La relación de apego: Posiblidades educativas
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Los primeros capítulos pretenden familiarizar al lector con el apego, para después mostrar los efectos de autoestima y apertura posibilitados por una relación de apego segura, así como los recursos educativos que ofrece.
El último capítulo reconduce todos los anteriores a la necesidad de que la acción educativa se desarrolle mediante objetivos concretos, de tal modo que el último objetivo sea que el educando pase a ser el actor de su propia educación.
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La relación de apego - Carmen Ávila de Encío
hijos.
I.
SOBRE EL VÍNCULO DE APEGO
1. El vínculo de apego: hitos históricos en su formulación y su importancia en la acción educativa
Las observaciones experimentales de René Spitz que muestran la relación entre supervivencia y afectividad
Nuestro punto de partida es el clima cálido en el que se desarrolla la primera infancia. El recién nacido necesita que se le atienda en sus necesidades físicas, primordialmente alimentación, higiene y regulación del sueño. Y al hilo de su satisfacción se va estableciendo una relación de afecto entre quien da y quien recibe esa asistencia. Al mismo tiempo que al bebé se le cambia un pañal, se le canta una nana y el niño gorgorea; mientras se le amamanta, se le da un biberón o una papilla, se establece con él un contacto ocular y táctil; y cuando se le incorpora para que expulse los gases, el bebé responde sonriendo de modo plácido.
Lo que los estudios experimentales de René Spitz (1887-1974) pusieron de relieve es que esta relación afectiva es esencial para el desarrollo psicológico sano del bebé, para su salud física y hasta para su supervivencia, pues su carencia puede llegar a ocasionar, en supuestos graves, la enfermedad y la muerte.
René Spitz, de procedencia familiar judía, tuvo que huir de Austria con la llegada del nacional socialismo, primero a Francia y después se instaló en Estados Unidos. Fue en París y en este contexto de guerra donde observó que había niños acogidos en orfanatos que, aunque bien atendidos, morían sin que se pudiera establecer una causa médica. A su juicio, el problema estaba en la deficiencia de relaciones entre la madre y el hijo en los dos primeros años de vida, un problema que estudió con intensidad a lo largo de su carrera profesional.
Spitz era médico neurólogo y psiquiatra, de formación psicoanalista, aunque desarrolló sus trabajos bajo el método de la observación directa experimental, único posible con niños de edades de entre cero y cuatro años. Más que las vinculaciones afectivas, estudió los trastornos que sufrían los niños que por circunstancias diversas se veían obligados a una separación prolongada de sus madres. La conclusión a la que llegó es que la causa fundamental de esos trastornos era precisamente la separación de la madre, una carencia grave que las instituciones en las que los niños estaban internados no podían solventar; bien porque la relación con ella ya se había establecido y el niño no admitía su sustitución, o debido a la escasez de personal que obligaba a que una niñera cuidara a muchos niños; o también por los cambios frecuentes y repentinos del personal que los atendía, lo que en todos estos casos impedía que el bebé pudiera establecer con la persona que lo cuidaba una relación particular, íntima y continuada en el tiempo. Este déficit repercutía en la salud del niño de modo tan grave que llegaba a ocasionar su muerte.
Spitz (1981: 108-116) diferenció entre depresión anaclítica y hospitalismo. La depresión anaclítica tiene lugar cuando el niño que había tenido contacto habitual con su madre es separado de ella de modo prolongado. Su cuadro clínico es pérdida de expresión, de peso, insomnio, y retraso psicomotor. No obstante, si en un periodo de hasta tres meses o poco más le es devuelta la madre, el niño se recupera con rapidez y sin trauma permanente.
El síndrome de hospitalismo tiene lugar cuando el niño crece con privación parcial o total de la madre, lo que puede crearle graves dificultades para entablar contactos afectivos estables y en el caso extremo de privación total y continuada de la madre, puede llegar a ocasionarle la muerte.
