La Aldea
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Fernando Castellanos
Originario de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, México. Cursó estudios de ingeniería en el Instituto Politécnico Nacional. En sus obras expone su interés por fortalecer los valores a través de la reflexión, pues en ellas coexisten el dolor y la tragedia donde suele arrebatar algo positivo a cada eventualidad funesta. Es miembro de la Organización Mundial de Poetas, Escritores y Artistas y autor de relatos breves incluidos en más de 15 antologías internacionales editadas en México, Canadá y la Unión Europea. En 2011 recibió la presea “Amigo de Jaime Sabines” otorgada por el CONECULTA-Chiapas. Ha participado en la Feria Internacional del Libro del IPN, en las FIL de Guadalajara, la Ciudad de México y la FILIJ del estado de Sonora, invitado por la Compañía Cultural Sin Fronteras.
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La Aldea - Fernando Castellanos
La Aldea
Fernando Castellanos
Esta obra ha sido publicada por su autor a través del servicio de autopublicación de EDITORIAL PLANETA, S.A.U. para su distribución y puesta a disposición del público bajo la marca editorial Universo de Letras por lo que el autor asume toda la responsabilidad por los contenidos incluidos en la misma.
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© Fernando Castellanos, 2019
Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras
Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com
www.universodeletras.com
Primera edición: 2019
ISBN: 9788418036019
ISBN eBook: 9788418034510
No es un cuento infantil pero está dedicado…
A la niñez que en silencio clama atención y justicia, porque en el futuro cercano encuentren ese garante de paz y bienestar que les debimos dar las generaciones que nos les anticipamos y porque ellos sean capaces de lograr la conformación de una sociedad más justa, consagrada en el amor y los valores, donde los niños que vengan en su sucesión, no tengan que sufrir los riesgos y calamidades a los que en su actualidad están expuestos.
Los diálogos de los niños y los personajes secundarios que intervienen, se describen con una breve aproximación al estilo fonético con que se expresan en las poblaciones rurales de las regiones costeñas.
La Aldea es una fantástica novela de aventuras, imaginada en ambientes místicos y legendarios, cuyos personajes y hechos son ficticios; si alguien encuentra alguna semejanza con la realidad, es pura coincidencia. La realidad suele ser más compleja que la fantasía.
Prólogo
La Aldea es una novela de ficción cuyo escenario nace en el ambiente acogedor y placentero de la provincia cuando domina la paz y la armonía entre sus habitantes. En ese ambiente pueblerino la vida de tres menores parece ser una comedia, donde suelen ocurrir hechos inesperados pero nada trascendente que lleve a modificar sus hábitos cotidianos. Sin embargo, el flagelo de un fenómeno social alcanza sus vidas para romper el paradigma de sus ilusiones y sus fantasías.
Los protagonistas residen en una provincia de la región del trópico húmedo, cuyas andanzas y aventuras se gestan en la creatividad de sus mentes, como un retrato de los juegos y costumbres que caracterizaron a los niños rurales hasta finales del siglo veinte, antes de ser atrapados por las tecnologías virtuales o la pobreza que los arrastró a vivir en los cinturones de miseria de las urbanidades.
Los niños de hoy, ya no creen en las hadas, los ogros, los dragones y los valientes caballeros de medievo. Las misiones épicas de los niños de actualidad, se nutren de colosales personajes que luchan contra entes monstruosos o humanoides clonados, a los que deben eliminar con mortíferas armas y derramar en sus acciones, torrentes de sangre enemiga en los campos de batalla; entes de los medios virtuales de los juegos situados en sus hogares, resultado de la vorágine de la tecnología del video.
Esta aventura cita a los niños que convivían junto a una sociedad indiferente a los riesgos de perderlos, porque desconocía la existencia de un naciente fragmento social que comenzaba a atraparlos, los agredía, los lastimaba y era para los menores un ente mutilador de su inocencia en aras del dinero. El monstruo de aquellos días ha crecido en demasía.
