Poesía
Por Luis de Góngora
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Luis de Góngora
Luis de Góngora (Córdoba, 1561-1627) es uno de los poetas mayores y más influyentes de la literatura española. Muy joven, protegido por un familiar, estudió Cánones en Salamanca y entró de racionero en la catedral de Córdoba. De su fama hay testimonios tempranos, como el de Cervantes. Combinó su actividad poética con diversos cargos en el cabildo, hasta que en 1617 se ordenó sacerdote y fue nombrado capellán honorario del rey. Entre sus obras destacan la comedia Las firmezas de Isabela (1610), el Polifemo (1612), las Soledades (1613-1614), el Panegírico al Duque de Lerma (1617) y la Fábula de Píramo y Tisbe (1618), amén de sonetos, canciones, romances, letrillas y décimas de perfección inusitada. Enfermo y sin haber llegado a disfrutar la pensión prometida por el Conde-Duque, regresó a Córdoba, donde murió en 1627; meses más tarde se imprimieron sus Obras en verso. Después de alcanzar un inmenso prestigio en su tiempo, no volvió a recuperarlo hasta comienzos del siglo XX.
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Poesía - Luis de Góngora
Luis de Góngora es quizá el poeta más influyente de todo el Siglo de Oro español, precursor de un movimiento propio, el gongorismo o culteranismo. Como las de Lope de Vega y Francisco de Quevedo, a quienes el autor dedica más de una sátira, la de Góngora resulta una obra imprescindible para comprender la historia de nuestra literatura. Su producción lírica es al mismo tiempo variada y unitaria, pues comprende desde largos y complejos poemas a versos más sencillos que parecen evocar a los cantos populares, sin perder en ningún caso sus señas de identidad: una expresión depurada y un gran cuidado de la forma. De entre todos sus trabajos, cabe destacar la polémica Fábula de Polifemo y Galatea y las inacabadas y magníficas Soledades.
Luis de Góngora
Poesía
Poesía
SONETOS HEROICOS
I
A CÓRDOBA
[1] (1585)
¡Oh excelso muro, oh torres coronadas
de honor, de majestad, de gallardía!
¡Oh gran río[2], gran rey de Andalucía,
de arenas nobles, ya que no doradas[3]!
5 ¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas,
que privilegia[4] el cielo y dora el día!
¡Oh siempre glorïosa patria mía,
tanto por plumas cuanto por espadas!
Si entre aquellas rüinas y despojos
10 que enriquece Genil y Dauro baña
tu memoria no fue alimento mío,
nunca merezcan mis ausentes ojos
ver tu muro, tus torres y tu río,
tu llano y sierra, ¡oh patria, oh flor de España!
II
DE SAN LORENZO EL REAL DEL ESCORIAL (1589)
Sacros, altos, dorados chapiteles[5],
que a las nubes borráis sus arreboles,
Febo[6] os teme por más lucientes soles,
y el cielo por gigantes[7] más crüeles.
5 Depón tus rayos, Júpiter; no celes
los tuyos, Sol; de un templo son faroles,
que al mayor mártir de los españoles
erigió el mayor rey de los fieles,
religiosa grandeza del Monarca
10 cuya diestra real al Nuevo Mundo
abrevia, y el Oriente se le humilla.
Perdone el tiempo, lisonjee la Parca[8],
la beldad de esta Octava Maravilla,
los años de este Salomón Segundo[9].
III
A LA GRANDEZA Y DILATACIÓN DE MADRID (1610)
Nilo no sufre márgenes, ni muros
Madrid, oh peregrino, tú que pasas,
que a su menor inundación de casas
ni aun los campos del Tajo están seguros.
5 Émula [10] la verán, siglos futuros,
de Menfis[11] no, que el término le tasas;
del tiempo sí, que sus profundas basas
no son en vano pedernales duros.
Dosel de reyes, de sus hijos cuna
10 ha sido y es zodíaco luciente
de la beldad[12], teatro de Fortuna[13].
La invidia aquí su venenoso diente
cebar suele, a privanzas importuna.
Camina en paz, refiérelo a tu gente.
SONETOS AMOROSOS
IV
A LOS CELOS (1582)
¡Oh niebla del estado más sereno,
furia[14] infernal, serpiente mal nacida!
¡Oh ponzoñosa[15] víbora escondida
de verde prado en oloroso seno[16]!
5 ¡Oh, entre el néctar de Amor, mortal veneno,
que en vaso de cristal quitas la vida!
¡Oh espada, sobre mí de un pelo asida,
de la amorosa espuela duro freno!
¡Oh celo, del favor verdugo eterno!,
10 vuélvete al lugar triste donde estabas,
o al reino (si allá cabes) del espanto;
mas no cabrás allá, que pues ha tanto
que comes de ti mismo y no te acabas[17],
mayor debes de ser que el mismo infierno.
