Tartufo / Don Juan Tenorio
Por Molière
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personaje galante, frívolo y libertino, pero en la versión de su comedia, Molière le confiere un espíritu libertario que desafía la autoridad y los convencionalismos.
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Tartufo / Don Juan Tenorio - Molière
ISBN Libro Digital: 978-956-12-2903-7.
ISBN Libro Impreso: 978-956-12-2289-2.
1ª edición: abril de 2016.
Ilustración de portada:
Evangelina Prieto.
Gerente editorial: Alejandra Schmidt Urzúa.
Editora: Camila Domínguez Ureta.
Director de arte: Juan Manuel Neira.
Diseñadora: Mirela Tomicic Petric.
© 2011 por Empresa Editora Zig-Zag.
Inscripción Nº 206.880. Santiago de Chile.
Derechos exclusivos de la presente versión
reservados para todos los países.
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ÍNDICE
Palabras preliminares
Tartufo
El impostor
Personajes
ACTO PRIMERO
ACTO SEGUNDO
ACTO TERCERO
ACTO CUARTO
ACTO QUINTO
Don Juan
o el convidado de piedra
Personajes
ACTO PRIMERO
ACTO SEGUNDO
ACTO TERCERO
ACTO CUARTO
ACTO QUINTO
Palabras preliminares
Molière
Un retrato del héroe molieresco
Para el actor, director y dramaturgo francés Molière (Jean-Baptiste Poquelin, 1622-1673), fue Tartufo seguramente la obra que más dificultades le presentó y a raíz de la cual mayor cantidad de polémicas y sinsabores debió enfrentar. Tartufo fue escrita en 1664, cuando Molière poseía ya una sólida reputación teatral, y en mayo de ese año se representó de manera más abreviada que el texto definitivo, en el contexto de los festejos conocidos como Placeres de la isla encantada
, que la corte celebró en el Palacio de Versalles. Ahí mismo comenzaron los problemas. Según se consignaba en la crónica de estas celebraciones, "Por la noche su Majestad hizo representar los tres primeros actos de una comedia titulada Tartufo, que el señor Molière había escrito contra los hipócritas. Pero, aunque parecía muy divertida, el Rey encontró tanta semejanza entre aquellos a quienes una verdadera devoción coloca en la senda del Cielo, y esos a los que una vana ostentación de las buenas obras no les impide cometer otras malas, que su extrema delicadeza hacia los asuntos religiosos no pudo soportar dicha semejanza del vicio con la virtud, que se prestaban a ser confundidos el uno con la otra, y aunque no dudara en absoluto de los buenos propósitos del autor la prohibió, sin embargo, para ser presentada en público, privándose él mismo de ese placer y así no permitir que se engañasen otros menos capaces de poseer un justo discernimiento".
La hoguera para un dramaturgo
En aquel período de la historia de Francia (conocido como su Siglo de Oro), muchas de las compañías profesionales funcionaban al amparo de la protección real, gozando de beneficios anuales que les permitían vivir sin sobresaltos, teniendo tiempo para ensayar sus montajes y actuando frente a un público selecto compuesto por aristócratas y burgueses. Pero aunque Molière era favorito del rey Luis XIV, ello no impidió que las representaciones de Tartufo fueran vetadas. La razón obedecía a los afanes reales de querer proteger a los espectadores de una probable confusión, como lo expresa la crónica reproducida más arriba: que se entendiera que su protagonista representaba a todas las personas devotas; es decir, que ellas eran esencialmente hipócritas y escondían oscuras intenciones bajo su aparente religiosidad.
Después de aquella primera representación, voces airadas se levantaron contra el autor, sobre todo los miembros de una cofradía llamada la Cábala de los Devotos, pertenecientes a una organización mayor: la Compañía del Santo Sacramento, una especie de sociedad secreta de carácter ideológico-religioso que tenía poder en la corte, movía influencias, vigilaba la vida privada y coartaba la libertad de pensamiento. Sus miembros pugnaban por aplicar en Francia los postulados más drásticos del Concilio de Trento de 1563; entre ellos, el retorno de la Inquisición y el manejo a cargo del papado de las políticas de la monarquía. La Cábala tenía un llamado director de conciencia laico
, un devoto cuya misión era salvar las almas de las acechanzas de personas como Molière, considerado un autor blasfemo. Esta institución, a través del sacerdote Roullé, pidió la hoguera para Molière, como un anticipo del fuego del infierno
. En todo caso, ya desde sus inicios y hasta el final de sus días, el dramaturgo francés tuvo enemigos en todas las esferas sociales, básicamente entre quienes no gustaban de sus críticas satíricas en contra de lo que para él constituían vicios de su tiempo. Pero con Tartufo las cosas llegaron a extremos impensados: su exclusión de la escena pública se mantuvo por cinco años, permitiéndose solo funciones privadas en casas de algunas familias. Solo en febrero de 1669, el Rey permitió sus representaciones. A pesar de que en la versión definitiva fueron suprimidos algunos pasajes, su línea central fue la misma. Durante aquellos polémicos años, Molière debió enfrentar la persistente condena de parte de la Iglesia, al punto de que en un momento el arzobispo de París amenazó con la excomunión a quienes la presenciaran. El autor envió al Rey varias cartas solicitando la autorización correspondiente, pero la prohibición se mantuvo, originando una de las batallas más enconadas en toda la historia literaria francesa.