La sociedad es tendenciosa a identificar personajes notables y volverlos celebridades, quizá como una necesidad asociada a su realidad, la cual no siempre se estigmatiza en el misterio de lo místico ni de la ficción. Nace en lo tangible y se sitúa en personajes que evidencian hechos extraordinarios, a veces deportivos o bélicos, pero con ellos logran materializar sus sueños, los admiran y gozan de sus proezas, los engrandecen y vierten en ellos un reconocimiento superior porque logran imponerse a los adversarios que se jactan en la presunción y la soberbia o de los que hacen escarnio de la dignidad de la gente. Entonces, los magnifican y los ubican en el nicho del heroísmo.
La decisión de un jefe policiaco lo lleva a elegir un «chivo expiatorio" para esclarecer un crimen perpetrado en agravio de un importante personaje, con ello surge una leyenda situada en un individuo que no goza de las características de un virtuoso alienígena, ni de un excéntrico millonario cuyas pretensiones sean las de salvar al mundo o luchar contra el hampa. El personaje indiciado es un sujeto común, con defectos reprobables e intolerables por sus hábitos cleptómanos pero tiene en su haber la creatividad y valentía necesarias para enfrentar los retos y desafíos que le impone cada adversidad. Sus contrincantes por su criminalidad y ostentosidad económica confían en su poder con la certeza de ser inquebrantable, inamovible, impenetrable e invencible. Y hacen de esta novela una interesante confrontación, a la que son atraídas algunas entidades míticas y legendarias de ultratumba.
El autor.
Capítulo I
Los tres amigos
Esta singular historia comienza en un pequeño poblado ubicado a unas decenas de kilómetros tierra adentro de la demarcación del litoral del Océano Pacífico. En una localidad rural de no más de tres mil habitantes a la que incide de manera flotante otra cantidad igual de personas provenientes de rancherías aledañas que llegan a esa pequeña población o cabecera ejidal para comerciar sus productos en los días de plaza o para transportarlos por ferrocarril o por camión por la carretera costera, pues esa población es paso para ambas vías que conducen a La Perla, la ciudad con mayor densidad poblacional en la región costeña por sus más de quinientos mil habitantes que además de su importancia comercial cuenta con todos los servicios gubernamentales, escolares, médicos, comunicaciones y espacios lúdicos. La Perla es una localidad fronteriza, puerta entrante y saliente de viajeros provenientes de los países situados al sur de los límites nacionales, donde comienza el gran istmo continental, donde la gran tierra de occidente se estrecha y toma la cadenciosa forma de una mujer esbelta, de glúteos elevados y danzantes al vaivén de las olas marinas del Caribe y del Pacífico que sutilmente bañan sus contornos femeninos.
Los personajes principales son tres niños típicos de la región costeña, con costumbres y estilos de lenguaje propios de su enmarcación, sus nombres son: Manuel, Roberto y Josué.
Manuel es un niño de nueve años, descendiente de inmigrantes sureños que vinieron a estas tierras tropicales para trabajar en las pizcas de café, quienes ante la adversidad de los conflictos sociales y bélicos suscitados en su patria, decidieron su asentamiento definitivo en la nación norteña que les dio cobijo en su seguridad y abrió mejores oportunidades de desempeño laboral, interacción social y educativo para sus vástagos. Los primeros descendientes nacieron en estas tierras y se dedicaron a lo mismo que sus antecesores, a la pizca del cacao y del cafeto. Manuel pertenece a la segunda generación de aquellos inmigrantes, pero por su edad aún no trabaja y porque quienes le sobreviven ya no se desempeñan en el mismo oficio. Él no sabe de sus ancestros primarios, él nació en esta tierra y se sabe parte de ella, como lo es el árbol de mango, la flor del café, el pájaro cenzontle o el mono aullador. Ahora vive con su madre Marsella y sus abuelos, pues su padre hace tres años que murió en una riña a machetazos en una supuesta defensa del honor, en una cantina del pueblo a causa de una partida de naipes, por señalamientos de trampa, entre jugadores asiduos al recurso de un simulado mirón.
