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Aguas turbulentas
Aguas turbulentas
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Libro electrónico228 páginas2 horas

Aguas turbulentas

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Información de este libro electrónico

El duro agente Ethan Snow llevaba seis meses persiguiendo a una peligrosa organización secreta relacionada con el terrorismo y se encontraba en un callejón sin salida. Por eso decidió recurrir a Raine McAllister, una escultora que había trabajado para la CIA. Aunque desconfiaba del "don" de Raine, Ethan no podía negar la atracción inmediata que había surgido entre ellos.
Ninguno de los dos lo sabía, pero el misterio que trataban de resolver tenía su origen en un brutal asesinato que Raine había presenciado de niña, pero cuyo recuerdo había quedado arrinconado en su memoria. Y ahora, al remover aquellas aguas turbulentas, el peligro se abalanzó sobre ellos...
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 jun 2018
ISBN9788491882312
Aguas turbulentas
Autor

Gayle Wilson

Gayle Wilson is a two-time RITA Award winner and has also won both a Daphne du Maurier Award and a Dorothy Parker International Reviewer's Choice Award. Beyond those honours, her books have garnered over fifty other awards and nominations. As a former high school history and English teacher she taught everything from remedial reading to Shakespeare – and loved every minute she spent in the classroom. Gayle loves to hear from readers! Visit her website at: www.booksbygaylewilson.com

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    Vista previa del libro

    Aguas turbulentas - Gayle Wilson

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2004 Mona Gay Thomas

    © 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Aguas turbulentas, n.º 186 - junio 2018

    Título original: Sight Unseen

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

    Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

    I.S.B.N.: 978-84-9188-231-2

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Acerca de la autora

    Personajes

    Prólogo

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Capítulo 17

    Capítulo 18

    Capítulo 19

    Capítulo 20

    Capítulo 21

    Epílogo

    Si te ha gustado este libro…

    Acerca de la autora

    Gayle Wilson, cinco veces finalista del premio RITA y ganadora en una ocasión de este premio, ha escrito veintisiete novelas y dos novelas cortas para Harlequin. Ha ganado más de cuarenta premios y nominaciones por su trabajo.

    Gayle sigue viviendo en Alabama, donde nació, con el hombre con el que se casó hace treinta y tres años.

    Personajes

    Ethan Snow: El agente de Phoenix Ethan Snow lleva seis meses intentando encontrar alguna conexión entre La Alianza y el terrorismo interno. Pese a su frustración, jamás habría acudido voluntariamente a la clarividente Raine McAllister, por mucho que se la hubieran recomendado. Pero dado que la gente de La Alianza la ha elegido como objetivo, no le ha quedado otro remedio que colaborar con ella.

    Raine McAllister: De niña estuvo trabajando para la CIA en programas de clarividencia. Actualmente ayuda a las policías locales en casos de niños secuestrados. Cuando le piden que colabore en descubrir la relación existente entre aquellos antiguos proyectos y La Alianza, descubrirá que ella arriesga más que nadie en esa investigación.

    Griff Cabot: El director de Phoenix será capaz de cualquier cosa con tal de proteger a su familia, y esa vez corren peligro todos.

    Montgomery Gardner: El antiguo director de la CIA supervisaba los experimentos de la Agencia con fenómenos paranormales. ¿Qué parte de culpa le corresponde del enigmático Proyecto Cassandra?

    Sabina Marguery: El suicidio de su marido fue consecuencia del fracaso del Proyecto Cassandra. ¿Qué secretos guarda respecto a aquel antiguo experimento? Y, lo que es más importante: ¿qué secretos oculta en relación con Raine McAllister?

    Carl Steiner: ¿Está bloqueando el subdirector adjunto de la CIA la investigación de Phoenix sobre Cassandra? ¿Es posible que, al cabo de un cuarto de siglo, la Agencia todavía tenga algo que esconder sobre ese proyecto?

    Charles Ellington: Escribió un libro sobre la relación de la CIA con la parapsicología. ¿Por qué el Proyecto Cassandra no aparece por ninguna parte?

