Primavera
Por Ali Smith
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¿Qué une a Katherine Mansfield, Charlie Chaplin, Shakespeare, Rilke, Beethoven, el Brexit, el presente, el pasado, un hombre de luto por los tiempos perdidos, una mujer atrapada en los tiempos modernos?
La respuesta está en Primavera, una novela luminosa, generosa y llena de esperanza, en la que, al igual que en Otoño e Invierno, la autora escocesa está haciendo algo más que analizar las injusticias de nuestra época: nos ilumina el camino para salir de la pesadilla.
En esta tercera entrega de su Cuarteto estacional, Ali Smith nos muestra de nuevo por qué es una de las mejores escritoras del momento.
Ali Smith
Ali Smith (Inverness, 1964). Tuvo una madre irlandesa, un padre inglés y una educación escocesa (hasta que comenzó su doctorado en Newnham College, Cambridge). A los veinte años, después de que un debilitante ataque de síndrome de fatiga crónica descarriló su carrera académica, comenzó a escribir. Ahora, autora de ocho novelas y seis colecciones de cuentos, crea lo que podría llamarse ficción experimental, pero con un estilo fácil, agradable y de emocionante lectura. Escribe en The Guardian, The Scotsman y el Times Library Supplement. Actualmente vive en Cambridge. Es la autora de Free Love, Like, Other Stories and Other Stories, Hotel World y el Cuarteto estacional
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Primavera - Ali Smith
Ali Smith
Primavera
CUARTETO ESTACIONAL III
Traducción de
Magdalena Palmer
019Para recordar
a mi hermano
Gordon Smith
y para
mi hermano
Andrew Smith
para recordar
a mi amiga
Sarah Daniel
y para
¡oh, la más floreciente!
Sarah Wood
Extranjero parece, y presenta una
rama reseca, solo verde en la punta.
Su lema: in hac spe vivo.
William Shakespeare
Mas si los infinitamente muertos despertaran en nosotros un símbolo,
quizá señalarían los amentos que cuelgan de los desnudos avellanos
o evocarían la lluvia que sobre la tierra oscura cae en primavera.
Rainer Maria Rilke
Debemos empezar, esa es la cuestión.
Después de Trump, debemos empezar.
Alain Badiou
Ya busco indicios de la primavera.
Katherine Mansfield
El año se desperezó como un niño
y se frotó los ojos en la luz.
George Mackay Brown
1
Ahora no queremos Información. Lo que queremos es desconcierto. Lo que queremos es repetición. Lo que queremos es repetición. Lo que queremos es a los poderosos diciendo la verdad no es la verdad. Lo que queremos es a parlamentarios electos diciendo se afila el cuchillo se le clava en el pecho y se retuerce cosas como tráete tu propia soga queremos que los diputados del partido gobernante griten suicídate en la cámara de los comunes a los miembros de la oposición queremos personas poderosas que digan que quieren ver a otras personas poderosas descuartizadas en bolsas de plástico en el congelador queremos que las mujeres musulmanas sean objeto de chanza en una columna del periódico queremos las risas queremos que el eco de esas risas las persiga allá donde vayan. Queremos que aquellos a quienes llamamos extranjeros se sientan extranjeros necesitamos que les quede claro que no pueden tener derechos a menos que nosotros lo digamos. Lo que queremos es indignación ofensa distracción. Lo que necesitamos es afirmar que pensar es elitista que el conocimiento es elitista lo que necesitamos son personas que se sientan abandonadas desposeídas lo que necesitamos son personas que sientan. Lo que necesitamos es pánico queremos pánico subconsciente también queremos pánico consciente. Necesitamos emoción queremos virtud queremos ira. Necesitamos todo ese rollo patriótico. Lo que queremos es el típico Escándalo de las madres alcohólicas Peligro de la aspirina diaria pero con más urgencia Nein Nein Nein necesitamos un hashtag #másfronteras queremos Dadnos lo que queremos o nos largamos queremos furia queremos indignación queremos palabras de lo más emotivas antisemita está bien nazi es estupendo pedófilo servirá pervertido extranjero ilegal queremos reacción visceral queremos Pruebas de edad para «niños migrantes» El 98 % de los encuestados exige prohibir la entrada de nuevos migrantes Helicópteros de combate para detener migrantes Cuántos más podemos acoger Cerrad vuestras puertas Esconded a vuestras esposas