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Sopa de ciruela
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Libro electrónico467 páginas5 horas

Sopa de ciruela

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Gracias a las recientes investigaciones literarias, hoy tenemos acceso a los textos originales de Mansfield y podemos asegurar que no escribía diarios como nos hizo creer su marido, sino cuadernos en los que aparecen fragmentos de cuentos, borradores de cartas, recetas, listas de gastos, poemas, entradas de diario. La mayoría de estos textos inéditos en castellano aparecen por primera vez en Sopa de ciruela, traducidos directamente de las transcripciones de los más de cincuenta cuadernos que Mansfield dejó tras su muerte, a los que se suman una selección de cartas, textos encontrados en papeles sueltos, cuentos publicados en diversas revistas, apuntes de un viaje por el interior de Nueva Zelanda y algunas recetas de cocina.

Sopa de ciruela se inspira en la comida como refugio, en la escritura como alimento vital; y la cuidada selección de estos textos nos permite conocer una faceta oculta e impostergable de la obra de Katherine Mansfield.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 jun 2022
ISBN9789877122732
Sopa de ciruela
Autor

Katherine Mansfield

Kathleen Mansfield Beauchamp was born in New Zealand in 1888. Her father sent her and her sisters to school in London, where she was editor of the school newspaper. Back in New Zealand, she started to write short stories but she grew tired of her life there. She returned to Europe in 1908 and went on to live in France, Italy, Germany and Switzerland. A restless soul who had many love affairs, her modernist writing was admired by her peers such as Leonard and Virginia Woolf, who published her story ‘Prelude’ on their Hogarth Press. In 1917 she was diagnosed with tuberculosis and she died in France aged only thirty-four.

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    Sopa de ciruela - Katherine Mansfield

    Cubiertasello

    SOPA DE CIRUELA

    KATHERINE MANSFIELD

    Después de otra inmersión en el bolso, la mujer sacó una barra de chocolate. ¡Chocolate! Hasta ese momento, nunca me había dado cuenta de que el chocolate se ofrece en tono juguetón. No es una comida solemne. Al parecer, se lo toma por algo disparatado. Pero ¿quién sabe?

    Se suele recordar a Katherine Mansfield, autora consagrada del modernismo literario inglés, por su estrecho vínculo con la enfermedad, por su trágica y temprana muerte, por pasajes de sus diarios que en realidad no son tales, sino que fueron producto de la selección y edición que hizo su marido y albacea, John Middleton Murry.

    Gracias a las recientes investigaciones literarias, hoy tenemos acceso a los textos originales de Mansfield y podemos asegurar que no escribía diarios como nos hizo creer su marido, sino cuadernos en los que aparecen fragmentos de cuentos, borradores de cartas, recetas, listas de gastos, poemas, entradas de diario. La mayoría de estos textos inéditos en castellano aparecen por primera vez en Sopa de ciruela, traducidos directamente de las transcripciones de los más de cincuenta cuadernos que Mansfield dejó tras su muerte, a los que se suman una selección de cartas, textos encontrados en papeles sueltos, cuentos publicados en diversas revistas, apuntes de un viaje por el interior de Nueva Zelanda y algunas recetas de cocina.

    Sopa de ciruela se inspira en la comida como refugio, en la escritura como alimento vital; y la cuidada selección de estos textos nos permite conocer una faceta oculta e impostergable de la obra de Katherine Mansfield.

    receta

    Sopa de ciruela

    KATHERINE MANSFIELD

    Traducción, prólogo, selección y notas de Eleonora González Capria

    Ilustraciones de Josefina Schargorodsky

    Eterna Cadencia Editora

    Índice

    Cubierta

    Sobre este libro

    Portada

    Prólogo

    Bibliografía

    Agradecimientos

    El hambre

    El buen beber

    En un café

    La escasez

    Recetas & retazos

    En viaje

    Entre jardines

    Fuentes

    Sobre la autora

    Página de legales

    Créditos

    PRÓLOGO

    a Katherine Mansfield

    Una introducción cualquiera a cualquier obra de Katherine Mansfield (1888-1923), autora consagrada del modernismo literario en lengua inglesa y figura canónica en su país de nacimiento, Nueva Zelanda, habría de comenzar por una justificación: por qué retraducir un clásico.

