No podemos vivir sin él. Se ha convertido en la pieza imprescindible de nuestra vida social y del entretenimiento. Es el centro de comunicación, el hilo que nos une al mundo. Es la pantalla en la que jugamos, vemos vídeos, películas... Es el mensajero a través del que enviamos y recibimos pensamientos, sentimientos, estados de ánimo... Es el asistente de compra, el compañero de deportes, el reproductor de música. Y nos da la hora y el tiempo. Hasta nos sirve de linterna, de calendario, de despertador y de cámara de fotos y de vídeo. Es el móvil. Ese inesperado intruso que se coló en nuestros bolsillos en el año 2007 y que desde entonces ha ido comiéndose funciones y digitalizando la vida.
Ya hace años que las estadísticas han demostrado la importancia que tiene en nuestra vida y, sobre todo, la dependencia que tenemos de él. Podemos dejarnos la cartera en casa y no volver a por ella. Pero si nos olvidamos el móvil... No he encontrado una palabra que defina el miedo a salir de casa sin cartera o a perderla, pero sí existe un término, nomofobia, para describir el miedo a estar un tiempo sin el móvil. Y llevamos toda la historia pendientes de la cartera y apenas 20 años con un móvil en el bolsillo.
En menos de dos décadas -el iPhone se presentó en 2007-, el se ha transformado en un elemento ubicuo; hay más líneas de móvil que humanos y estés donde estés y mires donde mires te encontrarás con uno de ellos.