A Manuel como a su padre, los demás pobladores de la región lo consideran como una persona anormal por su forma de ser y de pensar. Al difunto porque al menor indicio de controversia, respondía en forma violenta. Manuel no es un niño violento, pero a los habitantes del pueblo les parece un loco
por herencia y por su alta tendencia al hecho de las travesuras y otras actividades que suelen poner en riesgo el patrimonio de los demás, aunque no tiene adjudicada tal identidad como apodo. Es un niño que nunca está en situación pasiva, posee una alta creatividad que le lleva a estar inventando juegos que a veces extralimita la libertad permitida con resultados que repercuten en perjuicio de lo ajeno. Desde sus primeros años de vida, su madre trató de corregirlo a través de golpes, trabajos forzados o severos castigos por faltas cometidas; estos fueron en aumento cuando por sus efectos la madre tuvo que acudir a las demandas y cubrir daños a terceros. Quienes le conocen, auguran que tendrá una vida corta, dada su constante exposición en juegos de alto riesgo.
Marsella, la madre de Manuel, le quedó una parcela que aprovechan sus padres de edad avanzada, en ella siembran maíz y otras gramíneas de temporal. Desde que quedó viuda buscó trabajo en diversos medios, puso su fuerza laboral a disposición de los finqueros para las cosechas o como sirvienta, otras veces buscó establecerse en un local para la venta de comida en el mercado del pueblo, sin embargo, siempre fue víctima del acoso sexual de los hombres y del señalamiento perverso de distintas mujeres que vieron en ella a una rival en la atención de los hombres; pero los hombres eran atraídos por su condición de ser mujer soltera, viuda y que no representaba compromisos para lograr con ella aventuras sexuales fáciles y ocultas.
Marsella terminó por adaptarse a las injurias, a las calumnias puestas en su persona y también a creérselas para sí misma. Comenzó trabajando de mesera en una cantina del pueblo, después ante los excesivos acosos se cambió a otras más donde cosechó las mismas experiencias. Hasta que en alguna ocasión observó que podía ganar unas monedas extras haciendo compañía a los libadores en sus mesas; y posteriormente, que podía incrementar sus ingresos vendiendo placeres con su cuerpo a los ebrios excitados por el aguardiente y las cervezas a quienes les inducía las ganas de tener sexo. Ella era vista como mujer más refinada por los campesinos provenientes de los ejidos, pues siempre se esmeraba en hacer de su imagen física algo atractivo con ropas, bisutería y maquillajes tendenciosos a despertar la lujuria en los machos libidinosos.
Pasados algunos años Marsella dejó las cantinas del pueblo, en cambio instaló unas mesas para consumo de cervezas y botanas en el interior de su propiedad con el permiso de sus padres. Convenció a los ancianos le permitieran ampliar sus servicios con el argumento de haber llevado cursos de masaje y relajación corporal, y que por ello era conveniente instalar un espacio terapéutico en el interior de su casa con el fin de asegurar un dinero extra, sin necesidad de tener que cubrir cuotas a un patrón o pagar renta por algún local ajeno al patrimonio familiar. Una vez logrado el consentimiento de sus progenitores, complementa el servicio de la cervecería con la aplicación de las terapias relajantes a los clientes que aceptan su invitación y acuden al tratamiento en la intimidad de un jacal discreto, apartado, entre la espesura del maizal y del frondoso follaje de las arboledas de la parcela. Los clientes asiduos son aquellos motivados por la lujuria, por la curiosidad y la posibilidad de lo promiscuo. Allí en el jacal, en medio de la espesura del sembradío y la selva pueblerina, nace el erotismo discreto que se ambienta y se incita con el vaivén de sus manos femeninas, entre la bruma de los vapores del agua y los alcanfores, donde sus frotaciones de aceites y ungüentos, sobrellevan la relajación física e inicia la incitación erógena, complemento de los placeres que brindan la exhibición y el rozamiento de sus partes carnales prohibidas y conectan con el acto sexual que se compra y se vende hasta llegar al intrínseco placer que induce al clímax. No tiene distinción de género para sus servicios, pues igual se aplica a hombres, a mujeres o simultáneos en algunos casos. También suele ser requerida para la iniciación de los imberbes que asisten por primera vez para descubrir su hombría como una necesidad de tiempo, una necesidad de edad y una necesidad que la sociedad impone a los varones cuando consideran que ya tienen edad para copular.