Los supuestos que planteó, y sus observaciones, pueden sintetizarse del siguiente modo:
1. Privación de la madre con madre sustituta aceptada por el lactante
En un estudio realizado con la ayuda de Katherine M. Wolf (1946) sobre niños que fueron cuidados por otras mujeres distintas de sus madres en una institución penal no se registraron consecuencias negativas.
2. Privación parcial de la madre
En cambio, en otro estudio realizado sobre un total de 170 niños durante año y medio, en el que estos niños habían tenido una relación satisfactoria con su madre durante un mínimo de seis meses y después se vieron privados de ella, se observó que a 34 de ellos el sustituto de su madre que se les proporcionó durante la separación no les satisfizo y estos niños presentaron un cuadro clínico que se acrecentó mes a mes en función del tiempo que duraba la separación. Los datos que él observó son los siguientes:
–Primer mes : Los niños se vuelven llorones, exigentes y se aferran al observador que toma contacto con ellos.
–Segundo mes : Los lloros se transforman en chillidos. Hay pérdida de peso y estacionamiento del desarrollo.
–Tercer mes : Rechazan el contacto. Posición patognomónica (los niños permanecen la mayor parte del tiempo acostados boca abajo en la cuna). Insomnio. Continúa la pérdida de peso. Tendencia a contraer enfermedades de forma recurrente. Generalización del retraso motor. Rigidez de la expresión facial.
–Después del tercer mes : Rigidez en la expresión facial. Los lloros cesan y son reemplazados por gemidos extraños. El retraso aumenta y los niños entran en un estado de sopor, somnolencia continuada y profunda. También se observó que si antes del quinto mes se restituía la madre al niño o se conseguía una persona sustituta de la madre que el bebé aceptase como tal, el trastorno desaparecía con sorprendente rapidez.
3. Privación total de la madre
Otro estudio del mismo autor fue el realizado sobre 91 lactantes residentes en un orfanato que habían sido criados al pecho por sus madres durante los primeros tres meses y después habían sido confiados al cuidado de niñeras que atendían a 10 niños o más a la vez. En lo que respecta al aspecto material, los cuidados que recibían eran adecuados: alimento, alojamiento y atenciones de higiene eran comparables o mejores que en otras instituciones similares, pero al ocuparse una única niñera de 10 niños o más, estos recibían solo una décima parte de las provisiones maternas afectivas, lo que René Spitz consideró como una total carencia afectiva.
Una vez separados de la madre, estos niños pasaron por los estados descritos en los casos de privación parcial. A continuación, el retraso motor se hizo más evidente: estos niños, de una pasividad total, yacían en sus cunas sin expresión facial, dando la impresión de padecer un retraso mental y presentando con frecuencia una coordinación ocular defectuosa. No llegaron siquiera al periodo en que el niño consigue darse la vuelta, de modo que ni aún podían presentar el cuadro patognomónico acostándose boca abajo cuando alguien se aproximaba.
Después de cierto tiempo, la motricidad se manifestó en algunos de estos niños en forma de spasmus nutans, con movimientos extraños de los dedos que recordaban los movimientos catatónicos o descerebrados. El nivel de desarrollo ofrece una disminución continua y al final del segundo año alcanza el nivel de la idiotez. Estos niños fueron observados hasta la edad de cuatro años. A esta edad cierto número de ellos no llegó a andar, ni a ponerse en pie, ni a hablar.
La poca resistencia a las infecciones, por una parte, y el deterioro progresivo por otra, dieron en estos niños un porcentaje extremadamente elevado de apatía y de muerte. De los 91 niños observados en este orfanato, en dos años murió un 37%. Solo pudieron seguir observando a 21 de los 57 supervivientes y se desconoce si el porcentaje de muertes fue más elevado.
4. Hospitalismo sin privación de la madre
Por el contrario, de las observaciones realizadas sobre 220 niños durante cuatro años en otra institución en la que eran criados por sus propias madres, resultó que ninguno de ellos murió ni sufrió trastorno alguno.
5. Hospitalismo con privación de la madre
También se constató que niños sometidos a una hospitalización prolongada, cuando las normas de la clínica impedían las visitas regulares de los padres o éstos tenían algún otro impedimento para realizarlas, generaban una secuencia de alteración emocional similar a la que registran los niños cuando son internados en un orfanato, con incremento de la tasa de mortalidad incluso adoptando importantes medidas de aislamiento para evitar contagios.
