Memorias de un espía adolescente
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Sinopsis: un joven sin más habilidades que una extraña peculiaridad en la cara es reclutado, casi sin quererlo, por una Agencia de Espionaje. Por lo general, sus misiones son sencillas: transportar objetos o documentos de un lugar a otro. Pero un día, debido a un retraso en un vuelo a Egipto, todo se tuerce. Perseguido por una asesina implacable, deberá ingeniárselas para concluir su misión con éxito y evitar así la desaparición de la raza humana.
Además de la calidad literaria y de la originalidad en su estructura, el libro es un excelente material de trabajo para el aula, ya que contiene un cuadernillo que completa cada capítulo con un trabajo sobre la lectura dividido en cuatro bloques: comprensión lectora, habilidades lectoras, conocimiento de la lengua y taller de creación literaria.
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Memorias de un espía adolescente - Francisco M. Rodríguez Segovia
MEMORIAS DE UN ESPÍA ADOLESCENTE I
El Encantador de Serpientes
Por Francisco M. Rodríguez Segovia
Primera edición, 2014
Autor: Francisco M. Rodríguez Segovia
Maquetación: Daniela Vasilache
Edita: Educàlia Editorial
Imprime : Escenarigràfic S.L.
ISBN : 978-84-943204-0-8
Depòsit Legal: V – 2454- 2014
Printed in Spain/Impreso en España.
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C/ Av. de las Jacarandas, 2, loft 327 - 46100 Burjassot
Tel: 963273517
E-Mail: [email protected]
ÍNDICE
Capítulo 1: ¡Qué bonitos son los aeropuertos! La salida
¡Qué bonitos son los aeropuertos! La llegada
Capítulo 2: La verdadera historia de cómo entré en La Agencia
Capítulo 3: Una muerte dolorosa
Capítulo 4: Más mala que un demonio
Capítulo 5: Primera parte - Las pirámides: el otro secreto
Capítulo 5: Segunda parte - ¡Menuda sorpresa en Luxor!
Capítulo 6: Primera parte - ¡Un momento! ¿Quién soy yo? ¿Quiénes sois vosotros?
Capítulo 5: Tercera parte- Pueden más dos tetas que dos carretas
Capítulo 6: Segunda parte - Campanas de boda
Capítulo 7: Luxor / Esna. Una muerte lenta y silenciosa
Capítulo 8: Los falsos amigos
Capítulo 9: Esna / Edfu / Kom Ombo. Las cosas no son lo que parecen
Capítulo 10: Dios no existe
Capítulo 11: Asuán / El Cairo. La maldición del espía de la cara borrosa
Capítulo 12: Le tengo aprecio a mi vida
Capítulo 13: Resumiendo, que es gerundio
Capítulo 14: La esfinge te lo cuenta
Capítulo 15: El momento más inoportuno
Capítulo 16: Un plan equivocado
Capítulo 17: El regreso a casa
Guía de Lectura
Actividades
Capítulo 1: primera parte
Capítulo 1: segunda parte
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5: primera parte
Capítulo 5: segunda parte
Capítulo 6: primera parte
Capítulo 5: tercera parte
Capítulo 6: segunda parte
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Archivo del caso
Webgrafía
Capítulo 1
¡Qué bonitos son los aeropuertos!
La salida
No sé si os habéis subido alguna vez a un avión. Parece chulo. ¡No! Es chulo. Es tan emocionante que apenas te molestan el zumbido en el tímpano, el dolor de oídos o el taponamiento sordo que te acompaña durante horas una vez que el avión ha aterrizado. Pero si fueseis espías como yo, si tuvieseis que coger un avión día sí y día también, os aseguro que terminaría convirtiéndose en un rollazo:
Primero, tener que preparar las maletas. Mejor de esto ni hablamos, lo digo literalmente, porque es mi madre la que se encarga, yo no sabría ni por dónde empezar, eso sí, llevo una pequeña mochila de lona negra con las cosas que, a mi modesto entender, son supernecesarias para un espía de mi categoría.
