La verdadera historia de los cuentos populares
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Dependiendo del origen de los cuentos, los personajes y la propia historia tendrán simbologías diferentes. Pero todas las historias, sobre todo aquellas que nos llegan a través de la tradición oral, están marcadas por las circunstancias sociales del momento, por las necesidades que impulsan al colectivo a volcar en palabras, avisos, angustias, tradiciones… Cuando se realiza a través de la escritura, el modo culto, oficial y privilegiado, se utilizan mitos que simbolizan y fijan con fuerza en la mente infantil y juvenil aquello que sus autores o autoras quisieron reflejar. Sin conocer este origen "necesario", la comprensión del relato pierde gran parte de su carga dramática, tornándose, cuando menos incomprensible, ridículo en otros casos, excesivo y cruel en casi todos.
De todos los estudios realizados sobre los conocidos, leídos, tergiversados y edulcorados cuentos, apenas se han divulgado nada más que algunas anotaciones de antropología social sobre el mundo en que fueron creadas esas narraciones. Tal vez por ese desconocimiento, o por simple olvido, sea tan difícil comprender algunas de sus claves; tal vez por eso, la interpretación que de ellos se ha hecho no obedezca a la realidad de su tiempo, sino al deseo de nuestra propia realidad. Es decir, los miramos desde un tiempo, el nuestro, que, por fin, ha concedido derechos a la infancia.
Por todo eso, hoy tal vez más que en otros momentos históricos, recuperar una lectura diferente de nuestra inmensa tradición oral, resulte más urgente que nunca. Es importante conocer qué querían contar y porqué cuentos como: El flautista de Hamelin, La bella durmiente Pulgarcito, Caperucita roja, Cenicienta, Barba azul, La Sirenita, Blancanieves, Hansel y Gretel , ...
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La verdadera historia de los cuentos populares - Blanca Álvarez González
BLANCA ÁLVAREZ
LA VERDADERA HISTORIA DE LOS CUENTOS POPULARES
EL PULGARCITO PARA EL SIGLO XXI
EDICIONES MORATA, S. L.
Fundada por Javier Morata, Editor, en 1920
C/ Mejía Lequerica, 12 28004 MADRID
Cubierta
Portadilla
Índice de contenido
Créditos
Dedicatoria
Prólogo: Todo está en los cuentos. Por Victoria Fernández. Directora de CLIJ
Primera parte: Otra forma de ver los mismos cuentos de siempre
1. La llave de oro
: O el eterno recuento de nuestros cuentos
2. Pulgarcito
: La magia y el poder
3. Piel de asno
: O la tradición del incesto
4. La Bella y la Bestia
: Publicidad para una sumisión
5. Caperucita Roja
: La búsqueda de la identidad sexual
6. Barba Azul
: El monstruo y el interdicto
7. El flautista de Hamelin
: O la mayor mentira jamás contada a los niños
8. La Bella Durmiente
: O la fijación del estar femenino
9. Cenicienta
: Triunfo y advertencia del amor
10. La Sirenita
: El carácter de la aventura en estado puro
11. El patito feo
: Un falso marginado
12. Blancanieves
: El camino del horror en busca del destino o del trono robado por las hijas
13. El soldadito de plomo
: O de la tragedia clásica en la caja de los juguetes
14. Hänsel y Gretel
: El terror como camino del maduración
15. Los seis cisnes
: La sombra del animal que somos
Segunda parte: Aspectos técnicos de la narración
16. El héroe necesario
17. Del pícaro al detective: El héroe cotidiano
18. Ellas, las heroínas del estar
19. El odiado y necesario traidor
20. Los secundarios: De cómo el autor se convierte en personaje
21. De la importancia de los signos sobre el personaje
22. Los secundarios, ¿son realmente secundarios?
23. Músicos, espejos, anillos…El lenguaje simbólico de los cuentos tradicionales
24. Literatura para consolar inocencias: A modo de reflexión final
© Blanca ÁLVAREZ GONZÁLEZ
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.
© EDICIONES MORATA, S. L. (2011)
Mejía Lequerica, 12. 28004 Madrid
www.edmorata.es [email protected]
Derechos reservados
ISBN: 978-84-7112-669-6
Compuesto por: Ángel Gallardo Servicios Gráficos, S. L.
Imagen de la cubierta: Literatura para consolar inocencias, por Tesa González con ilustraciones de Gustave Doré
Ilustraciones interiores de Gustave Doré y Tesa González
Realización de ePub: produccioneditorial.com
A Victoria Fernández por haber creído y apoyado este proyecto.
A Elsa Aguiar, compañera de trincheras.
