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Día y noche a su disposición
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Libro electrónico143 páginas2 horas

Día y noche a su disposición

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Información de este libro electrónico

Era un trato muy sugerente…
Conall Devlin era un hombre de negocios implacable, dispuesto a llegar a lo más alto. Para conseguir la propiedad con que pensaba coronar su fortuna aceptó una cláusula nada habitual en un contrato… ¡Domesticar a la díscola y caprichosa hija de su cliente!
Amber Carter parecía llevar una vida lujosa y frívola, pero en el fondo se sentía sola y perdida en el mundo materialista en que vivía. Hasta que una mañana su nuevo casero se presentó en el apartamento que ocupaba para darle un ultimátum. Si no quería que la echara a la calle, debía aceptar el primer trabajo que iba a tener en su vida: estar a su completa disposición día y noche…
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 ago 2016
ISBN9788468786377
Día y noche a su disposición
Autor

Sharon Kendrick

Sharon Kendrick started story-telling at the age of eleven and has never stopped. She likes to write fast-paced, feel-good romances with heroes who are so sexy they’ll make your toes curl! She lives in the beautiful city of Winchester – where she can see the cathedral from her window (when standing on tip-toe!). She has two children, Celia and Patrick and her passions include music, books, cooking and eating – and drifting into daydreams while working out new plots.

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    Día y noche a su disposición - Sharon Kendrick

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2016 Sharon Kendrick

    © 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Día y noche a su disposición, n.º 2483 - agosto 2016

    Título original: The Billionaire’s Defiant Acquisition

    Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-687-8637-7

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Epílogo

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    EN PERSONA parecía bastante más peligrosa que bella. Conall endureció el gesto. Era exquisita, sí, pero también parecía un poco ajada. Como una rosa que hubiera sido utilizada para adornar una solapa antes de una fiesta y luego hubiera quedado descartada sobre una mesa.

    Profundamente dormida, estaba tumbada sobre un sofá de cuero blanco. Vestía una amplia camiseta que se curvaba sobre sus generosos pechos y su curvilíneo trasero y terminaba a medio camino de unas piernas morenas y asombrosamente largas. A su lado había una copa de champán vacía. Por los ventanales abiertos del balcón entraba una ligera brisa que no bastaba para disipar la mezcla de olor a incienso y tabaco que aún flotaba en el ambiente.

    Conall hizo un gesto apenas perceptible de desagrado. Si Amber Carter hubiera sido un hombre la habría zarandeado sin miramientos para que se despertara. Pero no era un hombre, sino una mujer. Una mujer caprichosa, mimada y demasiado guapa que se había convertido en su responsabilidad y, por algún motivo, no quería tocarla. No se atrevía.

    «Maldito Ambrose Carter», pensó con rabia al recordar las palabras de este.

    –Tienes que salvarla de sí misma, Conall. Alguien tiene que hacerle ver que no puede seguir así..

    Maldijo mentalmente su estúpida conciencia, que lo había empujado a aceptar responsabilizarse de aquella tarea.

    Moviendo la cabeza, se dispuso a echar un vistazo por el piso para asegurarse de que no había nadie durmiendo la mona en algún rincón. Efectivamente, las habitaciones estaban vacías, aunque la última llamó su atención y se detuvo un momento a contemplarla. Estaba abarrotada de libros y ropa y había una bicicleta de hacer ejercicio bastante polvorienta en un rincón. Semiocultos tras un sofá de terciopelo había varios cuadros. El instinto de coleccionista de Conall le hizo acercarse a echarles un vistazo. Los lienzos mostraban unas pinturas ásperas, enfadadas, con remolinos, manchones y salpicaduras de pintura, realzadas en algunos casos con un reborde de tinta negra. Las contempló un momento con interés hasta que recordó por qué estaba allí.

    Cuando regresó al cuarto de estar encontró a Amber Carter exactamente como la había dejado.

    –Despierta –murmuró y, al no obtener ningún resultado, añadió en voz más alta–: He dicho que te despiertes.

    Ella se movió. Alzó un brazo dorado por el sol para apartar la mata de pelo negro ébano que cubría gran parte de su rostro. El gesto ofreció a Conall una repentina y diáfana visión de su perfil. Su pequeña y bonita nariz, el mohín de sus labios rosados… Cuando agitó sus negras y gruesas pestañas y volvió la cabeza para mirarlo, Conall se encontró ante el color de ojos verdes más sorprendente que había visto en su vida. Aquellos ojos lo dejaron sin aliento y le hicieron olvidar por un instante a qué había ido allí.

    –¿Qué pasa? –preguntó ella con voz ronca–. ¿Y quién diablos eres tú?

    Amber se irguió en el sofá y miró a su alrededor sin montar la clase de alboroto que Conall habría esperado. Casi parecía acostumbrada a que la despertaran hombres desconocidos que habían entrado en su apartamento sin haber sido invitados, pensó con desagrado.

    –Me llamo Conall Devlin –dijo mientras buscaba en el rostro de Amber alguna señal de reconocimiento.

    Ella se limitó a mirarlo con expresión ligeramente aburrida.

    –Ah ¿sí? –aquellos increíbles ojos verdes se detuvieron un momento en el rostro de Conall. A continuación, Amber bostezó abiertamente–. ¿Y cómo has entrado, Conall Devlin?