Manuel, no tiene hermanos menores, aunque en ocasiones ha visto a su madre embarazada pero ésta no ha logrado culminar sus gestaciones. Recuerda que en un par de veces vio en su hogar niños recién nacidos, después vio que los introdujeron en un féretro blanco y que durante la velación y su tránsito al cementerio iban acompañados por el llanto frenético de su madre y el rostro compungido de sus abuelos y de quienes los acompañaron cargándolo hasta el camposanto. En la casa de Manuel a falta del padre, no hay hombre que mande con la rigidez necesaria para imponerse, al menos ante su madre, quién ya es habitual verla alcoholizada. El abuelo, ya es hombre viejo, ha perdido el rigor de sus años mozos, por lo que entre abuela y madre, gobiernan la casa y el negocio de la venta de cerveza. Cuando Manuel detecta algún indicio de ira en Marsella, quien es la que impone los castigos, prefiere poner tierra de por medio y ubicarse fuera de su alcance; y es que por alguna travesura cometida o por desobediencia, siempre surgen las reprimendas a base de golpes con fuete, cinto o alguna vara de arbusto en su humanidad.
Roberto y Josué, son hermanos gemelos y menores un año respecto a Manuel, sus orígenes difieren en ciertas formas, porque ellos descienden de los primeros pobladores de la zona, separados por muchas generaciones anticipadas y olvidadas por el tiempo. Aunque los gemelos ya no tienen abuelos, tienen a su padre y a su madre de nombres Huberto y Josefa. Huberto se dedica al flete de mercancías y de gente en un vaivén del pueblo a La Perla, por lo menos tres veces por semana, regularmente son los días que coinciden cuando llega a pernoctar a la casa de los gemelos y de Josefa, su mujer. En La Perla y en otra población localizada en las intermediaciones, Huberto encontró nuevos amores, ha establecido nuevas relaciones, conformó nuevas familias, procreó más hijos y complementó responsabilidades alternas. Él se considera un macho con derecho a tener varias mujeres y no consiente que sus hijos varones realicen actividades domésticas. Josefa es ama de casa, dedica la mayor parte de su tiempo al cuidado de los hijos menores, los que vinieron después de los gemelos y en totalidad suman ya cuatro vástagos en su haber, pero ante la necesidad imperiosa del sustento, apoya en el gasto familiar con lo que produce su parcela; por fortuna, esta ofrece fruta de temporada en abundancia, cosecha mangos, papauses, papayas, cocos y pepinos; los vende por paquetes de medio mayoreo, almacenados en rejas y algunas de ellas, los intermediarios le compran para introducirlos en mercados y abastecimientos de localidades más grandes como La Perla. También es recurrente a venderlas como golosinas dispuestas en pedazos, en rajas combinadas con jugo de limón, sal y chile molido, en lugares donde convergen la mayor parte de los pobladores para efectuar los mercadeos y las diversiones, así asiste con su venta a los juegos deportivos locales o las festividades del pueblo.
Josefa conduce los destinos de la casa y sus moradores, su autoridad es mandato de matriarca, pero sólo cuando Huberto, el patriarca de la familia no está. En la casa de los gemelos se obedecen todas las reglas establecidas de común entendimiento, no están escritas, pero ¡ay de aquel hijo que las transgreda!, se atiene a las consecuencias, con castigos que suelen ser fuertes azotes a su frágil humanidad aunque en ocasiones también han sido castigados con la negación de alimentos