Un guardaespaldas de sangre azul
Por Joyce Sullivan
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El encanto natural de la princesa dejó sin habla al príncipe Laurent, alias Sebastian. No podía seguir adelante con su plan de proteger a Rory haciéndose pasar por su secretario...
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Un guardaespaldas de sangre azul - Joyce Sullivan
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2004 Joyce David
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un guardaespaldas de sangre azul, n.º 219 - septiembre 2018
Título original: Her Royal Bodyguard
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com
I.S.B.N.: 978-84-9188-924-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Acerca de la autora
Personajes
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
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Acerca de la autora
Como la mayoría de las niñas, Joyce Sullivan guardaba un secreto deseo de ser princesa. Las princesas, estaba segura, no tenían pecas. Joyce se crió en Lakeside, California, y visitaba con frecuencia La Jolla, donde transcurre esta historia.
Primero fue detective privado y luego cursó estudios de Derecho Criminal. Le debe a su madre abogada el amor por la lectura y la resolución de misterios. La biblioteca de Lakeside era su lugar favorito.
Actualmente reside con su príncipe francés particular y dos adolescentes en una mansión georgiana, con un jardín inglés y un jardín secreto, en Quebec, Canadá.
Personajes
Príncipe August de Estaire: Sacrificó su matrimonio y a su hija por el bien de su país.
Sophia Kenilworth: Murió antes de poder decirle a su hija la verdad sobre su nacimiento.
Rory Kenilworth: ¿Se casará esta princesa por amor… o lo hará por una corona?
Príncipe Laurent de Ducharme: Estaba de incógnito para proteger a la princesa. Y tenía el deber de casarse con ella.
Príncipe Olivier de Estaire: Ha sido incapaz de engendrar un heredero para su país.
Princesa Penelope de Estaire: La esposa de Olivier haría cualquier cosa para darle un heredero al trono.
Heinrich y sus hombres: ¿Estaría involucrado alguno de los guardaespaldas en el complot para asesinar a Rory?
Renald Dartois: ¿Hasta qué punto era leal al príncipe Olivier su secretario personal?
Odette Schoenfeldt: El trabajo de la secretaria de prensa de palacio consistía en cortar los escándalos de raíz.
Claude Dupont: Culpaba al príncipe Laurent de la muerte de su hermano.
Otto Gascon: ¿El vecino de Rory era amigo o enemigo?
Prólogo
Sophia no podía postergar lo inevitable durante mucho más tiempo. Le había mentido a su hija, Charlotte Aurora, sobre su nacimiento, sobre su padre y sobre su herencia. Debería haberle dicho la verdad antes de que hubiera cumplido veintitrés años, el momento en el que se había hecho efectivo aquel infame acuerdo matrimonial.
Su contacto en Estaire la había informado de que el mayor de sus hijastros, el príncipe Olivier, y su esposa, la princesa Penelope, no habían tenido hijos tras tres años de matrimonio. A pesar de que se rumoreaba que habían consultado a especialistas en infertilidad, no se había anunciado ningún embarazo que pudiera salvar a Rory de un matrimonio pactado.
Sophia no era tonta. Sabía que el príncipe Olivier era tan tirano como lo había sido su padre, el príncipe August, que había antepuesto siempre los intereses de Estaire a la felicidad de sus hijos. El ya fallecido ex marido de Sophia consideraba aquel acuerdo matrimonial como un brillante acuerdo político y económico que podría acabar con trescientos años de enemistad con el país vecino, Ducharme, y garantizaría un heredero en el caso de que su hijo, el príncipe Olivier, no fuera capaz de proporcionarlo.
Al no haber ningún posible heredero en el horizonte, Sophia sabía que era inútil albergar la esperanza de que el príncipe Olivier rescindiera el acuerdo. Durante sus dos años de matrimonio con el padre del príncipe, Sophia había aprendido mucho sobre las complejidades y las obligaciones de la familia real. Pero aquel maldito acuerdo matrimonial había superado con mucho sus umbrales de tolerancia.
