Imagínese con diez años. ¿Se visualiza? Pues bien, a esa misma edad Elon Musk (el hombre más rico del mundo al cierre de esta edición) ya programaba código. De hecho, consiguió venderle un videojuego a una revista sudafricana del sector por 500 dólares. Con once, Warren Buffet conseguía sacarse cientos de dólares al mes (lo que al cambio actual rondaría los 2.000 dólares) repartiendo periódicos en Oklahoma. Y con trece, Bill Gates desarrolló su primer programa informático (el Tic Tac Toe). Además, a la hazaña del pequeño Gates hay que sumar su increíble habilidad para ajustar software durante su etapa en la escuela secundaria. Algo que en realidad ocultaba una intención mucho más prosaica detrás: coincidir con el mayor número de chicas posible en cada clase y tener los viernes libres. Apuntaba maneras.
Todos lo hacían. Si echamos un vistazo a los nombres que lideran hoy las mayores fortunas del mundo, ya destacaban de alguna u otra manera en su juventud. Pero si repasamos sus historias descubrimos también sus primeros tropiezos, decepciones y adversidades. Pero, ¿qué pesó más a la hora de definir el rumbo de sus cuentas bancarias? ¿Su talento? ¿La manera de aprender de sus fracasos? Posiblemente, una combinación de ambas.
Muy conocidas son. El considerado por muchos como el mejor inversor de todos los tiempos no ha tenido problema en comentar sus múltiples equivocaciones a lo largo de su carrera. Y es que Warren Edward Buffet (Omaha, Nebraska, 30 de agosto de 1930) aprendió muy pronto el valor del fracaso durante su camino al éxito. Con apenas once años, y después de estudiar concienzudamente las cotizaciones diarias de bolsa, compró sus primeras acciones a 38 dólares. Tiempo después, el precio cayó hasta los 27. Decepcionado, pero consciente de los vaivenes del mercado bursátil, esperó y esperó, hasta que subieron a 40, e inmediatamente vendió. Esta decisión le perseguiría el resto de su vida y marcaría su conservador estilo de inversión. Porque, aunque con la venta de esas acciones obtuvo su primera rentabilidad, pocos años después el precio de los títulos que vendió Warren llegaría a los 200 dólares por acción.