El código del campeón nueva edición
Por Dante Gebel
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Dante Gebel
Dante Gebel es un reconocido conferencista, orador, actor y conductor de televisión. Su programa “Dante Gebel Live” emite sus conferencias a canales de todo el mundo y además conduce y produce un programa nocturno que se emite de costa a costa en los Estados Unidos llamado «Dante Night Show», donde lleva a cabo monólogos humorísticos acerca de la vida cotidiana, entrevistas a famosos y reflexiones.
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Comentarios para El código del campeón nueva edición
19 clasificaciones4 comentarios
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Lo mejor escrito por el mejor predicador después de Jesús... así se entrena a un campeón
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5excelente libro..súper recomendado:)
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Genial
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5super..
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El código del campeón nueva edición - Dante Gebel
CORAZÓN
DE
CABALLERO
«Muchacho, Dios nunca usará a una persona como usted».
El hombre estaba enojado, y su dedo huesudo me señalaba sin piedad. La frase fue lapidaria, incisiva, categórica. Su acento alemán estaba más acentuado que nunca, tal vez porque el nerviosismo escarbó en sus raíces más profundas. Ese pastor estaba enfadado, pero su sentencia hipotecaría mi futuro por mucho tiempo. Una frase así, solo hace que un muchacho de quince años crea que definitivamente es un fracaso.
En esencia, este es un libro de códigos secretos, de esas cosas que siempre quisiste preguntar y, como no te animabas, terminabas creyendo que eras el único con ese síndrome oculto.
¿Quieres sentir lo que pasa por el corazón de un joven acomplejado?, acompáñame y observa a este servidor, con unos frágiles quince años de edad. Lo que acaba de decir este patriarca alemán tiene algo de cierto: no aplicaba para jugar en el gran equipo de Dios.
Desde los doce años tuve un gran problema de alimentación, mezclado con el inevitable crecimiento de la adolescencia. Podía consumir un cóctel de vitaminas, pero nada podía hacer que engordara una mísera libra. Mis piernas parecían, literalmente, las de un tero o un avestruz, las rodillas eran unas tapas que sobresalían deformemente por sobre el pantalón. Una nariz prominente y ojos saltones, terminaban de completar el menú para transformarme en alguien totalmente introvertido con un mundo interior en caos. No tengas en poco lo que trato de detallarte, solo los que han estado en esa estación de la vida, pueden recordarlo con una amarga sonrisa.
Esas horripilantes gafas que te transformaban en un nerd [sabelotodo] poco popular y detestable. Esa barriga que sobresalía por sobre el cinturón, aunque tratabas de ocultarla parándote derecho y levantando el mentón. Esos dientes irregulares y amarillos (sé que es desagradable, pero ayúdame a hacer memoria), los zapatos especiales para pies planos. Las enormes orejas que no podías aplastar ni ocultar con pelo. Los endemoniados frenillos en la dentadura, esa estúpida tartamudez cuando ibas a hablar en público, la voz aflautada y esos granos, oh, esos intrusos terroristas que se habían propuesto arruinar tu cara y el resto de tu reputación. ¿Has estado allí?, si reconoces ese amargo lugar de la desubicación y la estima destrozada, seguramente aún sonríes con cierto aire a dolor y nostalgia.
Todavía recuerdo mi apodo en el nivel secundario, me molestaba, me marcaba a fuego cada vez que lo pronunciaban. Mi estructura física era tan endeble, tan frágil, que me bautizaron «Muerto».
A la hora de elegir los equipos para un enfrentamiento deportivo nadie quería al «Muerto» entre sus filas.
—Ni siquiera sabe correr.
—No es que no sabe, no puede… ya se murió, está pálido, no tiene color.
A la hora de los chistes, un gordito con la estima hecha añicos, y el «Muerto» éramos el blanco perfecto para las bromas pesadas.