Sophia había llorado, había despotricado y había amenazado con divorciarse durante meses. No podía creer que su amado príncipe, el mismo que había elegido como esposa a una mujer como ella, una americana sin una sola gota de sangre noble en las venas, hubiera condenado a su hija a un matrimonio sin amor.
Pero por lo menos ella había conseguido darle a Rory una infancia normal, en la que no había tenido ninguna influencia el sacrificio que el príncipe August esperaba que hiciera su hija por su país. En los términos de su separación, no figuraba que Sophia tuviera obligación de confesarle a su hija la verdad sobre su nacimiento. Y si Rory se enamoraba y se casaba antes de tiempo, entonces… c’est la vie.
Sophia frunció el ceño preocupada y revolvió el té. Desgraciadamente, Rory no estaba saliendo con nadie, a pesar de que lo mucho que Sophia le insistía en que saliera más a menudo.
A Sophia le consolaba saber que había hecho todo lo posible para preparar a Rory para el futuro que la esperaba. Le había infundido a su hija el amor al saber y le había hecho vivir toda clase de experiencias. Había insistido en que Rory estudiara francés y había elegido cuidadosamente su universidad privada.
Y Sophia estaría a su lado para guiarla durante la transición a la vida de palacio. En el caso, por supuesto, de que Rory le perdonara haberle ocultado aquel secreto.
Descartando aquella posibilidad con un gesto, Sophia salió con la taza de té al jardín, un jardín con vistas al Pacífico. Las aguas estaban tranquilas aquella tarde.
Se sentó en el columpio de madera situado sobre un afloramiento de rocas de la parte posterior del jardín, sobre el acantilado. Aquel era el sitio preferido por Rory para soñar y para leer, con el mundo y el océano a sus pies.
Sophia se impulsó con el pie para poner el columpio en movimiento. ¿Cómo se suponía que iba a decirle a Rory que era una princesa? ¿O cómo explicarle que su padre la había prometido en matrimonio a un príncipe?
Sophia no tuvo tiempo de encontrar respuesta. Con una escalofriante sacudida, la arenisca del acantilado cedió bajo sus pies. Con un grito de horror, Sophia se desplomó contra las rocas.
Fallece una mujer al derrumbarse un acantilado.
El titular del periódico hizo latir de emoción el pulso de aquel lector. ¿Habría muerto la princesa Charlotte Aurora? El artículo mencionaba un acantilado y un columpio. Sí, tenía que ser ella. El lector devoraba ansioso los detalles: Plaza Neptuno… erosión… el peligro de construir viviendas sobre las areniscas del cretáceo… El forense dictaminó la muerte de la víctima nada más llegar.
Muerta. Por la mísera cifra de cien mil dólares americanos.
No se sospechaba que se tratara de un crimen.
La emoción de la libertad burbujeaba en su cerebro como el más fino champán. El príncipe Laurent ya no tendría que casarse con la princesa Charlotte Aurora.
Lentamente, como si estuviera saboreando los últimos bocados de un manjar, leyó la frase final del artículo: la víctima ha sido identificada como Sophia Kenilworth.
¡No! ¡Era imposible! Rasgó el periódico con un cortaplumas de plata. Había muerto una mujer equivocada. Charlotte Aurora todavía vivía.
Capítulo 1
Ocho meses después
Era su primer cumpleaños sin su madre.
Rory Kenilworth sentía el dolor de aquella pérdida constriñéndole la garganta mientras clavaba una vela en el pastel de arándanos, como habría hecho Sophia.
No iba a llorar.
Sorbió. De acuerdo, a lo mejor ya estaba llorando. «Te echo de menos, mamá. Me gustaría que estuvieras aquí cantando y entregándome una tarjeta anunciando la aventura de este año».
Los regalos de cumpleaños de su madre siempre habían sido viajes: un viaje a Egipto para ver las pirámides, un crucero en Alaska, un recorrido por Tailandia. Y ni siquiera los aspectos menos agradables de aquellos viajes, como el tener que llevar una mochila de veinticinco kilos a la espalda, su miedo a los caballos o su tendencia a marearse, podían ensombrecer aquel día el cariño con el que los recordaba.
