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La novia despedida
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Libro electrónico150 páginas2 horas

La novia despedida

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Desterrada de su lado… atada a él por un secreto.
Creyendo que lo había traicionado, Rocco había roto el compromiso con su prometida, Mia, y la había despedido. Tres años después, el descubrir que había tenido un hijo suyo puso su mundo patas arriba. De inmediato pensó que se lo había ocultado como venganza por que la hubiera despedido, pero poco después supo que todo apuntaba a que alguien había orquestado una oscura conjura contra ambos.
Rocco, que no quería poder ver a su hijo solo unos pocos días al mes, le propuso un trato: que se casaran y a cambio él le devolvería su puesto en la compañía. Mia accedió solo porque no quería que su hijo se criase sin su padre, pero no quería volver a caer bajo el hechizo del hombre que tanto la había hecho sufrir. Sin embargo, no le resultaría nada fácil porque saltaban chispas entre ellos...
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 abr 2021
ISBN9788413753454
La novia despedida
Autor

Maya Blake

Maya Blake's writing dream started at 13. She eventually realised her dream when she received The Call in 2012. Maya lives in England with her husband, kids and an endless supply of books. Contact Maya: www.mayabauthor.blogspot.com www.twitter.com/mayablake www.facebook.com/maya.blake.94

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    La novia despedida - Maya Blake

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    Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

    www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2020 Maya Blake

    © 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    La novia despedida, n.º 2844 - abril 2021

    Título original: The Sicilian’s Banished Bride

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

    Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

    Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-1375-345-4

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Epílogo

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    ES HIJO tuyo. ¡Encuéntralo! ¡Encuéntralo!»… Esas palabras de su abuela se repetían una y otra vez en la mente de Rocco Vitelli mientras volaba en su avión privado. Miró una vez más la fotografía que tenía en la mano. Imposible… Era imposible que aquel niño fuera hijo suyo. Y en Inglaterra, además… Hacía casi tres años que no pisaba Inglaterra, desde que…

    Interrumpió sus pensamientos. Faltaba poco para que aterrizaran. Alzó la vista hacia su secretario, que estaba sentado frente a él repasando sus notas en su tableta, y le preguntó:

    –¿Se encargó de pedirle a mi chófer que me recoja en el aeropuerto, como le dije?

    –Sí, señor.

    –¿Y ha sido informado ya de a dónde debe llevarme?

    –Sí, señor. Le di la dirección.

    Rocco asintió satisfecho. Salvo que se encontraran con algún atasco, debería volver a estar en su avión dentro de unas horas: un rápido desvío a su villa en Palermo para decirle a su abuela que no había ningún nieto misterioso por el que tuviera que preocuparse, y podría volver a Abu Dabi para supervisar la fase final de la construcción del hospital infantil que estaba llevando a cabo.

    Cuando llegaron al aeropuerto se subió al coche que estaba esperándolo, y agradeció que el chófer hubiera puesto la calefacción. Aunque solo estaban a principios de otoño, hacía mucho frío. Sacó la fotografía del bolsillo de la chaqueta para mirarla una vez más y sintió una punzada en el pecho. Los ojos azules del niño le recordaban tanto a… No, no iba a pensar en ella. Eso pertenecía al pasado; hacía tiempo que lo había enterrado.

    «¡No quiero tener un hijo tuyo!»… Apretó los dientes cuando esas espeluznantes palabras resonaron en su mente. ¿Por qué estaban resurgiendo, precisamente aquel día, esos recuerdos que se había esforzado por reprimir en los últimos años?

    Volvió a guardar la foto y pensó en su abuela. No entendía la histeria que se había apoderado de ella cuando había visto esa fotografía en una valla publicitaria camino de la iglesia y se había desmayado en la acera, para espanto de su cuidadora. Aquello la había alterado de tal manera, que no se había tranquilizado hasta que él le había prometido que averiguaría la identidad del niño.

    –Parece que hay un embotellamiento considerable más adelante, señor –le dijo el chófer–. Tendré que tomar una ruta distinta si quiere mantener el horario previsto.

    Aquello puso a Rocco aún de peor humor, pero se lo había prometido a su abuela y cumpliría esa promesa. Inspiró profundamente y apretó la mandíbula.

    –Hágalo; quiero acabar con esto cuanto antes.

    Mia Gallagher acarició la mejilla de su hijito, que dormía plácidamente, antes de apartarse con una media sonrisa. La hora de la siesta estaba empezando a convertirse en una lucha titánica. Gianni tenía ya dos años y medio y se resistía como gato panza arriba cuando intentaba acostarlo en la cuna.

    Cerró la puerta del dormitorio con un suspiro de alivio. Tenía una hora por delante para sí antes de que se despertara; tiempo más que suficiente para ocuparse de la colada y empezar a hacer la cena. Pero cuando bajó las escaleras y sonó el timbre de la puerta, resopló con fastidio, pensando que seguramente sería la señora Hart, su vecina.

    No estaba de humor. Cada vez le costaba más llegar a fin de mes, y esa mañana habían cancelado otra sesión fotográfica de Gianni… la tercera en dos semanas. Lo último que necesitaba era una visita de aquella chismosa disfrazada de buena vecina, y por un momento consideró la posibilidad de no abrir.

    Sin embargo, volvió a sonar el timbre y luego llamaron de manera insistente con los nudillos. Suponía que la señora Hart debía haberlos visto regresar del parque. No le quedaba más remedio que abrirle si no quería que despertara a Gianni.

