La Habana sin Tacones
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En Agosto de 2010, al regresar del viaje a La Habana, comencé a escribirle a Roberto Fontanillas-Roig, un cubano venezolano, mis impresiones del viaje, en un arrrebato desesperado por gritar y contar todo lo que vi. Lo hice en mi teléfono mientras un taxi me llevaba del aeropuerto de Maiquetía a mi casa en Caracas. Así comienza este libro, con esa carta escrita a mi “querido R”. Ahora, le he pedido unas palabras que den inicio a la reedición de esta fotografía escrita de La Habana, que quedará impresa también en mi memoria por los siglos de los siglos, junto al dolor de ver morir a mi pueblo peleando por su libertad.
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La Habana sin Tacones - Maria Elena Lavaud
LA HABANA SIN TACONES
MARÍA ELENA
LAVAUD
"El escritor debe ser honrado e insobornable, como un servidor de Dios. Es honrado o no lo es, como una mujer es pudorosa o no. Una vez que ha dejado de escribir la verdad, nunca más volverá a ser el de antes. El deber del escritor es decir la verdad".
Ernest Hemingway
Prefacio Antología Los hombres en la guerra
.
Tercera Edición / Miami 2017
María Elena Lavaud P.
Corrección: Alberto Márquez
Diagramación: Daniela Alcalá
All rights reserved.
MEL Projects LLC
Published by The Little French eBooks
ISBN: 978-3-96142-844-1
Verlag GD Publishing Ltd. & Co KG, Berlin
E-Book Distribution: XinXii
www.xinxii.com
All rights reserved. No part of this book may be used or reproduced in any manner whatsoever without written permission, except in the case of brief quotations embodied in critical articles or reviews.
Published 2017
Indice
SIETE AÑOS DESPUÉS
LA HABANA QUE PERDIÓ SUS TACONES
PREFACIO
EL ARCA DE NOÉ
A BORDO
UN MUNDO TAPA AMARILLA
MADRUGONAZO
HEMINGWAY
TROPICANA: CABARET Y LEYENDA
CITY TOUR
SOBRE MIS PROPIOS PASOS
LOS ORISHAS
PLAYAS DEL ESTE
AL PAN, PAN
EL REGRESO
EPÍLOGO
MARÍA ELENA LAVAUD
SIETE AÑOS DESPUÉS
Esta tercera edición de La Habana sin Tacones es un impulso por volver sobre las crónicas de un viaje, cuyo propósito único fue constatar la devastación que amanece y anochece en la cotidianeidad de unos seres humanos maravillosos, que han aprendido a sobrevivir en la opresión sin perder su esencia. La Habana es un sitio mágico; algo la posee, que hace que sea posible _además del dolor y el abuso_ traerse en la maleta el brillo de un pueblo audaz y alegre, que lucha por no lucir mustio ante ojos que miran sin ver.
La realidad cubana es para muchos una entelequia, o peor, una referencia simplista de códigos políticos. Pero la vida de verdad, la que late en la calle, hay que respirarla y sentirla junto al rocío que dejan las olas cuando revientan en el malecón.
Hace siete años se publicó por primera vez en Venezuela La Habana sin Tacones, justo cuando muchos pensamos que había tiempo para evitar el mimetismo, aquella promesa revolucionaria de hacer de Cuba y Venezuela una sola patria, pero en los vicios, en el abuso y la tiranía. No ha sido posible. Hoy las cosas han empeorado hasta la muerte implacable y aterradora de jóvenes proclamados en los nuevos libertadores de Venezuela, que ofrecen su vida a diario por la patria, la libertad y la posibilidad de un futuro sin ataduras. Hoy, muchas de las cosas que me causaron dolor en Cuba, y que vi con distancia en 2010, tienen su exacta réplica en mi Venezuela.
Antes de emprender el viaje a La Habana, fueron muchas las conversaciones que sostuve con mi amigo Roberto Fontanillas-Roig, publicista insigne, cubano que, como muchos, recaló en nuestras costas huyendo del tirano Castro. Ahora soy yo la que recalo en Miami, huyendo de la devastación y el abuso en mi propio país.
En agosto de 2010, al regresar del viaje a La Habana, comencé a escribirle a Roberto mis impresiones, en un arrebato desesperado por gritar y contar todo lo que vi. Lo hice en mi teléfono mientras un taxi me llevaba del aeropuerto de Maiquetía a mi casa en Caracas. Así comienza este libro, con esa carta escrita a mi querido R
, Roberto Fontanillas-Roig. Ahora, le he pedido unas palabras que den inicio a la reedición de esta fotografía escrita de La Habana, que quedará impresa también en mi memoria por los siglos de los siglos, junto al dolor de ver morir a mi pueblo peleando por su libertad.