Siguiendo los pasos de la tradición, Rory encendió la vela y clavó la mirada en la llama.
Las lágrimas se le agolpaban en la garganta.
—Cumpleaños feliz… —comenzó a cantarse con voz queda. Se interrumpió con un sollozo mientras una gota de cera rosada caía sobre el pastel.
Rory se tapó la boca con la mano y pestañeó con fuerza pasa sofocar las lágrimas. Podía oír el eco de la voz de su madre. Podía ver su orgullosa sonrisa.
Pero Rory no iba a derrumbarse. Suspiró, haciendo temblar la llama de la vela. Muy bien, ¿qué deseaba?
Normalmente, formulaba el deseo de conocer a su padre, pero puesto que aquello no había ocurrido durante los veintidós cumpleaños anteriores, y tampoco había encontrado ninguna información sobre él entre las pertenencias de su madre después de su muerte, no iba a volver a malgastar un deseo. Si realmente había algo que quería, era que su madre volviera.
Pero sus deseos no se la iban a devolver.
Frunció el ceño. ¿Y si pedía el milagro de perder cinco kilos en un solo día?
Esa clase de dietas nunca funcionaban.
¿Un buen corte de pelo?
Se llevó la mano hacia sus rizos ambarinos. Otro milagro sin ninguna posibilidad de convertirse en realidad.
¿Y qué tal si pedía un hombre alto, moreno y atractivo que además hubiera leído a los clásicos?
Mmm, ese era un deseo con potencial. Elevó los ojos al cielo y soltó una carcajada.
—Jamás te habrías imaginado que podría desear algo así, mamá.
Pero tampoco se había sentido nunca tan sola cuando su madre vivía. Su madre había sido su mejor amiga, además de su única familia.
Rory mejoró su deseo pidiendo un hombre, alto, atractivo, de unos treinta y cinco años, que supiera que los clásicos tenían que ver con la literatura, y no con los dibujos animados.
El timbre de la puerta sonó por encima del rugido amortiguado de las olas.
Rory se pasó la mano por los rizos que habían escapado de su cola de caballo y se ató el cinturón del kimono de seda roja que llevaba encima del camisón. Ni por un momento creyó de verdad que iba a encontrarse a un hombre moreno y atractivo en la puerta de su casa un sábado a las ocho y media de la mañana, pero aquel era el día de su cumpleaños y estaba abierta a cualquier opción.
El estómago se le revolvió cuando, al mirar por el cristal de la ventana, reconoció a la abogada de su madre, Marta Ishiling.
¿Sería una coincidencia que Marta hubiera elegido aquel día para aparecer? Le abrió la puerta.
—Marta, qué sorpresa.
La abogada, a la que la cirugía plástica le había dejado un rostro y un cuerpo perfectos, esbozó una tensa sonrisa.
—Feliz cumpleaños, Rory. He venido a verte esta mañana porque me lo pidió tu madre, ¿puedo pasar?
La mano de Rory resbaló del pomo de la puerta. Una nueva avalancha de lágrimas asaltó sus ojos.
—Por supuesto, ¿quieres un café o un zumo de naranja?
—No, gracias.
Rory retrocedió para permitir entrar a la abogada; tenía las palmas de las manos empapadas en sudor y el estómago revuelto. Los tacones de Marta resonaban sobre las baldosas de mármol del vestíbulo mientras cruzaba hacia el salón. Se sentó en uno de los ultramodernos sillones blancos.
Rory se sentó cerca de ella, en una silla, e intentó no parecer ansiosa mientras Marta dejaba el maletín sobre la mesita del café.
—Confieso que esta mañana me siento como si fuera un hada madrina —Marta rió mientras sacaba un portafolios negro con un extraño sello del maletín. Sostuvo el portafolios en el regazo, como si estuviera vigilando su contenido—. ¿Qué te contó tu madre de tu padre, Rory?
—No mucho. Sólo sé que era un hombre de negocios europeo.