    Pero, aunque este libro está hecho de textos de Mansfield, esa pregunta no necesita ni responderse, ni siquiera formularse, porque en realidad la gran mayoría de los materiales aquí compilados jamás fueron traducidos al castellano y muchos de los que sí se tradujeron y aún circulan se ofrecen en versiones censuradas, expurgadas, por razones que resultan cuando menos incomprensibles y cuestionables. Incluso la bibliografía que rodea a Mansfield es contradictoria por momentos, opaca, los prólogos escasean y los que están desprovistos de errores todavía más, mientras que las fuentes ofrecidas como respaldo son, en muchos casos, obsoletas.

    Tratar de descifrar quién es Katherine Mansfield es una tarea ardua, por momentos imposible, siempre equívoca, aunque en este libro la busqué para que apareciera más íntegramente, para que se mostrara quizás más parecida a quien sea que fue.

    SOPA DE CIRUELA

    En 1911, vio la luz el primer libro de Katherine Mansfield. Se llamó En una pensión alemana y consiguió críticas favorables y varias reimpresiones antes de que su editor Charles Granville, alias Stephen Swift, se declarara en quiebra. Mansfield tenía entonces 23 años, ya había abandonado su Nueva Zelanda natal para instalarse en Inglaterra y llevaba tiempo publicando en revistas. De hecho, había publicado su cuento Enna Blake a los 9 años en la revista de su escuela y el propio En una pensión alemana había aparecido casi íntegramente en New Age a lo largo de los dos años precedentes.

    Allá por 1911, el escritor W. L. George organizó una cena en su casa para celebrar la publicación. Entre los invitados, estaba John Middleton Murry (1889-1957). Mansfield y Murry aún no se conocían en persona, pero ella acababa de enviarle el relato The Woman at the Store y él se convertiría en su compañero, marido, interlocutor y editor de sus obras póstumas.

    Entre las cuatro o cinco cartas que se conservan de 1911, Mansfield no hace referencia al evento, sino que es Murry quien, en su autobiografía (1936) y en la biografía de la autora que coescribió con Ruth Mantz (1933), evoca los sucesos de aquella velada: Mansfield llegó en taxi, con demora, vestida de gris, y en el menú se incluyó un plato típicamente alemán a modo de homenaje al libro. El plato en cuestión era sopa de ciruela.

    No fueron muchos los libros que Mansfield vio materializados en vida, a decir verdad. Aunque contribuyó regularmente a The Native Companion, New Age, Rhythm, Signature, Athenaeum, Dial, London Mercury con viñetas, relatos, poemas, textos críticos y paródicos bajo el nombre de Katherine Mansfield y una miríada más de seudónimos, pasaron años hasta la aparición de las narraciones Preludio (1918) y Je ne parlais pas français (1919-1920), ambas delgadas plaquetas impresas y encuadernadas a mano por Hogarth Press y Heron Press respectivamente. Después vinieron los libros Felicidad y otros cuentos (1920) y Fiesta en el jardín y otros cuentos (1922).

    Cuando se encontró con la muerte el 9 de enero de 1923, en el Instituto Gurdjieff para el Desarrollo Armónico del Hombre con sede en Fontainebleau, Francia, Mansfield tenía 34 años y había dejado atrás un total de cinco volúmenes.