V
AL RÍO GUADALQUIVIR QUE BAÑA LOS MUROS DE CÓRDOBA (1582)
Rey de los otros, río caudaloso,
que en fama claro, en ondas cristalino,
tosca guirnalda de robusto pino[18]
ciñe tu frente[19], tu cabello undoso,
5 pues dejando tu nido cavernoso
de Segura en el monte más vecino
por el suelo andaluz tu real camino
tuerces soberbio, raudo y espumoso,
a mí, que de tus fértiles orillas
10 piso, aunque ilustremente enamorado,
tu noble arena con humilde planta,
dime si entre las rubias pastorcillas
has visto, que en tus aguas se han mirado,
beldad cual la de Clori[20], o gracia tanta.
VI
AL SOL PORQUE SALIÓ ESTANDO CON UNA DAMA Y LE FUE FORZOSO DEJARLA (1582)
Ya besando unas manos cristalinas[21],
ya anudándome[22] a un blanco y liso cuello,
ya esparciendo por él aquel cabello
que Amor sacó entre el oro de sus minas,
5 ya quebrando en aquellas perlas finas
palabras dulces mil sin merecello,
ya cogiendo de cada labio bello
purpúreas[23] rosas sin temor de espinas,
estaba, oh claro sol invidïoso,
10 cuando tu luz, hiriéndome los ojos,
mató mi gloria y acabó mi suerte.
Si el cielo ya no es menos poderoso,
porque no den los tuyos más enojos,
rayos, como a tu hijo[24], te den muerte.
VII (1582)
Suspiros tristes, lágrimas cansadas[25],
que lanza el corazón, los ojos llueven,
los troncos bañan y las ramas mueven
de estas plantas, a Alcides[26] consagradas;
5 mas del viento las fuerzas conjuradas
los suspiros desatan y remueven,
y los troncos las lágrimas se beben,
mal ellos y peor ellas derramadas.
Hasta en mi tierno rostro aquel tributo
10 que dan mis ojos, invisible mano
de sombra o de aire me le deja enjuto[27],
porque aquel ángel fieramente humano[28]
no crea mi dolor, y así es mi fruto[29]
llorar sin premio y suspirar en vano.
VIII (1582)
¡Oh claro honor del líquido elemento[30],
dulce arroyuelo de corriente plata[31],
cuya agua entre la yerba se dilata[32],
con regalado son[33], con paso lento!,
5 pues la por quien helar y arder [34] me siento
(mientras en ti se mira), Amor retrata
de su rostro la nieve y la escarlata[35]
en tu tranquilo y blando movimiento[36],
vete como te vas; no dejes floja[37]
10 la undosa rienda al cristalino freno [38]
con que gobiernas tu veloz corriente;
que no es bien que confusamente acoja
tanta belleza en su profundo seno
el gran señor[39] del húmido tridente.
IX (1582)
Raya, dorado Sol, orna y colora
del alto monte la lozana[40] cumbre;
sigue con agradable mansedumbre
el rojo paso[41] de la blanca Aurora;
5 suelta las riendas a Favonio [42] y Flora [43];
y usando, al esparcir tu nueva lumbre,
tu generoso oficio y real costumbre,
el mar argenta, las campañas dora,
para que de esta vega el campo raso
10 bordes, saliendo Flérida [44], de flores;
mas si no hubiere de salir acaso,
ni el monte rayes, ornes ni colores,
ni sigas de la Aurora el rojo paso,
ni el mar argentes, ni los campos dores.
X (1582)
Tras la bermeja Aurora[45] el Sol dorado
por las puertas salía del Oriente,
ella de flores la rosada frente,
él de encendidos rayos coronado.
5 Sembraban su contento o su cuidado [46],
cuál con voz dulce, cuál con voz doliente,
las tiernas aves con la luz presente
en el fresco aire y en el verde prado,
cuando salió, bastante a dar, Leonora,
10 cuerpo a los vientos y a las piedras alma [47],
cantando de su rico albergue[48], y luego
ni oí las aves más, ni vi la Aurora,
porque al salir, o todo quedó en calma,
o yo (que es lo más cierto), sordo y ciego.
XI (1582)
Al tramontar[49] del sol, la ninfa[50] mía,
de flores despojando el verde llano,
cuantas troncaba[51] la hermosa mano,
tantas el blanco pie crecer hacía.
5 Ondeábale, el viento que corría,
el oro fino con error galano[52],
cual verde hoja de álamo lozano
se mueve al rojo despuntar del día.
