El expediente Glasser
Por Violeta Balián
4.5/5
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Una novela que desafía nuestra visión de la realidad y abarca los géneros de ciencia ficción, fantástico y thriller.
"Existe una tradición de la ciencia ficción en Argentina que comenzó Borges y continuaron el visionario Bioy Casares, Julio Cortázar, Angélica Gorodischer y, últimamente, el talentoso Pablo de Santis. Este tipo de literatura ha conquistado los Estados Unidos y Europa donde la posibilidad de que "visitantes de otros mundos vivan entre nosotros" se incorpora fácilmente al debate, se crea en ello o no. Y en la Argentina, gente joven, se mantiene al tanto de las novedades leyendo autores extranjeros. El interés en la literatura fantástica y la ciencia ficción está vivo".
Violeta Balian
La Cumbre (Córdoba) 2012
"Una obra que no nos dejará indiferentes. En la que se mezclan hábilmente temas como las vivencias de los inmigrantes que llegaron a la Argentina después de las grandes guerras europeas, la situación política creada a raíz de las dictaduras, las cuestiones filosóficas y religiosas a la búsqueda de respuestas universales, lo paranormal (telequinesia, telepatía...), y todo esto aderezado dentro de los subgéneros de la narrativa como son la Ciencia Ficción y el Terror. Ante el "laberinto de los secretos de Dios" que definía San Jerónimo, la ciencia no puede responder a todas las preguntas. Pero este libro incide en ellas. Si existen los alienígenas entre nosotros,¿se inclinan del lado del bien o del mal?"
Pilar Alberdi, Novelista y poeta
¿Somos seres únicos? El expediente Glasser de Violeta Balián nos lleva a cuestionar las bases de nuestros preceptos y existencia. Tal vez no somos tan únicos, tal vez hay muchos más humanoides en el universo, y tal vez son seres que difieren poco de nosotros. ¿Desde cuándo nos siguen? ¿O somos tan ciegos para negar su existencia como nuestros antepasados negaron que la tierra fuese redonda? Mundos paralelos por descubrir y que por ahora están en la imaginación de unos pocos.
Mois Benarroch, autor de En las puertas de Tánger (Israel)
Uno de los grandes méritos de El expediente Glasser reside en la perdurabilidad del universo anómalo que presenta y convive con el lector aún mucho tiempo después de haber alcanzado el consabido "fin". La afinada pluma de Violeta Balián recrea un universo más que posible, que nos llena de sospechas, preguntas y hasta terrores...
Pablo Martínez Burkett
Autor de "Forjador de Penumbras" (Argentina)
La trama de El expediente Glasser sumerge en temas como la rutina, la muerte, la religión, las creencias en seres de otro mundo que parece que están más cerca de lo que imaginamos. Dentro de la realidad cotidiana de una persona común y corriente nos adentra en la posibilidad de la existencia de vida extraterrestre conviviendo en esta esfera y más allá.
Patricia Olivera, Libros sin Tinta (México)
Violeta Balián
Violeta Balián nació en Buenos Aires. Cursó historia, arqueología y humanidades en los EE.UU. y residió en San Francisco, Washington D.C. y Miami. Colaboró con el periódico Washington Woman y como redactora en jefe estuvo a cargo de la publicación trimestral The Violet Gazette (1994-2004). Publicó El expediente Glasser en Buenos Aires (Dunken-2012) y la presente edición en abril de 2013 con Eriginal Books (Miami). Se anticipa que Alma, su próxima novela, próxima a publicarse con Eriginal Books participará en la Feria Internacional del Libro de Miami (noviembre de 2013). En la actualidad, Violeta Balián reside en las sierras de Córdoba, Argentina.
