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Zíngaro: El surrealismo a la mexicana
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Zíngaro: El surrealismo a la mexicana
Libro electrónico258 páginas3 horas

Zíngaro: El surrealismo a la mexicana

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Entre gitanos, artistas, brujas y dementes, la historia se desenvuelve en tres líneas temporales: un puberto imberbe, prodigio de la pintura, cuya creatividad fue robada por una bruja con heterocromia, una artista aspiracional, estancada en los cánones de una sociedad misógina y dos historiadores que intentan descifrar el significado de un libro de ékfrasis. 
Los personajes de esta novela inician una odisea en búsqueda de una creatividad perdida hallando historias en el país surrealista por antonomasia, México. 
¡Éntrele, pásele güerito! gritan los trovadores cacofónicos del ambulantismo mexicano ¡Sin compromiso, pruébeselo! Éntrele o pásele al realismo mágico y al absurdismo, éntrele y pásele a las travesías que recorren mundos oníricos y extravagantes que se encuentran en cada esquina de la ciudad capitalina.
IdiomaEspañol
EditorialGratia
Fecha de lanzamiento29 oct 2021
ISBN9788418520945
Zíngaro: El surrealismo a la mexicana

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    Zíngaro - Diego Pacheco

    Prólogo

    Esto no es un manuscrito original, es un pastiche de muchas hojas, muchas ideas y muchas versiones que intentaron gestionarse en una obra que podría llamarse creativa... Sí. Le diré creativa.

    Hubo una obsesión insalubre con la cultura gitana que me llevó a querer gestar este proyecto: lecturas de Goran Petrovic, Miolard Pavic, Orhan Pamuk e Ivo Andric (entre otros); las películas de Emir Kusturica, así como sus discos musicales con los No smoking orchestra, y esto derivó en una indagación de género gitano. Artistas como Slonovski Bal, Gogol Bordello, Fanfare Ciocarlia, y la adaptación de este para la cultura blanca que suponen ser el sonido de unos gitanos parisinos, el conjunto estadounidense Beirut; por último, y este es el proyecto más interesante: un intento de re-interpretación del Tarot de Marsella. Más allá de estudiar los colores o los significados, la fascinación era la narrativa del Tarot, no como una adivinación, sino como una odisea del Loco (carta 0) atravesando los destinos posibles que están implícitos en cada combinación de cartas.

    Estereotipos y clichés

    En un afán por acceder a una cultura ajena, me he dado cuenta de que, a falta de idioma y de viaje, es realmente una vulgaridad, pues el punto de partida es un intento de erudición; claro que para algunos ermitaños como Kant o Kafka, funciona aquella ficción sobre la realidad ya que son voraces faustos que podían escribir genialidades desde el cómodo asiento de su retraído y antisocial escritorio, como si el punto de partida de la creatividad fuera el umbral de la ventana, y a esa imagen distante la llamáramos vivencia. Me es bastante absurdo (y sería narcisista en demasía) llamarme erudito. Necesitaría más (mucho más) de aquel escritorio intelectualoide. Creí que podía engañar al lector haciéndole creer que habité ese retrato que pinta el vidrio de la ventana porque estuve en una espiral de Google, Wikipedia (sí, uso Wikipedia como referencia) y —sobre todo— imágenes de internet en un intento por adentrarme en esta cultura ajena. Es un esfuerzo fútil. A pesar de vestirme con harapos, escuchar a Gogol Bordello y pretender que vivo en una caravana errante por los Balcanes (esa caravana se convierte en un simulacro semejante a los aviones de La ciudad de los niños o ese tipo de esperpéntico espectáculo infantil), me di cuenta de que lo que estaba haciendo con la cultura gitana era sólo repetir un estereotipo.

    —No obstante— lo que el primer manuscrito de este tomo intentó hacer, era convertir la cultura mexicana en un escenario gitano: tomar prestado el esoterismo, el surrealismo, el vagabundismo de la anécdota mexicana, y decir que sucedió en los Balcanes. Aunque sonaba prometedor ese acercamiento a una cultura ajena, finalmente siguió siendo el mismo simulacro de un niño en Kidzania.

