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Vitamina C: La verdadera historia
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Vitamina C: La verdadera historia

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Numerosos estudios clínicos bien documentados evidencian que la vitamina C administrada en grandes dosis, tiene un extraordinario efecto antibiótico, tanto contra las infecciones virales como bacterianas, que combate el cáncer mucho más que la quimioterapia y que puede curar numerosas enfermedades cardiovasculares.
La medicina oficial no tiene en cuenta estos efectos dado que al ser una sustancia no patentable, ningún laboratorio se interesa en invertir en estudios sobre ella. Una vez más, el sistema evita la realidad científica. Los autores nos cuentan cómo se inició la controversia sobre la vitamina C y cómo continúa a pesar del cada vez mayor cuerpo de evidencias científicas. Exponen también las influencias políticas y económicas que afectan a la moderna medicina. 
Finalmente detallan algunos de los espectaculares estudios que demuestran la gran efectividad de esta molécula.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 feb 2017
ISBN9788478089970
Vitamina C: La verdadera historia

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    Excelnte iluatracion por los autores del.beneficio de la vitamina c. Muy recomendable.

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    5/5
    exelente libro .
    la verdad que no le conviene a muchos para tener siempre ganancias de dinero de tanata personas enfermas.

    A 1 persona le pareció útil

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Vitamina C - Andrew Saul

anestesia.

Capítulo 1

Una molécula notable

La insensatez consiste en hacer las mismas cosas una y otra vez y esperar que haya resultados diferentes.

Atribuido a Albert Einstein

Las vitaminas son fundamentales, porque sin ellas la gente sufriría de mala salud o incluso llegaría a morir. Puesto que se ha definido a las vitaminas como algo indispensable, todas ellas son, en cierto sentido, igualmente importantes. No obstante, de algunas se necesitan cantidades mayores que de otras, y más frecuentemente. Cuando hemos preguntado a los nutricionistas cuál sería el nutriente individual que escogerían si solamente pudieran elegir uno, casi todos se decantaban por la vitamina C. Esto no se debe solo a la popularidad de esta vitamina, sino que refleja el papel generalizado que interpreta en la salud y en la enfermedad.

Un relato completo de la vitamina C nos lleva a un viaje por la evolución, así como a la historia humana reciente, e incluye la psicología y el control social de las instituciones. La vitamina C abre una ventana sobre los errores y las confusiones que abundan en la medicina convencional. La verdadera historia de la vitamina C tiene que ver no solamente con la historia de los valerosos médicos y científicos que quieren sacar la verdad a la luz, sino también con las presiones y las maquinaciones que se ejercen sobre los médicos, lo que hace que seguir el camino científico les sea tan difícil.

Conceptos básicos sobre la vitamina C

La vitamina C es una molécula pequeña, una sustancia cristalina blanca de estructura semejante a la glucosa. Es una molécula simple, llamada ácido ascórbico o ascorbato, compuesta de seis átomos de carbono, seis de oxígeno y ocho de hidrógeno, enlazados por uniones químicas. Es un ácido débil y tiene un sabor ligeramente ácido, pero muchos suplementos alimenticios utilizan formas salinas (ascorbato de sodio, ascorbato de calcio o ascorbato de magnesio), que son neutras o ligeramente alcalinas, más que ácidas, y que pueden ser más indulgentes con los estómagos sensibles. El ácido ascórbico tiene aproximadamente el mismo nivel de acidez que una fruta cítrica o un refresco de cola. En nuestros alimentos se puede encontrar algo de vitamina C (especialmente en las frutas y verduras), pero una dieta normal no proporciona cantidades suficientes para lograr una salud óptima.

La vitamina C desempeña muchas funciones en el cuerpo. Los huesos y sus ligamentos y tendones conectores reciben su fuerza de una larga molécula proteínica, alargada como una cuerda, llamada colágeno. El colágeno es una proteína estructural que actúa como las fibras incrustadas en los compuestos de fibra de vidrio, y la vitamina C es vital para la producción del colágeno por parte del organismo. La ausencia de vitamina C causa el escorbuto, que origina encías esponjosas, dientes aflojados y membranas mucosas dolorosas y sangrantes. Varios de estos síntomas se producen por falta de colágeno y de tejido conjuntivo en los vasos sanguíneos, que se vuelven frágiles e incapaces de responder adecuadamente a la presión sanguínea y a otras tensiones.

