Idilio entre vecinos
Por Candy Halliday
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Idilio entre vecinos - Candy Halliday
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2001 Candace Viers
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Idilio entre vecinos, n.º 1654 - febrero 2020
Título original: Lady and the Scamp
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1328-973-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
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Prólogo
CASSIE Collins reprimió una exclamación cuando vio a su madre perfectamente arreglada, dando pasos de un lado a otro del vestíbulo, con gesto dramático.
–Sigo pensando que tu padre y yo deberíamos postergar nuestro viaje a Europa. Siempre hemos ido juntos de vacaciones, desde que naciste, y ciertamente no me gusta la idea de dejarte sola supervisando algo tan importante como el emparejamiento de Duchess con el candidato apropiado –dijo Lenora Collins.
Cassie miró a la perra que llevaba en brazos y acarició su pelo blanco. Gracias a aquel animal se libraría finalmente de las temidas vacaciones familiares, y no pensaba darse por vencida sin oponer resistencia.
–Fuiste tú quien dijo que sería muy traumático dejar a Duchess con un extraño en un momento tan delicado como este, madre –dijo Cassie–. Sé que esperabas que el entrenador de Duchess se encargase de todo, pero a veces ocurren imprevistos. Ahora hay que solucionarlo de la mejor manera posible.
Lenora le tiró besos a la reciente ganadora de la prestigiosa exposición de perros de Westminster. Luego, volvió a cerrar la boca y puso mala cara.
–Bueno, puedo asegurarte una cosa. Si el entrenador de Duchess se cree que voy a olvidar el problema que nos ha causado, se equivoca. En lo que a mí me concierne, ha tenido una actitud poco profesional dejándonos en la estocada.
Cassie puso los ojos en blanco.
–No creo que puedas calificar un ataque de apendicitis como algo poco profesional, madre –argumentó Cassie–. Además, has pagado una buena suma para que Duchess pueda cruzarse con un campeón, y el criador llega la próxima semana de Londres. Es lógico que me quede aquí para ocuparme de ello.
–Cassie tiene razón, Lenora –dijo Howard Collins mientras recogía las últimas maletas y cruzaba el vestíbulo–. Por algo nuestra hija se graduó cum laude en la Facultad de Derecho… Se ocupará de esto sin problema.
Lenora Collins resopló al oír el comentario de su marido. Luego, volvió a dirigir una mirada dudosa a Cassie.
–Bueno, al menos prométeme que tendrás cuidado, Cassandra. Me preocupa que te quedes sola con ese gorila que vive bajando la calle. Quién sabe lo que es capaz de hacer un hombre como ese. Enciérrate con llave y deja puesta la alarma de seguridad todo el tiempo.
Cassie suspiró. Su madre se refería, por supuesto, al incorregible nuevo vecino que había escandalizado a aquel lujoso barrio desde el mismo momento en que había llegado a él. El presentador de radio no se había ajustado a ninguna de las tradiciones sureñas que la mayoría de la gente de Asheville, Carolina del Norte, consideraba sagradas aún. Hasta el momento, a Nick Hardin le habían negado la entrada al country club, lo habían echado del curso de golf e incluso le habían puesto una multa por aparcar su monstruosa Harley-Davidson en el cuidada hierba del country club.
–No tengo una opinión mucho más positiva que la tuya de Nick Hardin, madre. Pero no creo que sea un violador –dijo Cassie.
–Bueno, nunca se sabe –contestó Lenora–. Sobre todo porque ese horrible hombre podría estar resentido contigo. Realmente fuiste tonta al llamar a ese programa suyo y quejarte, Cassandra.
Cassandra le reprochó internamente a su madre que no perdiera la oportunidad de una última reprimenda. Aunque, a decir verdad, ella también lamentaba haberlo hecho. Normalmente dejaba pasar las bromas contra su noble profesión, pero había habido una broma en aquel programa de Nick Hardin que la había sacado de quicio. Habían dicho algo así como que no había ninguna diferencia entre un abogado de hoy en día y un buitre, que espera a que te mueras para abalanzarse sobre ti. Cassie había sentido que la broma había llegado demasiado lejos. Había llamado al popular programa de radio de la mañana y había sugerido cortésmente que el señor Hardin hiciera una encuesta acerca de lo que se consideraba humor y de lo que se consideraba mal gusto.
El desgraciado, por supuesto, se había reído de su comentario. Y cuando la había insultado aún más, sugiriendo que hasta una abogada debería ser suficientemente inteligente como para cambiar de emisora si no le gustaba el programa, Cassie lo había colgado en la oreja.
–De acuerdo, madre. Te prometo que tendré cuidado –dijo Cassie cuando su padre tocó el claxon para que su madre se diera prisa.
–Bueno, no te olvides de que no puedes perder de vista a Duchess ni un momento. Todavía me duele lo que he tenido que pagar a ese ladrón de Inglaterra por el cruce. Después de lo que me ha cobrado ese hombre, será mejor que vuelva a casa y me encuentre con una camada de cachorros hijos de campeón –dicho esto, su madre salió por la puerta.