    SOPA DE PAN

    Una recorrida veloz por la ficción de Mansfield llena los ojos de banquetes. Todo comienza con otra sopa, más precisamente, una sopa de pan, que se sirve en la primera línea del primer relato de aquel primer libro. De los huéspedes que en Alemanes a la mesa conversan sobre té, jamón, sardinas y vino, se puede viajar por la harina y el cacao hasta Vida de Ma Parker, por los helados y la limonada hasta Día festivo, por la fruta y la crema hasta Un pepinillo al eneldo. Pero la obra de Mansfield lleva la comida más allá del tema evidente, del escenario para la acción, incluso del carácter simbólico y a la vez revelador que pueden adoptar una pera o un peral en un cuento como Felicidad.

    Basta, para eso, explorar otra zona de su escritura, bastante desatendida por cierto: la crítica. Entre abril de 1919 y diciembre de 1920, Mansfield escribió más de ciento veinte reseñas para Athenaeum y sopesó la obra de autoras y autores que trascendieron su época en mayor o menor medida, como H. G. Wells, Edith Wharton, D. H. Lawrence y Virginia Woolf. Allí es donde la comida empieza a desplegar nuevos matices, menos evidentes en la ficción.

    En una reseña a La flecha de oro de Joseph Conrad (A Backward Glance, del 8 de agosto de 1919), por ejemplo, Mansfield divide a los novelistas entre quienes producen obras nuevas que son realmente nuevas y quienes nunca muestran signos de cambio sino que prefieren llevar a sus lectores de excursión, por así decirlo, pero para hospedarlos siempre en el mismo hotel, donde conocen la cara de todos los meseros y cómo llegar hasta el baño y la forma de las tostadas que van a acompañar el queso. De pronto, la escritura y la lectura adquieren la forma de una experiencia culinaria que alimenta la mente y los sentidos, o no.

    SOPA DE HUESOS

    Cuando Mansfield murió de tuberculosis en 1923, dejó su legado en manos de su marido, John Middleton Murry. Se habían casado en 1918, después de un largo tiempo compartido sin papeles hasta que el primer esposo de Mansfield, George Bowden, concretó el divorcio. Durante los años juntos, atravesaron las múltiples distancias requeridas por los cuidados de salud de Mansfield, que la llevaron a Francia, a Suiza o a otros rincones de Inglaterra, y las exigencias laborales de Murry, que por momentos lo anclaron en Londres. Podría decirse que formaron un sólido matrimonio de palabras, hecho ante todo de infinidad de cartas, intercambios literarios y lecturas mutuas, y que así seguiría incluso tras la muerte.

    Gracias a la Ley de Propiedad Intelectual, Murry retuvo el control de toda la obra publicada de Mansfield por un período de cincuenta años, pero dispuso de su obra inédita a perpetuidad. En febrero de 1923, pocas semanas después del funeral de Mansfield, le escribió una carta a su agente literario J. B. Pinker con una propuesta de negocios. Decidí publicar –decía Murry– un volumen que contenga todos los relatos y fragmentos de relatos escritos por mi esposa desde la publicación de ‘Fiesta en el jardín’. Será un volumen delgado y se venderá, según calculo, a £5/-. Se debe publicar lo antes posible, mientras su nombre y su fama aún estén frescos en la mente del público.

    Ya lo había hablado con el editor de Constable, y juntos habían diseñado un plan ambicioso. En 1923, comenzó la publicación póstuma en esa editorial: ese mismo año vieron la luz primero los poemas mayormente inéditos de Poems y luego los relatos El nido de la paloma y otros cuentos, a los cuales les siguió otro libro llamado Algo infantil y otros cuentos en 1924. Murry pronto volvió a editar En una pensión alemana en 1926, reedición a la que Mansfield se había negado en 1920, y en 1930 en Novelists and Novels recogió la producción crítica. Mientras tanto, vendió algunos cuadernos siguiendo necesidades financieras, que fueron adquiridos por los intermediarios Hamill & Barker y luego llegaron a manos de Mrs. Edison Dick de Chicago.

