LA LLAMA PRENDIÓ Y AQUEL FUEGO OLÍMPICO se hizo eterno. El eco de aquellos primeros atletas, cuyo premio era el honor de una corona hecha de rama de olivo, revive hoy cada cuatro años en el mayor evento deportivo universal. Esa mezcla de tradición histórica y mirada hacia el futuro, donde se rebasan los límites humanos del esfuerzo, más rápido, más alto, más fuerte, es una fórmula incomparable. El adjetivo ‘Olímpico’ es símbolo de justicia y superación, sinónimo de trabajo y heroicidad, reflejo de algunas de las mejores páginas escritas por el ser humano. Un pasado mediterráneo y civilizado, un presente señalado en París, del 26 de julio al 11 de agosto de 2024, y un futuro del deporte como motor de la igualdad y la buena voluntad entre los pueblos. Algo muy parecido a la utopía.
No se sabe muy bien por qué, de entre los cuatro Juegos Panhelénicos de la Antigüedad fueron los Olímpicos los que acabaron triunfando. Los Juegos Píticos, los Juegos Nemeos, los Juegos Ístmicos… Imaginen