Sembrar y Cosechar
Por Dwight L. Moody
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No podemos alejarnos del principio de que cosecharemos lo que sembramos. Si sembramos buena semilla, anticipamos una gran cosecha. Pero si sembramos cizaña, no cosecharemos nada diferente de lo que sembramos. Lo mismo ocurre en el plano espiritual y en el práctico. Si queremos una recompensa en el cielo, debemos vivir para Cristo. Por otro lado, si mentimos, engañamos, juramos, robamos, nos emborrachamos, consumimos drogas o satisfacemos los deseos de la carne, la realidad es que pagaremos las consecuencias tanto ahora como en la eternidad. Por mucho que la sociedad intente convencernos de lo contrario, esta ley ha demostrado ser cierta sin fallar.
Esta es la brillante verdad que nos presenta este pequeño libro - si sembramos buena semilla, recogeremos una gran cosecha. Aunque la siembra y el cuidado de la semilla sembrada no están exentos de trabajo, la promesa de una gran cosecha es lo que nos hace seguir adelante y lo que da alegría a nuestras labores. Puedes tener la seguridad de que no es en vano dedicar mucho tiempo a podar, limpiar y vigilar cuidadosamente el jardín de tu corazón y el de tus seres queridos.
Dwight L. Moody
Dwight L. Moody (1837-1899) was a highly acclaimed late 19th century evangelist and preacher. Among other schools and institutions, he founded the Moody Bible Institute of Chicago in 1886 and the Bible Institute Colportage Association, now Moody Publishers, in 1894. He is author of several books, including Christ in You and Spiritual Power.
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Sembrar y Cosechar - Dwight L. Moody
Contenidos
Cap. 1: Siembra y cosecha
Cap. 2: No te engañes: Dios no puede ser burlado
Cap. 3: Cuando un hombre siembra, espera segar
Cap. 4: Esperamos segar lo mismo que sembramos
Cap. 5: Se siega más de lo que se siembra
Cap. 6: Desconocer la semilla no hace diferencia
Cap. 7: Perdón y Retribución
Cap. 8: Advertencia
Dwight L. Moody – Una Biografía Breve
Capítulo 1
Siembra y cosecha
No os dejéis engañar, de Dios nadie se burla; pues todo lo que el hombre siembre, eso también segará. Porque el que siembra para su propia carne, de la carne segará corrupción, pero el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna (Gálatas 6: 7-8)
Creo que el pasaje anterior contiene verdades que ningún incrédulo o escéptico se atreverá a negar. Hay algunos pasajes en la Palabra de Dios que no necesitan ninguna otra prueba que la que podemos encontrar fácilmente en nuestra experiencia diaria. Este es uno de ellos. Incluso si la Biblia fuera borrada de la existencia, las palabras de los versículos anteriores serían abundantemente verificadas por lo que está sucediendo constantemente a nuestro alrededor. Basta con mirar las noticias para ver cómo estas se cumplen ante nuestros ojos.
Recuerdo que al leer este texto una vez, un hombre se levantó entre el público y dijo: No me lo creo
.
Le dije: Amigo, eso no cambia el hecho de que la verdad es la verdad, la creas o no, y una mentira es una mentira, la creas o no
.
El hombre no quería creerlo. Cuando la reunión terminó, un oficial estaba en la puerta para arrestarlo. Fue juzgado y enviado a la penitenciaría durante doce meses por robo. Sospecho que cuando entró en su celda, creyó que tenía que segar lo que había sembrado.
Bien podríamos intentar borrar el sol de los cielos, será parecido a querer borrar esta verdad de la Palabra de Dios. Es el decreto eterno del cielo. Esta ley se ha aplicado durante seis mil años. ¿No hizo Dios que Adán segara lo que había sembrado incluso antes de salir del Edén? ¿No segó Caín fuera del Edén? Cada uno debe segar lo que siembra, ya sea un rey en el trono, como David, o un sacerdote detrás del altar, como Elí. Sacerdote y profeta, predicador y oyente — todos deben segar lo que sembraron. Lo creía hace diez años, pero hoy lo creo cien veces más.