queremos tolerancia cero. Necesitamos que las noticias sean tamaño teléfono. Necesitamos evitar los medios de comunicación tradicionales. Necesitamos no mirar al entrevistador sino directamente a cámara. Necesitamos enviar un mensaje fuerte claro inequívoco. Necesitamos noticias que provoquen un estado de shock. Necesitamos más noticias perturbadoras vamos rápido siguiente shock espabila queremos imágenes de torturas. Necesitamos acosarlos necesitamos que crean que podemos acosarlos dirigir la palabra linchar a cualquiera que no sea blanco. Necesitamos amenazas de violación amenazas de muerte veinticuatro horas al día a las parlamentarias negras no solo a las mujeres que ocupen un cargo público sino a cualquiera que haga algo público no nos gustan necesitamos Cómo se atreve ella/Cómo se atreve él/Cómo se atreven ellos. Necesitamos insinuar el enemigo interior. Necesitamos enemigos del pueblo queremos que se llame a sus jueces enemigos del pueblo queremos que se llame a sus periodistas enemigos del pueblo queremos que a las personas que nosotros decidamos llamar enemigos del pueblo se las llame enemigos del pueblo queremos denunciar a voz en grito una y otra vez en tantos programas de radio y televisión como sea posible que nos están censurando. Necesitamos decir lo mismo de siempre como si fuera una novedad. Necesitamos que las noticias sean lo que decimos que son. Necesitamos que las palabras signifiquen lo que decimos que significan. Necesitamos negar lo que decimos mientras lo decimos. Necesitamos que el significado de las palabras no importe. Necesitamos un buen eslogan clásico como Gran Bretaña no mejor Inglaterra/América/Italia/Francia/Alemania/Hungría/Polonia/Brasil/ [inserte nombre del país] Primero. Necesitamos dinero algoritmos redes sociales Internet oscura. Necesitamos decir que lo hacemos en defensa de la libertad de expresión. Necesitamos bots necesitamos clichés necesitamos ofrecer esperanza. Necesitamos decir que es una nueva época que la antigua ha muerto su momento ha acabado ahora empieza el nuestro. Necesitamos sonreír mucho mientras lo decimos necesitamos reír a las cámaras ja ja ja crac hombre partiéndose de risa oíd ese silbato de la fábrica al final de la jornada esa fábrica ha muerto nosotros somos el nuevo silbato de la fábrica nosotros somos lo que este país ha necesitado siempre nosotros somos lo que necesitáis nosotros somos lo que queréis.
Queremos que lo necesitéis.
Necesitamos que lo queráis.
Vuelve a ser la hora, ¿eh? (Se encoge de hombros.)
Nada de eso me afecta. No es más que agua y polvo. Vosotros no sois más que agua y polvo de huesos. Bien. Así me resultáis más útiles al final.
Soy la niña sepultada en las hojas. Las hojas se descomponen: aquí estoy.
O imaginad un azafrán en la nieve. ¿Veis el anillo del deshielo alrededor del azafrán? Es una puerta abierta a la tierra. Yo soy el verde del bulbo y el momento en que la semilla se parte, el desplegarse del pétalo, el verdor en la punta de las ramas de los árboles, como si el verde estuviese encendido.
Las plantas que se abren paso entre la basura y el plástico, antes, después, afloran, pese a todo. Pese a todo las plantas se mueven debajo de vosotros, las personas en los talleres clandestinos, las personas que van de compras, las personas iluminadas por las pantallas de sus escritorios o que consultan sus móviles en salas de espera hospitalarias, los manifestantes que gritan donde sea, en cualquier país o ciudad, la luz se desplaza, las flores se mecen junto al montón de cadáveres y junto a los sitios donde vivís y los sitios donde os embriagáis hasta el aturdimiento, la felicidad o la tristeza, y los sitios donde rezáis a vuestros dioses y los grandes supermercados, junto a las personas que aceleran en las autopistas ante arcenes y matojos como si nada pasara. Pasa de todo. Las flores se abren entre los vertidos ilegales. La luz se desplaza por vuestras fronteras, por las personas con pasaportes, por las personas con dinero, por las personas sin nada, por cabañas y canales y catedrales, por vuestros aeropuertos, por vuestros cementerios, por todo lo que enterráis, por todo lo que desenterráis para llamarlo vuestra historia o que perforáis y extinguís para enriqueceros, la luz se desplaza pese a todo.
