Cuentos de la selva
Por Horacio Quiroga
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Cuentos de la selva - Horacio Quiroga
Viento Joven
e-I.S.B.N: 978-956-12-2194-9.
1ª edición ampliada: diciembre de 2015.
Gerente editorial: Alejandra Schmidt Urzúa.
Editora: Camila Domínguez Ureta.
Director de arte: Juan Manuel Neira.
Diseñadora: Mirela Tomicic Petric.
Ilustración de portada: Fabiola Solano.
Ilustraciones de interior: Andrés Jullian.
© 2008 de la presente versión
por Empresa Editora Zig-Zag.
Registro Nº 177.367. Santiago de Chile.
Editado por Empresa Editora Zig-Zag, S.A.
Los Conquistadores 1700. Piso 10. Providencia.
Teléfono 56 2 28107400. Fax 56 2 28107455.
www.zigzag.cl / E-mail: [email protected]
Santiago de Chile.
El presente libro no puede ser reproducido ni en todo ni
en parte, ni archivado ni transmitido por ningún medio mecánico,
ni electrónico, de grabación, CD–Rom, fotocopia,
microfilmación u otra forma de reproducción,
sin la autorización escrita de su editor.
Índice de contenido
Vida y obras de Horacio Quiroga
Su numerosa obra literaria
Los Cuentos de la selva
La tortuga gigante
Las medias de los flamencos
El loro pelado
La guerra de los yacarés
La gama ciega
Historia de dos cachorros de coatí y de dos cachorros de hombre
El paso del yabebirí
La abeja haragana
El potro salvaje
El regreso de Anaconda
Vida y obras de Horacio Quiroga
El presente libro contiene los ocho cuentos que Quiroga publicó con el título de Cuentos de la selva, más los cuento El potro salvaje
y El regreso de Anaconda
que se han añadido por su belleza y valores que encierra.
Horacio Quiroga nació en Salto, Uruguay, el 31 de diciembre de 1878. Sus primeros veinticinco años los vivió en su patria de origen. Muy joven, se inicia en la literatura, colaborando en revistas de Salto. Escribe poemas y artículos firmados con diferentes seudónimos. En 1899, funda la Revista del Salto.
Le correspondió vivir en una época de grandes y constantes cambios sociales y políticos, anteriores al establecimiento de la democracia en su país. En lo literario, predominaban corrientes decadentistas y modernistas.
Ya en Montevideo, Quiroga participó de la bohemia de 1900. Por esos años presidió el Consistorio del Gay Saber
y en 1901 publicó su primer libro: Los arrecifes de coral. Después de un viaje no muy exitoso a París, en 1900 regresa a América, estableciéndose en Buenos Aires. Argentina será, desde entonces, su segunda patria.
Lee con entusiasmo a Dumas, Scott, Dickens, Balzac, Zola, Maupassant, los Goncourt, Heine, Bécquer, Hugo, etc. Pero la lectura de Edgar Allan Poe ejerce sobre él un impacto notable. Estudia la técnica cuentística del norteamericano, maestro indiscutido de este género literario. En parte, de ese autor deriva su predilección por temas terroríficos y fantásticos, como también un tono marcadamente pesimista. De sus ensayos y reflexiones, Quiroga elabora su Decálogo del perfecto cuentista
, en el que resume su propia experiencia y la teoría de la composición de Poe.
Aunque en sus comienzos Quiroga acusa un predominio de amaneramientos modernistas, con un abundante uso de galicismos, a medida que va adquiriendo experiencia y oficio evoluciona hacia un estilo propio. Se aparta de temas y formas del modernismo y fija su atención en lo americano, aunque dándole una proyección universal. Anuncia, con bastante anticipación, lo que años después será llamado el mundonovismo
hispanoamericano. También el criollismo lo cuenta entre sus antecedentes.
Quiroga es uno de los primeros escritores que descubren la naturaleza americana como materia narrativa de sus obras. Es, también, uno de los primeros en cultivar nuevas formas del relato fantástico. Modalidad iniciada débilmente por los escritores argentinos en el siglo XIX.
Su colaboración en la revista Caras y Caretas lo obliga a una cuidadosa elaboración de los cuentos. En aras de la brevedad, deben estar deshojados de todo elemento inconsistente, para concentrarse en lo verdaderamente esencial y funcional.
