Amor en Florencia
Por Helen Bianchin
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Al principio, Dante está encantado con que Taylor cuide del niño, pero pronto se da cuenta de que aquella belleza puede desempeñar un papel mucho más placentero… en su cama.
¿Hasta dónde será capaz de aguantar Taylor para estar junto a su sobrino?
Helen Bianchin
Helen Bianchin é uma autora neozelandesa de romances, tendo publicado mais de 25 livros. É apaixonada por sua terra natal e pela arte da escrita.
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Amor en Florencia - Helen Bianchin
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www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2009 Helen Bianchin
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Amor en Florencia, n.º 1956 junio 2021
Título original: The Italian’s Ruthless Marriage Command
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-988-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 1
TENGO que ir a la guardería?
Taylor abrazó al pequeño de pelo oscuro con cariño y sintió sus bracitos alrededor del cuello. Aquel gesto hizo que se prometiera a sí misma protegerlo a toda costa.
A la edad de tres años y medio, el mundo de su sobrino había estallado en pedazos al perder a sus padres en un accidente de coche.
Ben d’Alessandri había formado parte de su vida desde que su hermana Casey le había dicho que estaba embarazada. Juntas habían montado la habitación del bebé, habían elegido la pintura de las paredes y la ropita. Taylor había acompañado a su hermana durante el parto y había compartido con su marido, Leon, y con ella la llegada de su hijo al mundo.
Al haberse quedado huérfanas siendo adolescentes, las dos hermanas habían crecido muy unidas, apoyándose la una en la otra para todo. Casey había estudiado Derecho y Taylor había conseguido que le publicaran su primer libro un año antes de que naciera Ben.
–¿Por qué no puedo ir contigo a ver al tío Dante?
Al oír el nombre del hermano de Leon, Taylor sintió que el estómago le daba un vuelco.
–No te preocupes, lo vas a ver en breve –le aseguró.
–¿Prometido?
–Sí.
No había más remedio.
–¿Hoy?
–Creo que sí, pero no olvides que acaba de llegar de Italia, que está muy lejos, y que tiene una reunión de negocios.
–Contigo.
–Así es.
–Sobre mí.
–Por supuesto –se rió Taylor–. Tú eres la persona más importante del Universo, no lo olvides, y tu tía está dispuesta a vérselas con dragones si es preciso para protegerte –bromeó besando a su sobrino en el cuello.
–¿Y el tío Dante también?
Taylor se imaginó a Dante ataviado cual héroe de cuentos infantiles. No resultaba difícil, pues se trataba de un hombre increíblemente fuerte, alto y ancho de espaldas. Claro que lo que más le había llamado la atención a ella cuando lo había conocido en la pedida de mano de su hermana habían sido sus ojos oscuros, de lo más peligrosos.
En cuanto lo había visto, Taylor había sentido una gran atracción que había hecho que se quedara en blanco, sin poder articular palabra. Aquel hombre le hacía pensar en lo prohibido. Seguro que le resultaría de lo más fácil encandilar a cualquier mujer.
A ella incluida.
Por eso, precisamente, Taylor se había guardado de él durante toda la velada y estaba segura de que el beso que le había robado cuando se habían despedido no había sido un accidente.
–¿El tío Dante también? –insistió Ben sacándola de sus recuerdos.
–Sí, el tío Dante mataría con su espalda a todos los monstruos.
–¿Tiene una espada de verdad? –le preguntó el pequeño con los ojos como platos.
–No –contestó Taylor poniéndose en pie con el niño en brazos–. Bueno, hay que ir a la guardería a jugar con tus amigos. Te lo vas a pasar fenomenal, ya lo verás.
Taylor se colgó el bolso del hombro y salieron del pequeño apartamento de dos habitaciones, bajaron en ascensor al garaje, donde le esperaba su Lexus y se dirigieron a la guardería. Aunque el pequeño estuvo pensativo durante todo el trayecto, en cuanto vio a dos amigos suyos a la entrada de la guardería, corrió hacia ellos y sonrió.
A Taylor le daba mucha pena dejarlo en la guardería, pero era necesario que siguiera con su rutina después de la trágica pérdida de sus padres.
Taylor había hecho todo lo que había podido para acompañarlo y hacerle sentir toda la seguridad que había podido durante las semanas que habían seguido a la pérdida. Lo había abrazado y lo había dejado llorar durante horas.
Mientras conducía por la ciudad, pensó que lo último que se le había pasado por la cabeza cuando su hermana y su marido les habían pedido a Dante y a ella que fueran los padrinos de Ben por si algún día les pasaba algo era que aquel momento fuera a llegar.
