Los Hijos De Dios
Por Anónimo
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Nuestro autor inicia narrando la creacin del universo y, despus de referir la creacin de los ngeles, continua narrando la creacin de la Tierra y de las criaturas que la habitan, lo cual puede parecer superfluo dado que, como su nombre lo indica, esta obra se enfoca en las acciones y relaciones personales de los hijos de Dios, pero al hacerlo nuestro autor hace patente el orden de lo creado impuesto por Dios, su creador, que lo contrapone a ste por ser increado, orden con respecto al cual se ponen en juego las acciones y relaciones personales de los hijos de Dios, entre ellos y con ste. As pues, esta obra empieza, literalmente, por el principio, y prosigue de manera lineal, relatando la rebelin de Luzbel y otros ngeles, su enfrentamiento con los ngeles fieles a Dios y sus propsitos, la razn por la que Azrael se convirti en el ngel de la muerte, la creacin del Adn y Lilit, la rebelin de sta, la creacin de Eva, la ocasin en que Luzbel persuadi a Eva de comer el fruto prohibido, las razones por las que Eva y Adn desobedecieron a Dios, su expulsin del Edn, Can y Abel, el diluvio universal, la razn por la que Jesucristo encarn y se hizo hombre, etc.
As pues, formalmente esta obra no es complicada en lo absoluto. La complejidad de Los hijos de Dios radica en el contenido ya que al reelaborar estos temas propios de la tradicin judeocristiana nuestro autor aborda las graves cuestiones de la relacin entre la voluntad de las criaturas y la voluntad de Dios, su creador, y de la relacin entre la libertad y la determinacin y porque para realizar su afn de coherencia y verosimilitud nuestro autor emplea los trminos bien y mal en un sentido heterodoxo, que incluso puede ser considerado hertico, pero sin que por ello resulte ininteligible, por el contrario, este sentido encuentra un referente inmediato en nuestras experiencias interpersonales cotidianas. De este, nuestro autor nos ofrece una explicacin literaria sobre el bien y el mal en el mundo y sobre la libertad que tiene que decidir entre ellos.
Definitivamente la magnificencia de esta reelaboracin slo es comparable con la de La divina comedia, de Dante Alighieri, y la de El paraso perdido, de John Milton.
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Los Hijos De Dios - Anónimo
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En el principio era Dios, y, como un alquimista antes de cualquier ciencia, creó la materia y la energía. Las dos formaban una compacta esfera y no se distinguía ni se separaba la una de la otra, así que Aquél que es inmutable las separó y extendió entre la nada, de modo que se distinguió por primera vez un aquí y un allá. Así el espacio había nacido, y junto con él nació el tiempo. Sin embargo mantuvo un poco de su creación primigenia, que era cálida y alejaba toda tiniebla, y la llamó luz, la cual se difundió por toda la creación en destellos que podían recorrer vastas distancias a través del vacío, incluso a través de la materia, de forma rauda e íntegra, y al dividirlos se podía contemplar un sinnúmero de resplandores, cada uno de diferente color y tonalidad.
Pero aunque todo cuanto Dios había creado era hermoso, trascurrieron los siglos, por lo que, por más brillante que hubiese sido la luz o variados los colores de sus refulgencias cuando se separaba de sí misma, poco a poco se fue opacando, así como la materia empezó a desmoronarse, a dejar de adquirir intrincadas formas y de moverse a través del espacio y del tiempo, colonizando regiones otrora vacías, lo cual hacía que todo el universo se asemejase a un caleidoscopio, pues sólo Dios y su Hijo son increados, inmutables, ilimitados, incondicionados y eternos, mientras que lo creado es mudable, limitado, condicionado y perecedero. Así que el Ordenador supremo embelleció todo al tomar parte de la materia y formar una innumerable cantidad de astros que poco a poco iban emitiendo luz al consumirse y los llamó estrellas, y a cada una la rodeó de planetas, pequeños orbes sólidos, líquidos y vaporosos, y los hizo girar sobre sí y alrededor de las estrellas, a las cuales también hizo girar en grandes concentraciones, tan grandes que cada una parecía un grano de arena entre mil playas. Mas al apagarse, estas luminarias se alimentarían de todo a su alrededor con tal voracidad que incluso la luz se vería desviada de su recta trayectoria para ser engullida por los astros muertos, y ni los enormes cuerpos inertes podrían mantenerse firmes y serían arrastrados por la descomunal fuerza de los pequeños cadáveres a los que las estrellas se verían reducidas, los cuales a su vez se atraerían entre sí, de modo que el universo entero terminaría por ser reducido nuevamente a una esfera donde no se distinguiría la materia de la energía. Pero de ahí resurgiría la obra de Dios, renovada y tan hermosa como la primera vez que fue hecha, siguiendo, por la fuerza de las leyes instauradas con cada acción del Ordenador supremo, el ciclo de constante movimiento, devenir y renovación por el que su Creador la había encaminado. Así fue ordenada la creación, por lo que quedó separada del caos. Y sintiéndose satisfecho, el Autor del universo descansó para contemplar su obra.
Y el Hijo de Dios, que estaba desde el principio en Dios y era Dios¹, admirando la creación de su Padre, le dijo: ¡Gloria a Ti, Padre, por crear este prodigioso reino, tan complejamente armonioso al quedar gobernado bajo tus leyes, que son tales que concuerdan al todo con sus partes y a éstas entre sí, por lo que parece imposible que no haya necesidad de que exista cual lo hace más que tu voluntad y que tuviese un comienzo y no sea coeterno contigo! ¡Alabado seas por haber creado tal universo sin más fundamento que tu pensamiento!
* * *
Sin embargo, aunque la creación era aún más bella y compleja, en su unidad y en cada una de sus partes, aun así era