La verdad es una suerte de pese a todo.
El invierno no es nada para mí.
¿Creéis que no entiendo de poder? ¿Creéis que estoy verde?
Lo estaba.
Estropeadme el clima y os joderé la vida. Vuestras vidas no son nada para mí. Arrancaré narcisos de la tierra en diciembre. En abril atascaré vuestra puerta con nieve y soplaré para que ese árbol caiga sobre vuestro tejado. Haré que el río inunde vuestra casa.
Pero yo seré la razón de que renazca vuestra savia. Yo inyectaré luz en vuestras venas.
¿Qué hay ahora debajo de vuestra calle?
¿Qué hay bajo los cimientos de vuestra casa?
¿Qué alabea vuestras puertas?
¿Qué es lo que colorea vuestro mundo? ¿Cuál es la clave del canto del pájaro? ¿Qué es lo que forma el pico en el huevo?
¿Qué empuja a los diminutos brotes verdes a través de la roca hasta que la roca empieza a resquebrajarse?
Son las 11.09 de un martes de octubre de 2018 y Richard Lease, el director de cine y televisión, un hombre que la mayoría de la gente recordará por numerosas, bueno, un par de aclamadas producciones para Play for Today en los años setenta pero también por muchas otras filmaciones a lo largo de los años, o sea, que si tenéis cierta edad probablemente habréis visto alguna de sus películas, está en el andén de una estación en algún lugar del norte de Escocia.
¿Por qué está aquí?
Es la pregunta equivocada. Implica la existencia de una historia. No hay ninguna historia. Él ya se ha hartado de historias. Se está eliminando de la historia, en concreto de una historia que atañe a: Katherine Mansfield, Rainer Maria Rilke, una mujer sin techo que vio ayer por la mañana en la acera de la Biblioteca Británica y, sobre todo, la muerte de su amiga.
Olvidad todo eso de que es un director, hayáis oído o no hablar de él.
Solo es un hombre en una estación.
Por ahora no hay ningún movimiento en la estación. Debido a los retrasos no han entrado ni salido trenes, al menos desde que él está allí, por lo que en cierto modo la estación satisface sus necesidades.
No hay nadie más en el andén. Ni tampoco en el andén de enfrente.
Habrá gente por ahí, en alguna parte, los empleados de la oficina o los de mantenimiento. Seguro que todavía pagan a alguien para que se encargue en persona de cuidar sitios así. Habrá alguien mirando una pantalla en alguna parte. Pero él no ha visto a nadie. La única persona que ha visto desde que salió de la pensión y recorrió la calle mayor ha sido una mujer que vendía café por el lateral abierto de una furgoneta delante de la estación, una cafetería montada en una furgoneta Citroën que no servía café a nadie.
No es que busque compañía. No busca a nadie ni nadie lo busca a él, nadie que le importe.
¿Dónde coño está Richard?
Su móvil está en Londres, en un vaso mediado de café con la tapa puesta, dentro de una papelera en un Pret a Manger de Euston Road.
Estaba. A saber dónde estará ahora. En un vertedero. En un basurero.
Bien.
Hola, Richard, soy yo, Martin Terp aparecerá de un momento a otro, ¿a qué hora crees que llegarás, más o menos? Hola, Richard, soy yo otra vez, solo llamo para hacerte saber que Martin acaba de llegar al despacho. ¿Podrías llamarme para decirme a qué hora te esperamos? Richard, soy yo, ¿puedes llamarme? Hola, Richard, soy yo de nuevo, estoy intentando reprogramar la reunión de esta mañana porque Martin solo estará una noche en Londres, no vuelve hasta dentro de dos semanas, así que llámame y dime cómo lo tienes para esta tarde, ¿de acuerdo? Gracias, Richard, te lo agradecería. Hola, Richard, en tu ausencia he reprogramado la reunión para las cuatro de la tarde, ¿puedes confirmar cuando oigas este mensaje que has recibido este mensaje, por favor?