    Prólogo

    Washington DC

    —Por supuesto que he oído hablar de La Alianza. La mayor parte de lo que sé tiene que ver con los programas patriótico-religiosos que patrocinan entre bastidores. Cualquiera que lleve cierto tiempo en Washington sabe algo de su participación en los mismos. Lo que no quiere decir, sin embargo, que yo tenga nada que añadir a lo que habéis destapado. O que daros algún nombre. Ningún conocido mío ha sido admitido jamás como miembro.

    A pesar de su avanzada edad, la mente del antiguo director de la CIA Montgomery Gardner seguía conservando toda su lucidez. Si no sabía nada sobre La Alianza, entonces el agente de Phoenix Ethan Snow había llegado a un callejón sin salida. Y los seis últimos meses que había pasado investigando no habían servido para nada.

    Si las apuestas no hubieran sido tan altas, habría renunciado mucho antes. Ese día se había presentado en el despacho de Griff Cabot dispuesto a admitir su derrota. Pero Griff había insistido en que fueran los dos a visitar al viejo, aun a sabiendas de que se trataba de un último y desesperado recurso. Al fin y al cabo, Gardner era el abuelo de su esposa y Griff confiaba en que no les mentiría. De ahí la decepción de Ethan, porque en aquel momento también eso le parecía tan vano y fútil como cualquier otra pista que hubiera estado persiguiendo hasta entonces.

    —Lo que hemos destapado es poco más que el hecho mismo de la existencia de esa organización —reconoció Griff—. Y que alguno de sus miembros, quizá un socio marginal, ha estado involucrado en una red de terrorismo nacional.

    —Al margen de unas cuantas sospechas tan insustanciales como sugerentes… —añadió Ethan— lo cierto es que no tenemos la menor idea del alcance o de la escala de esa participación.

    Había confiado en que el complot relacionado con Lockett Legacy que había frustrado John Edmonds pudiera ser una simple aberración, algo excepcional, irrepetible. Pero a esas alturas, después de haber pasado meses investigando cada dato interceptado de sus correos electrónicos y cuentas bancarias, Ethan había acabado por creer que La Alianza estaba fomentando el terrorismo en muchos otros frentes… todos ellos perjudiciales para el país.

    El problema era que no podía demostrar lo que sabía intuitivamente. Y tampoco podía encontrar manera alguna de penetrar el velo de secretismo que envolvía a toda la organización.

    —Estadounidenses cometiendo actos terroristas contra sus propios conciudadanos… —murmuró Gardner, sacudiendo la cabeza con expresión pesarosa.

    Como antiguo director de la CIA, Gardner había estado expuesto a la cruda realidad de la traición. No era un hombre en absoluto ingenuo, pero parecía consternado por la posibilidad de que un grupo reputado por su espíritu altruista y patriótico fuera culpable de un crimen tan monstruoso.

    —Y protegidos por un juramento de confidencialidad que les permite ampararse unos a otros —añadió Cabot.

    —El ingreso es por rigurosa invitación —dijo Ethan—. Ninguna de las personas que he entrevistado ha admitido conocer a nadie que sea o haya podido ser un miembro. Por lo que hemos podido descubrir, no hay listas organizativas. Ni rastros fiscales, por la manera que tienen de hacer sus contribuciones. Ni siquiera descarto que los miembros no se conozcan entre sí.

    —Si ese es el caso, sus encuentros deben de ser bastante interesantes —repuso secamente el anciano—. ¿Irán enmascarados? ¿Harán aquelarres? ¿Orgías?

    —Tal vez, sólo que dedicadas más a la destrucción que a la disipación —apuntó Ethan.

    —Y todo oculto detrás de una imagen de santidad —añadió Griff—. El problema es que, descontada una intervención divina o un arrebato de clarividencia, no sabemos cómo rasgar ese velo de secretismo…

    —En eso no puedo ayudaros —reconoció Monty Gardner—, aunque sospecho que mi relación con la divinidad es tan estrecha como la de algunos en esta ciudad que no hacen otra cosa que alardear de ella.

    De repente frunció los labios y se quedó extrañamente pensativo. Griff y Ethan lo miraban expectantes.

    El silencio se prolongó tanto que finalmente Griff se decidió a romperlo.

    —¿Monty?

    —Creo que sé de alguien que puede ayudaros. Tendréis que viajar un poco. Supongo que no tendréis inconveniente…

    La pregunta estaba claramente dirigida a Ethan.