La vitamina C tiene un papel protector del cerebro y del sistema nervioso sobre los efectos negativos del estrés. La síntesis y el mantenimiento de los mensajeros químicos (neurotransmisores), la adrelina (epinefrina) y la noradrelina (norepinefrina), dependen de un suministro adecuado de vitamina C. Esos neurotransmisores son vitales para el funcionamiento del cerebro y tienen un notable efecto en el estado de ánimo de la gente. Funcionan como hormonas señalizadoras del estrés y se producen en las glándulas adrenales (suprarrenales), de donde deriva su nombre. Las glándulas adrenales y el sistema nervioso central mantienen altos niveles de vitamina C por medio de bombas celulares especiales, que absorben la vitamina cuando hay deficiencia de ella en el cuerpo.

El ácido ascórbico también se necesita para la síntesis de la carnitina, una pequeña molécula involucrada en el transporte de las grasas (lípidos) a los mitocondriones, u «hornos», de las células corporales, donde se queman los nutrientes para producir energía.[1] La energía obtenida se usa tanto para impulsar las actividades de las células como para proporcionar electrones antioxidantes que previenen la oxidación perjudicial. La vitamina C está implicada en la descomposición del colesterol para formar ácidos biliares; esto puede tener consecuencias para aquellos que deseen rebajar sus niveles de colesterol. Aunque generalmente se exagera el papel del colesterol en las enfermedades cardiovasculares, la acción de la vitamina C sobre los niveles de colesterol indica que los niveles elevados de colesterol pueden reducir el riesgo de formación de cálculos biliares.[2]

La vitamina C es muy conocida como antioxidante. Los antioxidantes son sustancias que luchan contra los radicales libres que pueden dañar los tejidos y provocar enfermedades. Como antioxidante principal de la dieta, la vitamina C, soluble en agua, es esencial para la salud. La escasez de vitamina C tiene como resultado daños de los radicales libres en las moléculas fundamentales del cuerpo. Las moléculas afectadas pueden ser el ADN (ácido desoxirribonucleico), las proteínas, los lípidos (grasas) y los carbohidratos. Los mitocondriones, las toxinas químicas del tabaco y los rayos X son ejemplos de fuentes de los dañinos radicales libres y de la oxidación. A veces se subestima la importancia que tiene la vitamina C a la hora de prevenir los daños de los radicales libres, el envejecimiento y la oxidación.

Un suministro adecuado de vitamina C posibilita la regeneración de la vitamina E y de otros antioxidantes. El principal antioxidante soluble en agua que se genera en nuestras células se llama glutatión, una molécula proteínica pequeña que desempeña un papel central en la protección de nuestras células ante los daños de la oxidación.[3] Ya que se encuentra normalmente en concentraciones diez veces superiores a la de la vitamina C, se ha considerado a menudo que su papel es aún más importante. No obstante, las funciones de la vitamina C y del glutatión están enlazadas. En el caso de animales que pueden producir su propia vitamina C, aquellos a los que les falta glutatión lo compensan sintetizando vitamina C adicional. Darles ácido ascórbico a los animales puede aumentar sus niveles de glutatión, y niveles altos de glutatión pueden evitar la pérdida de vitamina C. En cobayas y ratas recién nacidas, que son incapaces de sintetizar el ascorbato, la deficiencia de glutatión es mortal. Sin embargo, la muerte de tales animales puede evitarse suministrándoles dosis elevadas de ascorbato.[4] De forma semejante, en cobayas alimentadas con una dieta deficiente en vitamina C, el inicio del escorbuto puede retrasarse suministrándoles éster monoetílico de glutatión, un agente distribuidor de glutatión.[5] Un papel primario del glutatión es el de reciclar la vitamina C oxidada, de manera que pueda seguir funcionando como antioxidante. La vitamina C es necesaria para el funcionamiento antioxidante del glutatión, aunque el glutatión esté presente en cantidades muchísimo más grandes.[6] Esta relación entre antioxidantes indica que una ingesta alta de vitamina C es decisiva para prevenir los daños causados por la oxidación, asociados con la enfermedad y el envejecimiento.