María Elena Lavaud
Junio, 2017.
LA HABANA QUE PERDIÓ SUS TACONES
La Habana sin Tacones tuvo la capacidad de destacar devastadas realidades domésticas y morales; el uso de una hipocresía de defensa para vivir una cotidianidad de frustraciones; la ficción victoriosa, desde la pañoleta del estudiante en sus primeros años, un policía playero, la soñadora y entusiasta muchacha en medio de su laguna de vida vacía, hasta el falso y teatral bocadillo de una desamparada vendedora revolucionaria en una tienda de souvenires, vencidos todos por las mentiras de su tiempo; el mal vivir dentro de una consigna fanática y cientos de promesas incumplidas.
Porque La Habana ha sido la misma, igual a sí misma en el tiempo de los revolucionarios: descalza sobre un arrecife, un hueco en la arena, venido en innecesaria y populosa trinchera, cochambrosa, harapienta y detenida; menospreciada, disfrazada de pretendidas epopeyas, donde el aplaste moral y la desfiguración de sus rostros ha sido el hábito y costumbre.
Aquel hombre nuevo
de Guevara, Fidel y Raúl fue un montaje sobre la espalda nacional; el primer párrafo de un abstracto por injusto.
A mí, ese remolino hizo que la cuna se me haya hecho lejos. El largo exilio político vive golpeando el alma, una añoranza prisionera que no permite que la libertad sea plena. Las palmas cubanas son como novias que esperan, dijo el Apóstol José Martí.
Aquella esquina de Patria: Amistad 404, descolorida y derrumbada en el tiempo, se me ha convertido _casi_ en el riesgo de un más nunca.
Allí, donde reposan mis abuelos paternos; Gonzalo Roig, el abuelo materno, famoso y respetado, uno de los cientos de genios musicales que ha parido esa Isla insólita, insolente, heroica, bullanguera, aplastada, sometida y triste, mutilada. Mis bisabuelos y tatarabuelos, la parentela general, que adorna a las familias viejas, así como el reguero de huesos maternos y paternos esparcidos en más de un cementerio extranjero; amigos de la infancia, que van sembrándose como inaccesibles memorias digitales, transportándose entre velorios y carruajes, entre longitudes y latitudes, hemisferios e idiomas disímiles. Las décadas, a medida que se acumulan, aplastan. Si algún día pongo los pies en mi tierra de la siempre Cuba, será porque un nuevo aire sopla sus playas.
¡Cuántas generaciones que ni siquiera pueden soñar algo grato y propio de la Habana de siempre, la que perdió sus tacones! No bastan solamente unas medallas olímpicas o un batazo de home-run. Familia, pertenencia y tierra propia, son eslabones indispensables para edificar naciones.
María Elena Lavaud tropezó con la historia y su vivencia; una larga narración cubana de tantos que carenamos y enraizamos en esta tierra venezolana profunda, amplia e inagotable. Ella quiso confirmarlo en directo, acaso como buscando una vacuna literaria que previniera a nuestros compatriotas venezolanos en nuestros momentos críticos. Lo intentó, entendió la magnitud de un desastre social; se empapó entre charcos humanos y aguaceros de infortunados relatos, y su instinto de periodista le permitió escuchar a nivel de pueblo, al habitante diario que se enfrenta con la Revolución que no libera, que no suministra, que no permite una idea original y diferente en medio de cadenas de llamamientos, guerras imaginarias y falsas consignas victoriosas de una tiranía en despedida.
Gracias María Elena, entrañable amiga; gracias por haberme dado la oportunidad de hacerme sentir, más aún, las tristezas de mi primera Patria.
R.
Roberto Fontanillas-Roig
Cubano-Venezolano.
Junio, 2017
PREFACIO
Caracas, 21 de agosto de 2010
Querido R:
Son las seis y media de la mañana y sé que hasta las nueve eres una tumba. Ya estoy de regreso, entre conmovida, impresionada y algo triste. Parece mentira. No llevé mis zapatos de baile. Al hacer la maleta recordé que los había regalado hace tiempo. Tampoco me hicieron falta. Era tal vez un presagio. La realidad que encontré me dejó contando, como en la rueda de Casino, pero en regresiva: 3, 2, 1.....ojalá nunca lleguemos a ese mar de sobre murientes. No lo merecemos. Ni nosotros, ni ellos.