No.
Hace viento, Richard ha cruzado los brazos sobre la chaqueta para que deje de aletear (hace frío y no tiene botones, los ha perdido) y contempla las motas blancas del suelo del andén, bajo sus pies.
Respira hondo.
Al final de la inspiración le duelen los pulmones.
Contempla las montañas, detrás del pueblo. Son impresionantes. Realmente desoladas y auténticas. Son todo cuanto una montaña puede simbolizar.
Piensa en su casa de Londres. Las partículas de polvo estarán flotando en la luz del sol que penetra por las rendijas de las persianas, si ahora mismo en Londres hace sol.
Miradlo, historiando su propia ausencia.
Historiando su propio polvo.
Basta. Hay un hombre apoyado en una columna de la estación. Nada más.
Es una columna victoriana. El hierro forjado está pintado de blanco y azul.
Entonces retrocede bajo el tejadillo transparente que protege el andén, se acerca un poco al edificio para protegerse del viento.
Algunas de esas montañas tienen lo que parecen nubarrones de lluvia en la cima, las cimas parecen veladas. Las nubes del otro lado, dirección sur, diría él, parecen un muro, un muro iluminado desde atrás. Las nubes sobre las montañas al norte, noreste, son pura bruma.
Esta era la razón de que se hubiese apeado aquí: el tren se fue acercando a la estación y había algo limpio en las montañas, limpio como si las hubiesen barrido a fondo. Transmitían aceptación de su propia existencia, no pedían nada. Simplemente existían.
Sentimental.
Mitómano.
Ahora la robótica voz de megafonía vuelve a disculparse porque no hay ningún tren que llegue a la estación ni que salga de la estación.
Allí apenas pasa nada, a excepción de los anuncios de megafonía, algún que otro pájaro que cruza el cielo y el rumor de las primeras hojas del otoño, los matojos y la hierba al viento.
En una estación un hombre contempla las distantes montañas que lo rodean.
Hoy parecen una línea trazada por una mano gigantesca que después ha sombreado la parte inferior; parecen algo dormido, a la espera. Parecen los durmientes lomos prehistóricos de unos animales marinos imaginarios.
Historia de las montañas.
Historia de mí mismo evitando las historias.
Historia de mí mismo apeándome de un puto tren.
Niega con la cabeza.
Él era un hombre en el andén de una estación. No había ninguna historia.
Salvo que la hay. Siempre la hay, joder.
¿Por qué estaba en un andén? ¿Esperaba un tren?
No.
¿Iba a alguna parte? ¿Por qué motivo? ¿Iba a encontrarse con alguien que bajaría de un tren?
No.
Entonces ¿por qué estaba el hombre en el andén, si no iba a subirse a ningún tren ni esperaba la llegada de un tren?
Simplemente estaba, ¿vale?
¿Por qué? ¿Y por qué utilizas el pasado para hablar de ti, pringado?
Pringado, sí. En efecto. Pringue y pérdida. Algo se ha perdido. Algo.
¿Qué? ¿Qué, exactamente?
Bueno, no sé cómo describirlo.
Inténtalo.
(Suspira) No puedo.
Inténtalo. Vamos. Se supone que eres don Dramático. ¿Qué aspecto tiene?
Vale. Imagina que alguien o algo, una fuerza u otra, se abalanza sobre ti y, empezando por la cabeza, te atraviesa de arriba abajo con un descorazonador de manzanas, de modo que sigues de pie como si nada pero en realidad ha pasado algo, lo que ha pasado es que eres un hombre hueco: donde antes estaba tu ser, ahora hay un vacío.
Patético. Banal. Caricatura de Tom y Jerry. ¿Qué, buscas compasión por tu vacío interior? ¿Por tu… jodida fertilidad perdida?
Oye, solo intento expresar con palabras lo que siento, una sensación que no es fácil de describir, es…
No me vengas con historias, menuda pérdida de…
tiempo en su vida en que era capaz de amar, de enamorarse literalmente, compartir el alma, estar felizmente fascinado con algo como la simplicidad de un limón. De un limón cualquiera en un cuenco, o en un puesto del mercado, o en una red con otros limones esperando comprador en un supermercado. Hubo una época de su vida en que algo así lo había llenado de alegría.
