El último día de un condenado a muerte. Claude Geaux
Por Victor Hugo
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Victor Hugo
Victor Hugo (Besançon, 1802-París, 1885) es quizá el escritor más representativo de las letras francesas del siglo xix. De vocación temprana, comenzó su andadura literaria con Odas y poesías diversas (1822), su primera obra poética. Muy pronto fue considerado el jefe de las filas del Romanticismo francés y sus obras encontraron un reconocimiento generalizado debido, fundamentalmente, al virtuosismo de su prosa y a la elección de unos argumentos en los que se entremezclan a la perfección lo misterioso y sobrenatural con la denuncia social más inteligente y certera. Entre sus obras más destacadas se encuentran Las orientales (1829), Nuestra señora de París (1830), Ruy Blas (1838), Los miserables (1862) o Los trabajadores del mar (1866), además de un buen número de obras teatrales, poemas, ensayos históricos y discursos políticos. Victor Hugo murió el 22 de mayo de 1885 a causa de una pulmonía. Su ataúd permaneció durante varios días bajo el arco del triunfo, donde se dice que fue visitado por cerca de tres millones de personas.
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El último día de un condenado a muerte. Claude Geaux - Victor Hugo
Akal / Básica de Bolsillo / 347
Clásicos de la literatura francesa
Victor Hugo
EL ÚLTIMO DÍA DE UN CONDENADO A MUERTE
CLAUDE GUEUX
Edición, traducción y notas: Martín García González
En El último día de un condenado a muerte y Claude Gueux Victor Hugo hace un sobrecogedor alegato en contra de la pena de muerte a través de la historia de dos presos que esperan ser ajusticiados. En el primero, el condenado escribe una especie de diario en el que describe la desesperación causada por la incertidumbre, la soledad, la angustia y el terror ante la proximidad del día de la ejecución. En el segundo, es un pobre obrero sin recursos que se ha visto obligado a robar para sobrevivir quien termina siendo condenado a muerte por rebelarse contra la dureza del sistema penitenciario y matar al director de los talleres de la cárcel. La descripción del sufrimiento de ambos personajes apoya la convicción de Victor Hugo de que la pena de muerte no tiene ningún valor positivo: es injusta, inhumana y cruel, y la sociedad que la aplica es tan responsable de un crimen como quien lo comete.
Diseño de portada
Sergio Ramírez
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Título original:
Le dernier jour d’un condamné
Claude Gueux
© Ediciones Akal, S. A., 2018
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
www.akal.com
ISBN: 978-84-460-4599-1
Estudio preliminar
Francia en el siglo XIX
La larga vida de Victor Hugo (1802-1885) le permite conocer las grandes transformaciones del siglo XIX. A lo largo de este siglo, en Francia y en la mayor parte del mundo occidental, se consolida el capitalismo; la burguesía se convierte en la nueva clase dominante, en detrimento de la aristocracia, e impone un sistema político acorde con sus intereses: la democracia parlamentaria o «burguesa», que sustituye al llamado Antiguo Régimen. La industria reemplaza poco a poco a la agricultura como principal motor económico; la población se desplaza del campo a las ciudades y da lugar a una nueva clase social, el proletariado, que desde mediados de siglo comienza a organizarse y a luchar para salir de su situación de explotación.
La sociedad capitalista e industrial se vio favorecida por el desarrollo científico y tecnológico: en este siglo se inventan el telégrafo, el teléfono, la electricidad, el ferrocarril, el barco a vapor; se descubre la vacuna contra la viruela y se introduce la anestesia; se desarrolla la investigación biológica y genética... Todo ello trae consigo una mejora de las condiciones de vida y un aumento considerable de la población: Europa pasa de 190 millones de habitantes en 1800 a 400 millones en 1900.