El Tarará de tu niñez es ahora un lugar reservado en parte a la preparación de aquellos que serán operados de la vista gracias a la "Misión milagro". El resto se mercadea como uno de los lugares de más atractivo turístico. Pasé por allí de regreso de las más cercanas Playas del Este, a unos 35 minutos de La Habana. No han perdido su encanto, te lo aseguro. Tus vacaciones de infancia allí deben haber sido una delicia.
No te traje nada. No vino nada material en mi maleta, salvo un par de estampitas de la Virgen de la Caridad del Cobre y un cenicero de recuerdo de mi visita a la casa de Hemingway. ¡Quién quita! Tal vez recoja algo de la inspiración que él encontraba en la isla.
Los recuerdos que traigo no son tangibles. Ya te contaré. Duelen; por lo que vi y dejé allá, y por lo que al regresar encontré entre nosotros mismos, solo que con un poco más de color y hasta de tecnología.
Hay dos mundos allá, amigo. Vi dos ciudades que se juntan en la necesidad, cuando escarbas un poco entre aquellas viejas casonas que aún derruidas, son una bofetada para los que deambulan a diario entre callejones con edificios que a simple vista parecieran abandonados, pero donde laten los sueños de la mayoría. Son dos las monedas también. Con una se paga la sumisión y con la otra se accede a la irrealidad de la ciudad turística. Sin embargo, ya nadie pareciera querer ocultar nada. No vociferan, pero si te interesas un poco, escupen su realidad ahogados de tanta limitación, de tanta carencia, de tanto maltrato. El turismo ha abierto una ventana al choque de dos realidades que no creo puedan convivir sin efervescencia por mucho más tiempo. Por ahora el miedo es el muro de contención. Me aferro a esa tesis de la psicología que augura que después del miedo contenido, irrumpe la acción. Eso me agobia menos que pensar que lo que vi pueda durar 10, 20 ó 30 años más. O peor aún, que pueda trasladarse definitivamente y sin remedio hasta nuestra propia tierra.
Como te decía, todo es por partida doble, empezando por la moral que sostiene a dos presidentes: uno titular y otro el objeto recurrente de la adulación. Uno la causa, otro la consecuencia. Uno el símbolo del castigo, el otro la posibilidad de abrigar una mínima esperanza de que la soga afloje un poco su presión. Para algunos, el primero es aún el símbolo de la lucha reivindicadora. Pero a esos solo los vi por televisión. Del otro hablan a veces en la calle, pero sotto voce, como cuando uno no quiere compartir sus proyectos para que se le den. Se me hace un nudo en la garganta de solo recordar esas miradas, esos deseos reprimidos; esas palabras que escuché sin mucho convencimiento algunas veces, pero como queriendo sugerir: si no lo vemos así no hay de qué sostenerse
; pero más me ahogo cuando pienso en lo que has de sentir tú al saber que tu tierra se ha vuelto árida durante tantas décadas. No sé cómo podría manejar yo una circunstancia así; eso me aterra, te confieso; ¡me da pavor!
En fin, creo que voy a estrenar una cajita de pastillitas de Rescue
que me regalaron hace tiempo. Nunca pensé que las usaría. Ya sabes, tu amiga aquí, la mamá de los helados en materia de autocontrol. ¡Qué tontería!
Traigo callitos en los talones. Ha de ser por caminar toda La Habana en cholas, bajo aquel sol inclemente, picante, que compite con el aire húmedo que emana de la costa, a ver cuál de los dos produce más calor. ¿Te imaginas? ¡Fin de mundo! Pues sí, eso hizo La Habana conmigo y algunas otras cosas más trascendentes que ya te iré contando.
Cuando regreses de Miami avísame; no quiero agobiarte ahora con mis historias. Como buen exilado, seguro muchas no serán novedad para ti, pero a mí me han estremecido. ¿Sabes? Definitivamente escribiré una suerte de crónica de este viaje. Vale la pena. Por todo. Por el pasado, por el presente, pero sobre todo por el futuro que en este país aún podemos construir. Luego te muestro las fotos. Eso sí, para eso te espero, porque creo que será indispensable una botella de por medio. Mientras tanto, digamos que en honor a Celia me hago la Cruz, porque de verdad, verdad, necesito gritar ¡¡ Azúuuucar!!!
Cariños,
Mel.