    Murry también hizo arreglos para publicar un volumen titulado provisionalmente Journal & Sketches. Aunque estaba programado para 1924, no pudo cumplir con los plazos. Aparecieron extractos de los materiales en dos números de la Yale Review (1923) y en The Adelphi, pero la primera edición del Diario de Katherine Mansfield se realizó recién en 1927. Impreso en tapa dura, de color gris azulado con líneas violetas, enseguida se convirtió en un éxito. Entonces, Murry se embarcó en la publicación de casi todo lo que había dejado Mansfield: dos tomos de cartas The Letters of Katherine Mansfield (1928) y Katherine Mansfield’s Letters to John Middleton Murry (1951), además del Scrapbook of Katherine Mansfield (1937) y la edición definitiva del Journal of Katherine Mansfield (1954). El anteúltimo presentaba anotaciones, relatos y borradores, mientras que el último consistía en una edición revisada del diario de 1927 con, según afirmaba su editor, algunos pasajes ya incluidos en el Scrapbook y más textos inéditos.

    Los contemporáneos que habían conocido a Mansfield vislumbraron, con palabras más o menos virulentas, lo que décadas después la académica Gerri Kimber daría en llamar el mito de Mansfield: la Mansfield retratada en los diarios y la correspondencia no se parecía en nada a la persona real, porque la persona real no era tan dulce ni tan angelical como aquellos papeles la hacían ver. Otras críticas apuntaron a la explotación que Murry estaba haciendo del legado de su esposa, alegando que sus intereses eran meramente financieros. Así, la figura de Murry, que antes fuera un prominente crítico y escritor, fue menguando hasta quedar desacreditada, al menos en Inglaterra. En otros países, como Francia, e incluso podríamos agregar en el ámbito hispanoparlante si consideramos las ediciones que circulan, este descrédito no tocó a Murry ni a Mansfield.

    Pero el debate múltiple que se suscitó en la primera mitad del siglo XX fue, ante todo, ético y dirigido al acto de hacer públicos supuestos diarios privados. Es cierto, constatable en la correspondencia, lo que afirma Murry en el prólogo a los diarios de 1927: que Mansfield sí tuvo intenciones de publicar parte de sus cuadernos. También es cierto que, en el testamento del 14 de agosto de 1922, la autora no prohibía la publicación parcial de los materiales y daba pautas muy amplias para su uso: deseo que se publique tan poco como sea posible y que se destruya y queme tanto como sea posible.

    Pero la publicación de los papeles privados sacudió al mundo literario inglés y apresuró a muchos a echar al fuego todo cuanto conservaban de Mansfield. Fue la autora Sylvia Lynd quien dio la sentencia final: Murry estaba hirviendo los huesos de Katherine para hacer sopa.¹

    LA MOSCA EN LA SOPA

    En 1957, Murry falleció, no sin antes dejar instrucciones sobre cómo proceder con el legado de Mansfield: se debía ofrecer la correspondencia al Museo Británico primero y luego a la Biblioteca Alexander Turnbull de Nueva Zelanda por un monto de £1000, y poner en subasta los cuadernos. La Biblioteca Alexander Turnbull, gracias a la amable declinación de los británicos, pudo adquirir las cartas y luego, con ayuda del gobierno y donaciones, también se hizo de los demás materiales, aunque algunos lotes terminaron en la Biblioteca Newberry de Chicago, Estados Unidos. Por fin, podían estudiarse aquellos materiales velados que solo Murry había tenido la oportunidad de manipular, en los sentidos más y menos literales de la palabra.