La maraña de la vitamina C

Prácticamente todo lo que los médicos nos han dicho sobre la vitamina C está equivocado. La opinión médica actual establece que la gente puede conseguir todos sus requisitos vitamínicos de una dieta saludable. Nos dicen que consumamos cinco raciones, o quizá hasta nueve, de frutas y verduras cada día y que no necesitamos suplementos dietéticos. Comer frutas y verduras será útil para prevenir las enfermedades cardíacas y el cáncer; sin embargo, la gente no ha adoptado este cambio en sus dietas. En una encuesta realizada a 4.278 personas en el Reino Unido, dos terceras partes dijeron que no consumían las raciones de frutas y verduras recomendadas.[7] En Irlanda del Norte, solamente el 17% de los encuestados declaró comer cinco raciones al día. No es sorprendente que el público no quiera aceptar las recomendaciones de las instituciones, si consideramos las incongruencias del consejo y la falta de evidencias que lo apoyen.

Los inuit [a] consumen una dieta alta en proteínas y grasas. Los esquimales tradicionales, que viven en un entorno de paisajes inhóspitos conformados por unas temperaturas glaciales, vivían de una dieta con muy pocos alimentos vegetales y sin productos lácteos, ni de granja. Subsistían principalmente de la caza y la pesca. Los de la costa aprovechaban los recursos del mar, mientras que los que vivían más tierra adentro lo hacían del caribú, incluyendo la vegetación predigerida que encontraban en el estómago de los animales, y que consistía en musgos, líquenes y plantas de la tundra. Sin embargo, los inuit no padecían de altos niveles de enfermedades cardíacas, a pesar de esta dieta rica en grasas saturadas y pobre en frutas y verduras. De forma semejante, la gente que sigue la dieta Atkins no sufre más enfermedades cardíacas. Estas dietas están apenas equilibradas desde un punto de vista convencional, y no incluyen la mezcla de cereales, frutas, verduras, carne, huevos y productos lácteos de las pirámides de alimentos recomendadas habitualmente. En un sentido convencional, esas dietas no serían adecuadas. Mientras que los inuit tienen que consumir unos pocos miligramos de vitamina C para evitar el escorbuto agudo, sería de esperar que la gente sucumbiera rápidamente, por mala salud, con una dieta de poco más que grasas y proteína animal. O, al menos, eso es lo que los llamados expertos han venido diciéndonos.

Los inuit mantienen una salud razonablemente buena con una dieta en apariencia pobre.[8] Su dieta y la dieta Atkins tienen algo en común que las hace lo suficientemente idóneas, aunque están muy lejos de ser las óptimas para una buena salud. La de los Inuit modifica el perfil antioxidante, y puede reducir los daños de los radicales libres y la necesidad de altos niveles de vitamina C.[9] Ambas dietas contienen una proporción relativamente alta entre el azúcar y la vitamina C: aunque la ingesta de vitamina C es baja en la dieta de los inuit, la caída del consumo de carbohidratos es mucho mayor. Una dieta occidental típica puede llegar a contener 500 g de carbohidratos diarios, pero menos de 50 mg de vitamina C. Lo importante es que el azúcar evita la absorción de la vitamina C en las células. Aunque los inuit presentan una ingesta menor de vitamina C, utilizan la molécula de forma más eficaz, ya que la competición con los azúcares, especialmente la glucosa, es también menor. La dieta esquimal, baja en carbohidratos, compensa parcialmente la menor ingesta de vitamina C.

El beneficio principal de las frutas y las verduras es que proporcionan una ingesta mayor de antioxidantes, especialmente de vitamina C. En este libro se explica por qué consumir más verduras, aunque sea un buen consejo, no proporciona todos los beneficios de los suplementos de vitamina C. Algunos médicos afirman que una dosis alta de ácido ascórbico funciona como un poderoso agente antiinfeccioso, que posee el potencial de erradicar las enfermedades cardíacas y de prevenir o tratar el cáncer. Nadie afirma que consumir unas pocas verduras más proporcione los enormes beneficios atribuidos a la vitamina C.

Directamente de la fuente

La controversia suscitada sobre la vitamina C se hizo muy conocida cuando el químico y premio Nobel Linus Pauling defendió las megadosis de vitamina C para prevenir y tratar enfermedades como el resfriado común. El doctor Pauling manifestó que la gente necesita dosis cien veces mayores que las recomendadas por los médicos y demás expertos en nutrición. La respuesta de la profesión médica consistió en un ataque devastador contra la capacidad científica del doctor Pauling –algunos incluso llegaron a llamarle «matasanos».