Luis XIV
Tartufo fue publicada por primera vez en 1669, unos meses después del segundo estreno. Allí, Molière escribió un extenso prefacio, defendiéndola de los ataques recibidos y objetando las censuras que sobre ella cayeran. Algunos de sus párrafos son iluminadores respecto de la historia de la obra y de la estética del autor:
"He aquí una comedia que ha hecho mucho ruido y que ha sido combatida por largo tiempo. Las gentes en ella aludidas han demostrado que son más poderosas en Francia que todas cuantas he representado hasta ahora. Los marqueses, las presumidas, los maridos burlados y los médicos han sufrido tranquilamente que los haya colocado en escena y han fingido divertirse, como todo el mundo, con las caricaturas que de ellos hice. Pero los hipócritas no han aguantado la burla. Se han asustado, por supuesto, y les ha parecido extraño que tuviera yo la osadía de representar sus gestos y de querer desacreditar un oficio al que se dedica tanta gente. Es un crimen que no pueden perdonarme y se han alzado contra mi comedia con un furor espantoso. Sin embargo, han tenido cuidado de no atacarla por el lado que realmente les ha herido: son demasiado políticos para eso y saben vivir bastante bien como revelar el fondo de su alma. Siguiendo sus loables costumbres, han encubierto sus propósitos con la causa de Dios: según ellos, Tartufo es una obra que ofende la piedad".
Pero si se toman el trabajo de examinar mi comedia de buena fe, verán sin duda que mis intenciones son del todo inocentes y que no pretenden en absoluto a criticar en escena las cosas que deben reverenciarse; que la he compuesto con todas las precauciones que requería la delicadeza del tema y que he puesto todo mi arte y todo el cuidado para diferenciar bien el personaje del hipócrita del verdadero devoto
.
Si la finalidad de la comedia consiste en corregir los vicios humanos, no veo por qué razón tiene que haber hombres privilegiados. Este vicio es, en el Estado, de unas consecuencias mucho más peligrosas que todas las demás y ya hemos visto que el teatro posee una gran eficacia para la corrección. Los más bellos rasgos de seriedad moral son, frecuentemente, menos poderosos que los de la sátira: nada corrige mejor a la mayoría de las personas como el retrato de sus defectos. Es un gran ataque a los vicios exponerlos a la risa de todo el mundo
.
Locura obsesiva y manía viciosa
Desde el momento en que Tartufo se pudo exhibir públicamente, su éxito fue inmediato y esta fama atraviesa los siglos hasta nuestros días. Es una de las obras más conocidas y representadas de Molière, porque sintetiza de manera notable la mayoría de las preocupaciones dramatúrgicas y temáticas de su autor. Existe en ella ese afán por mostrar de manera implacable los defectos de muchos de sus contemporáneos, a través de un formato realista, cercano al drama sicológico y atravesado por una evidente comicidad. En este sentido, las creaciones de Molière se apartaron del teatro de bufonería de sus antecesores, así como de la tragedia y de la exuberancia del barroco. De alguna manera, ellas obedecieron al ideal clásico de disciplina, orden, equilibrio y jerarquía. Por ello, lo que se critica ahí es precisamente la exageración, la ampulosidad, la afectación, lo extravagante, lo desorbitado y la ausencia de naturalidad.
Tartufo en una ilustración del siglo XIX.
Para llevar a cabo este propósito, el dramaturgo francés hizo retratos amplificados de sus protagonistas, hasta convertirlos en seres prácticamente perturbados. El mecanismo de ridiculización al que somete a los personajes –sacados de la vida cotidiana– disloca una realidad en apariencia inocente y muestra los vicios en toda su plenitud. Así, el llamado héroe molieresco
es víctima de una locura obsesiva, de una manía viciosa, pivote sobre el que gira incesantemente, único cristal a través del cual mira la realidad. Defectos como la avaricia, la hipocresía, la afectación, la hipocondría y la ignorancia se encarnan en seres de carne y hueso que llevan su tara a un extremo inimaginable. Por ejemplo, muchos de ellos llegan al límite de ansiar para sus hijos matrimonios imposibles de jóvenes con ancianos, ya que su deforme visión de las cosas les apartan de un mínimo de sensatez.
De igual manera, en sus obras predomina la exhibición de la ridícula contradicción que existe entre lo que un individuo pretende ser y lo que realmente es; entre aquello que quiere que la sociedad vea en él, de su verdadera condición. Defendía, en cambio, la naturalidad y la claridad en el comportamiento de los seres humanos. Su ideal era el honnête homme, un hombre modelo que debe ser culto, pero discreto y no pedante; comedido, dueño de sí mismo, galante, valiente sin excesos, elegante, justo y racional. Una persona, en fin, equilibrada y verdadera. En el caso de Tartufo, quien se acerca a este ideal es Cleante, quien intenta todo el tiempo conducir a su cuñado Orgón por el camino del equilibrio y el sentido común, sin lograrlo, por cierto. Es justamente la exageración vital de sus protagonistas más conocidos lo que produce ese efecto ridículo y risible y le otorga el carácter de comedia y no