—Una forma curiosa de describir la ocupación de tu padre. Tu padre era August Frederick Luis Karl Valcourt, el décimo príncipe de Estaire, un pequeño principado europeo situado a las orillas del Rhin. Tu madre fue su segunda esposa durante cerca de dos años. Y tú fuiste la única hija de ese matrimonio.
Rory miró boquiabierta a la abogada. Valcourt era el apellido que figuraba en su partida de nacimiento, aunque nunca lo había utilizado.
—¿Mi padre era un príncipe?
—Sí, y tú eres una princesa. Su Serena Alteza Charlotte Aurora, Princesa de Estaire, la primera en la línea de sucesión al trono.
—¿Al trono?
Rory estaba aturdida. Había imaginado muchas cosas sobre su padre, pero jamás nada parecido. ¿Por qué no le habría dicho nada su madre? Su frágil autoestima le proporcionó inmediatamente la respuesta más lógica. Su padre no la quería, por supuesto.
—¿Has dicho que mi padre era un príncipe?
La compasión suavizó la mirada de Marta.
—Me temo que murió hace siete años. Pero tienes un hermanastro mayor, el príncipe Olivier, que es quien actualmente gobierna en Estaire. Es el hijo del primer matrimonio del príncipe August.
La desilusión de Rory por la muerte de su padre batallaba contra la alegría que le producía saber que tenía un hermano. ¡Un hermano mayor! Ella siempre había querido tener un hermano.
La abogada de su madre la miró con atención.
—Tu hermano ha llegado de Estaire para estar junto a ti el día de tu cumpleaños y quiere que cenéis juntos esta noche. Enviará un coche a buscarte a las siete.
—¿Esta noche? —gimió—. Pero… necesito tiempo para prepararme. No tengo nada que ponerme, ¡y mira mi pelo! —el pánico la invadía—. ¿Por qué nadie me habló de esto cuando mi madre murió?
—Según el acuerdo de separación al que llegaron tus padres, no debías ser informada de ello hasta que cumplieras veintitrés años, que era cuando se suponía que asumirías ciertas responsabilidades. Tu padre te dejó un fondo de cinco millones de dólares que te proporcionarán una generosa asignación mensual. Encontrarás documentos concernientes al mismo y el cheque del primer mes en ese portafolios, además de algunas fotos que tu madre pretendía entregarte en esta ocasión.
Rory asintió; las rodillas le temblaban. Su madre y ella habían disfrutado de una vida acomodada, pero ¡cinco millones de dólares! Se esforzó en pensar a pesar del impacto provocado por la noticia. Marta había dicho algo que la había puesto alerta.
—¿Qué quieres decir con ciertas responsabilidades?
—Tu hermano te lo explicará esta noche —le tendió el portafolios—. Dejaré que veas esto en privado. Si tienes alguna pregunta que hacer, llámame al móvil. Feliz cumpleaños, princesa Charlotte Aurora.
Princesa Charlotte Aurora.
—¡Espera! ¿Qué tengo que hacer? ¿Tengo que llamarlo Su Alteza? ¿Cómo debo comportarme?
Pero Marta se despidió de ella con un gesto y se marchó.
Rory abrió la boca y la cerró en silenciosa protesta. Aquello tenía que ser un error. Ella no podía ser una princesa. Tenía toda su vida planeada. Iba a abrir una tienda de libros infantiles e iba a casarse con un hombre bueno y atractivo que amara la literatura tanto como ella. Tendrían cuatro hijos y vivirían en una casa llena de libros, con un perro y su gata, Brontë.
La inquietud nublaba su frente. No le gustaba cómo sonaba lo del acuerdo de separación que Marta había mencionado. Parecía un contrato. Y, la mayoría de los contratos eran muy difíciles de romper.
¿Sería esa la razón por la que su madre no le había hablado de su padre?
Tenía el estómago revuelto. Su madre y ella siempre habían estado muy unidas. Recibir aquella noticia meses después de que hubiera muerto Sophia era como una traición. Su madre era la única persona en la que realmente confiaba, ¿por qué le habría mentido?
Esperando encontrar la respuesta, Rory abrió el portafolios. Los