Tras su muerte en 1994, el sistema dijo haber demostrado que Pauling estaba equivocado y que una persona solamente necesita cantidades pequeñas de vitamina C. Decían que si se consumía más, la vitamina no sería absorbida y no tendría los efectos saludables que el doctor Pauling y otros afirmaban; como veremos, las evidencias científicas recientes no apoyan esta afirmación. Históricamente se ha considerado a las vitaminas como micronutrientes esenciales para la buena salud. Sin ellas una persona podría enfermar, o incluso morir. Un micronutriente es una sustancia, como una vitamina o un mineral, necesaria en cantidades diminutas para el crecimiento y el metabolismo adecuados de un organismo vivo. Por definición, cantidades mayores de micronutrientes no son esenciales y hasta podrían ser tóxicas.

La vitamina C recibió su nombre antes de que fuese descubierta y aislada la sustancia que previene la enfermedad asociada a su deficiencia, el escorbuto. Eso resultó prematuro, ya que sus propiedades no podían calcularse antes de que su identidad química fuese establecida. La denominación «vitamina C» presupone que solamente se necesitan pequeñas cantidades de la sustancia. Cuando el médico Albert Szent-Györgyi aisló el ácido ascórbico por primera vez y lo identificó como vitamina C, en el período entre 1927 y 1933, se dió perfecta cuenta de que esta idea preconcebida podría perjudicar las posteriores investigaciones científicas sobre la sustancia. El doctor Szent-Györgyi sospechó desde el principio que, para una salud óptima, la gente necesitaría la vitamina C en niveles medidos en gramos. Según se iban aislando e investigando otras vitaminas, las cantidades de estas necesarias para prevenir enfermedades agudas parecían pequeñas, de manera que la idea de que las vitaminas son micronutrientes se convirtió en un dogma nutricional.

Desde entonces la opinión científica sobre la mayoría de las vitaminas se ha dividido en dos campos. El primero de ellos tiene un apoyo gubernativo y oficial, más que nada por razones históricas. Este grupo oficial considera que la ingesta de vitaminas debe ser solo la suficiente para prevenir los síntomas de deficiencias agudas, como ocurre con el escorbuto. Según este punto de vista convencional, las ingestas superiores al nivel mínimo se consideran innecesarias y pueden presentar algunos peligros teóricos. Estos peligros no se ven apoyados por las evidencias que existen sobre la vitamina C.

Un segundo grupo de científicos y médicos, a los que llamamos grupo ortomolecular, mantienen que las evidencias son incompletas. «Ortomolecular» es una palabra acuñada por Linus Pauling para describir el uso de nutrientes y constituyentes normales («orto») del cuerpo, en cantidades óptimas, como tratamiento primario. Así pues, la salud óptima podría necesitar mucho más que solamente una ingesta mínima. Los científicos de este grupo consideran que la evidencia de los efectos que tiene sobre la salud ingerir vitaminas y nutrientes es, lamentablemente, insuficiente; dicho de otra manera, no disponemos de los datos necesarios para calcular las ingestas óptimas. Si los científicos ortomoleculares están en lo correcto, la nutrición óptima podría prevenir la mayoría de las enfermedades humanas crónicas.

Sorprendentemente, la diferencia entre las recomendaciones convencionales y las ortomoleculares no es muy grande para la mayoría de las vitaminas y minerales. La cantidad diaria recomendada (CDR) para la vitamina E es de 12 unidades internacionales (UI), mientras que los médicos de orientación ortomolecular habitualmente recomiendan niveles más altos, en un intervalo de entre 100 y 1.000 UI al día (entre cinco y cincuenta veces la CDR). En comparación, la discrepancia correspondiente a la vitamina C es enorme. La CDR para la vitamina C en los Estados Unidos es de 90 mg al día para un hombre adulto, mientras que científicos como el doctor Pauling han recomendado valores de 2 a 20 g (2.000-20.000 mg) diarios. Esta diferencia es aún mayor en el caso de enfermos. La postura oficial es que niveles de vitamina C mayores de 90 mg no son beneficiosos; sin embargo, médicos como Robert F. Cathcart III, investigador pionero en la vitamina C, han venido usando dosis de hasta 200 g (200.000 mg) al día para tratar algunas enfermedades, una ingesta unas dos mil veces mayor que la CDR.