    Poco después, en 1959, Ian Gordon de la Universidad Victoria de Wellington realizó un estudio de la colección. Se asombró al descubrir que las ediciones de Murry procedían todas de la misma fuente manuscrita: una pila de papeles sueltos, cuadernos y diarios sin terminar. En 1989, concluiría que hasta el diario definitivo de 1954 era un trabajo mal hecho y no más definitivo que un texto apócrifo, y afirmaría que podía ponerse en cuestión que Mansfield fuera la única autora de ese volumen. En 1974, por su parte, Philip Waldron observó las divergencias entre los libros póstumos publicados por Murry y los materiales efectivamente disponibles, sus omisiones y redistribuciones: la distorsión del texto editado por Murry ha distorsionado, en consecuencia, la personalidad de la propia escritora tal como la conocemos, y es incluso en parte responsable del mito que aún vive en Francia y la presenta como un personaje etéreo. Los lectores y las lectoras, señala atinadamente Waldron, quizás ni siquiera sospecharan de lo que está mal en los diarios, considerando que se los llevó a creer que disponían de un texto definitivo.

    Mansfield escribió muchas veces sobre moscas que caen en la leche o la tinta, pero nunca en la sopa. Sin embargo, sobre la controversia ética de la primera mitad del siglo XX, recayó una nueva en la segunda mitad: sobre el hecho consumado, no se trataba ya del acto de publicación de los materiales, sino de cómo fueron publicados. Es cierto que Murry no se propuso hacer una transcripción diplomática y que, tal vez, algunas de sus intervenciones hayan sido propias de las expectativas de edición y de lectura de la época, a las que quizás hubieran estado sujetos los textos de no haber quedado en la etapa de manuscrito. Pero las operaciones editoriales de Murry en los diarios de 1927 y 1954 cruzan esos límites y así incluyen el ocultamiento deliberado de la naturaleza de los materiales en su poder; la glosa de las entradas, como una presencia tutelar constante que interviene en el cuerpo del texto para aclarar tal o cual pasaje; la transformación del género en que debían inscribirse esas textualidades y algo aún más grave: la omisión no declarada de secciones en la correspondencia y en los diarios, es decir, la expurgación o la censura. Aquí está la auténtica mosca, ahí se la ve chapoteando en la sopa.

    NO TODO ESTÁ BIEN

    En 1977, C. K. Stead produjo otra selección de los materiales de Mansfield, Letters and Journals, aunque se basó en los diarios de 1954 y solo confrontó la correspondencia con los manuscritos. Su edición procede a partir del recorte extremo de los originales y en ocasiones se leen apenas párrafos tomados de esta o de aquella carta.

    No fue hasta que la bibliotecaria Margaret Scott se abocó a las colecciones de Mansfield que se alcanzó una auténtica edición sin expurgaciones, y así llegaron también revelaciones varias. Entre 1970 y 1979, transcribió secciones de un diario que vieron la luz en The Turnbull Library Record. Después, a partir de 1984, publicó los cinco volúmenes de The Collected Letters of Katherine Mansfield, en colaboración con Vincent O’Sullivan, un aporte monumental y necesario. Finalmente, publicó una transcripción íntegra de los materiales existentes. Ese volumen gigantesco de 1997 se llamó The Katherine Mansfield Notebooks: Complete Edition. Sí, cuadernos y no diarios es la palabra clave. Y, a la luz de las nuevas ediciones, resultó posible volver sobre las ediciones de Murry. Conviene empezar por la totalidad.

    Es famosa la entrada final de los diarios de 1927 y sus últimas frases, fechadas en octubre de 1922: "Me siento feliz, en el fondo. Todo está bien. Una extensa nota editorial de Murry la clausura: Con estas palabras el diario de Katherine Mansfield llega a un final acertado. Es así como jamás abandonó la convicción de que ‘Todo estaba bien’ […]". Pero ¿a quién se debe atribuir la autoría de ese final? Sin duda, pertenece a Murry y no a Mansfield, quien siguió escribiendo a continuación entradas que su esposo tenía bien a la mano. En la narratividad que desarrollan la cronología y la fragmentariedad a lo largo de las páginas, esta decisión trastoca el sentido global de los diarios: no constituye sino la invención de un final feliz, que sabe ofrecer consuelo a los ojos de quien lee testimonios de una vida truncada por la enfermedad.