    Sobre el título y mi terquedad

    En cuanto al título: no fue el punto de partida pero fue una directriz a la que me aferré y no me atreví a cambiarlo. Apenas cumplidos los dieciocho (en realidad tenía diecisiete pero mentí), me metí a trabajar a un restaurante homónimo, pretendía ser español: vendían tapas y vino, cañitas de cerveza, etcétera. Zíngaro* Tzigane (Gitano) es una composición rapsódica escrita en 1924 por el compositor francés Maurice Ravel bajo comisión de la violinista húngara Jelly d´ Aranyi, sobrina nieta del gran violinista virtuoso Joseph Joachim. La obra captura el espíritu de la improvisación gitana. Esto es un vil copy-paste de Wikipedia. Yo, como ya he mencionado antes, no soy erudito, y estoy muy lejos de poder declararme como tal. De hecho, abandono aquel anhelo cada quince días hasta que leo un ensayo y quiero conocer todas las referencias y menciones de un verdadero autor erudito (como me pasó con la lectura de Pamuk, en la cual quería estar presente en toda la Turquía descrita en La mujer del pelo rojo). Yo supe del término tzigane por una escena de El gran concierto (peliculón) y con ese pretexto me sentí identificado con la cultura. Vaya arrogancia.

    Aún no entiendo el propósito del concepto del restaurante Zíngaro. No sé si la intención fue la de copiar aquella cultura y gastronomía de los gitanos en España en este establecimiento, pero el resultado fue una imitación mas bien vulgar con platillos como tortillas de patatas echas en horno de microndas y con vinos mexicanos comprados en un Oxxo. Más allá de ese debate interno (pueril como son todas esas discusiones mentales que me encanta tener, con elocuencia diáfana y persuasión seductora, y que generalmente ocurren en la ducha) llegué a la conclusión de que, lo que más me maravilla de este nombre es su fonética, una palabra sin duda exótica y estética. De ahí el título; exótico, breve y atractivo.

    Sobre Chilangolandia y el realismo mágico

    Sin creer en el esoterismo, el destino, las fuerzas, las energías o en el holismo, mientras investigaba y re-interpretaba el Tarot de Marsella, comencé a ver en las calles varios letreros de venta y lectura del Tarot —hubo un destello de escepticismo—. Un acercamiento a esa forma de adivinación fue a través de las películas hollywodenses: adentro de una caravana hay una mesa con una bola de cristal y una pitonisa disfrazada, pero esto se trata de una caricaturización o un ridículo, es mejor admitir que se sabe nada de aquella vida.

    Estos letreros de Lectura de Tarot en una cartulina color fosforescente chillón que llaman la atención a dos cuadras de distancia, no se encuentran en una caravana ni mucho menos, sino cerca de una avenida principal de la ciudad, escondidos en una callejuela que parece un pueblo estancado en un hechizo atemporal. La Lectura de Tarot se mezcla con letreros de abarrotes, fruterías, la miscelánea Don Pancho o algún nombre de aquella índole. Ese surrealismo de la ciudad mexicana, de Chilangolópolis, fue un hilo conductual, una vértebra de la narrativa del primer manuscrito en el que se podía jugar con una cultura del gitano disfrazándola del sinsentido de este tipo de imágenes. Y más allá de querer acceder a la cultura, quería equiparar el vagabundismo mexicano al gitanismo: un camión de basura con el trabajador dormido, el ornamento en el mofle, los peluches amarrados. Ese camión como caravana errante. De esta manera, no sólo insultaría la cultura gitana por mi ignorancia y arrogancia, sino que también insultaría a la mía. Pero ser políticamente correcto no es algo que me interese y no creo que tenga cabida en la ficción (si apenas tiene cabida en el mundo real, en la ficción ¿cuál sería el trabajo del escritor o del artista? Más allá de elucubrar, ¿debería insertar un mensaje de lo políticamente correcto...? No lo sé, y por el momento no me interesa resolver esa pregunta).

    En cuanto a este segundo punto, es parte de la trama la crisis de la creatividad, misma que no tiene un origen determinado. Así, sin saberlo y proyectándome, me encontré en una metanarrativa. Los personajes quieren encontrar o reencontrar el origen de la creatividad; cómo es que de niños creaban todos esos mundos fantásticos y en la vida adulta se convierten en entes anodinos que no salen del mundo cotidiano. Al protagonista le roban —literalmente— la creatividad desde los sueños. Ese espacio onírico siempre me ha parecido el departamento principal de la creación de disparates y debrayes que durante el día se deben articular disfrazados para que los lectores no crean que eres un drogadicto.

    La mayoría de los personajes buscan la creatividad en distintos medios y Zíngaro no es la excepción. Mientras arrancaba con el proyecto, me hallaba en un manicomio (no es necesario saber la razón). Los doctores no me dejan llamarlo manicomio porque es una palabra con una connotación fortísima, así que debo llamarle pabellón psiquiátrico, pero no lo haré. A fin de cuentas es mi maldita historia y —como ya mencioné— no me importa lo políticamente correcto. Decir estuve en un manicomio es un privilegio que me he ganado por estar encerrado en un pabellón psiquiátrico. Lo que es un hecho es que esta fue la fuente de inspiración para gran parte de esta obra.