Hay una historia que viene al caso, atribuida a Francis Bacon (1561-1626), que fue una figura destacada en la filosofía natural y trabajó en el período de transición entre el Renacimiento y la primera Edad Moderna.[10] En 1432, ciertos frailes tuvieron una disputa sobre el número de dientes que había en la boca de los caballos. La discusión se propagó con furia durante trece días, conforme los eruditos consultaban libros y manuscritos antiguos esforzándose por encontrar la respuesta definitiva. Hasta que, al decimocuarto día, un joven fraile preguntó inocentemente si le estaba permitido ir a buscar un caballo y mirar dentro de su boca. En medio de un griterío tremendo, los otros frailes le atacaron y le expulsaron. ¡Estaba claro que Satanás había tentado al neófito y había hecho que manifestase formas impías de encontrar la verdad, contrarias a las enseñanzas de los padres!

La historia de Bacon nos parece pintoresca en nuestra era tecnológica actual; desgraciadamente, la forma que tenían los frailes de esconderse de la realidad, al estipular cómo debía buscarse la verdad, es la que prevalece en la medicina moderna. Conforme se vaya desplegando la historia de la vitamina C, este nutriente simple dejará al descubierto que la medicina moderna es un oficio dominado por las autoridades institucionales, más que una disciplina científica. Por ejemplo, los ensayos clínicos han utilizado creencias acientíficas sobre la función de los placebos en un intento de negar sus efectos. Los médicos tradicionalistas han tergiversado las dosis bajas de vitamina C, como si correspondiesen a las grandes dosis cuya eficacia se afirma. La medicina convencional deja a un lado e ignora las observaciones clínicas sobre las dosis altas de vitamina C, en menoscabo de la salud de la población.

Un asunto de supervivencia

Aunque la vitamina C es esencial para la vida, la mayoría de los animales no necesitan consumirla porque la fabrican ellos mismos en sus cuerpos. Sin embargo, algunos animales, entre ellos los seres humanos, han perdido la capacidad de sintetizarla. De hecho, se han convertido en mutantes del ascorbato, que tienen que confiar en la vitamina C de sus dietas. Sin ella, mueren. Su deficiencia en los seres humanos, simios y cobayas provoca una enfermedad fatal, el escorbuto.

Hace unos cuarenta millones de años, los antepasados de los seres humanos eran unos mamíferos pequeños y cubiertos de pelo. Una de esas criaturas perdió el gen de una enzima necesaria para sintetizar el ácido ascórbico, tal vez por una mutación genética inducida por la radiación.[11] Por consiguiente, los descendientes de esa criatura mutante fueron incapaces de fabricar la vitamina C. Presuntamente, eran en gran medida vegetarianos y consumían una dieta rica en ácido ascórbico, de manera que la pérdida de la enzima no fue catastrófica.

La aptitud evolutiva consiste en la capacidad de un organismo de dejar descendencia viable. Sorprendentemente, la pérdida del gen para fabricar vitamina C no tuvo un gran efecto negativo en la aptitud evolutiva ni en la supervivencia de nuestros ancestros. Sabemos esto porque, en caso contrario, las especies animales con esta mutación se habrían extinguido, y no lo hicieron. Y es probable que algunos animales, incluyéndonos a nosotros, obtuviesen una ventaja evolutiva al perder el gen para fabricar la vitamina C.

Los seres humanos no son las únicas criaturas que necesitan consumir vitamina C. Hay otras, como las cobayas, los simios, algunos murciélagos y varias especies de aves, que también lo precisan. Todos estos animales han evolucionado con éxito y han sobrevivido a la lucha por la existencia durante millones de años. Si la capacidad de fabricar la vitamina C se hubiera perdido solamente en una ocasión durante la evolución, podríamos llegar a la conclusión de vernos ante una rareza interesante. Sin embargo, en el árbol de la vida, las aves y los mamíferos se separaron mucho antes del tiempo en que nuestros ancestros perdieron el gen. Parece que las aves se originaron desde los reptiles, en los períodos jurásico superior y cretácico inferior (hace unos ciento cincuenta millones de años). Los mamíferos evolucionaron desde los reptiles mucho antes, en los períodos carbonífero y pérmico (hace aproximadamente entre doscientos cincuenta y trescientos cincuenta millones de años). Esto indica que las aves y los mamíferos perdieron los genes para fabricar la vitamina C de forma separada e independiente.

