TAMARA ROJO
Tamara Rojo (Montreal, 1974), la chica que vació el cuerpo para bailar el alma, el cisne de las piruetas capaz de encadenar 10, 20, 30 giros sobre sí misma, siempre, incluso a mitad de su vuelo más imposible, tuvo los pies en el suelo. Todo en su carrera ha sucedido con una convicción: la de querer ser bailarina. Y con una certeza: la de tomar las decisiones adecuadas para lograrlo. No se trata de sacrificio, sino de tener una vocación. «Cuando algo me interesa y quiero hacerlo, lucho por conseguirlo, con trabajo, dedicación y estudio. Nada ha sido fácil ni accidental. Soy lo que soy por absoluta determinación», dice. Cree que el arte tiene que llegar a todos y ampliarse, expandirse, actualizarse y crecer; tiene que hablar de lo que somos y hay que protegerlo y cuidarlo para que siga existiendo. Por eso ella lo custodia con el cuerpo entero. Lo hizo en el English National Ballet y lo hace ahora como directora del San Francisco Ballet, la compañía más antigua de Estados Unidos con 91 años de historia.
... y que, por primera vez, dirige una mujer.
Es un reto en sí mismo, seas del sexo que seas. Traslado lo que me gusta de la tradición europea al tiempo que ideo cosas relevantes para la ciudad y los bailarines. Ya hemos conseguido 10.000 nuevos espectadores. Además, estamos cerca de Silicon Valley, y me interesa saber cómo digitalizar el ballet y que sea algo más que grabar lo que hacemos.
¿Cómo te llevas con la inteligencia artificial?
Tiene tanto el potencial de ser una gran herramienta de transformación de las artes escénicas como de convertirse en una parte de la destrucción de las profesiones creativas. Debemos estar en la