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El expediente Glasser - Violeta Balián
EL EXPEDIENTE GLASSER
Violeta Balián
chapter_titleCopyright © 2012 Violeta Balián
Copyright © 2013 De la cubierta: Ernesto Valdés
Copyright © 2013 De esta edición.Eriginal Books
ISBN: 978-1-61370-019-8
Todos los derechos reservados
www.eriginalbooks.com
www.eriginalbooks.net
Email autora:[email protected]
A la memoria de mi madre, Ella C. M. Schmidt-Röhrbeck
Adéntrate en ti mismo, digiere lo que viste,
húndete en el mutismo de tu mundo interior,
y recobra, si puedes, el Edén que perdiste.
Todo lo que contemplas dentro de tu alma existe:
es tu propio espectáculo y tú, el espectador.
Amado Nervo
CAPÍTULO 1
chapter_titleLa intensidad del aguacero sorprendió a más de uno. Clara Glasser, impasible, continuó su camino cuesta arriba enfrentando los torrentes de agua hasta que resbaló y cayó de rodillas sobre la vereda inundada. Tan pronto consiguió ponerse de pie, echó una maldición y rescató el maletín que se le había caído al suelo.
La cita con su paciente estaba marcada para las siete en punto. Venía con retraso y empapada. Se cubrió la cabeza con la bufanda, se enroscó el resto al cuello para protegerse del viento que levantaba del lado del río y apuró el paso para presentarse lo más pronto posible en la casona del brigadier Latorre. Al llegar, a eso de las siete y cuarto, la recibió una casa refugiada en las sombras. Las luces del portón, de la puerta de entrada y el jardín delantero estaban apagadas. Muy extraño, pensó. Hacía más de una hora que había oscurecido y entre todas las que visitaba a diario, esta casa se distinguía por mantener rutinas meticulosas. Un corte de luz, probablemente. Tocó el timbre. Le abrió Aurelia, la nueva mucama de los Latorre. Sin decir palabra, Clara pasó como un ventarrón por delante de la mujer que se quedó sosteniendo la puerta abierta. Es que no tenía un minuto que perder. Se quitó el abrigo mojado, la bufanda y los colgó en el perchero del vestíbulo. «Esto me pasa por no llevar paraguas. ¡Oh, estoy hecha un desastre!» ¡Y cómo me duele la rodilla!, se quejó, frotándosela.
La mucama le alcanzó una toalla.
—Gracias —dijo ella, sin disimular su malhumor.
Se secó la ropa, la cara y ante el gran espejo trató de acomodarse el pelo mojado. Recién entonces se sintió lista para subir la gran escalera, entrar a la habitación de Mercedes Latorre y comenzar con la curación. Al subir los primeros escalones vio que se le acercaba Aurelia para decirle algo. «¿Qué es lo que quiere esta mujer? ¿Recordarme que llego con retraso? ¿Que la señora tiene muchos dolores y ha reclamado mi presencia? No me lo tiene que decir a mí. La puntualidad es muy importante, lo sé. ¿Quién mejor que yo? ¿O no lo dijo hasta el cansancio Correas, el médico de Mercedes Latorre? Con su voz aflautada, insultándome cada vez que nos encontramos en la casa como si yo estuviera en el primer año de la escuela de enfermería: Glasser, recuerde que la señora Latorre no debe hacer crisis».
—Señora Clara, no suba, por favor —le advirtió la voz firme de la mucama.
Furiosa, se dio vuelta para mirar a la mujer que jugaba nerviosamente con la cruz que le colgaba del cuello y escuchar la misma voz que en un susurro entrecortado agregaba:
—Por favor, señora, pase y espere en la sala. Órdenes del brigadier.
«¡Esto es de no creer! ¿Qué razón podía tener el brigadier para dar una orden tan fuera de lugar? ¿O no estaba informado que a esta hora del día Mercedes necesita la morfina? ¿Estará enojado conmigo por haber llegado tarde?».
La sala estaba a oscuras. Allí tampoco se habían prendido las lámparas. La única, escasa claridad entraba por la ventana y provenía de los faroles de la calle. Clara se sentó en el enorme y mullido sofá adamascado. Desde su lugar y a través de la penumbra apreció el espacio y la calidez de la decoración que, sin duda alguna, había corrido a cargo de Mercedes Latorre, la dueña de casa: los apliqués dorados en las paredes, los cortinados de terciopelo, las pinturas, las fotos de familia, la estantería con los adornos de porcelana.