Aunque Spitz no formuló ninguna teoría explícita y desarrollada acerca del vínculo de apego, sus estudios experimentales constituyen el fundamento y precedente más inmediato de la relación de apego.
De modo específico la teoría del apego nació a raíz de los estudios que la Organización Mundial de la Salud (OMS), con sede en Ginebra, impulsó tras la Segunda Guerra Mundial. Su origen está en otros estudios previos sobre antecedentes familiares de niños, adolescentes y adultos inadaptados, en los que se encontraron con frecuencia historias familiares en las que se había producido algún tipo de ausencia materna. La OMS creó una comisión específica para el estudio sobre los efectos dañinos, que en el desarrollo de la personalidad de los niños, podían tener las rupturas e inconsistencias del cuidado de los padres. Durante un periodo de cuatro años se organizaron grupos de discusión, dirigidos por John Bowlby, que partieron de los presupuestos etológicos de Konrad Lorenz y en los que intervino Jean Piaget, interesado en los cambios cognitivos a lo largo de la infancia. Todo ello contribuyó a que se introdujese el concepto de modelos internos de trabajo
en relación con el apego.
Konrad Lorenz (1903-1989), médico y zoólogo austriaco, gran amante de los animales desde niño, y a cuyo estudio dedicó toda su vida, había observado que las crías de gansos nada más romper el cascarón comenzaban a seguir a sus madres, lo que creaba entre ambos un vínculo estrecho que ayudaba a la madre a protegerlos y entrenarlos. Sus observaciones experimentales se ampliaron a las crías de ganso huérfanas (en concreto a las crías ánsar) que nada más romper el cascarón se vincularon a él, siguiéndole hasta pasar la noche en su dormitorio. Lorenz llamó a esto impronta, definiéndolo como forma de aprendizaje mediante la que el animal fija su atención en el primer ser vivo que ve, escucha, o toca y aprende por imitación de la forma en que este primer ser vivo se relaciona en la naturaleza. Ordinariamente, este primer ser vivo es su progenitor, por lo que la impronta cumple la función de facilitar la supervivencia y protección de la cría. Se trata de un patrón de comportamiento estable y permanente en determinadas especies como las ocas, gansos y patos que Lorenz estudió.
Sus trabajos significaron un primer acercamiento científico al estudio del vínculo de apego, al justificar la relación entre la cría y su progenitor como medio de protección y adiestramiento.
Un estudio posterior sobre el vínculo de apego en los animales que interesa resaltar aquí ha sido el realizado por Harlow y Zimmerman (1959: 421-432) con monos recién nacidos que fueron separados de sus madres, sustituidas por dos figuras de mono, una de alambre que ofrecía comida y otra de felpa que ofrecía contacto y calidez. La observación mostró que los monos recién nacidos desarrollaron vínculos afectivos hacia la figura de mono de felpa, aunque fuera el mono de alambre el que ofrecía alimento. Los pequeños monos iban a comer a la figura del mono de alambre, pero pasaban casi todo su tiempo con la figura del mono de felpa, en particular cuando se asustaban ante objetos extraños. Este y otros experimentos sitúan la relación de apego en la necesidad afectiva, y no en la necesidad de supervivencia.