    En los diarios de 1927, la cuestión no atañe solo a reordenamientos, incluido el fechado de numerosas entradas que no poseen datos en los manuscritos. Hay escisiones, sean recortes o amputaciones, que no son declaradas ni siquiera mediante la convención editorial bien conocida. La mayoría de las intervenciones de estas características, sea en la correspondencia como en las ediciones de los diarios, censuran aspectos mundanos o controversiales de Mansfield, o elementos que su esposo decidió preservar por razones personales: lo escatológico, amoroso y sexual, las referencias a algún amante, ciertas frases que podrían entenderse como críticas o tendrían el potencial de causar un escándalo, las alusiones al suicidio, aunque este catálogo no es total. En 1954, si bien se amplía el alcance de la selección, algunas de las censuras persisten. A veces, las omisiones son solo recortes que abarcan frases, oraciones o párrafos. Otras veces, como en el caso de 1915, hay amputaciones, donde días enteros se suprimen sin marca alguna. Un solo ejemplo de la edición de 1927 en comparación con la aquí presentada de algunos pasajes puede exponer mejor la dimensión de estas operaciones:

    1915, EN LA EDICIÓN DE MURRY DE 1927:

    23 de enero. Volvió el viejo pica piedras. Una niebla densa y blanca llega al borde del campo.

    1915, EN LA EDICIÓN DE SCOTT DE 1997:

    23 SÁBADO. UNA CARTA. Sin cartas. Volvió el viejo pica piedras. Una niebla densa y blanca llega al borde del campo. Pasé horas esperando la correspondencia. Jack fue a Chesham. Yo no hice nada. Después del té, Rose salió & volvió con una carta y una fotografía. Subí & sentí que todo mi cuerpo iba en su búsqueda como si el sol hubiera llenado repentinamente el dormitorio de calidez y belleza. Me llamó ma petite cherie: mi queridita. Dios mío, sálvame de esta guerra y deja que nos veamos pronto. Hablé con Jack, mientras jugaba con los flecos de su lámpara. Pero se negó a tomárselo seriamente. Cenamos bien, el fuego ardió. Dejó de llover. Después me senté en un rinconcito junto al fuego sobre un almohadón negro y tuve un sueño. Puse su fotografía en la esquina del paisaje, apoyado contra una acacia, con las manos en los bolsillos.

    Por último, un interrogante esencial surgió ante la diversidad de los materiales relevados por Scott: ¿acaso Mansfield había escrito un diario?

    Anna Jackson (2001) se lo preguntó y dio con una respuesta ambivalente, aunque sin dejar de observar que Murry recorrió los materiales y eligió los textos más reconocibles como entradas de diario y no fragmentos de relatos o listas de libros.

    Valérie Baisnée (2011) se lo planteó y afirmó, tras relevar el conocimiento que Mansfield tenía del género y su lectura del famoso diario de Marie Bashkirtseff, una artista rusa que murió de tuberculosis en 1844, que ya quedó asentado que los diarios (sus comillas) de Mansfield editados por Murry son ficciones biográficas, artefactos ensamblados: "El Diario no existe. Más bien, su práctica está diseminada en 46 cuadernos".

    Los cuadernos de Mansfield son exactamente eso, cuadernos y papeles, anotadores, en los que a veces se encuentra un intento fallido de llevar un diario, pero que en su mayoría están llenos de apuntes de toda clase, que van de recetas a cuentas, de relatos a citas, y a los que se suman impresiones, poemas, cartas sin mandar, borradores, dibujos. No hay allí una voluntad sostenida de documentar lo cotidiano en los términos que impone el género diario.

    Quizás lo más absurdo de todo, por momentos irreconciliable, si nos guiamos por los sucesos que siguieron a la muerte de Mansfield, es que Murry sin duda quiso mantener viva la obra de su esposa y hasta su muerte se preguntó si había logrado hacerle honor. Mansfield continuó impregnando su cotidianeidad, afectó sus sucesivos matrimonios, y la tarea que se había propuesto lo llevó a relegar su propia carrera literaria.² Hay un hecho objetivo e ineludible al menos, que hasta la propia Margaret Scott destaca: Murry transcribió los incontables manuscritos, a veces ilegibles, que Mansfield había dejado, y a eso dedicó el resto de su vida.