Taylor se preguntó cómo iban a hacer Dante y ella para mantener la custodia compartida del pequeño cuando cada uno vivía en una punta del mundo. Se había pasado varias noches pensando en una solución, pero no había hallado ninguna, lo que la tenía muy nerviosa.
Tenía la terrible sensación de que Dante la iba a presionar, pues Ben era el heredero de la familia. Pero Taylor estaba decidida a permanecer a su lado. ¡Si a Dante se le ocurría intentar quitarle a Ben, tendría que hacerlo por encima de su cadáver!
Dante d’Alessandri salió de su avión privado, les dio las gracias a la azafata y al piloto y abandonó la terminal en dirección al Mercedes negro que lo estaba esperando. Una vez allí, saludó al conductor y se metió en el asiento trasero, donde descansó la cabeza hacia atrás, sobre el cuero suave como la mantequilla.
A los pocos minutos, el Mercedes salía del aeropuerto de Sidney. Dante estaba cansado. Habían sido unas semanas terribles. Había tenido que lidiar con la muerte de su hermano y de su cuñada, acompañar a su madre, viuda, desde Florencia a Sidney para el entierro y, luego, volver a llevarla a Italia personalmente.
Los dos hermanos siempre habían estado muy unidos y, obedeciendo los deseos de su padre, se habían hecho cargo de las empresas d’Alessandri, quedándose Dante en las oficinas centrales de Italia y yéndose Leon a la de Sidney.
A partir de entonces, al no poder verse en persona, habían estado en contacto frecuentemente a través del teléfono y del correo electrónico.
Ahora Dante se veía de nuevo en Australia para hacerse cargo de los asuntos de Leon, sobre todo de la custodia de su hijo, que, gracias a Dios, no había ido en el coche con sus padres en el momento del accidente.
Dante había prometido cuidar de aquel niño si ocurría algo y lo iba a hacer. Tras el nacimiento del pequeño, había accedido junto con la hermana de Casey, Taylor, a ser tutor legal y padrino del pequeño.
Dante recordó a su cuñada, una mujer alta y delgada de pelo rubio oscuro a la que había conocido en la pedida de su hermano, con la que había acudido a la boda de Leon, con la que había vuelto a coincidir en el bautizo de Ben y a la que había consolado durante el entierro de sus respectivos hermanos.
Dante recordó cómo la había visto llorar durante el funeral. Al principio, había intentado controlarse, pero no había podido y había terminado dando rienda suelta a su dolor.
Taylor se había hecho cargo de Ben inmediatamente después del accidente, desde el primer momento, por lo que Dante le estaba inmensamente agradecido, pues él había tenido que estar junto a su madre.
Al llegar frente a un edificio muy alto, Dante se bajó del coche, entró en el vestíbulo y tomó el ascensor que lo llevó hasta el despacho de los abogados de Leon. Una vez allí, dio su nombre y apellido y una secretaria lo llevó hasta una sala de juntas, en la que unos cuantos abogados le dieron la bienvenida.
–Hola, Taylor –saludó a su cuñada, que se había puesto en pie para recibirlo.
A continuación, le estrechó la mano y le dio un beso en la mejilla. Taylor se estremeció y Dante se quedó un tanto perplejo.
Aunque era alta, llevaba botas de tacón, pantalones negros ajustados y una chaqueta de punto azul marino con un cinturón ancho de cuero en las caderas.
Durante el tiempo que había estado en Florencia, había estado en contacto con ella a través del correo electrónico para ver qué tal estaba su sobrino. Dante estaba convencido de que Taylor y su hermana habían estado muy unidas… aunque no se parecían en nada.
Casey era una mujer alegre y extrovertida a la que le gustaba reírse y cuyo mundo giraba en torno a su marido y a su hijo mientras que Taylor se escondía del mundo detrás de una máscara de reserva y prudencia que Dante encontraba de lo más intrigante.
Había visto desaparecer aquella máscara cuando su hermana le había dado el sí quiero a Leon en su boda, el día que había accedido a ser madrina de su sobrino y, más recientemente, en el entierro de Casey y de Leon.
Era evidente que Taylor hacía todo lo que podía por esconder su vulnerabilidad y aquello lo atraía. Sería maravilloso poder conocer a una mujer así, poder ir quitando las capas que recubrían su corazón y descubrir qué había dentro.
–Hola, Dante –le dijo ella con educación.
Dante tuvo la desagradable sensación de que le estaba leyendo el pensamiento, pero era imposible. Como presidente ejecutivo del grupo de empresas d’Alessandri tenía fama de ser un negociador frío y distante, requisito indispensable para abrirse camino en el mundo del mercado inmobiliario internacional, en el que se movían millones de dólares al año.