PRÓLOGO: TODO ESTÁ EN LOS CUENTOS
Por Victoria FERNÁNDEZ*
La parte más difícil del trabajo de editor de revistas es encontrar materiales interesantes para publicar. Y según la especialización de la revista, la dificultad puede ser mayor. Es el caso de la literatura infantil y juvenil (LIJ, en adelante), un campo muy específico y tradicionalmente poco valorado en España, en el que no abundan los estudiosos y expertos, apenas hay investigación, y en el que, lógicamente, escasean los articulistas especializados… Entre otras cosas, porque apenas hay medios donde publicar esos posibles artículos. Es como la pescadilla que se muerde la cola.
Desde una revista como CLIJ (Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil) se trata, pues, de intentar romper ese círculo vicioso, buscando a los especialistas, alentándoles a escribir artículos sobre la materia, trabajando con ellos, si es preciso, en la elección de temas y enfoques, en la búsqueda de documentación, y hasta en la propia redacción. Muchas veces, por suerte, ocurre al revés, y son los articulistas quienes nos buscan y nos ponen en las manos valiosos materiales inesperados que enriquecen el contenido de la publicación.
Así ocurrió con este interesante trabajo sobre los cuentos tradicionales, de la periodista y escritora Blanca Álvarez, que ahora se presenta como libro, pero que nació como una serie de artículos en las páginas de CLIJ.
En septiembre de 2005, Blanca Álvarez me comentó, por email, que había encontrado un tesoro. Había empezado a releer, por casualidad, los viejos cuentos de siempre —Pulgarcito, Piel de Asno, Caperucita…— y esas relecturas le habían descubierto un maravilloso pozo sin fondo, del que no dejaba de extraer ideas y reflexiones, y que le había impulsado a escribir un breve ensayo, sobre Pulgarcito, precisamente, que me adjuntaba en el email por si pudiera interesarme para la revista. Lo leí con mucho interés, por venir de quien venía, soy lectora de la estupenda obra de Blanca desde que empezó a publicar libros de LIJ, y me gustó mucho el análisis directo, transgresor y bien documentado que proponía del inolvidable cuento, quizás uno de los más crueles
del repertorio tradicional.
Así que acordamos su publicación, y Pulgarcito, la magia y el poder, apareció en CLIJ, en el número 189, correspondiente a enero de 2006. Un inesperado segundo mail me trajo Piel de Asno, o la tradición del incesto literario, que se publicaría en el CLIJ de diciembre de ese mismo año, y un tercero, la doble entrega de La Bella y la Bestia, publicidad para una sumisión (CLIJ 202, marzo 2007) y Caperucita Roja, la búsqueda de la identidad (CLIJ 204, mayo 2007), con la apostilla premonitoria —No, si al fin, haremos una serie…
— de una Blanca completamente entregada a su investigación sobre los cuentos, un reto personal que le estaba haciendo disfrutar muchísimo. Y que a mí me tenía encantada, porque el material me parecía muy valioso y se ajustaba plenamente a los contenidos de una revista que siempre ha reservado a los clásicos de la LIJ un lugar preferente. Y los cuentos tradicionales, a los que Blanca ha sabido aplicar una brillante y peculiar vuelta de tuerca
, son nuestros primeros clásicos. Todo está en ellos.
Y, efectivamente, la serie cuajó. En 2008 desfilaron por CLIJ La Bella Durmiente, El Patito Feo, Blancanieves, Cenicienta, La sirenita, El soldadito de plomo, Hansel y Gretel y Los seis cisnes. Toda una serie de ocho entregas, que se completaría en 2009 y se cerraría en enero de 2010, con otros siete artículos dedicados a cuestiones generales, como los personajes (héroes, heroínas, traidores y demás personajes secundarios), el simbolismo y la función de los cuentos.
En definitiva, 19 breves ensayos sobre el universo de los cuentos tradicionales, que Morata ha tenido la buena idea —y el mérito de arriesgarse con una publicación a buen seguro minoritaria— de reunir en un volumen, en el que se me ha invitado a oficiar de prologuista, contando la gestación del proyecto. Una gestación larga, pero con final feliz (como mandan los cuentos), de un proyecto original y estimulante, que aporta nuevas perspectivas al estudio de esos cuentos que, generación tras generación, nos enseñan a vivir.
* Directora de la revista CLIJ (Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil).
PRIMERA PARTE:
OTRA FORMA DE VER LOS MISMOS CUENTOS DE SIEMPRE
1
LA LLAVE DE ORO
: O EL ETERNO RECUENTO DE NUESTROS CUENTOS
Antes de que ustedes lean La verdadera historia de los cuentos populares
, quizás debamos mencionar La llave de oro
, una reflexión sobre la herencia de un tesoro; éste, al igual que todos los relatos orales, fue pensado para todos los miembros del grupo por mucho que haya sido más tarde relegado a los más pequeños; tal vez por ser ellos quienes aún conserven la magia suficiente para comprenderlos cabalmente.
