Cuentos secretos de la historia de Chile
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- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La historia fue interesante, la visualización no me gusto mucho.
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Cuentos secretos de la historia de Chile - Ana María Güiraldes
e I.S.B.N.: 978-956-12-2884-9.
1ª edición: marzo de 2016.
Gerente editorial: Alejandra Schmidt Urzúa.
Editora: Camila Domínguez Ureta.
Director de arte: Juan Manuel Neira Lorca.
Diseñadora: Mirela Tomicic Petric.
Portada: Detalle del cuadro
Expedición de Almagro a Chile
de Fray Pedro Subercaseaux
©1992 por Jacqueline Marty Aboitiz
y Ana María Güiraldes Camerati.
Inscripción Nº 81.932. Santiago de Chile.
Derechos exclusivos de edición reservados por
Empresa Editora Zig–Zag, S.A.
Editado por Empresa Editora Zig–Zag, S.A.
Los Conquistadores 1700. Piso 10. Providencia.
Teléfono 56 2 28107400. Fax 56 2 28107454.
www.zigzag.cl / E-mail: [email protected]
Santiago de Chile.
El presente libro no puede ser reproducido
ni en todo ni en parte, ni archivado ni transmitido
por ningún medio mecánico, ni electrónico, de grabación,
CD-Rom, fotocopia, microfilmación u otra forma
de reproducción sin la autorización de su editor.
A María Luisa Garcés Braun, historiadora y gran amiga, sin cuyo acucioso trabajo de investigación estos cuentos no habrían sido escritos.
Las autoras.
Tea Tea y la bandera de Rapa nui
Tea Tea era una niña de once años, menuda y de cabello liso atado en una trenza que caía hasta su cintura. Tenía unos ojos negros, tan movedizos como brillantes, y un rostro que reía al son de su voz cantarina.
Tea Tea se había sentido tres veces orgullosa en su vida. La primera fue cuando su padre le habló del abuelo ya muerto, y de lo recio y noble que había sido. Ese día, pensando en él, el corazón de Tea Tea creció.
Según le contó su padre, al abuelo se lo habían llevado encerrado en las bodegas de un barco, junto a otros pascuenses, para ser vendido como esclavo en el Perú. Cuando ya estaban en alta mar, muy lejos de la costa, los dejaron salir a cubierta para estirar piernas y brazos. Entonces él, aunque la isla había quedado tan atrás que no se veía en el horizonte, sin dudar un instante se lanzó al mar. Y nadando durante seis días y seis noches, al séptimo día llegó de regreso a Pascua, casi muerto, pero libre.
¡Qué hombre magnífico había sido su abuelo! Sus descendientes nunca lo olvidarían.
La segunda vez que se sintió orgullosa fue cuando su madre le contó que la isla en que vivían era la tierra más firme del mundo. Ese día, palpando el suelo con las manos, el corazón de Tea Tea se llenó de reconocimiento. Mucho tiempo atrás, un hombre inmenso llamado Uoke había construido una gran palanca y con ella había comenzado a levantar y a hundir todas las islas grandes y chicas del océano. Y así, pueblos enteros murieron ahogados y se extinguieron. Pero cuando Uoke llegó a Rapa–Nui, su enorme palanca se había quebrado al tratar de levantarla: no la pudo mover, tan dura era la tierra de la isla.
Tea Tea, intrigada, había preguntado a su madre que dónde estaría la palanca de Uoke y si ella le había visto alguna vez. La mujer sólo le contestó con una sonrisa de sus gruesos labios.
La tercera vez que Tea Tea se sintió orgullosa fue cuando, desprendiéndose de ese maravilloso tesoro que le había regalado una mujer blanca y que ella ocultaba en una caverna, hizo posible que la primera bandera de la isla flameara junto a la chilena. Nunca como esa vez el corazón de Tea Tea se sintió tan emocionado.
Todo comenzó cuando Policarpo Toro llegó con su nave a la Isla de Pascua a tomar posesión de ella para Chile.
El padre de Tea Tea, junto a otros nobles de la isla, conversaban día a día, reunidos frente al enorme hoyo humeante en que se cocía el curanto.
–Ahora que nuestra isla será chilena, la bandera de Chile será nuestra bandera– decía un viejo que había viajado a Tahití y se sentía muy internacional.
–¡No, no, no! –contestaba el padre de Tea Tea, indignado–. Nosotros seremos chilenos, pero también pascuenses. Si se iza la bandera de Chile, izaremos al mismo tiempo la nuestra. ¡Las dos juntas o nada!
–¡Pero si nunca hemos tenido bandera! –gritaba, burlándose, uno de los nobles.
–¡La inventaremos! –respondía furioso el padre de Tea Tea, al que todos reconocían como jefe–. ¡No nos quedaremos sin bandera!
–Nunca llegaremos a ponernos de acuerdo sobre sus dibujos y sus colores –murmuraba otro viejo que ya no tenía dientes.
Tea Tea y sus amiguitas Siki y Uho asistían desde lejos a estas reuniones, y se asustaban pensando que las discusiones de los mayores sobre colores y tamaños iban a terminar en golpes violentos. Pero nada de eso sucedía: el pollo, las langostas, el pescado, los camotes, ñames, plátanos y choclos de los curantos preparados por sus mujeres aplacaban los ánimos y los hombres terminaban comiendo y bebiendo en relativa paz.
Y mientras los fieros nobles de Rapa–Nui discutían acerca de su bandera, en la bahía de Hanga Roa el solitario barco chileno esperaba pacientemente que ellos se pusieran de acuerdo. Cada tarde su capitán venía en una chalupa a la playa acompañado de sus oficiales y, subiendo por la costa empedrada, se juntaba con el padre de Tea Tea y los otros, a la sombra del gran moai. Pero cada tarde el capitán tenía que volver al barco sin novedades: la bandera que él había prometido respetar y hacer flamear junto a la chilena aún no estaba lista.
Pasaban los días y los pascuenses seguían discutiendo.
–¡Tiene que tener un volcán en el centro! –decía un hombre joven.
–¡No! ¡Una tortuga! ¡Una tortuga roja! –insistía otro.
–¡No! ¡Un moai y nada más! –agregaba un viejo.
Y así se