Pero lo peor llegaba con el verano, tres largos y febriles meses de tortura. Tenía que ingeniármelas para no usar pantalones cortos. Estos acentuaban mucho más mis piernas pálidas y raquíticas. A un acomplejado jamás le importa si hace demasiado calor, las mangas largas eran el refugio de unos brazos esqueléticos. La abundante vestimenta siempre parece protegerte de las ácidas bromas o las miradas indiscretas del prójimo.
Si a eso le sumas, la patética frase de un pastor que, dominado por la ira, te apunta con su índice y te recuerda que estás fuera del equipo de Dios, entonces ya no vives, sobrevives.
Si a los quince años, todo el mundo que conoces, opina que estás «muerto», no tienes un futuro alentador.
Afortunadamente, la historia dice que mucha gente «muerta», decidió cambiar su destino.
TU ESCUDO DE NOBLEZA
—Algún día seré un caballero del rey —dice el niño rubio, mientras observa un desfile militar.
—!Ja, ja, ja! ¿Un caballero? !El hijo de un techador quiere ser un caballero! —se burla un vecino algo viejo y molesto por los sueños de un niño demasiado ambicioso— sería más fácil cambiar las estrellas, antes que seas un caballero.
El niño siente la daga del sentido común que lo atraviesa. La lógica dice que él no tiene sangre de nobleza, ya lo dijo el vecino: Es el hijo de un techador, apenas un reparador de goteras.
Sin embargo tiene una esperanza, débil, pero esperanza al fin. Es el boxeador que perdió en cada asalto, pero se juega un round más. Es el corredor que se dobla el tobillo faltando cincuenta metros para la meta, pero se reincorpora otra vez.
—¿Podré algún día cambiar las estrellas? —pregunta a su padre.
—Siempre que quieras, podrás cambiar tu estrella — responde el sabio techador.
El film se titula «Corazón de caballero» y narra la historia de alguien que logró cambiar su destino, trastocó la lógica, se peleó con el sentido común. Debió ser techador, pero prefirió anhelar ser caballero. Se enroló en los combates como si fuese un noble, logró tantas victorias, que para cuando descubren que no tiene sangre de nobleza, ya es demasiado popular, demasiado campeón. Y un rey le otorga el verdadero título al mérito. Un corazón de león que cambia su futuro aunque esté «muerto».
Puedes cambiar tu estrella.
—Ustedes pueden impedir que yo sea médico —les dice Patch Adams a toda una comisión de importantes doctores— pueden botarme de la facultad de medicina. Pueden negarme el diploma. Pero yo seré médico en mi corazón. No pueden quebrar mi voluntad, no pueden detener a un huracán. Siempre estaré ahí. Ustedes deben elegir si desean tener un colega… o una espina clavada en el pie.
Los médicos escuchaban aturdidos al aspirante, que en pocos meses, con métodos poco ortodoxos como el humor, o la contención afectiva de los pacientes, había logrado sanar a mucha gente. Otra vez el mismo denominador: No eres noble, eres techador. Pero no se puede quebrar al que está decidido a cambiar su estrella, y Patch Adams, llega a ser uno de los especialistas más reconocidos del mundo, fundando su propio centro asistencial, que luego se extendería a todo el planeta, con una terapia que revolucionaría al doctorado mundial.
¿Quieres oír una historia aun más fascinante? ¿Qué opinas acerca de sentarte en una cómoda butaca de cine y deleitarte con el largometraje que se perdieron de filmar los mejores guionistas de Hollywood? Siéntate y observa.
El hombre espera en la quietud de la celda. Una molesta gotera golpea sobre la áspera piedra. El calor es agobiante y denso, pero a esta altura de las circunstancias, la temperatura es lo que menos importa. Las moscas lo invaden todo sin piedad, pero no tiene sentido espantarlas; al fin y al cabo, pueden llegar a ser la única compañía digna de apreciar. Los demás presos observan al hombre con recelo. Acechan. Para ser honesto, los últimos meses fueron pésimos para el callado prisionero. Sus hermanos lo odian con todo el alma y le tendieron una trampa; una clásica rencilla familiar que terminó en tragedia, en viejos rencores arraigados.