Todo novelista desea que su obra permanezca en la memoria del lector con la inquietud de un gusano depredador; un lector desasosegado en busca de un final acorde con su propia visión de la historia narrada. Difícil cometido para el novelista. Así que cuando MONTERROSO descubrió la magnitud de su novela, naturalmente, en propias palabras, todos saludaron aquel dinosaurio como el techo literario de la modernidad: Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
Ahí está: una novela cuyo principio y desenlace dependen enteramente del lector, donde el autor se limita, de manera genial, a realizar una propuesta. Sin embargo, el mundo de la literatura convencionalmente adjudicada a los niños, había encontrado tal recurso mucho antes, agazapado en el fuego de las narraciones orales y registrado por los hermanos GRIMM, con toda seguridad los recopiladores más avanzados y transgresores de todos cuantos se empeñaron en recoger del olvido la ingente obra oral a punto de perderse en Europa. La llave de oro
es, sin duda, el paradigma del relato con enigma pendiente para el lector.
La historia, al igual que muchas obras del mismo período, comienza por cubrir una necesidad: En pleno invierno,....un muchacho tuvo que salir en trineo a coger leña.
Aún cuando no parezca existir necesidad o búsqueda, el muchacho encuentra el tesoro: encontró una pequeña llave de oro. No existe llave que no sirva para abrir algo importante, mucho más si es de oro. Curiosamente, el lugar donde encaja la llave es una caja de hierro.
Metáfora muy querida en la literatura ésta de que sea el arcón de metal más humilde el que esconda lo más valioso. Aunque suele ser el plomo el material elegido, como el arcón donde se esconde el retrato de la princesa para que el galán a quien entregue su mano la busque a ella y no a los tesoros de su reino. Relato éste que sirvió al padre del psicoanálisis para ahondar en su teoría de los oscuros deseos que mueven al hombre en la esquiva búsqueda de la felicidad.
Y ahora llegamos a la parte realmente inquietante del relato. Dio la vuelta, y ahora tenemos que esperar hasta que la haya abierto del todo y levante la tapa: entonces sabremos qué objetos maravillosos había en la caja.
Lo realmente sublime de este brevísimo relato, más que relato pura anotación de principios literarios, es la propuesta que se hace al lector: "todo está aquí, en mera posibilidad; todo puede ser narrado si tú deseas escuchar. Principio que abre la puerta de la tradición oral por excelencia, cuando Sherezade propone, casi por azar, el recuerdo de algo que escuchó contar esperando ver cómo todo el cuerpo del oyente se esponja a la espera de
la narración".
En ese acto de provocación
radica la esencia misma de toda nuestra narrativa tradicional.
Imaginemos: alguien se sienta, ante un fuego, recoge una labor manual, ganchillo, separación de verduras, talla de madera…, a su alrededor un grupo de niños y adultos guardan silencio escuchando el crepitar del fuego mientras la noche rodea esa estancia que se torna sagrada cuando ese alguien, carraspea y anuncia:
—Me contaron hace años….
Entremos en la trama que hace posible nuestra vida oral, nuestra vida relatada y, por tanto, convertida en importante
. Y es que, de eso se trata esencialmente: de convertir a los oyentes en protagonistas.
El miedo, ese sagrado vínculo
Del miedo a morir nació la maestría de narrar
, asegura, a propósito de Sherezade, Eduardo GALEANO. Se podría añadir que, el miedo nos lleva a los relatos de miedo, porque solo superamos aquello que otro ha logrado superar antes. Incluso se puede añadir que el miedo es un instigador del crecimiento, una búsqueda de la madurez.
¿Por qué los niños, en cierto momento de su crecimiento, necesitan creer, o saber, que bajo su cama hay un monstruo? El miedo acelera los latidos del corazón, pero también genera la suficiente adrenalina hacia nuestro cerebro para que éste busque salidas a la situación. La aventura, todas las aventuras, son un modo de combatir ese miedo infantil que, por suerte, arrastramos los adultos con el propósito de seguir imaginando los mil modos de vencer al monstruo agazapado bajo nuestra cama.
Simbad, Pulgarcito, la Sirenita… inician sus viajes para combatir miedos más o menos reales: al hambre, al desafecto, a la incertidumbre.
Las historias simplemente amables no terminan de llenar las papilas gustativas de unos niños que, como todos y como siempre, siguen persiguiendo a sus propios monstruos personales.