En realidad, este cambio histórico que desemboca en el asentamiento de la sociedad burguesa había comenzado en el siglo anterior. Las ideas innovadoras de los intelectuales de la Ilustración (Diderot, Rousseau, Voltaire) se plasmaron en la Revolución francesa, largo proceso que comienza en 1789 con la toma por el pueblo de la cárcel de la Bastilla y que se desarrolla hasta finales del siglo. Considerada la primera y la más trascendente de las revoluciones burguesas europeas, supuso el final de la monarquía absoluta y de toda una organización jurídica y fiscal que favorecía a la aristocracia. En ella se llevaron a efecto las ideas políticas de la burguesía democrática (resumidas en el lema libertad, igualdad y fraternidad): sistema parlamentario, sufragio universal, abolición del sistema feudal, Declaración de derechos del hombre y del ciudadano, estado laico con división de poderes... En su afán igualitario y humanitario, la Asamblea de la Revolución decide, por ejemplo, la creación de un sistema racional de ejecución de las penas de muerte idéntico para todos los estamentos sociales y que evitara a los reos el sufrimiento físico que causaban los hasta entonces vigentes, como la horca o la decapitación por hacha (reservada a la nobleza). Las ejecuciones debían ser útiles socialmente y por tanto públicas, pues se suponía que funcionarían como un ejemplo disuasorio para la población. Nació así la guillotina, concebida como una forma de progreso, algo que resultó dudoso enseguida para muchos. Para Victor Hugo, ni esta ni ninguna otra forma de la pena de muerte son justificables: es lo que denuncia precisamente en El último día de un condenado a muerte y Claude Gueux.
La Revolución francesa marca el comienzo de un sistema económico (capitalismo), social (división de la sociedad en clases) y político (democracia parlamentaria) que puede considerarse vigente hasta nuestros días. Con avances y retrocesos parciales, este sistema se consolida durante el siglo XIX.
En 1799, y tras un golpe de Estado, Napoleón instaura el Consulado y se proclama primer cónsul con el objetivo de salvar la Revolución y la República. Su llegada al poder puso fin a la violencia revolucionaria e instauró un orden que favoreció la gobernabilidad. Se trataba de un régimen muy autoritario que suprimió las conquistas más avanzadas de la Revolución y representó los intereses de la alta burguesía. En 1804 se proclama emperador y en diversas guerras contra las grandes potencias va anexionándose territorios: se forma el Imperio napoleónico, que abarca gran parte de los estados europeos. En todos ellos se suprimieron las instituciones del Antiguo Régimen y se instauraron sistemas constitucionales similares al francés.
Las derrotas militares y las crisis económicas hacen que Napoleón pierda el apoyo de la burguesía. En 1814 se ve obligado a abdicar y (tras un retorno efímero hasta la definitiva derrota de Waterloo) deja paso a la Restauración borbónica. Fue un retroceso histórico que representó en parte una vuelta a las instituciones del Antiguo Régimen. No tanto en el primer periodo, el del reinado de Luis XVIII (1815-1824), que promulgó una Constitución hasta cierto punto liberal y moderada (la llamada Carta Otorgada), como en la época de Carlos X (1824-1830). Las medidas impopulares y el carácter reaccionario de este rey fueron la causa de que la burguesía dejara de respaldarle. Es en esta época de la Restauración cuando se produce el triunfo del Romanticismo en Francia, cuya segunda generación tuvo en Victor Hugo a uno de sus máximos exponentes. Entre 1812 y 1829 fueron numerosas las ejecuciones, tanto de delincuentes comunes como por motivos políticos. En este ambiente, que le provoca un temprano rechazo de la pena de muerte, escribe Victor Hugo El último día de un condenado a muerte (1828).
En 1830, un movimiento revolucionario acaba con el reinado de Carlos X y lleva al poder a Luis Felipe de Orleans. Es el fin de la Restauración y la fecha que marca el ascenso definitivo de la clase burguesa, que conquista los últimos reductos del poder. El nuevo rey se esforzó en presentarse como un monarca democrático, pero, pese al apoyo de la burguesía, pierde rápidamente popularidad por su incapacidad para resolver los problemas económicos. Se producen fuertes revueltas; la dura represión con que son respondidas dio lugar a un creciente malestar social.
Este clima de descontento desemboca en 1848 en una nueva oleada revolucionaria protagonizada por la burguesía liberal, que tiene como resultado la instauración la Segunda República. Fue un periodo efímero, en parte por el temor de la burguesía al proletariado, que empieza a organizarse y a amenazar la supervivencia del sistema capitalista. Téngase en cuenta que en este año se publica el Manifiesto comunista, de Marx y Engels, que propone la creación de una nueva sociedad igualitaria y socialista a través de un periodo transitorio, la dictadura del proletariado, que acabe con las estructuras económicas y políticas del capitalismo. La burguesía se repliega hacia posiciones conservadoras y apoya el establecimiento del Segundo Imperio en la persona de Napoleón III (sobrino-nieto del primer emperador). Su larga permanencia en el poder (1852-1871) se explica porque coincidió con la expansión de la revolución industrial y el desarrollo del capitalismo: la industria, el transporte y el comercio progresan mucho, y la prosperidad económica y el nivel de vida de los franceses aumentan considerablemente. Pero fue un régimen autoritario que amordazó a la oposición: Victor Hugo vive en esta época un largo exilio desde el que no deja de alzar su voz contra el emperador.
