lugar, que era un muchacho joven (9,18-21), y finalmente, como ya ha quedado indicado, con el motivo del sabat (9,14). Esto es importante porque la elaboración progresiva del evangelio no quiere decir que se haya colocado una cosa al lado de otra, sino que ha habido un proceso de trabajo y de explicación notable. Y todo ello en función de una pregunta capital: ¿quién es propiamente Jesús?
4. Tradición y redacción en el evangelio
A través del ejemplo presentado, parece claro que en Jn hay un nivel tradicional después ampliado. En principio, por tanto, es posible distinguir entre tradición y redacción, a pesar de que la unidad estilística de la obra haga más difícil que en los sinópticos entrever dónde empieza y dónde acaba la tradición.
Esta constatación que, como hemos dicho antes, se puede realizar con los otros relatos de signos –incluso en el caso de Caná– ha hecho pensar si no existiría una colección previa de relatos de «milagros» que haya sido la base del evangelio actual, colección de milagros que bien podría ser un mini-evangelio, base del que hoy conocemos¹⁵. De hecho, hay un dato especialmente indicativo en este sentido: el hecho de que el evangelio hable del primer «signo» de Caná (2,11) y del segundo (4,54). Es tentador, entonces, intentar reconstruir esta hipotética colección de «signos». Como es tentador, en el caso de Marcos, el intento de rehacer las colecciones de «hechos poderosos» de Jesús que ha utilizado el autor para la redacción de su evangelio (cf. p. ej. Mc 4,35–5,43).
¿Qué decir sobre este punto? Primeramente, confesar que el evangelio no nos ayuda demasiado en la tarea de recuperar este hipotético «mini»-evangelio. No hay más indicaciones que las de Caná. No es fácil, pues, rehacer esta hipotética colección de «signos». Hemos de reducirnos a las características estilísticas de que hemos hablado antes. Ahora bien, esto no quiere decir que neguemos lo que hemos constatado con el análisis de Jn 9,1-8. Es decir, una cosa es confesar que no resulta nada fácil rehacer este documento base y otra negar que en el evangelio de Juan hay relatos tradicionales, que han servido de base para la redacción del mismo evangelio. La hipótesis de un mini-evangelio base –fundamentalmente constituido por narraciones de signos de Jesús–, que se amplía a través de diálogos y controversias, continúa siendo la más probable¹⁶.
Por otra parte, conviene recordar aquí, aunque solo sea de paso, que hay otros pasajes del evangelio que ofrecen vestigios de materiales tradicionales incorporados al evangelio. Concretamente, tanto 1,19-51 como 12,1-50 contienen abundantes datos de la tradición. El primero de estos textos presenta una concentración única de títulos cristológicos tradicionales aplicados a Jesús, como si quisiese dejar en claro que en Jesús se han realizado todas las esperanzas mesiánicas sin excepción. El segundo presenta un número notable de paralelos con los sinópticos, no solamente en cuanto a los materiales narrativos, sino también en cuanto a los logia de Jesús. La labor de desentrañar el trabajo de progresiva elaboración no es sencillo, pero resulta fundamental si queremos alcanzar no solo el sentido del texto sino también cómo el texto ha ido adquiriendo el sentido que percibimos en Jn.
A través del ejemplo y de la legítima ampliación a otros casos, es posible afirmar que Jn se ha elaborado poco a poco, presumiblemente a partir de la ampliación de una tradición narrativa sobre Jesús, paralela a la que tenemos en la base de los evangelios sinópticos. La labor redaccional es la que sobresale y la que parece ser un obstáculo para reconstruir el proceso. Sin embargo, un análisis más cercano y más detallista puede dar con núcleos narrativos más antiguos, que formarían la base de la articulación actual de Jn.
De ahí hemos de sacar una consecuencia importante para nuestra lectura del cuarto evangelio: esta obra no presenta simplemente un conjunto de datos y tradiciones sobre Jesús, sino que hay un ahondamiento en estos datos y en estas tradiciones. Y esta profundización lleva a un enriquecimiento del sentido original de la tradición, en función de las preguntas y de las preocupaciones de la comunidad a la que se dirige este evangelio.
5. Los «signos» del evangelio de Juan
Nos queda aún por ver el sentido de los «signos» joánicos. No es suficiente saber que estos relatos comenzaron como breves narraciones de hechos extraordinarios de Jesús que tenían una «punta» cristológica: «¿Quién es este?» (Mc 4,41; cf. Jn 8,25) que fue madurada y profundizada. Conviene averiguar el sentido concreto que el autor les atribuyó y por qué los llamó precisamente «signos».
