¡Hay que salvar a Sole!
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¡Hay que salvar a Sole! - Angélica Dossetti
S.
Sábado 22 de octubre (por la noche)
Estoy muerta, en mi vida quiero volver a viajar. Desde que salimos de Santiago hacia Punta Cana, por lo menos han pasado unas mil horas (sé que no es tanto, apenas salimos ayer por la mañana, pero así me siento). Me duele todo, desde la cabeza hasta la uña del dedo chico de los pies. Más encima, no encuentro forma de acostumbrarme a este calor tan raro. Miro por la ventana y está lloviendo, y entonces creo que por fin podré respirar un poco de aire fresco. Abro la ventana y saco la cabeza, pero lo único que consigo es sentirme igual que en la ducha, como cuando el baño está lleno de vapor y cuesta respirar, porque aunque llueva, el calor sigue. Entonces, mejor cierro la ventana y me pongo a escribir con el aire acondicionado a todo lo que da.
Aquí, sola en mi nuevo dormitorio, me acordé de lo enojada que me puse hace un mes, cuando mi papá, en medio de la comida, nos dijo con cara de circunstancia:
–Me trasladaron en el trabajo, nos tendremos que ir al Caribe –y se quedó callado, mientras yo miraba incrédula a mi mamá, que sólo se encogió de hombros.
–¿Adónde te trasladaron, papá? –le pregunté, casi desesperada de sólo pensar en dejar el colegio y a los amigos que tanto me había costado hacer.
–A República Dominicana. Inauguraron un resort en Punta Cana y me dieron la gerencia general –me contestó, como disculpándose de algo terrible.
No supe qué decir, sólo atiné a salir corriendo a mi dormitorio, agarrar el globo terráqueo, ubicar Santiago y luego empezar a ver dónde estaba ese dichoso país del que no sabía nada. Hasta que lo encontré: era apenas una mancha minúscula perdida entre el mar Caribe y el Atlántico. Y ahora estaba aquí, recién llegada, con mis maletas regadas por el piso.
Nota: Me llaman a comer, después sigo.
(Después de comer)
Sentía que tenía sueño y me acosté apenas terminé de comer, pero pasó un buen rato y no me pude dormir; entonces, quise salir a recorrer el lugar, pero no me dejaron porque era muy tarde.
Desde el aeropuerto de Santo Domingo a Punta Cana, hay que viajar unas cuantas horas en auto, pero no me acuerdo de nada, porque apenas me subí a la van que nos recogió a mi mamá, al Nico y a mí, me quedé dormida en el asiento de atrás. Cuando paró el motor y cesó el vaivén de las ruedas en el pavimento, desperté; no sé si fue el golpe de la puerta del conductor o fueron los ruidos incesantes de mis tripas lo que me trajo a la realidad.
Ya era de noche y sólo pude ver un edificio enorme, rodeado de palmeras y jardines que se iluminaban desde el suelo. Después, todo fue correr a saludar a mi papá, que se había venido dos semanas antes para ocupar su puesto en el hotel, y conocer el departamento donde viviríamos, que estaba en el último piso del edificio de la administración. Como aún no había visto nada, quería salir a recorrer el lugar, pero como mis papás me siguen viendo de la edad de mi hermano Nico (de tres años), y no como una niña de doce, no me dejaron.
Domingo 23 de octubre
Aún no había terminado de tomar el desayuno y ya estaba aburrida de escuchar a mi papá, sin contar los lloriqueos del Nico, hablando con mi mamá del colegio. Ocurre que en Santiago estábamos terminando el colegio, porque en noviembre ya son las pruebas y exámenes finales, pero aquí es todo lo contrario: entraron a clases en agosto, y eso quiere decir que apenas están partiendo. Como a mis papás les da lo mismo lo que yo opine, no escucharon mis alegatos sobre las vacaciones que me iba a perder y me dieron la mala noticia de que ya tenía colegio nuevo, de corrido, hasta junio del próximo año, sin vacaciones de verano (aunque aquí estamos en medio del otoño, pero es más caluroso que enero en Santiago). No es justo.
Por fin pude conocer el hotel. Es súper lindo, nada que ver con el departamento que le dan al gerente para que lo use con su familia en el edificio de la administración, donde estamos viviendo. Con todos estos muebles tan serios y camas gigantes, parece de viejos, sin vida, como si los muebles los hubiera puesto un decorador sólo para mirarlos; todo está tan limpio y ordenado que hasta al Nico, que es súper destrozón, le da un poco de miedo tocar las cosas. Mi papá dice que este lugar tiene el mismo mobiliario del resto de las habitaciones del hotel, y que ya lo iremos acomodando para darle un toque de niños y sentirnos como en la casa en Chile. Cierto que este departamento tiene algo que me gusta: cada dormitorio cuenta con su propio baño privado, y eso yo lo encuentro bacán
Después del desayuno, lleno de malas noticias, me arranqué sin que se dieran cuenta, porque mi mamá ya estaba diciendo que quería ir a comprarme el uniforme del colegio y mostrarme no sé qué libros de historia para que supiera algo de este país. Salí despacio, sin casi hacerme notar, abrí la puerta principal y partí corriendo por los caminitos que recorren un parque lleno de palmeras y flores raras, hasta llegar por un costado del edificio de recepción. Me quedé con la boca abierta, en mi vida había visto un lugar tan entretenido: ante mí se veía una laguna llena de peces y una garza solitaria, con un puente de madera, rodeada de prados y árboles con flores de muchos colores. En medio de la laguna había una islita con un escaño y un gran árbol frondoso que le daba sombra, después continuaba el puente hasta desembocar en varios caminos, con sus respectivas flechas, que indicaban un sinfín de lugares entretenidos: cinco restoranes, el casino, un spa, el teatro, la discoteca, el piano-bar, el salón de belleza, las boutiques, el club de niños,