La derrota en la guerra contra Prusia es el fin de Napoleón III. En medio de grandes revueltas sociales, se proclama la Tercera República, que debe hacer frente en 1871 (por medio de una sangrienta represión) a la Comuna de París, primera experiencia revolucionaria de gobierno obrero. No obstante, se consolida e inaugura un periodo de estabilidad democrática y prosperidad material que durará hasta la Primera Guerra Mundial (1914). Victor Hugo regresa del exilio y vive sus últimos años como una figura prestigiosa de la política y la literatura. Sus funerales, en 1885, lo consagran como un héroe nacional.
En esta segunda mitad del siglo se aceleran los cambios que conducirán al desarrollo del capitalismo industrial. Triunfa definitivamente la cultura burguesa, basada en el individualismo, el beneficio económico y el culto al dinero, y con ella un nuevo modo de entender la vida del que son buen testimonio las novelas realistas de esta época. La población empieza a concentrarse cada vez más en las ciudades: París (dos millones de habitantes ya en esta época) se convierte en el centro económico y cultural de Francia.
Junto a esta prosperidad burguesa, las clases trabajadoras son explotadas hasta extremos inimaginables. Expulsadas del campo por la menor necesidad de mano de obra en la agricultura, a causa de la introducción de la maquinaria, y atraídas a las ciudades por el desarrollo tecnológico e industrial, viven en condiciones de hacinamiento en barrios sin infraestructuras básicas (agua corriente, servicios sanitarios...); trabajan por bajísimos salarios durante jornadas que llegan a las 16 horas diarias para los adultos y 8 para los niños. Carentes de cobertura social, se ven abocadas muchas veces a la mendicidad y la delincuencia, y sometidos después a la dura represión de un sistema penal que no se preocupa en absoluto de solucionar los problemas sociales. Son los «miserables» del sistema capitalista decimonónico, que protagonizan, por ejemplo, las novelas de Émile Zola y quedaron inmortalizados en 1862 en la novela más famosa de Victor Hugo.
La denuncia de la injusticia y la desigualdad no era nueva en Victor Hugo. Lo había hecho ya en su juventud, alentado por el espíritu romántico y rebelde de la época, revestido en él de un cristianismo que lo inclina hacia la compasión y la caridad con los más pobres. Buen ejemplo son los dos relatos incluidos en esta edición. En Claude Gueux escribe: «Hágase lo que se haga, el destino de la muchedumbre, de la multitud, de la mayoría, será siempre más bien pobre, desgraciado y triste. Para ellos será el trabajo duro, empujar la carga, moverla, llevarla. Fíjense cómo está la balanza: en el platillo del rico, todos los placeres; en el del pobre, todas las miserias. ¿Acaso no hay desigualdad entre las dos partes? ¿No debería inclinarse la balanza, y con ella el Estado?».
Panorama literario y cultural
Primera mitad de siglo
Durante la primera mitad del siglo irrumpe y triunfa en Francia el movimiento romántico. El Romanticismo fue ante todo una reacción contra la incipiente sociedad industrial, que ofrecía a las personas, como única forma de satisfacción de sus aspiraciones individuales, la racionalidad y la consecución de bienes materiales, valores burgueses que comenzaban a ser preponderantes en la época de la Ilustración. A lo largo de la época que dominó el mundo del pensamiento y del arte, con sus variantes estéticas y su adscripción a diferentes ideologías (hay románticos reaccionarios y nostálgicos de los valores tradicionales y preindustriales, y románticos liberales y revolucionarios), en el Romanticismo permaneció siempre como esencial la rebelión íntima contra los valores establecidos.