    Mis roomies eran: Esquizofrénico, Bipolar, Suicida, Delirante, etcétera. Fue ese momento en el que me di cuenta de que el verdadero tema que delimita el origen de la creatividad es la locura. Viéndolo todo como un reduccionismo al absurdo, coloqué cualquier tipo de esoterismo como una parte de la misma carencia de salud mental; la otra parte sería el mundo de la sanidad dentro del mismo esquema de esta, la pretensión de la normalidad como una demencia, una enfermedad verdaderamente fatal.

    La locura de las predicciones es jugar con el tiempo, es decir, una predicción da la premisa de que el tiempo se entiende como pasado, presente y futuro. A pesar de que lo que sabemos sobre el tiempo no es más que teorías relativistas y otros tratados, en realidad sólo conocemos nuestra experiencia temporal.

    A través de esta forma de entender la locura como un todo, como si fuera el eidos de la condición humana, erradiqué las fronteras geográficas y la diferencia de lenguas para hacer que las culturas se interrelacionen a pesar de no tener nada en común, simplemente la falta de cordura. Se despoja la cultura de su lengua, tradiciones, motivos e incluso de su historia. Entendido esto, la cultura gitana en este texto no trata de su cultura en sí, sino de una ficción de El loco (carta 0) recorriendo las otras cartas. La interpretación de una pitonisa son las acciones de este Loco, es ahí en donde yace la ficción de este libro. Dejé de aparentar que entiendo algo de una cultura ajena o incluso la propia. El diálogo que pretendía tener para la construcción de una obra creativa fue abrumador y sobrepasó mis capacidades de estudio, así que fui directo a la yugular de la imaginación: escribir desde lugares inexistentes.

    Antología y Novela

    En cuanto al corpus, es otro debate entre novela y antología. El propósito de esta novela era entrelazar algunas historias, pero en algún punto empezó a parecer una trenza en un peinado de quimioterapia, así que dejé de preocuparme por la forma en que debían conectarse entre sí, pues en la vida real, las coincidencias en las historias ajenas no son más que un recorrido holístico que no tiene por qué lucir como una trenza bien hecha. Más bien parecen el peinado de un rastafari piojoso, pero que con un buen tinte puede lucir estético.

    Las antologías forman parte de un cuerpo entero; a pesar de que cada cuento tenga su principio y su fin, el libro contiene el tono e intención de un mismo autor. Una novela de anécdotas o una autobiografía pueden presentarse en forma de antología así como los capítulos pueden deformarse. Rayuela es un perfecto ejemplo de este juego, (no sé si se pueda declarar como posmoderno) pero no me compararé con Cortázar, porque me estaría atando una soga al cuello, simplemente lo uso como un referente. Este guiño a la novela funciona, en parte, porque tiene una estructura de cuento, motivo por el cual, se puede leer en diversos vaivenes y nunca agotar la completitud de la obra. Uso este ejemplo por ser el más popular. El género de ensayo (o incluso el filosófico) funciona gracias a un índice muy atractivo para que el estudiante pueda leer fragmentos y entienda el contexto. Este tipo de lector incluso puede hacer del libro un caleidoscopio.

    I

    Epílogo al libro de ékfrasis

    Epílogo de un libro jamás leído. De un libro desvanecido en el aire.

    El cuento que pudo no haber sido un epílogo, un cuento de un recuerdo de otra vida escrito al final de un manuscrito oculto del resto del cuerpo del libro.

    El cuento que se lee a continuación jamás fue leído y se duda que alguna vez haya sido escrito.

    Es común alucinar en el desierto. El viento cuenta historias muy llanas y el sol besa la arena. Es un alucine. Los profetas se manifiestan, el origen del misticismo proviene del desierto, pues cuando el sol besa la arena (cuando la luz toca el tiempo), la metafísica emana en una experiencia que abrazan los místicos. Los tiempos cambiaron (se tergiversaron) y el bosque se convirtió en una fuente de experiencias místicas, el viento ahí es más políglota, al bajar se rompe con los troncos y a la vez con las ramas, es un caleidoscopio. La lluvia es una percusión. En el bosque no hay silencio, hay un fractal de sensaciones, es el opuesto al vacuo nihil del desierto.

    Un abad retirado del Gran Laura de San Sabas deambuló por el desierto hasta llegar a un asentamiento convertido por las lluvias en una ciudad azul. Desconocía qué ciudad era esa, sólo sabía que no hablaban su mismo idioma. Esta percepción era falsa, había deambulado por tantos años, deshidratado e insolado viendo todos los días la luz tocar el tiempo y vivió tantas experiencias místicas, que dejó de reconocer el sonido de su propia lengua materna.