La fundamentación teórica del vínculo de apego por John Bowlby
Pero ha sido John Bowlby (1907-1990) quien más ha influido en la formulación de la teoría del vínculo de apego, a la que dedicó toda su vida. Tenía motivos personales para ello, pues según los criterios de la época en la clase media alta inglesa a la que pertenecía su familia, hasta los cuatro años fue educado por una niñera, sin apenas ver a su madre. A esa edad, la niñera abandonó la casa, lo que fue para él una tragedia y a los siete años se le escolarizó en un internado. Aunque de inicial formación psicoanalista, su posición se fue haciendo más amplia por lo que hoy todas las escuelas psicológicas toman en consideración sus estudios al tratar del vínculo de apego. Una síntesis brevísima de su planteamiento es la siguiente:
La relación de apego se basa en la tendencia del niño a la relación social. Para lograrla utiliza un repertorio de conductas como el llanto, la sonrisa y la succión dirigidas a una persona concreta, la madre, que se constituye en figura de apego y funciona como base segura y refugio emocional. Y, por tanto, su ausencia, genera ansiedad e irritabilidad. Junto a las conductas de apego (toda aquella conducta que busca la proximidad, el contacto y la cercanía) hay conductas de exploración del entorno y conductas afiliativas (conductas de aproximación a otras personas distintas a la madre). Por otra parte, hay también conductas de miedo como el llanto, la ansiedad y la irritabilidad .
Dado que en la época en que Bowlby (2012) realizó sus estudios era la de la primera generación de computadoras, explicó sus observaciones basándose en este modelo. Existe un sistema central que es el apego y cuando este sistema está activo, se activan también los sistemas de exploración e incluso el de afiliación. Pero en caso de alarma o amenaza, el sistema que se activa es el de miedo y, automáticamente, se desactivan los de exploración y afiliación. Y se retorna a la protección de la madre.
El sistema de apego está constituido por tres componentes: el conductual, el cognitivo y el afectivo.
•Componente conductual . Está integrado por aquéllas conductas que pretenden mantener la proximidad con la figura de apego, tales como lloros, sonrisas, o vocalizaciones .
•Componente cognitivo . Relaciona la percepción propia con la figura de apego, mediante los recuerdos de la relación, las expectativas y la coherencia en las distintas interacciones. Si el vínculo de apego se ha formado de modo adecuado, el contenido de esas representaciones mentales (modelos internos) de la relación será la incondicionalidad : la seguridad en que la figura de apego no va a abandonarle, y la creencia en la eficacia de la figura de apego para protegerle, cuidarle y ayudarle siempre que sea necesario.
•Componente emocional . Cuando se está seguro de la figura de apego, los sentimientos más representativos son los de seguridad frente al miedo y/o la angustia, la autoestima positiva y la empatía .
Como se advierte, el sistema de apego permite al niño sentirse seguro mediante la protección de la figura de apego que está presente y disponible, y en consecuencia funciona como un sistema de mantenimiento de la seguridad que apoya la exploración y el aprendizaje del entorno. La relación de apego se despliega mediante la búsqueda de proximidad (busca establecer y mantener el contacto con la figura de apego) y la protesta ante la separación (resistencia a la separación de la figura de apego). La figura de apego es una base segura, a partir de la cual se explora el entorno, y constituye un refugio emocional al que acudir en búsqueda de apoyo y consuelo.
Mary Ainsworth: la creación del primer instrumento de medición del vínculo
La teoría del apego, formulada de modo teórico hasta el momento, necesitaba de un instrumento de evaluación de los casos concretos. Y fue Mary Ainsworth (1913-1999) quien lo desarrolló mediante el método llamado la situación extraña. Su punto de apoyo son los estudios de Bowlby acerca de que el sistema de apego funciona procurando la proximidad a la figura de apego (la madre) en caso de alarma o amenaza y, estimulando la exploración del entorno en caso contrario. Por tanto, el método consistió en observar los cambios de conducta del niño ante la ausencia o presencia de su madre y de una persona extraña a él.
Las valoraciones se realizaron con niños de entre ocho y dieciocho meses, intercalando presencias y ausencias de ambas figuras, materna y extraña, en intervalos de unos tres minutos. La prueba se estructura siguiendo estos pasos:
La madre y el bebé entran en una habitación desconocida.
La madre se sienta y deja al niño que explore la habitación. Se valora a la madre como base segura desde la conducta de exploración del niño.
Un adulto desconocido entra en la habitación y habla con la madre, después se acerca al niño. Se valora la reacción del niño ante el extraño.
La madre sale de la habitación y deja al bebé con el desconocido. Se evalúa la ansiedad del niño ante la separación de la madre.
La madre regresa y saluda o consuela al bebé y el desconocido