Mas luego que ciñó sus sienes bellas
10 de los varios despojos de su falda [53]
(término puesto al oro y a la nieve),
juraré que lució más su guirnalda[54]
con ser de flores, la otra ser de estrellas,
que la que ilustra el cielo en luces nueve[55].
XII
DESCRIPCIÓN DE LAS PARTES DE UNA DAMA (1582)
De pura honestidad templo sagrado[56],
cuyo bello cimiento y gentil muro[57]
de blanco nácar y alabastro duro
fue por divina mano fabricado;
5 pequeña puerta de coral [58] preciado,
claras lumbreras[59] de mirar seguro[60],
que a la esmeralda fina el verde puro
habéis para viriles[61] usurpado;
soberbio techo[62], cuyas cimbrias[63] de oro
10 al claro sol, en cuanto en torno gira,
ornan de luz, coronan de belleza;
ídolo[64] bello, a quien humilde adoro,
oye piadoso al que por ti suspira,
tus himnos canta, y tus virtudes reza.
XIII[65] (1582)
Mientras por competir con tu cabello,
oro bruñido[66], el sol relumbra[67] en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;
5 mientras a cada labio, por cogello,
siguen más ojos que al clavel temprano,
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello,
goza cuello, cabello, labio y frente,
10 antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,
no sólo en plata o vïola[68] troncada[69]
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
XIV (1583)
Ya que con más regalo[70] el campo mira
(pues del nubloso manto se desnuda)[71]
el rojo sol, y, aunque con lengua muda,
süave Filomena[72] ya suspira,
5 templa, noble garzón, la noble lira [73],
honren tu dulce plectro[74] y mano aguda
lo que al son torpe de mi avena[75] ruda
me dicta Amor, Calíope[76] me inspira.
Ayúdame a cantar los dos extremos
10 de mi pastora, y cual parleras aves
que a saludar al sol a otros convidan,
yo ronco y tú sonoro, despertemos
cuantos en nuestra orilla cisnes graves
sus blancas plumas bañan y se anidan.
XV (1583)
Ilustre y hermosísima María,
mientras se dejan ver a cualquier hora
en tus mejillas la rosada Aurora,
Febo[77] en tus ojos, y en tu frente el día,
5 y mientras con gentil descortesía
mueve el viento la hebra voladora
que la Arabia[78] en sus venas atesora
y el rico Tajo[79] en sus arenas cría;
antes que de la edad Febo eclipsado,
10 y el claro día vuelto en noche obscura,
huya la aurora del mortal nublado;
antes que lo que hoy es rubio tesoro
venza a la blanca nieve su blancura,
goza, goza el color, la luz, el oro.
XVI[80] (1583)
Ni en este monte, este aire, ni este río
corre fiera, vuela ave, pece nada,
de quien con atención no sea escuchada
la triste voz del triste llanto mío;
5 y aunque en la fuerza sea, del estío,
al viento mi querella encomendada,
cuando a cada cual de ellos más le agrada
fresca cueva, árbol verde, arroyo frío,
a compasión movidos de mi llanto,
10 dejan la sombra, el ramo y la hondura,
cual ya por escuchar el dulce canto
de aquel que, de Estrimón[81] en la espesura,
los suspendía cien mil veces. ¡Tanto
puede mi mal, y pudo su dulzura!
XVII
A DOÑA CATALINA DE LA CERDA, DAMA DE LA REINA (1583)
¿Cuál del Ganges[82] marfil, o cuál de Paro[83]
blanco mármol, cuál ébano[84] luciente,
cuál ámbar[85] rubio, o cuál oro fulgente[86],
cuál fina plata, o cuál cristal tan claro,
5 cuál tan menudo aljófar [87], cuál tan caro
orïental safir[88], cuál rubí ardiente,
o cuál, en la dichosa edad presente,
mano tan docta de escultor tan raro
vulto[89] de ellos formara, aunque hiciera
10 ultraje milagroso a la hermosura
su labor bella, su gentil fatiga,
que no fuera figura, al sol, de cera,
delante de tus ojos, su figura,
oh bella Clori[90], oh dulce mi enemiga?
XVIII (1584)
La dulce boca que a gustar convida
un humor[91] entre perlas distilado[92],
y a no invidiar aquel licor sagrado[93]
que a Júpiter[94] ministra el garzón de Ida[95],
5 amantes, no toquéis, si queréis vida,
porque entre un labio y otro colorado
Amor está, de su veneno armado,
cual entre flor y flor sierpe[96] escondida.
No os engañen las rosas, que a la Aurora
10 diréis que, aljofaradas [97] y olorosas,
se le cayeron del purpúreo seno:
manzanas son de Tántalo[98], y no rosas,
que después huyen del que incitan ahora,
y sólo del Amor queda el veneno.