    Abrió, con una excusa preparada, pero retrocedió horrorizada y se le atragantaron las palabras al ver al hombre que había frente a su puerta.

    Rocco dio un respingo cuando la puerta se abrió y apareció ante él la mujer a la que había desterrado de su vida tres años atrás.

    ¿Cosa è questo? –exclamó indignado.

    Parecía que alguien de su equipo de seguridad había cometido una metedura de pata descomunal cuando les había pedido que averiguaran dónde encontrar al niño de la foto. Porque aquello no podía ser más que un error… La mujer que le había abierto la puerta era Mia, la última persona con la que querría encontrarse, la persona en la que se había jurado a sí mismo que no volvería a pensar jamás…

    Estaba… distinta. Ya no era aquella mujer sensual, elegantemente maquillada, peinada y vestida, con la que había compartido cama y trabajo durante varios meses hacía tres años. La mujer que tenía frente a sí estaba pálida y sus ojos verdes, antaño vivaces, se veían apagados. Incluso su bonito cabello rubio, que ahora llevaba recogido en una coleta, había perdido su antiguo brillo. Ni siquiera iba maquillada.

    Bajó la vista y frunció el ceño. Estaba más delgada, pero sus pechos parecían más grandes de lo que los recordaba bajo el jersey que los cubría. Por no hablar de los vaqueros anchos que llevaba… En definitiva, un exterior poco atractivo y completamente alejado de la mujer explosiva que casi le había hecho perder la cabeza.

    Fue entonces cuando se fijó en la expresión de su rostro, una expresión de… ¿pánico? Por supuesto… ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Estaba claro que era ella la que había orquestado aquel encuentro y que ahora, al ver la ira que había desatado en él, le estaba entrando el pánico. Su descaro lo anonadaba.

    –¿No me invitas a pasar? –le dijo burlón, plantando una mano en la puerta.

    Mia lo miró aterrada y trató de cerrar la puerta, pero él se lo impidió sin tener que esforzarse apenas.

    –Mira, no sé a qué estás jugando, pero te agradecería que no me crearas más problemas y te fueras por donde has venido –masculló ella.

    –¿Problemas? –repitió él–. Esperaba que me saludaras de un modo cordial y me preguntaras al menos cómo estoy. Después de todo has sido tú quien ha orquestado este encuentro –añadió, empujando la puerta y entrando en la casa.

    A Mia le martilleó el corazón en el pecho al verlo invadir su pequeño salón, su santuario.

    –No sé de qué hablas. Lo único que sé es que quiero que te vayas. Si es necesario, la señora Hart, mi vecina, atestiguará ante el juez que te presentaste aquí sin avisar.

    Rocco enarcó las cejas.

    –¿Es que vuelves a tener problemas con la justicia, cara? ¿En qué lío te has metido esta vez?

    Mientras hablaba, avanzó con sus ojos azules fijos en ella. Se detuvo a solo un par de metros, pero ella se quedó donde estaba, negándose a retroceder.

    –¿Te estás burlando de mí?

    Rocco avanzó un poco más.

    –Debes estar muy desesperada si dependes de una vecina para sacarte del lío en el que te hayas metido –murmuró. Se quedó callado un momento y entornó los ojos–. ¿O es por eso por lo que me has hecho venir?

    El olor de su colonia envolvió a Mia, desencadenando recuerdos que todos esos años se había esforzado por reprimir.

    –¿Qué quieres decir? Esta es mi casa y te has presentado sin avisar –le espetó–. Quiero que te vayas. Ya.

    Cerró los ojos un instante. «Cálmate; respira. Esto no es más que una pesadilla. Dentro de unos minutos habrá terminado», se dijo.

    –Detesto esta clase de jueguecitos –le dijo Rocco en un tono amenazador. A sus treinta y tres años ya estaba cansado de esas artimañas–. Ya que me has engañado para que viniera hasta aquí, lo menos que puedes hacer es decirme por qué.

    Mia frunció el ceño.

    –¿Que yo te he engañado para que vinieras aquí?

    –Es evidente. ¿A cuál de mis empleados has sobornado para conseguirlo?

    Mia lo miró boquiabierta de indignación.

    –¿Perdona?

    –¿No es ese tu modus operandi? –dijo él–. ¿Quién te facilitó el itinerario de mi abuela? O el mío, ya que estamos. Porque desde luego no han sido ni mi chófer ni el piloto de mi jet privado. Los dos llevan años trabajando para mí, y son de mi más absoluta confianza.

    Mia sintió una punzada en el pecho. Tres años atrás sus sueños se habían hecho realidad para, poco después, serle arrebatados de la manera más cruel. Hasta ese momento había creído que no podía haber nada peor, pero se equivocaba. Al descubrir que había tenido la osadía de intentar contactar con él para que la escuchara y tratar de hacerle cambiar de opinión, Rocco había tomado represalias contra ella, y había sido entonces cuando había comprobado el alcance de su poder.

    –No sé de qué hablas; no tengo la menor idea.

    Una sonrisa cínica se dibujó en los labios de Rocco.

    –¿Vas a seguir malgastando saliva con mentiras? No sé ni por qué me sorprendo. Genio y figura hasta la sepultura… Pues deja que te dé un consejo: la próxima vez que pretendas seducir a un hombre, vístete para la ocasión, porque con ese jersey y esos vaqueros anchos no excitarías a nadie…

    La ira se apoderó de Mia.

    –¿Cómo te atreves…?

    –Guárdate tu falsa indignación y dime por qué estoy aquí.

    Lágrimas de rabia se agolpaban

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