Segundo, llegar al aeropuerto con dos horas de antelación para facturar las maletas y posterior embarque. Esto, que en principio puede parecer guay (porque te dedicas a asombrarte viendo despegar aviones desde las enormes cristaleras, a comprarte un bocata o a oír a un montón de gente hablando en idiomas que ni idea, como si manipularas el dial de una radio en el extranjero), se convierte más tarde en una horrible pesadilla. Sí, mis queridos amigos, los sueños, sueños son: cola para pesar las maletas, dolor de pies, cola para comprar un mal bocadillo deshidratado y pagar cuatro veces su precio normal, dolor de pies, cola para pasar por los detectores de metales, dolor de pies…, el guiño al policía y mi mochila que pasa discretamente por el lado ciego del escáner.
Tercero, mi favorito, el que despierta mi lado oscuro, la zona internacional o zona de nadie. Entre el detector de metales y la zona de embarque se encuentra la zona internacional, que es como si ya no estuvieras en tu país, llena de tiendas libre de impuestos en las que, si no fuera por el bofetón que me daría mi madre, la Tresenuno, porque es policía, juez y verdugo a la vez, robaría una chocolatina y me dejaría capturar para ver si me extraditan o, al menos, para ver si me ponen en los carteles de los ladrones de chocolatinas internacionales más buscados.
Cuarto y último, el embarque, normalmente, como en este caso, con al menos una hora de retraso. Éste es un momento de sentimientos encontrados, incluso contradictorios. Desde las cristaleras los aviones parecen pequeños, pero ahora accedes a uno de ellos por un amplio túnel acompañado por más de doscientas personas. Pasas por una puerta pequeña, donde están las azafatas y el capitán en su estudiado y típico ritual de bienvenido a bordo. Te indican tu asiento y por fin entras en el avión, enorme, tres columnas de asientos, izquierda, derecha y centro separadas por dos pasillos, tantas filas que no alcanzas a ver el final ni aupándote. Enorme… Una señora que se disculpa pidiendo paso y me marca la cara con la costura del bolsillo trasero de su pantalón vaquero porque no sé quién le ha dicho que los vaqueros son más cómodos para viajar…, a sus setenta años, por Dios, ¡esta marca no se me quitará hasta que lleguemos a El Cairo!, el señor que te dice amigablemente que tiene problemas de circulación y que inclina su asiento hasta metértelo en la boca del estómago cortándote la respiración, la muchacha nerviosa que se gira para reprocharle al atontado de su novio que no haya pedido los asientos correlativos y que en su ímpetu te mete un codazo en un ojo, la abuelita que malcoloca tu mochila en el portaequipajes porque su bolsa de mano es más grande que el baúl de un mago y que termina por tirártelo todo en la cabeza, el turbador olor a pies que disimuladamente va llegando de no se sabe dónde y que termina por impregnarlo todo… Sí, amigos, los nuevos espías viajamos en turista, un rollazo, como ya os dije, perdemos la noción de los espacios, no sabemos cuándo son grandes o pequeños, y solemos no pensar durante los trayectos para evitar la atractiva idea de que tal vez algunos, solo tal vez, no merezcan llegar al final de este viaje.
Mi misión es bastante sencilla. Acompañado por mis padres, como siempre, tenía que hacer de mula
, lo que en nuestro argot es algo así como transportista: llegar a El Cairo y recibir un sobre con una información vital que me pasaría un contacto de La Agencia, guardarlo y protegerlo con mi vida si fuera necesario y entregarlo a la vuelta. En realidad, estas misiones se traducían en recoger un sobrecito y, hala, a camuflarme entre el personal del viaje organizado al que pertenecíamos: sitios nuevos, hoteles de lujo, comidas, piscinas, jacuzzi, tumbonas al sol, alguna que otra fiesta especial para guiris donde poder ligar... Lo que aún no entiendo es que mis padres no se cosquen de nada. Los pobrecillos siguen pensando que son los más afortunados del barrio: sorteo de viajecito que haya, sorteo que les toca… En fin.