El hombre es apenas la sombra de aquel muchacho que solía lucir un impecable traje de marca italiana, con un delicado toque de perfume francés. Ahora viste harapos, una suerte de taparrabo. Se comenta en la celda, que está marcado por la desgracia. Pudo haber sido libre, llegó a trabajar como mayordomo para un importante magnate. Pero los comentarios afirman que quiso propasarse con la bellísima mujer del millonario. En su momento, negó la acusación, pero «no pretenderá que creamos que fue ella quien lo acosó sexualmente», opinan.
«Si fuese como él dice, debió haberse acostado con ella», afirma un viejo recluso apodado «el griego», «una noche de lujuria le habrían otorgado su pasaporte a la libertad».
El misterioso hombre sigue recostado sobre una de las paredes sucias de la prisión. Parece que supiera algo que los demás ignoran. Como si tuviese un hábil abogado que apelará su condena, o como si presintiese que la muerte está cerca y le aliviará tanto dolor injusto. Sonríe en silencio, sin alboroto. Técnicamente está muerto, sin esperanza. Pero ya no siente el calor ni le molestan los grilletes. Es como si pudiese ver tras los enmohecidos muros de la celda. Los demás presumen que está al borde de la locura. Pero el hombre espera como aquel que sabe que aún puede cambiar su estrella. Toma la celda como parte del plan, como el último escalón hacia el destino.
Las chirriantes puertas de acero se abren de golpe y dos guardias entran en escena. Buscan al hombre. Unos de los guardias tiene una voz gutural: «Faraón quiere verte, ha tenido un sueño y dicen que tú sabes revelarlos».
El prisionero no se sorprende. Sube los peldaños que lo alejarán para siempre de la celda, en silencio.
Reclusos, observen la espalda de este hombre, contémplenlo mientras se aleja. Si tienen la fortuna de estar vivos, la próxima vez que lo vean, lo encontrarán con vestimenta de rey, lucirá como Faraón. El magnate maldecirá haberlo despedido. La mujer confesará que lo acusó por despecho, injustamente. Y su familia se arrojará ante él, para implorarle misericordia. Los presos lo convertirán en leyenda.
«Yo lo conocí cuando era un don nadie, y se sabía que iba a llegar lejos, siempre lo supe», alardeará y mentirá «el griego».
José gobernará la nación, ocupará el sillón presidencial y administrará los graneros de Egipto. Aprenderá a ganar, experimentará el sabor de la victoria.
Puedes cambiar tu estrella.
Solo necesitas seguir entero por dentro, con espíritu inquebrantable. Con corazón de león. Y tomar desprevenidos a los fotógrafos que solo se dedican a observar las primeras figuras. Los comentaristas y las comisiones de ética opinarán que no se explican de dónde pudiste haber salido, no tienes trayectoria, estabas muerto. Ellos esperan que se incendie un ciprés, pero arde la zarza. La lógica sostiene que mueras como un pescador de un remoto Capernaúm, pero sanas enfermos con la sombra. Colocan las cámaras y los móviles de televisión para hacer una gran transmisión satelital desde el palacio, pero el rey decide nacer en un establo.
«Ustedes pueden negarme un diploma del seminario bíblico. Pueden impedir que sea un predicador con credenciales, pero seré predicador en el corazón. No pueden quebrar mi voluntad, no pueden detener a un huracán. Siempre estaré allí. Ustedes deben elegir, si desean un predicador colega… o una espina clavada en el pie».
Estoy seguro de que los compañeros de secundaria que me apodaron y se burlaban de mi raquítica humanidad, no relacionan a aquel «Muerto» con el hombre de hoy. De hecho, uno de ellos, ya con treinta años de edad, conoció a Cristo en una de mis cruzadas multitudinarias en el estadio River Plate y jamás sospechó que él fue el compañero de banco del predicador de esa noche.
«Conocí a