EL ARCA DE NOÉ
Nunca pensé viajar a Cuba. Muchos amigos periodistas, incluso en nuestra época de estudiantes, encontraron sus propios pretextos para recorrer La Habana: el festival de cine, por ejemplo, y más recientemente congresos internacionales de baile, por citar solo un par de ellos. La verdad, ir allá nunca fue una prioridad para mí, aunque la curiosidad siempre estuvo latente; más aún en estos últimos años, cuando la realidad de ese mar de la felicidad
prometida, se nos ha ido haciendo más amenazante a los venezolanos.
Tampoco he formado parte de ese grupo de justicieros sociales que se han acercado allí buscando pruebas que mostraran cómo sí es posible la igualdad social y la lucha contra la opresión de los que tienen menos. No soy socialista, ni izquierdista; tampoco capitalista ni pitiyankee. Soy demócrata; un ser social que ejerce su sensibilidad a través del periodismo, probablemente. Pero, sobre todo, soy un ser humano que quiso acercarse a la realidad de ese país para luego, poder hablar con un poco más de propiedad. La oportunidad me sobrevino. No la busqué. Ella me buscó a mí hasta que finalmente me encontró.
Meses atrás en un café casual con varios colegas, entre los que se encontraba el dueño de una editorial, la posibilidad de viajar a Cuba y contar la experiencia me fue planteada. No puedo negar que la idea me tentó, pero mi primera reacción fue una carcajada ante lo que consideré un riesgo absurdo a estas alturas de mi vida.
Desde aquel golpe de Estado de 1992, había podido sortear no pocos escollos, y siempre tuve la duda, la tengo aún, acerca de si fui sólo parte de una estadística o si todo aquello era producto de mi posición crítica frente al gobierno a través de mis programas de radio y de televisión: dos atracos a mi casa, con escenas de secuestro incluidas; tres intentos de robo mientras manejaba con mi pequeña de apenas cinco años por aquel entonces; varios atracones de gas lacrimógeno en invariables manifestaciones que había cubierto para la prensa internacional (un día hasta me bebí un vasito de cartón lleno de vinagre cuando en una balacera en la que quedé atrapada dentro del pasaje Zingg, el dueño de una agencia de viajes que me guareció me lo ofreció para mitigar el efecto del gas lacrimógeno y yo lo tomé creyendo que era agua para que me calmara) perdigones a granel, de los que aún conservo un pantalón con la bota agujereada como recuerdo de una protesta el 8 de abril de 1992, donde manifestantes y periodistas fuimos emboscados por la ballena
en plena plaza de San Jacinto. Nada que ver. Dije que lo pensaría, pero en mi fuero interno un no
rotundo ya había emergido como única respuesta. ¿Qué te pasa periodista? ¿Te vas a echar para atrás ahora? ¡Fin de mundo, pues!
.
La batalla con mi alter ego duró meses. Se acercaban las vacaciones de agosto y con ellas los inevitables trámites para enviar a mi hija a Canadá, como cada año, para visitar a su mejor amiga; una chica con una diabetes temprana diagnosticada, cuya familia de cinco miembros decidió emigrar buscando mejor calidad de vida. Linda amistad que ha sobrevivido a la distancia y a los cambios hormonales. Hoy ambas están acariciando la mayoría de edad y ese vínculo sigue intacto.
La que no estaba intacta era yo. Después de 13 años de matrimonio y de haber remontado un trío de divorcios ―uno en la casa, otro en la radio y el tercero en la televisión; cosas que pasan cuando una decide trabajar con el marido― me había embarcado casi sin darme cuenta en otra de esas absurdas cruzadas amorosas que muchas veces uno no sabe cómo comienzan pero que no es nada difícil adelantar cómo van a terminar. Y lo peor es que ya comenzaba a acumular experiencia en ese tipo de equivocaciones
. El viaje a Cuba fue el punto de quiebre. En medio de una discusión lo asomé en un arrebato de hastío y semanas después, cuando compraba el pasaje de mi hija a Canadá, me encontré pagando un boleto a La Habana, sin siquiera haberme pedido permiso. ¡Así me gusta periodista! ¡Plomo con ese viaje! Después verás si escribes o no. Ya es hora de que aprendas a tomar café sola en la calle mijita
.
Compré mi boleto en Conviasa, pero volé con Cubana de Aviación. Así está establecido por convenio bilateral. Conviasa vende boletos, pero opera cubana
fue la respuesta que recibí en la agencia de viajes. Así que allí estaba, a bordo de un Tupolev 204 (Tu-204) de Cubana de Aviación, un bimotor