Nuestros cuentos tradicionales fueron relatos en tiempos donde los niños no formaban parte de un jardín privilegiado de derechos: morían como moscas, por la peste, por el hambre, también por el abandono de los adultos. Un tiempo de miedos reales.
Los orígenes
Las historias, sobre todo aquellas que recibimos a través de la tradición oral, nos llegan marcadas por las circunstancias sociales del momento, por las necesidades que impulsan al colectivo a volcar en palabras, avisos, angustias, tradiciones… Cuando se realiza a través de la escritura, el modo culto, oficial y privilegiado, se utilizan mitos que simbolizan y fijan con fuerza en la mente de los lectores y los espectadores aquello que el poeta quiso reflejar:
Antígona eligiendo ser enterrada con su hermano para oponerse a las leyes de la ciudad en defensa de las leyes del sentimiento; Tristán e Iseo representando la tragedia de todos los amantes; don Quijote buscando soñar un mundo diferente por resultarle insoportable el real; el capitán Ahab al encuentro con su propia identidad tras el rastro de la ballena blanca; Jekyll y Hyde simbolizando, como el dios Jano, las dos caras del hombre; Samsa o Bartleby huyendo de la realidad como podía hacerlo Peter Pan; Drácula sobreviviendo en una eterna noche de desolación, soledad y desdicha…
En el origen de los relatos orales existen necesidades
concretas que conforman a la historia para cubrirlas dado que los pobres no han contado con historiadores a su servicio y, como dijo Ana María MATUTE: los relatos servían para dar voz a quienes no la tenían
:
— Para dar aviso sobre algunos sucesos que, por terribles, deben ser conocidos. La narración oral se limita a degenerar la historia real camuflando el origen de la inicial de manera más o menos consciente. De ahí el escalofriante relato de El Flautista de Hamelin
, en cuyo origen está la Cruzada emprendida por los niños europeos en el siglo XIII. También aquellos que, como Pulgarcito, dan cuenta del hambre y los espantos de sus consecuencias.
— Como relatos iniciáticos, muy abundantes en África, las comunidades americanas o Australia; menos los que aún colean por Europa, cumplen con la misión de apoyar y simbolizar ciertos rituales de la comunidad. Ritos que tal vez ya no se practiquen pero permanecen vivos en el recuerdo colectivo. El ejemplo paradigmático es Caperucita Roja
en donde el lobo simboliza la cueva donde era ingresada la niña el día de su menarquia para convertirse en adulto al abandonarla.
En realidad, puede decirse que todos los relatos de aventuras contienen una importante carga iniciática.
Sin conocer este origen necesario
, la comprensión del relato pierde gran parte de su carga dramática, tornándose, cuando menos incomprensible, ridículo en otros casos, excesivo y cruel en casi todos.
El terrible mundo de los niños
Nos han quedado en el tintero de todos los estudios realizados sobre los conocidos, leídos, tergiversados y edulcorados cuentos, un par de anotaciones, diriáse que de antropología social, sobre el mundo en que fueron creadas esas narraciones. Tal vez por ese desconocimiento, o por simple olvido, sea tan difícil comprender algunas de sus claves, tal vez por eso, la interpretación que de ellos se ha hecho no obedezca a la realidad de su tiempo, sino al deseo de nuestra propia realidad. Es decir, los miramos desde un tiempo, el nuestro, que, por fin, ha concedido derechos a la infancia hasta convertirla en algo sagrado. Por suerte.
Pero no siempre ha sido así, más bien no ha sido así nunca, y tal vez, de alguna manera explique, que no justifique, la aparición, alguna vez, de monstruos maltratadores de niños; familiares que utilizan a sus hijos como esclavos sexuales, comportamientos de Ogro en forma paternal como herederos de los malvados típicos de todos los cuentos tradicionales. Nuestra memoria y nuestras pulsiones no trabajan al mismo ritmo que la legislación o los avances de civilización.
Los niños, sin voz ni presencia, fueron sistemáticamente maltratados, y eso hasta hace tan poco que escandaliza comprobar cómo hasta 1986, las correas, las varas y las cachiporras, fueron prohibidas en las escuelas públicas inglesas. O saber que el rey francés Luis XIII fue coronado cuando cumplió 8 años, y comenzó el día recibiendo una ración de azotes.
Probablemente por pura praxis de supervivencia, los niños son un gasto hasta que comienzan a ser un ingreso para la familia; tal vez por miedo a la osadía de la infancia, el caso es que los niños fueron amordazados, apaleados, amortajados (y no metafóricamente, que los bebés eran envueltos en duros vendajes que los momificaban con el fin de que ni protestaran ni defecaran en exceso), incluso en nuestros días