«Esta es la primera vez que me hacen pasar a la sala. Se nota que los Latorre son gente de muy buena posición. Buena gente, nada pretenciosa».
Minutos después distinguió una sombra, otra persona, sentada en el sillón inglés, al lado de la chimenea. Una figura en apariencia voluminosa que parecía no moverse hasta que oyó que acomodaba el cuerpo y hasta ella llegaba un crujido suave, inconfundible. «Ah… la persona tiene un diario en las manos. ¿Cómo puede leer en la oscuridad?».
—Buenas noches —saludó ella.
El hombre, porque la persona que habitaba la sombra era grande y cuadrada, no le respondió ni se levantó del sillón. Con un gesto mudo que intentó aproximarse a un reconocimiento de su presencia, inclinó levemente la cabeza. Al instante se dio vuelta y miró hacia la ventana.
«¿Quién será? ¿Un familiar? ¿Otro médico? ¡Qué falta de modales! Quienquiera que sea».
Resignada a cumplir con las órdenes del Brigadier, Clara sufría la inexplicable demora. Algo no andaba bien. Dos veces por día se encargaba de Mercedes Latorre. Con la puntualidad más estricta. Le limpiaba las heridas profundas que le dejaban los tratamientos de radioterapia, le aplicaba apósitos y le inyectaba la morfina. Un procedimiento diario que cumplía fielmente según las órdenes del Dr. Correas. La señora Latorre no debe hacer episodios… hay que ser puntual… dos veces por día, religiosamente, a la hora designada
. Sí, doctor
.
El reloj de pie dio las siete y media. Clara sacó una libreta del bolso y anotó que en la fecha y en la segunda visita del día, la curación de Mercedes Latorre se había demorado media hora. Una rutina muy peculiar la suya y muy criticada por sus compañeras en la clínica. Pero el caso era que a ella le gustaba mantener un registro minucioso de sus idas y venidas. A una hora esto y a otra hora aquello. Le molestaban las pérdidas de tiempo. Su educación germana, sin duda. El tiempo es despiadado; pasa rápido y de largo, decía su padre.
Cerca de las ocho, agitado, Latorre se asomó a la sala.
—Discúlpeme, Clara… estuvo el Dr. Correas con dos colegas. Es urgente que aumentemos la dosis del calmante. Ahora mismo voy a la farmacia. Aguárdeme unos minutos más… se lo agradezco. Vuelvo enseguida.
«Está bien. Un buen momento para subir y comenzar con la curación».
Pero la puerta de la habitación de Mercedes estaba cerrada con llave. Clara llamó a Aurelia. La mucama no aparecía. «¿Dónde estará esta mujer? Justo ahora que la necesito».
Fastidiada, bajó al vestíbulo, entró a la sala, prendió una de las lámparas y se sentó en el sofá a esperar que volviera Latorre. El hombre permanecía hundido en el sillón. Grande, cuadrado y distante. Éste la observó por unos segundos, se dio vuelta y miró la ventana nuevamente.
chapter_divisionParece que ha entrado en coma, comentó Latorre cuando subían a la habitación de Mercedes. Clara dijo que la paciente ya había estado muy débil esa mañana y cayendo en un estado subyacente de conciencia.
—Aun así ella puede captar todo lo que sucede a su alrededor —agregó.
Latorre no le respondió. Aproximó una silla al lado de la cama de su mujer. «Eso sí que es raro» observó Clara. El brigadier no acostumbraba a presenciar los procedimientos. Al concluir la curación, él mismo le entregó la ampolla de morfina que acababa de traer de la farmacia. Ella verificó la dosis. Muy alta, dos veces más que la normal. Alarmada, le pidió una explicación pero él le aseguró que esa cantidad correspondía con la recomendación de Correas y los otros médicos.