Esa rebelión surgió en Alemania e Inglaterra en el último tercio del siglo XVIII. La superación del racionalismo por la influencia de filósofos como Locke, Fichte o Schelling tuvo como consecuencia en el arte y en la literatura la revalorización del yo. El Neoclasicismo deja paso a una concepción estética que privilegia la expresión libre del artista, que está por encima de cualquier regla formal; los románticos exaltan la fantasía, la imaginación y el sentimiento frente a la razón. El rechazo de la sociedad burguesa y preindustrial provoca asimismo un retorno a la naturaleza, donde el individuo puede manifestarse libre y espontáneamente. La influencia de los autores alemanes (Schiller, los hermanos Schlegel, Goethe, Heine, Hoffmann) y británicos (Lord Byron, Walter Scott, Wordsworth, Keats, Coleridge) es notable en los países latinos, donde el Romanticismo llega más tarde.
Tardó en cuajar en Francia, a pesar de que muchos de sus rasgos se encuentran ya en germen en algunos autores del siglo XVIII, especialmente en Jean Jacques Rousseau. Ello se debió al triunfo de las ideas ilustradas en la Revolución de 1789, lo que prolongó la vigencia de la estética neoclásica. Después, la política imperialista de Napoleón despertó en el Romanticismo europeo un nacionalismo antifrancés y la oposición a la sociedad posrevolucionaria.
De hecho, la primera generación romántica francesa está vinculada a ideas tradicionalistas y católicas, y constituida en su mayor parte por emigrés, exiliados de la Revolución o del régimen napoleónico. Entre ellos cabe destacar a Madame de Staël y a Chateaubriand. Madame de Staël difunde la estética romántica en obras como De Alemania (cuya publicación fue prohibida por Napoleón) o De la literatura considerada en sus relaciones con las instituciones sociales, producto de sus años en el exilio y de sus viajes por Alemania, y escribe relatos intimistas. Chateaubriand publica en 1802 El genio del cristianismo, especie de ensayo que recoge historias relacionadas con una concepción cristiana e idílica de la sociedad, del que extrae primero Atala y luego René, dos relatos donde exalta la pureza y la autenticidad de la vida en la naturaleza.
La segunda generación de románticos está, en cambio, unida a las ideas liberales que se encuentran en la base de las revoluciones de 1830 y 1848. Aparece en escena en la Restauración y se opone a la regresión autoritaria de esta época, sobre todo durante el reinado de Carlos X. Entre 1820 y 1848 se implanta una burguesía que consolida el naciente capitalismo industrial. Las nuevas realidades económicas generan nuevas injusticias sociales contra las que también se rebelan algunos románticos. No hay que olvidar que por esas fechas publican sus obras los primeros socialistas (Fourier, Saint-Simon), cuya influencia se observa en escritores como Lamartine o Victor Hugo, que abandonan su conservadurismo juvenil y adoptan con el tiempo ideas liberales y progresistas. Surge un nuevo modelo de escritor, el intelectual comprometido que concibe la literatura como un modo de intervenir en la vida social y participa en política.
En la década que va de 1820 a 1830 los jóvenes artistas románticos revolucionan el ambiente cultural francés y acaban con la estética neoclásica. Aprovechando el auge del periodismo, se manifiestan en revistas como La Muse Litteraire o periódicos como Le Globe; se reúnen en tertulias como la del Arsenal, en torno a Charles Nodier, o el Cenáculo de Victor Hugo, que terminará erigiéndose en líder indiscutible del movimiento. Estos nuevos «salones» reúnen no sólo a escritores (Victor Hugo, Vigny, Gautier, Musset, Nerval, Dumas, Merimée, Balzac), sino también a otros artistas, porque el Romanticismo impregnó a todas las artes: pintores como Delacroix y Géricault, o músicos como Berlioz son figuras destacadas de la época.
En el triunfo del Romanticismo literario, hay algunas fechas que la mayoría de los críticos consideran claves. En 1820, Alphonse de Lamartine revoluciona con sus Meditaciones la poesía francesa e introduce el intimismo sentimental y melancólico; en 1827, el prólogo de Victor Hugo a su drama histórico Cromwell es el primer manifiesto del teatro romántico, cuyo primer gran triunfo llega en 1830, con Hernani, otro drama histórico de Victor Hugo. Su estreno supuso un gran escándalo por el alboroto organizado por los jóvenes románticos.
Así pues, en esta década el Romanticismo se convierte en la tendencia predominante en la vida artística e intelectual, renovando la literatura francesa con nuevos temas (íntimos, fantásticos, históricos), ambientes (medievales, exóticos, naturales) y con un lenguaje liberado de cualquier freno normativo.
El teatro fue el género donde la batalla entre neoclásicos y románticos alcanzó