Sin embargo, el retraso de una hora me iba a venir fatal. Siempre que digo que algo es sencillo o que voy a tardar poco en hacerlo las cosas se tuercen de la manera más insospechada, como cuando dejas un trabajo del instituto para el final y te quedas sin Internet, sin tinta de color, sin tinta negra, cambio de cartuchos pero la impresora no va, el ordenador se cuelga…, tengo un virus…, y tu madre, con calma, burlona pero con esa voz comprensiva contra la que nada ni nadie puede, haciendo oídos sordos a tus improperios y vista ciega a tus ojos desorbitados y rojizos: ¿te habría pasado lo mismo si lo hubieras terminado la semana pasada?
— ¡Joder, mamá, qué sabrás tú de todo lo que yo tuve que hacer la semana pasada!
Leo los paneles de información sobre las salidas y llegadas de los vuelos. La demora es ahora de dos horas. Ya sí que no hay solución. La Agencia, para no variar, me había pedido la más escrupulosa puntualidad. Una de las pocas cosas en que se parecen las pelis de espías a la vida real de un espía es en la necesidad de puntualidad. Es como si todo formara parte de un engranaje debilucho que se va formando poco a poco, justo ahora, donde cada pieza encaja por los pelos. Si una pieza falla, si no llega a tiempo, el sistema se colapsa, queda huérfano, y todo se desmorona. Entonces te pasas días viendo caer esas piececitas en tu mente, reuniéndolas para recolocarlas e intentar arreglarlo de la manera que sea, procurando no pensar en el pellizco que sientes en el estómago, mitad vergüenza mitad pena, como cuando desmontas el reloj que te regaló la abuela y sabes que, aunque lo montes, ya nunca será el mismo reloj: pesa menos porque le sobran piezas.
Le estoy temiendo a esta misión. A partir de ahora todo depende de la suerte, aliada esquiva para un espía. Me estoy poniendo un poco nervioso. Lo mejor es que me duerma y cuando despierte ya estaré en El Cairo. Una vez allí, tal vez se me aclaren las ideas. A ver si tengo un poco de suerte y la niñata esta se calla de una vez y deja de decirle al novio de detrás cuánto lo quiere, así el anormal dejará de zarandearme al agarrarse al respaldo de mi asiento cada vez que se incorpora para decirle que él también y muac, muac, muuuac.
Dios…, cómo huele a pies…, voy a dar la vida.
Capítulo 1
¡Qué bonitos son los aeropuertos!
La llegada
Estamos en el Aeropuerto Internacional de El Cairo, Egipto. No sé si es bonito o es feo. Es un aeropuerto por la parte de dentro. Un autobús te trae hasta la terminal y a andar, andar y andar por enormes pasillos hasta llegar a la aduana. Es uno de los momentos en que me pongo un poco nervioso. Bueno, muy nervioso. Me imagino que me van a reconocer y a detener y, sinceramente, lo paso tan mal que se me descompone el vientre, por eso, después de que me sellen el pasaporte, siempre salgo disparado buscando el servicio de caballeros.
Mientras nos dirigimos a las cintas portaequipajes voy pendiente de cualquier cara que pueda resultarme sospechosa, no sé, algo que me haga pensar que es alguien de La Agencia, mi contacto. No iba a tener esa suerte. Pasan más de dos horas de la cita convenida y, además, no sé para qué diantres me molesto: yo también soy de La Agencia y no tengo cara sospechosa, por eso precisamente soy de La Agencia, así que imposible saber quién es o no es un espía. Bueno, pues a pegarme a mis padres, no vaya a ser que además me pierda y la liemos.
Estaba entretenido en la cinta portaequipajes viendo cómo algunos se enfadan porque no aparecen sus maletas y otros, impacientes, se confunden sin aparente mala intención, cuando de repente siento algo apretando en mi espalda. Es algo duro, no tanto como una pistola. Me quedo frío. Corren rumores de