    A pesar de su falta de progresos en la investigación, aquél seguía siendo su caso. Si el anciano tenía un contacto que podía serle útil, estaba dispuesto a ir a buscarlo donde estuviera.

    —En absoluto. Iremos a donde haga falta.

    —Te tomo la palabra —repuso el anciano, sonriendo—. Pasad a mi despacho, para que os busque la dirección. La guardo en un lugar especial. Muy especial.

    Después de soltar aquel enigmático comentario, el anciano empezó a levantarse de su cómodo butacón. Por encima de su cabeza, Ethan buscó la mirada de Griff, arqueando las cejas.

    Cabot se encogió de hombros. Al parecer no tenía ni la menor idea del contacto al que Gardner pretendía enviar a su agente.

    Capítulo 1

    Dos días después

    Costa del Golfo, Alabama

    Al atardecer, Raine McAllyster entró en su taller de la casa de la playa sin haberse podido sacudir el mal presentimiento que llevaba acosándola todo el día. Habitualmente, cuando entraba en aquella habitación diáfana, toda acristalada, se sentía embargada por una sensación de paz, de serenidad. Pero en esa ocasión aquella magia no parecía funcionar.

    Se acercó a la pared de cristal desde la que se divisaban las aguas de color azul verdoso del Golfo de México. Las olas espumeaban en la playa de arena fina. El disco rojo del sol todavía teñía el horizonte, pero la costa estaba ya en sombras. No había ningún otro ser humano a la vista. Vivir en un lugar tan alejado de las zonas turísticas tenía sus desventajas, pero aquella sensación de soledad le resultaba tranquilizadora, reconfortante.

    Excepto esa noche. Esa noche nada era reconfortante. Ni normal. Apoyó la frente en el frío cristal y cerró los ojos. Se concentró en respirar profundamente varias veces. Al cabo de un momento, algo la hizo abrir los ojos. Aguzó los oídos, pero aparentemente lo que la había sacado de su ensueño no había sido un sonido. No se oía ruido alguno, aparte del sordo rumor de las olas.

    El problema no estaba fuera, sino dentro. Dentro de su cerebro. O de su alma, quizá. Y no tenía explicación alguna. Se apartó del ventanal mientras el sol se hundía en el mar, trocando al instante la luz que entraba en el taller. Una flecha plateada surgiendo del agua anunció la salida de la luna.

    Descubrió su última obra y retrocedió un paso para contemplar la escultura. Como todo a su alrededor, la figura del hombre corriendo le parecía levemente defectuosa, pero no podía identificar exactamente el fallo, el detalle fundamental que le faltaba… Cuando la noche anterior terminó de trabajar, se había sentido satisfecha del progreso realizado. En aquel momento, sin embargo…

    Estudió cada detalle de la obra. El torso del corredor sugería una fortaleza mucho más sólida que las largas y musculosas piernas, desplegadas en el momento de dar la zancada. Extendió una mano para delinear con un dedo el perfil del músculo de la pantorrilla del que tan orgullosa se había sentido el día anterior.

    Por alguna razón la mano se detuvo en el aire, como reacia a tocar la pieza. Decidida a combatir el malestar de la noche anterior abismándose en su trabajo, como tenía por costumbre, hizo un esfuerzo y las puntas de sus dedos tocaron por fin la arcilla fresca. Tan pronto como lo hizo, la figura del corredor desapareció para ser sustituida por la imagen de un estanque. Un estanque oscuro, en sombras. Un estanque cuya absoluta tranquilidad, en vez de serenarla y seducirla, la repugnaba y aterraba.

    Expulsó aquella imagen de su mente, a falta de cualquier explicación para ella. Jadeaba levemente. Sus dedos se detuvieron una vez más a un par de centímetros de la pierna extendida de la escultura.

    Cerró los ojos, esforzándose nuevamente por controlar su respiración. Por recordar la última vez que le había sucedido algo parecido.

    Y, cuando lo hizo, también recordó por qué se había prometido a sí misma que aquélla sería la última vez. Había existido una razón en aquel entonces, pero ahora… Abrió los ojos, obligándose a contemplar la estatua que a la que sus manos habían dado forma. El día anterior había disfrutado de la sensación del barro bajo sus dedos. El milagro había tenido lugar, como a veces sucedía: una fuerza viva respondiendo a sus órdenes, a su voluntad, pero también arrastrándola a un lugar desconocido.