XIX
A UN SUEÑO (1584)
Varia imaginación que, en mil intentos,
a pesar gastas de tu triste dueño
la dulce munición del blando sueño,
alimentando vanos pensamientos,
5 pues traes los espíritus atentos
sólo a representarme el grave ceño
del rostro dulcemente zahareño[99]
(gloriosa suspensión de mis tormentos),
el sueño (autor de representaciones),
10 en su teatro, sobre el viento armado [100],
sombras suele vestir de vulto[101] bello.
Síguele; mostraráte el rostro amado,
y engañarán un rato tus pasiones
dos bienes, que serán dormir y vello.
XX
A DON LUIS DE GAITÁN DE AYALA, SEÑOR DE VILLAFRANCA DE GAYTÁN (1584)
No enfrene[102] tu gallardo[103] pensamiento
del animoso joven[104] mal logrado
el loco fin, de cuyo vuelo osado
fue ilustre tumba el húmido elemento.
5 Las dulces alas tiende al blando viento,
y, sin que el torpe mar del miedo helado
tus plumas moje, toca levantado
la encendida región del ardimiento.
Corona en puntas la dorada esfera[105]
10 do el pájaro real [106] su vista afina,
y al noble ardor desátese la cera,
que al mar, do tu sepulcro se destina,
gran honra le será, y a su ribera,
que le hurte su nombre tu rüina[107].
XXI
A UNOS ÁLAMOS BLANCOS, TOCA LA FÁBULA DE FAETÓN (1584)
Gallardas plantas[108], que con voz doliente
al osado Faetón[109] llorastes vivas,
y ya, sin invidiar palmas ni olivas,
muertas podéis ceñir cualquiera frente:
5 así del sol estivo al rayo ardiente
blanco coro de náyades[110] lascivas
precie más vuestras sombras fugitivas
que verde margen de escondida fuente,
y así bese (a pesar del seco estío)
10 vuestros troncos (ya un tiempo pies humanos) [111],
el raudo curso deste undoso río,
que lloréis (pues llorar sólo a vos toca
locas empresas, ardimientos vanos)
mi ardimiento en amar, mi empresa loca.
XXII (1584)
Con diferencia tal, con gracia tanta
aquel ruiseñor[112] llora, que sospecho
que tiene otros cien mil dentro del pecho
que alternan su dolor por su garganta;
5 y aun creo que el espíritu levanta
—como en información de su derecho–
a escribir del cuñado[113] el atroz hecho
en las hojas de aquella verde planta[114].
Ponga, pues, fin a las querellas que usa,
10 pues ni quejarse, ni mudar estanza [115]
por pico ni por pluma[116] se le veda[117];
y llore sólo aquel que su Medusa[118]
en piedra convirtió, porque no pueda
ni publicar su mal, ni hacer mudanza.
XXIII
A UNA ENFERMEDAD DE DOÑA CATALINA DE LA CERDA (1585)
Sacra planta[119] de Alcides, cuya rama
fue toldo de la yerba; fértil soto,
que al tiempo mil libreas[120] le habéis roto
de frescas hojas, de menuda grama[121]:
5 sed hoy testigos de estas que derrama
lágrimas Licio[122], y de este humilde voto
que al rubio Febo[123] hace, viendo a Cloto[124]
de su Clori romper la vital trama.
Ardiente morador del sacro coro[125],
10 si libre a Clori por tus manos deja
de alguna yerba algún secreto jugo,
tus aras teñirá este blanco toro[126],
cuya cerviz así desprecia el yugo
como el de Amor la enferma zagaleja.
XXIV
A UNA CASA DE CAMPO ADONDE ESTABA UNA DAMA A QUIEN CELEBRABA (1594)
Si ya la vista, de llorar cansada,
de cosa puede prometer certeza,
bellísima es aquella fortaleza
y generosamente edificada.
5 Palacio es de mi bella celebrada,
templo de Amor, alcázar de nobleza,
nido del Fénix[127] de mayor belleza
que bate[128] en nuestra edad pluma dorada.
Muro que sojuzgáis el verde llano,
10 torres que defendéis el noble muro [129],
almenas que a las torres sois corona,
cuando de vuestro dueño soberano
merezcáis ver la celestial persona,
representadle mi destierro duro.
XXV
DE UN CAMINANTE ENFERMO QUE SE ENAMORÓ DONDE FUE HOSPEDADO (1594)
Descaminando, enfermo, peregrino[130]
en tenebrosa noche, con pie incierto[131]
la confusión pisando del desierto,
voces en vano dio, pasos sin tino.
5 Repetido latir [132], si no vecino,
distinto[133] oyó de can[134] siempre despierto,
y en pastoral albergue mal cubierto
piedad halló, si