    AL PIE DE LA LETRA

    Tal como señala Scott, las ediciones póstumas producidas por Murry dieron la impresión al público de que Mansfield había llevado un diario y un álbum de misceláneas, a partir de los cuales se habrían originado las dos versiones de los diarios y el Scrapbook. Sin embargo, los cuadernos que Mansfield dejó, sin contar los que destruyó en vida, vienen en todas las formas y colores, al igual que los papeles sueltos.

    Son 46 los pertenecientes a la Biblioteca Alexander Turnbull. A ese número se suman los 7 de la Biblioteca de Newberry, cientos de papeles y otros materiales que ahora están en el Harry Ransom Center de la Universidad de Texas.

    El Cuaderno #23, por ejemplo, mide 20 centímetros, tiene una cubierta de papel gris y lleva impresa una frase en la tapa: The Monster Exercise Book. También se detalla en letras de molde la cantidad de páginas, 80 a saber, y se ofrece espacio para completar cierta información. Allí, aparece registrado el día de inicio del cuaderno: 6 de marzo de 1914. No obstante, solo se completan unas pocas páginas en recto y luego lo único que persiste a continuación es una enorme mancha de tinta negra que aparece y reaparece en las hojas hasta difuminarse.

    El Cuaderno #39 también mide 20 centímetros de alto, pero está encuadernado con piel negra, posee guardas ilustradas con hojas y flores, y consta de 74 folios. Los iniciales, escritos primero solo en recto y no en verso, en letra pequeña y prolija, registran citas diversas. Después, la escritura se transforma. Hacia el final la letra ondulante, casi ilegible, que vuelca el relato Pearl Button cubre todas las páginas, entre manchones negros y tachaduras. En la última página, que registra gastos en tinta azul, se vuelve al orden y la pequeñez.

    Un cuaderno de poesía sin numerar de la colección de Texas tiene tapas de papel impresas. Allí, se lee: The Giant Exercise Book. Además, se especifican las 72 páginas que lo integran y se acompaña de líneas para que la dueña escriba su nombre. En sus páginas rayadas, hay poemas escritos a dos columnas a veces, luego a una sola, una entrada que reza 21 de agosto, un dibujo pequeño con un cartel que dice: ¡Desesperación! ¡Desesperación! y zonas en las cuales la letra es tan grande e informe que no alcanza a descifrarse y otras en las que la letra es tan diminuta que caben dos líneas ínfimas en el espacio que hay entre un renglón y otro.

    El uso que Mansfield les dio a estos soportes es igual de dispar. Solía volver sobre cuadernos ya empezados para agregar anotaciones en diferentes momentos de su vida. En algunos, como el Cuaderno de Urewera, hay secciones en lápiz, aunque en la mayoría de sus registros prevalece la tinta azul o negra. Los contenidos oscilan sin previsión y las dataciones no son muy frecuentes, aunque a veces supo usar diarios o agendas que venían con fechas preestablecidas. En otros casos, la posesión del propio cuaderno fue objeto de disputa: así, los Cuadernos #13 y #17 pertenecían originalmente a Murry, pero fueron usurpados o compartidos.

    En el Cuaderno #1, Mansfield registra una frase aislada: Jamás seré capaz de cambiar mi letra. Si bien tenía plena consciencia de los problemas de su caligrafía, quizás no haya anticipado las complejidades que le traería a la posteridad.

    UN NOMBRE EN EL MUNDO

    Si imprime más de una de las ‘Viñetas’ en el número de noviembre, le ruego que no use el nombre K. M. Beauchamp. Es mi deseo que me lean solo como K. Mansfield o K. M., le escribió a Edwin James Brady, editor de la publicación australiana The Native Companion, en la carta del 11 de octubre de 1907.