    Nunca antes, sin embargo, le había ocurrido nada parecido. Nunca antes había experimentado una sensación semejante ante su contacto. Esa precisamente había sido la causa del mal presentimiento que llevaba incomodándola durante todo aquel día. De alguna manera había percibido que algo en su mundo había cambiado, pero no lograba precisarlo. De todos los posibles escenarios que habrían podido explicar su inquietud, aquél habría debido ser el último.

    Aquello había terminado. Se lo había jurado.

    Dejó caer la mano y recogió la tela para volver a cubrir la figura a medio terminar. Esa vez la imagen explotó en su retina, deslumbrante como un relámpago. El mismo estanque. La misma percepción inmediata del mal que lo habitaba.

    Atónita, vio que la superficie del agua empezaba a agitarse. Lentamente. Tan lentamente que tardó varios segundos en darse cuenta de que el estanque se había tornado de un color rojo cada vez más intenso… Sangre.

    Abrió la boca para respirar. Le faltaba el aire. La superficie del agua continuaba agitándose, bullendo, dibujando extrañas imágenes que se movían con demasiada rapidez para que pudiera identificarlas. Como los fragmentos de cristal de un caleidoscopio, se fundían y separaban, cambiando constantemente.

    Todo lo demás parecía haberse borrado. El cielo nocturno y el mar. Sus obras, dispersas en mesas y pedestales en el taller. La misma percepción del tiempo. O de su propia persona.

    No supo cuánto tiempo pasó hasta que empezó a darse cuenta de que las figuras se estaban repitiendo. Como si se reflejara cada una en la anterior a través de diferentes y sucesivas versiones. Y cada vez con mayor precisión, con una claridad aterradora.

    Comenzó a luchar contra ellas. A forcejear con el remolino del centro del estanque pero sin asomarse a su oscuro corazón, porque sabía que si lo hacía, vería algo que no quería ver. Algo que nadie querría ver.

    Justo cuando había empezado a temer que no lograría liberarse nunca de aquella visión, sonó la campanilla de la puerta. El melodioso sonido consiguió ahuyentar la sensación de terror que la había mantenido cautiva. Parpadeó varias veces y la imagen desapareció para ser sustituida por la pieza inacabada del corredor.

    La figura estaba totalmente tapada, pero no podía recordar haberla cubierto con la tela. No podía recordar nada después de que hubiera tocado la cabeza de la figura. Desvió la mirada hacia los ventanales, sorprendida de descubrir que la luna estaba alta en el cielo y que ya era noche cerrada. Volviéndose hacia la figura, sacudió la cabeza de un lado a otro como negando lo que acababa de ocurrir.

    La campanilla resonó nuevamente en el silencio del taller. No esperaba a nadie. De vez en cuando aparecía algún visitante, pero nunca a aquellas horas.

    Mientras se dirigía a abrir, pensó que tal vez la visión había sido un aviso. Una premonición de la noticia que estaría a punto de darle su anónimo visitante.

    La simple posibilidad de que podía haber una explicación lógica para lo que acababa de ocurrir la hacía sentirse mejor. Porque nunca antes le había sucedido nada semejante sin que ella misma lo buscara conscientemente. Su don siempre había estado bajo su control. De ella había dependido siempre utilizarlo o no.

    No podía imaginarse a sí misma viviendo de otra manera. Ni siquiera quería pensar en ello.

    —¿Puedo ayudarlo en algo?

    Aunque Gardner no le había enseñado ninguna imagen de Raine McAllister, Ethan había podido ojear las dos fotos incorporadas al expediente que el anciano había sacado de su escritorio. Y mientras el antiguo director de la CIA le anotaba la dirección, él había aprovechado para estudiarlas. En una aparecía una niña de nariz pecosa sonriendo de oreja a oreja ante la cámara. La otra era de una joven de aspecto seguro y confiado, con una toga y un birrete de graduación.

    Los ojos verdes de la mujer que acababa de abrirle la puerta eran exactamente los mismos que había visto en las fotos, de mirada clara y directa. Tenía el pelo oscuro, casi

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