En 1902, ejerce como profesor de castellano en el Colegio Británico de Buenos Aires. Desde allí, parte hacia la región de Misiones, como fotógrafo de una expedición dirigida por Lugones. Esta experiencia en la selva lo marca profundamente. En 1904 viaja al Chaco como plantador de algodón. Sufre un rotundo fracaso.
Vuelto a Buenos Aires, consigue una cátedra de castellano y literatura en la Escuela Normal Nº 8. Allí se enamora de una alumna, con la que se casa en 1909. No contento con la primera experiencia empresarial fallida, compra un campo en San Ignacio, en Misiones, hacia donde se traslada con su esposa. Su ilusión es prosperar como cultivador de yerba mate. Allí nacerán su hija Eglé y su hijo Darío.
En San Ignacio, es nombrado juez de paz y oficial del Registro Civil. Alterna sus menesteres burocráticos y empresariales, sin dejar de lado sus afanes literarios. Sus lecturas han ido diversificándose. Incluye autores como los rusos Gorki, Turguenev y Dostoiewski; también figuran obras de Kipling, Anatole France y Flaubert entre sus preferencias.
La vida en el territorio de Misiones le ofrece experiencias variadas. Aunque sus empresas comerciales fracasan, en cambio, el contacto con la naturaleza bárbara ha sido fascinante. La selva le proporciona abundantes historias, personajes interesantes y anécdotas que incorporará a sus relatos. Pero no todo allí es idílico: las condiciones malsanas y el trabajo esclavizante, conducen a la desesperación o al aniquilamiento moral y físico.
Estas experiencias irán tomando forma literaria y, sucesivamente, se condensarán en libros como Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917), Cuentos de la selva (1918), El salvaje (1920), Anaconda (1921), El desierto (1924), La gallina degollada y otros cuentos (1925), Los desterrados (1926), El regreso de Anaconda (1926) y Más allá (1935).
En 1914, cambia de giro comercial hacia la fabricación de carbón y la producción de vino de naranjas, labores que no mejoran su situación económica. Además, intentó otras muchas actividades: fabricaba cerámicas, tejía redes, construía sus propios muebles; elaboraba exquisitos dulces, fabricaba carteras y cinturones con cueros de víboras y ensayó muchos otros productos. Pero los resultados fueron siempre adversos.
En el aspecto personal, la vida de Quiroga se vio marcada por la tragedia. De aquí deriva la principal vertiente pesimista y la angustia que trasuntan sus mejores cuentos, muchos de los cuales están inspirados en el tema de la muerte. En la ficción, son los elementos violentos y la inestabilidad sicológica, tan frecuentes, los que confieren autenticidad humana a los relatos. Pero muchos de esos sufrimientos han sido reales en la vida del autor: cuando Horacio tenía sólo tres años de edad, su padre murió en un accidente de caza. Cuando contaba diecisiete años es el primero en enfrentarse con el cadáver de su padrastro, Ascencio Barcos, que se suicida en septiembre de 1896. Cuando estaba ya en Buenos Aires da muerte, accidentalmente, a su mejor amigo, Federico Ferrando, mientras le enseñaba a manejar una pistola. A fines de 1915, su esposa Ana María, incapaz de soportar la dura vida de la selva ni el carácter inestable del marido, enloquece y se suicida, envenenándose.
Vuelto a Buenos Aires, vive como ciudadano uruguayo. Entre los años 1917 y 1920, Quiroga desempeña labores consulares, hasta ascender al Consulado General de su país.
En 1920 publica su única obra teatral, Las sacrificadas, inspirada en el cuento Una estación de amor
. La pieza se representa sin mucho éxito, lo que no sorprende al autor. Ya se ha convencido de que sus logros artísticos más significativos los alcanzará con los cuentos.
La mejor época de Quiroga, como escritor, se extiende entre los años 1917 a 1926. Ha estado un corto tiempo en Misiones, pero regresa a Buenos Aires. Se vuelve a casar en 1927, esta vez con una joven de veinte años, María Elena Bravo, compañera de su hija Eglé. Al año siguiente, 1928, nace su tercera hija, Pitoca.
Viaja a Misiones con su familia. Consigue trasladar su consulado a San Ignacio para establecerse en la región en forma permanente. Pero pronto queda cesante, a raíz de un golpe de Estado