«Mercedes morirá en unas pocas horas». De eso estaba segura. Como tampoco le quedaban dudas de que Latorre y el trío de médicos se habían dispuesto a apurar el tránsito de la pobre mujer al otro lado. Además, con su sola presencia, el brigadier la sujetaba al sitio y la obligaba a cumplir con las instrucciones del médico ausente. «Esto no me sucedería en un hospital. Allí siempre hay alguien que se hace responsable». ¿Qué podía hacer? Nada, excepto cumplir con las órdenes del médico de cabecera y el familiar responsable. No había otra alternativa. Y como la situación era delicada debía recurrir al sentido común y la experiencia profesional. «Tal vez sea lo mejor… con el estado avanzado de la enfermedad… Mercedes necesita liberarse de su martirio lo antes posible».
A su lado, de pie, Latorre esperaba, atento a que Clara se dispusiera a inyectar la dosis prescripta. Ella así lo hizo pero cuando comenzaba a retirar la aguja del brazo de Mercedes, el brigadier abrió la puerta y salió.
La enferma gimió, hizo un gesto impreciso y una calma, paulatina le recorrió el rostro. Los enfermos moribundos sólo desean volver a su casa celestial, a su verdadero hogar, solía decir el capellán de la clínica. Sentada al borde de la cama, Clara le midió el pulso y se quedó junto a su paciente tomando las delgadísimas manos de la mujer entre las suyas. Luego, con la voz bien baja le dijo suavemente:
—Mercedes, querida, creo que usted ya está lista para regresar a la casa del Padre. La arropó bien, le dio un beso a modo de despedida y recogió su instrumental de trabajo.
En el pasillo no había nadie. Clara bajó la escalera hasta llegar al vestíbulo que estaba desierto. Se asomó a la sala y vio que continuaba a oscuras. Sólo que ahora el sillón inglés estaba vacío.
Cuando descolgaba el abrigo y la bufanda todavía húmeda del perchero, entró Latorre de la calle.
—Entonces vuelvo mañana por la mañana, brigadier.
—Sí, mañana… a la misma hora —dijo él bajando la cabeza.
Se lo veía nervioso. No era para menos, Mercedes se estaba muriendo y no pasaría la noche. Y ella sabía que él lo sabía. Habían hecho un tácito acuerdo de silencio. Se puso rápidamente los guantes, tomó su maletín y se dirigió hacia la puerta que le abría Latorre.
—Buenas noches, brigadier.
—Hasta mañana, Clara. Y muchas gracias.
CAPÍTULO 2
chapter_titleA las siete en punto de la mañana siguiente fue el mismo Latorre quien abrió la puerta de la casona.
—Pase, Clara, por favor. Me temo que tengo una mala noticia. Mercedes acaba de fallecer —anunció con la voz quebrada, carraspeando y cubriéndose la cara con las manos. Entonces se disculpó—. Perdóneme, es que se fue mi compañera de treinta años. Primero mi hijo, ahora ella. Me he quedado completamente solo.
—Lo siento muchísimo, Brigadier. Perdone, pero ¿en qué momento… a qué hora ocurrió?
—Esta mañana, temprano, a eso de las cinco y media. Correas se acaba de ir… vino a hacer el certificado de defunción. La funeraria la recogerá antes del mediodía.
«La hora no es correcta… Mercedes recibió suficiente morfina como para matar a un caballo… falleció a medianoche, a más tardar», calculó Clara intrigada por el giro inesperado de la situación. Tuvo la corazonada de pedirle a Latorre que le permitiera subir y ver a su paciente. No se atrevió.
—Brigadier, ¿el sepelio… cuándo será?
—Mañana, a las diez en punto, en la parroquia de Santa Rosa. El padre Constanzo oficiará una misa de cuerpo presente y a las once y media nos dirigiremos al cementerio privado.
«Ah…ya lo tiene todo arreglado».
—Si le parece bien… me gustaría asistir a la misa.
Latorre asintió. Sacó un sobre de su bolsillo y se lo