El evangelio de Juan no utiliza nunca la palabra dynamis para referirse a los gestos de Jesús. Ni tampoco narra ningún exorcismo de Jesús. En cambio habla de los hechos portentosos de Jesús como signos. Habrá que ver si con la palabra «signo» el cuarto evangelio quiere designar lo que los sinópticos nos presentan cuando hablan de actos poderosos de Jesús. En cualquier caso, lo que pretendemos es encontrar el sentido preciso y específico de los signos joánicos.
a) La ausencia de los «actos poderosos»
Según los sinópticos, los dynameis de Jesús son los actos poderosos que acompañan la presencia activa del reino entre los hombres. Pero, como hemos visto, Jn no habla del reino, ni describe el proceso de implantación del reino entre los hombres mediante la expulsión de los demonios y la curación de los enfermos. Es entonces lógico que Juan no hable de dynameis de Jesús, porque los hechos prodigiosos de Jesús no están esencialmente relacionados con la destrucción del poder del demonio. Esto no quiere decir que no haya en este evangelio una profunda hostilidad entre Jesús y Satanás (cf. 8,44; 12,31; 14,30 y 16,33), ni que la acción salvadora de Jesús no comporte una victoria sobre el demonio. Pero la victoria se dará en otro nivel (cf. 1 Jn 5,4).
b) Los signos en los sinópticos
La palabra semeion (signo) es utilizada por los evangelios sinópticos en tres sentidos diferentes. Primero, en un sentido escatológico, haciendo referencia a los signos de los últimos tiempos y a los que acompañará la parusía (Mt 24,3.24.30). Después, como prueba apologética que legitime las pretensiones de Jesús (Mt 12,38-39; 16,1-4; Lc 23,8). En los sinópticos este sentido es claramente peyorativo: son los fariseos los que piden una prueba. Jesús no se la dará (Mc 8,12). Finalmente, en el libro de los Hechos la palabra semeion se une a la palabra teras con una expresión técnica que designa los «milagros» de Jesús y de los apóstoles: señales y prodigios. Probablemente utilizada por Lucas en dependencia de los LXX.
Ahora bien, no hay una correspondencia clara entre estos tres sentidos y el sentido predominante de la utilización joánica. Si bien es verdad que hay dos textos que hablan de «signo» como prueba apologética que legitime las pretensiones de Jesús (2,18 y 6,30), no podemos decir que este sea el sentido preponderante en Jn. En realidad este sentido es también peyorativo, como el de los sinópticos. En cuanto a las señales de los últimos tiempos, hay que subrayar que Jn ha reinterpretado drásticamente toda apocalíptica y, en consecuencia, los paralelos resultan muy difíciles de trazar.
c) Caracterización de los signos joánicos
Lo más característico del evangelio de Juan es la relación de los signos con la fe. Es suficiente dar una breve ojeada a los lugares principales del evangelio para darse cuenta de que los signos están ligados a la fe:
– 2,11: primer signo de Caná y fe de los discípulos.
– 2,23: en Jerusalén muchos creen en Jesús por los signos que hace.
– 3,2: Nicodemo va donde Jesús, de noche, movido por los signos que hace.
– 4,54: el funcionario real y su familia creen por el signo.
– 7,31: el Mesías, cuando venga, no hará más signos que este.
– 9,16: un hombre pecador no puede hacer estos signos.
– 10,41: Juan Bautista no hizo ningún signo.
– 11,47: este hombre hace muchos signos... todos creerán en él.
– 12,37: a pesar de haber hecho tantos signos... no creyeron en él.
– 20,30: hizo muchos signos... para que creáis.
A primera vista podríamos decir que el signo joánico es aquel gesto hecho por Jesús que, una vez ha sido visto por los hombres, conduce a la fe. Pero esta primera impresión se ha de corregir si queremos dilucidar el sentido más específico de la obra joánica. Debemos subrayar que la terminología del signo no es unívoca. La palabra «signo» tiene diversos sentidos. Ya antes hemos visto que el signo como prueba apologética no es aceptado por Jesús: 2,18 y 6,30. Pero, además, la fe que viene de los signos no es una fe de la que Jesús se fíe: 2,23; 3,2 y 6,26. Y, en realidad, los signos no llevan siempre a la fe: 6,26 y 12,37.
Los signos, pues, son rechazados como prueba apologética. Además, Jesús desconfía de los signos como medio único para creer: «Si no veis señales y prodigios, no creéis» (4,48; cf. 2,23). Por eso, la enseñanza del evangelio es que el signo no es imprescindible para la fe: «dichosos los que no han visto y han creído» (20,29). No es necesario «ver» para creer. Contrariamente, el verdadero creer llevará hacia un ver más hondo: «¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?» (11,40). Por eso, los signos son una manifestación de la gloria para aquellos que están dispuestos a penetrar el misterio de Jesús: «Así en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria y creyeron en él sus discípulos» (2,11). Para ellos los signos son un medio que los lleva a la verdadera fe: contemplar la gloria en Jesús, la gloria del hijo único (1,14; cf. 20,30-31).
Este concepto de gloria ha sido sacado del Antiguo Testamento. Allí se utilizaba esta palabra para presentar