Este texto se aplica al individuo, ya sea un santo, un pecador o un hipócrita que se cree santo. Se aplica a la familia, a la sociedad y a las naciones. La ley de que el resultado de las acciones debe ser cosechado es tan cierta para las naciones como para los individuos. De hecho, alguien ha dicho que como las naciones no tienen existencia futura, este mundo es el único lugar para castigarlas como naciones. Vean cómo Dios las ha tratado. Vean si no han segado lo que sembraron. Tomemos el caso de Amalec: Acuérdate de lo que te hizo Amalec en el camino cuando saliste de Egipto, cómo te salió al encuentro en el camino, y atacó entre los tuyos a todos los agotados en tu retaguardia cuando tú estabas fatigado y cansado; y él no temió a Dios (Deuteronomio 25:17-18). ¿Cuál iba a ser el resultado de este ataque? ¿Iba a quedar impune? Dios ordenó que Amalec segara lo que había sembrado, y la nación fue prácticamente borrada de la existencia bajo el rey Saúl.
¿Qué ha sido de las monarquías e imperios del mundo? ¿Qué trajo la ruina a Babilonia? Su rey y su pueblo no quisieron obedecer a Dios, y les sobrevino la ruina. ¿Qué ha sido de Grecia y de todo su poder? Una vez gobernó el mundo. ¿Qué ha sido de Roma y de toda su grandeza? Cuando su copa de iniquidad se llenó, se derrumbó. ¿Qué pasó con los judíos? Rechazaron la salvación, persiguieron a los mensajeros de Dios y crucificaron a su Redentor.
Mira la historia de este país. A pesar de una Biblia abierta, nuestros antepasados permitieron la esclavitud, pero el juicio llegó al final. Y no hubo casi ninguna familia, ni en el norte ni en el sur, que no tuviera que llorar por alguien que les fue arrebatado.
Tomemos el caso de Francia. Se dice que hace un siglo se gastaban millones de dólares cada año en Francia en la publicación y distribución de literatura contraria a los principios bíblicos y al cristianismo. ¿Cuál ha sido la siega? ¿No ha segado Francia? Fíjense en el resultado: la Biblia fue eliminada. Se negó a Dios. El infierno se desató. Más de un millón de personas fueron decapitadas, fusiladas, ahogadas o ejecutadas de alguna otra manera entre septiembre de 1792 y diciembre de 1795. Desde entonces, Francia ha tenido trece revoluciones en ochenta años, y ha habido un cambio de gobierno cada nueve meses en promedio. Un tercio de los nacimientos en París son ilegítimos. Se han hallado diez mil recién nacidos a la salida de las alcantarillas de la ciudad en un solo año. La población nativa de Francia está disminuyendo. El porcentaje de suicidios es mayor en París que en cualquier otra ciudad de occidente. Desde la Revolución Francesa, ha habido suficientes hombres y mujeres franceses masacrados en las calles de París en las diversas insurrecciones con un promedio de más de doscientos cada año.
El principio no era nuevo en las Escrituras ni en la historia cuando Pablo lo expresó en su carta a los Gálatas. Pablo lo vistió con un lenguaje común y sencillo, pero para vestirlo podríamos decir que la ley de la siembra y la siega es la ley de la causa y el efecto, la ley de la retribución o represalia, y la ley de la compensación. No es mi propósito entrar ahora en una discusión filosófica de la ley tal como aparece bajo cualquiera de estos nombres. Vemos que existe. Está más allá de toda discusión razonable. Independientemente de lo que los escépticos puedan encontrar y criticar en la Biblia, deben reconocer esta verdad. No depende de la revelación para su apoyo. Los filósofos están de acuerdo con ella tanto como lo están con cualquier cosa.
La supremacía de la ley
Sin embargo se podría objetar que, si bien esta ley de la siembra y la siega puede aplicarse al mundo físico, no es tan cierta en el ámbito espiritual. Es precisamente aquí donde interviene la investigación moderna. Las leyes del mundo espiritual han sido ampliamente identificadas como las mismas leyes que existen en el mundo natural. De hecho, se afirma que lo espiritual existió primero, que lo natural vino después, y que cuando Dios procedió a enmarcar el universo, siguió el patrón que ya había establecido.
Básicamente, Dios envió las leyes superiores hacia abajo para que el mundo natural se convirtiera en una encarnación, una representación visible, un modelo de trabajo de lo sobrenatural. En el mundo espiritual funcionan los mismos engranajes — sin el hierro.
Toda nuestra vida está, pues, ligada y regida por leyes ordenadas y establecidas por Dios, y que una persona siegue lo que siembra es una ley fácilmente observable y verificable, tanto si se trata de sembrar en la carne como de sembrar en el Espíritu. La mala cosecha del pecado y la buena cosecha de la justicia por cierto han de seguir a la siembra, como sucede con la siega del trigo y la cebada.
La vida no es casual, sino causal
Al continuar, veremos que esta ley estaba en vigor en los primeros períodos de la historia bíblica. Los tres amigos de Job razonaban que éste debía ser un