Cassie la siguió y se quedó de pie, en el porche de la casa victoriana en la que había vivido toda su vida.
–Enviad muchas postales –gritó Cassie cuando el coche se alejaba.
Pero hasta que el Lincoln negro no desapareció de su vista, no dejó escapar un grito de liberación, ni bailó con la perra.
–¡Somos libres al fin! –gritó mientras daba vueltas con Duchess.
Para Cassie, pasar seis semanas sola en casa sería el paraíso. Aunque tuviera que hacer de niñera de una perra.
Capítulo 1
SOY CASSIE Collins, de Crescent Circle. ¡Hay un violador en mi patio! ¡Venid deprisa! Necesito ayuda!
Cuando el intruso hizo un nuevo movimiento en su dirección, Cassie dejó el teléfono inalámbrico a un lado.
–¡Fuera de aquí, asquerosa bestia! –gritó. Luego, él hizo exactamente lo contrario y fue ella quien lo atacó.
Lamentablemente, lo único que logró Cassie fue otra inútil persecución entre los árboles. La velocidad de aquel diablo superaba la suya y se le escapaba cada vez que apuntaba en su dirección.
Después de otro inútil juego de «pilla-pilla» alrededor del jardín, Cassie se detuvo y respiró profundamente. Un rizo rubio rojizo le cayó en la cara. Ella resopló y se lo quitó de encima de los ojos. Fue entonces cuando vio un agujero, en uno de los lados del portón de madera que rodeaba el jardín.
Los ojos del delincuente se fijaron en los de Cassie durante un breve momento, y como si pudiera leer sus pensamientos, se dirigió inmediatamente al agujero por el que podía escaparse.
–¡Vuelve, cobarde! –gritó Cassie.
Pero el sonido de la sirena de los guardias de seguridad la distrajo y la obligó a abandonar temporalmente la persecución.
Con mano temblorosa, apretó el puño en dirección al terrier blanco y negro que se había alejado y estaba en el extremo opuesto del jardín. Le pareció que el pequeño delincuente se reía a través de sus afilados dientes perrunos. Como sabía que la persecución sería inútil sin ayuda de los guardias, Cassie fue hacia el vestíbulo de entrada, donde un oficial de seguridad estaba golpeando la puerta con el puño.
–¿Se ha hecho daño, señorita Collins? ¿Le ha puesto la mano encima el muy canalla? –preguntó el oficial de más edad de los dos, mientras entraban en el vestíbulo con el arma empuñada.
Inquieta al ver el revólver, Cassie frunció el ceño a los policías conocidos en el lujoso barrio por Andy y Barney.
–No quiero que le disparen, Joe. Solo quiero que me ayuden a prender a ese desgraciado.
–Iré primero yo –dijo el oficial que había hablado antes, mirando a su acompañante, un hombre más joven, con cara de bebé, que estaba apretando ansiosamente los botones de su radio de policía.
–¿Quieres que llame al Departamento de Policía de Asheville para que nos manden refuerzos, Joe? –preguntó el policía con cara de bebé, con una voz que aún tenía vestigios de pubertad.
–¡No! –gritaron simultáneamente Cassie y Joe.
Cassie pasó por al lado de los policías y tomó la delantera. Atravesó la casa con sus nerviosos guardianes detrás de ella. Cuando llegaron a la habitación acristalada del fondo, Cassie señaló al asaltante peludo.
–Ahí está –dijo–. La asquerosa pequeña bestia se metió por debajo del portón privado y asaltó a Duchess antes de que me diera cuenta siquiera de lo que estaba pasando.
Los dos policías siguieron la mirada de Cassie hasta el terrier, quien movió la cabeza en dirección a ellos y les mostró la misma sonrisa canina que Cassie había visto antes. Y entonces, como si quisiera burlarse de ella, le movió la cola, evidentemente complacido con lo que había sido capaz de hacer antes de que hubiera llegado la policía.
–Usted dijo «violador», señorita Collins –dijo Joe, mientras enfundaba nuevamente su revólver y miraba a Cassie, molesto.
Cassie lo miró también.
–No estoy de humor para escuchar un sermón, Joe –le advirtió Cassie–. Sabes tan bien como yo, que si os hubiera dicho que se trataba de un perro abandonado que había invadido mi jardín no habríais venido.
Ninguno de los dos oficiales la contradijo, pero la siguieron mirando como si fuera una alienígena que había enturbiado su tranquilidad. Cassie no podía culparlos. Estaban acostumbrados a verla en el papel de abogada, tranquila y controlada, yendo y viniendo de su despacho de abogados todos los días, y no a aquella maniática de ojos desencajados y coleta que acababa de salir de la ducha, tratando de ahuyentar a un chucho que se había colado en su jardín.
–Mira, Joe –dijo Cassie, tratando de aplacar al hombre–. Tú sabes mejor que nadie lo difícil que es tratar con mi madre.
Cuando el policía se puso pálido ante la sola mención de Lenora, Cassie señaló a la pequeña perra blanca que estaba cruzando el jardín para unirse al enemigo.
–Bueno, te