En los seres humanos la falta de vitamina C provoca el escorbuto, que produce hemorragias y hematomas por todo el cuerpo. Las encías se inflaman, los dientes se caen y, en pocos meses, el paciente muere de una forma horrible. En los primeros viajes por mar el escorbuto mató a muchos marineros. Extrañamente, algunos eran más resistentes a la enfermedad que otros, lo que podría indicar que unos pocos mantenían una cierta capacidad bioquímica para fabricar vitamina C o para mantener sus niveles en el cuerpo. Afortunadamente, incluso unos pocos miligramos de vitamina C al día previenen el escorbuto agudo. Podríamos preguntarnos por qué los humanos primitivos no morían de escorbuto y no se extinguían. Los animales herbívoros, incluidos los simios, viven en su mayor parte de una dieta vegetal y su ingesta de vitamina C es alta. Estudiando la dieta de los grandes monos, Linus Pauling calculó que los humanos primitivos probablemente tenían una ingesta de entre 2,5 y 9 g de vitamina C al día.[12] Si un animal consumía una dieta con abundante vitamina C, la pérdida del gen para fabricarla no habría provocado una merma de aptitud evolutiva. Por consiguiente, podemos suponer razonablemente que nuestros ancestros primitivos eran fundamentalmente vegetarianos.

El éxito evolutivo también depende de la reproducción. Siempre y cuando los jóvenes consumiesen suficiente vitamina C para evitar el escorbuto agudo, la ausencia del gen no habría hecho disminuir la aptitud evolutiva de los humanos primitivos. Habría habido la vitamina C suficiente para evitar la enfermedad y mantener los niveles de aptitud durante todo el período de la concepción y la crianza de los niños.

En tiempos de abundancia, la pérdida del gen de la vitamina C podría haber tenido solamente un efecto mínimo. De hecho, los animales vegetarianos que carecen del gen pueden disfrutar de una ligera ventaja energética, puesto que no necesitan fabricar internamente la sustancia. Los animales con el gen y los mutantes que lo habían perdido podrían haber coexistido durante largos períodos en la misma población. Sin embargo, cuando el suministro de alimentos se acortaba, aquellos que no desperdiciaban energía vital en fabricar la vitamina C podrían haber tenido una ventaja para la supervivencia. En palabras del doctor Cathcart, los mutantes podrían haber «superado por hambre» a aquellos que tenían el gen. Durante los períodos de tensión evolutiva máxima, los animales carentes del gen de la vitamina C podrían haber predominado hasta el punto de que los portadores del gen se extinguieran.

Una ventaja evolutiva

Varias evidencias indican que la población humana cayó estrepitosamente en el pasado. En muchas especies vemos que los cuellos de botella evolutivos son sorprendentemente comunes, porque una especie existe solo mientras pueda competir por su lugar en el ecosistema. La mayoría de las especies que han existido en la Tierra ya se han extinguido. Una especie típica tiene un período vital de unos diez millones de años.[13] Las evidencias actuales indican que los humanos casi se extinguieron hace unos ciento cincuenta mil años; los estudios genéticos muestran que todos los humanos surgieron de una pequeña población de África entre ciento cincuenta mil y doscientos mil años atrás.[14] Una interpretación creativa de los hechos científicos sigue la pista de toda la vida humana hasta una sola mujer, que vivía hace unos ciento cincuenta mil años en el Este de África, el área que ahora abarca Etiopía, Kenia y Tanzania. La «Eva mitocondrial», como se la conoce, es el antepasado femenino común, o matrilineal, más reciente de todos los seres humanos.[15]

Para comprender la importancia de la Eva mitocondrial, hay que recordar que las células humanas contienen unos orgánulos pequeños, llamados mitocondrias, que mantienen la maquinaria química que nos suministra la energía. Las mitocondrias tienen su propio material genético (ADN), que se transmite a los niños por medio del huevo materno (ovum).[16] El esperma masculino es mucho menor que el huevo y no aporta mitocondrias al feto. Los científicos han demostrado que todos los seres humanos tienen el ADN mitocondrial originado en un solo individuo. Esta Eva no vivió sola y probablemente residió en un pueblo pequeño o una comunidad reducida, donde sus hijos tuvieron alguna ventaja evolutiva sobre los demás niños de la tribu.

Existe el correspondiente antepasado masculino común, el llamado «Adán cromosomático Y», que vivió hace entre sesenta mil y noventa mil años. Los cromosomas son paquetes de genes que transfieren el ADN a las células de la descendencia. Los niños adquieren de su padre un cromosoma Y, que se empareja con un cromosoma X de la madre y crea el par XY que define al sexo masculino. Las niñas reciben un cromosoma X de cada

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