Pero ahora parecía que esa simplicidad, sin que él se percatara, se hubiese vuelto diminuta y lejana, y que él estuviera en la cubierta de un viejo trasatlántico rumbo a un mar embravecido, agitando frenéticamente los brazos hacia una orilla que, como esa época en que la simplicidad de un limón le había causado una alegría constante, había desaparecido, se había esfumado por completo, ya no era visible.
Ya no es visible.
Pringado.
Cuando piensa en su primer encuentro con Paddy, lo que le viene a la cabeza es una imagen en blanco y negro de hace casi cincuenta años, la marca de unos dientes en una tableta de chocolate, una imagen que cuando él la vio ya había envejecido tanto que estaba literalmente desvaída, sobre todo allí donde había mordido la pequeña dentadura. Eran los dientes de Beatrix Potter. En algún momento, Beatrix Potter había mordido el chocolate y luego lo había olvidado en la caseta donde escribía e ilustraba libros de encantadores animales ingleses buenos y malos y estúpidos que vestían ropas eduardianas, el pato adulado por el zorro, la ardilla que come tantas nueces que no puede salir de su hueco en el árbol; Potter había mordido una chocolatina de la preguerra y la impresión de sus dientes la había sobrevivido, allí, en la cabaña, décadas después de su muerte en mil novecientos y pico.
Él era el ayudante de uno de los ayudantes de dirección, aquel había sido uno de sus primeros trabajos. El primero en que trabajaba con un guion de Paddy.
El guion de Paddy había convertido un rodaje anodino en una película interesante. Es más, era ella quien había añadido al guion la escena del mordisco en la chocolatina, por lo que al final habían tenido que incluir lo que había filmado él.
Cuando le ofrecieron su primer trabajo como director en solitario, consiguió la dirección de Paddy y se puso en contacto con ella. La invitó a tomar un whisky en el Hanged Man. Él acababa de cumplir veintiún años. Nunca había invitado a nadie a tomar whisky en un pub, mucho menos a una mujer, mucho menos a una mujer glamurosa y mayor, como ella.
—¿Es porque soy irlandesa?
—Porque eres buena guionista.
—Eso es cierto, ahí no te equivocas. Soy muy buena en lo que hago. ¿Y tú? ¿Eres bueno? Solo quiero trabajar con los muy buenos.
—Todavía no lo sé. Probablemente no. Soy más del tipo oportunista. Pero tú lo clavaste, ese mordisco en la chocolatina. Lo incluiste en el guion.
—Sí, tienes buen ojo. Eso te lo concedo. Y eres muy joven. Por lo que tienes muchas posibilidades. Y estás empeñado en que trabaje contigo porque escribí algo que les obligó a usar tus tomas. ¿Es eso?
—¿La verdad? He conseguido este trabajo gracias a tu guion. (Ella niega con la cabeza, aparta la vista hacia la puerta del pub.)
—Pero es que además mejoraste esa película. Tu guion la convirtió en algo auténtico.
—¿Auténtico?
(Pausa. Cigarrillo, aspira, saca el humo.)
—De acuerdo.
—¿De acuerdo? ¿En serio? ¿Sí?
—Sí, trabajaré contigo. Play for Today, ¿verdad? De acuerdo, con la condición de que hagamos algo más, algo inesperado en esa franja horaria.
—¿Inesperado? ¿Cómo?
—Hay formas de sobrevivir a estos tiempos, estimado Doubledick, y creo que una de esas formas es la forma que le damos a la narración.
Ayer por la mañana, un mes después del funeral (la incineraron en privado un poco antes, él ni siquiera sabe cuándo, solo asistieron los familiares cercanos), Richard va andando por Euston Road y al pasar por la Biblioteca Británica ve a una mujer sentada en la acera con la espalda apoyada en la pared, de unos treinta años, quizá ni eso, veinteañera tal vez, con mantas y un cuadrado de cartón arrancado de alguna caja con unas palabras que piden dinero.
No, no dinero. Las palabras son por y favor y