    Lo cierto es que, al nacer el domingo 14 de octubre de 1888 a las 8 de la mañana, quien hoy conocemos como Katherine Mansfield fue bautizada Kathleen Mansfield Beauchamp. Sin embargo, el juego constante de los nombres y los espejos aparece pronto en su vida privada y pública. Comienza en la infancia: así su hermana Charlotte Mary se convierte en Chaddie, pero también es Marie; su hermano Leslie Heron es Chummy, pero también Bogey, un apodo que después designará además a Murry. Kathleen Mansfield Beauchamp, hasta 1907, firma su correspondencia como Kass, Kassius, Kathleen y K. M. B., antes de transformarse en Katherine Mansfield. Aunque una cosa no quita la otra y sigue ensayando en los cuadernos nombres y más nombres que luego habrá de usar a lo largo de su vida.

    En al menos una de sus publicaciones emplea las siguientes firmas: Lili Heron, The Tiger, Karl Mansfield, Julian Mark, Elizabeth Stanley, Boris Petrovsky, K. M., Kathleen Beauchamp, Kathleen M. Beauchamp, Katherine Mansfield, Matilda Berry, K. Mansfield, K. M. Beauchamp, Katherina Mansfield e incluso Mouche y Virginia, aunque la atribución de estas dos últimas producciones está sujeta a debate.

    La proliferación casi abrumadora de sobrenombres en la correspondencia y los papeles privados es idéntica. Claro que son dos las personas que, por cercanía, por cotidianeidad, se ganan más apodos: Ida Constance Baker y John Middleton Murry.

    El caso de Ida Baker (1888-1978), su amiga íntima y cuidadora constante, es, por lo menos, descorazonador. Mansfield y Baker se conocieron en 1903, en el Queen’s College de Londres, donde fueron pupilas. Fue Mansfield quien, pocos meses después del primer encuentro, le preguntó a Baker si quería ser su amiga. Ahora bien, cuando Baker estudiaba violín decidió empezar a usar el nombre de su madre, Katherine Moore, que había muerto ese mismo año. Pero, como Mansfield anhelaba el mismo seudónimo, le impuso una variación del nombre de su propio hermano Leslie Heron. Así fue como Ida Baker se convirtió en Lesley Moore o L. M. e incluso L. También recibió otros motes de preferencia. Fue Jones, the FO (the Faithful One, la Fiel), the Rhodesian Mountain (la Montaña de Rodesia, a veces, la Montaña a secas), Aida y también the Albatross (el Albatros), en una tensión entre el amor y el rechazo que solo puede comprenderse al reflexionar sobre una enfermedad que transforma el carácter y corroe los vínculos.

    Murry, por su parte, fue el segundo Bogey y, ante todo, Jack, Jaggle, J. y M. Otra refracción se produce cuando la pareja adopta el seudónimo literario The Two Tigers, los Dos Tigres. A partir de derivaciones y juegos sonoros, aquella firma crea dos alias que serán fundamentales en los intercambios epistolares entre Mansfield y Murry: Tig y Wig, seudónimos que usarán indistintamente.

    Pero no se trata solo de personas. Una revista puede cobrar vida cuando da nombre a un animal. Así Athenaeum, tan importante para Murry y Mansfield, se transforma en un gato muy amado. Un pulmón enfermo también recibe su propio mote: wing o water wing (digamos, ala o aleta) y curiosamente otro gato adorado, Wingley, recibe un nombre muy similar. Un sombrero compartido en pareja es apodado Feltie (Fieltrín) y un muñeco compañero de viajes y travesuras recibe por nombre Ribni, en honor al capitán Ribnikov del relato homónimo de Aleksandr Kuprin. Por último, están las casas o los proyectos de hogar: The Ark (El Arca, en Gower Street 3, Bloomsbury), la casa alquilada a Maynard Keynes que se

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