    En muchos sentidos, Conall era un hombre muy anticuado, algo de lo que lo habían acusado numerosas mujeres decepcionadas en el pasado, y sintió que aquella faceta de su personalidad resurgía al comprobar que todo lo que había oído sobre Amber Carter era cierto. Que era negligente. Que le daba igual todo excepto ella misma. Y el enfado era más seguro que el deseo, que permitirse centrar la mirada en el balanceo de sus pechos bajo la camiseta, o reconocer la elegancia de sus movimientos cuando se levantó, algo que, a pesar de sí mismo, lo excitó de inmediato.

    –La puerta estaba abierta –dijo sin molestarse en ocultar el reproche de su tono.

    –Oh. Alguien debió dejársela abierta al salir –Amber miró a Conall y esbozó una sonrisa con la que probablemente conseguía tener siempre a los hombres comiendo de su mano–. Anoche hubo una fiesta.

    Conall no le devolvió la sonrisa.

    –¿No te preocupa que pueda entrar alguien a robar, o a algo peor?

    –En realidad no –dijo Amber con un encogimiento de hombros–. La seguridad del edificio es muy eficaz. Aunque tú pareces haberla superado sin dificultad. ¿Cómo te las has arreglado?

    –Porque tengo una llave –dijo Conall a la vez que alzaba esta entre el pulgar y el índice.

    Amber frunció ligeramente el ceño antes de sacar un cigarrillo de un paquete que había en la mesa.

    –¿Y cómo es que tienes una llave? –preguntó mientras tomaba el mechero que había junto a la cajetilla.

    –Preferiría que no encendieras eso –dijo Conall.

    Amber entrecerró los ojos.

    –¿Lo dices en serio?

    –Sí. Lo digo en serio –replicó Conall–. Al margen de los peligros de ser un fumador pasivo, odio el olor a tabaco.

    –En ese caso, vete. Nadie te lo va a impedir –replicó Amber antes de encender el mechero para acercarlo al cigarrillo.

    Acababa de inhalar la primera calada cuando Conall se acercó a ella de dos zancadas y le quitó sin miramientos el cigarrillo de la boca.

    –¿Qué diablos crees que estás haciendo? –espetó Amber, indignada–. ¡No puedes hacer eso!

    –Ah, ¿no? Mírame, nena –Conall salió al balcón, apretó la brasa entre el pulgar y el índice y luego arrojó la colilla a una copa de champán vacía que había en un tiesto.

    Cuando regresó al interior vio que Amber estaba sacando otro cigarrillo de la cajetilla.

    –Tengo muchos más –dijo en tono desafiante.

    –Te recomiendo que no pierdas el tiempo, porque voy a quitarte cada cigarrillo hasta que no te quede ninguno.

    –¿Y si llamo a la policía y hago que te detengan por allanamiento y acoso?

    –Sospecho que solo conseguirías que te acusaran a ti de allanamiento. Tengo la llave, ¿recuerdas?

    –Ya te he oído, pero más vale que me expliques por qué –dijo Amber en un tono que no se atrevía a utilizar nadie con Conall desde hacía años–. ¿Quién eres, y por qué te estás comportando como si estuvieras tratando de tomar el control?

    –Contestaré a todas tus preguntas en cuanto te vistas.

    –¿Por qué? –preguntó Amber a la vez que sonreía, apoyaba una mano en su cadera y adoptaba una pose de modelo–. ¿Tanto te afecta mi aspecto, Conall Devlin?

    –Lo cierto es que no… al menos no de la forma que estás sugiriendo. No me excitan las mujeres que fuman y se entregan a desconocidos –replicó Conall, aunque su cuerpo le estaba diciendo justo lo contrario–. Y ya que tengo otras ocupaciones que atender, ¿por qué no haces lo que te digo y luego hablamos?

    Por un instante, Amber estuvo a punto de ir hasta el teléfono para cumplir su amenaza, pero lo cierto era que estaba disfrutando con aquella inesperada situación. Sentir algo, aunque solo fuera enfado, era un placer después de llevar tanto tiempo sintiendo tan solo una especie de entumecimiento aterrador, como si no estuviera hecha de carne y hueso, sino de gelatina.

    Entrecerró los ojos mientras trataba de recordar la tarde anterior. ¿Sería Conall Devlin uno de los que se había colado en la fiesta que había improvisado? No. Definitivamente no. Aquel era una clase de hombre que una no olvidaba nunca.

    Los duros rasgos de su rostro habrían sido perfectos de no ser por la evidencia de una nariz rota en algún momento del pasado. Su pelo era oscuro, aunque no tanto como el de ella, y sus ojos eran del color de la medianoche. Su fuerte mandíbula estaba sombreada por una semibarba que probablemente no se había molestado en afeitar aquella mañana. Y menudo cuerpo… Amber tragó saliva. Daba la sensación de que sería capaz de clavar un pico en un suelo de cemento sin mayor esfuerzo… aunque su inmaculado traje gris tenía aspecto de haber costado una fortuna.

    De pronto se hizo consciente del mal aspecto que debía tener y se llevó una mano al rostro. Además debía tener un aliento horrible después de haberse quedado dormida sin cepillarse los dientes… No era así como una quería sentirse estando ante un hombre tan espectacular como aquel.

    –De acuerdo –dijo en el tono más despreocupado que pudo–. Voy a cambiarme.

    Disfrutó viendo la sorprendida expresión de Conall mientras se encaminaba a su dormitorio. Algunas mujeres habrían alucinado al ser despertadas por un perfecto desconocido, pero para Amber aquello suponía un comienzo de día interesante después de haber sentido que sus días transcurrían en una especie de bruma gris sin sentido alguno. Se preguntó si Conall Devlin estaría acostumbrado a conseguir

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