    En esta ciudad se asentó por un tiempo, aún no era una ciudad azul pero, pasó tanto tiempo en la claridad de la luz desértica, que las sombras las percibía en un tono azul índigo, como una manta de frío. Un claroscuro.

    Pudo reconocer su propia lengua después de un tiempo. La comunidad lo acogió y le dio una vivienda, pues al llegar estaba completamente desorientado, casi moribundo. De hecho, había eludido a la muerte varias veces en su caminar. Le contó tal historia humorística que ésta lo perdonó y se fue riendo.

    Un tirano cruzó estas mismas tierras en busca de salvación. «Sólo así podía encontrar a aquella mujer con heterocromia» le decía un oriundo al abad. «¿A quién?» preguntaba el abad, que había abandonado toda religiosidad de su cosmovisión. «No sabemos, nunca lo supimos, lo acogimos igual que a usted. Fue hasta que se marchó que supimos que el reino de Sarra (reino del desierto) había desaparecido». Algunos dicen que se lo comió el tiempo y se encuentra bajo la arena. En realidad, carcomido por la locura, el tirano dejó todas sus posesiones y las entregó a los paganos. Tuvo un sueño de prosperidad y amor, todas las noches...

    El interlocutor siguió contando la historia de locura de un tirano que sonaba igual que el abad. «Tal vez ya había estado aquí», pensó el abad. «En el desierto, donde todo es arena, el tiempo es infinito y circular, tal vez ya he pasado por aquí». Lle era reminiscente la historia del tirano.

    Siguiendo la tradición anacoreta, el abad había renunciado a la idea de belleza, que para él era femenina. Había renunciado al sublime contacto de una piel ajena acariciando su rostro, leyéndolo; al tacto de una palma atravesando su pecho y subiendo a su cuello; a la sensación de unos labios rosando sus mejillas y su sien; a la calidez de un rostro sobre su abdomen; un cuerpo encima de él, voraz y apasionado. Recordó los músculos de sus rostros, expresiones inefables que ninguna experiencia mística le podía otorgar.

    Fue hasta que llegó a esta ciudad que recordó aquellas expresiones faciales. Se enamoró de una oriunda. Pecaminoso adulterio. Ambos, el abad y el tirano, renunciaron a la tentación. Silencioso adulterio y ágil mitomanía para salvar a una mujer que, de ser evidenciada como adúltera, sería apedreada y sacrificada. Al paso del tiempo, el amor se fue tornando manso.

    El abad, convertido en un ermitaño, continuó su viaje por el mundo. Aún no se sabe cómo cruzó los mares. Él dice que nadando. ¿Los errantes nadan?, ¿aquel adjetivo corresponde exclusivamente a alguien que camina?

    La historia del tirano decía que abandonó todo por una mujer inexistente. Que todas las noches veía a una mujer con heterocromia. Los consejeros de sus sueños le decían que era una hechicera que lo había poseído, alguna mujer pagana en sus visitas al pueblo. «No es hechizo alguno», decía el tirano, «esta mujer existe en algún lugar». Renunció a todo y viajó por el mundo para encontrarla. El abad, por el contrario, renunció a todo para olvidarla.

    Los exégetas especulan sobre el errante, El loco (el cero), aquel que recorre todos los mundos y todas las templanzas. Se dice que es el tirano y otros dicen que es el abad. Ambas teorías son erróneas. Fue la mujer con heterocromia quien caminó por el desierto más allá del tiempo, más allá de la luz besando la arena. Fue ella quien recorrió los mares y lo hizo con calma, sin necesidad de atormentarse o perseguir un propósito, simplemente tenía el tiempo, todo el tiempo. Podía recorrer un lugar, asentarse por tres vidas enteras y no aburrirse, y regresaba años después sin reconocer el lugar y volvía a quedarse allí. Como para toda bruja con heterocromia, su mundo no era exclusivo de lo material, incluía los sueños. Estos, a diferencia del mundo real, son más laberínticos, más propensos a que uno se pierda en ellos.

    II

    Brujas fuera de Salem

    o

    Zugarramurdi

    (El pueblo de las brujas que nunca existieron)

    —¿ Crees en las brujas? —mamá estaba en el asiento trasero del auto sosteniendo a su segundo hijo en brazos.

    —No empieces con eso, mujer, el niño va a tener pesadillas —papá estaba manejando, era de noche, no había luz adentro del coche

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