SE PODRÍA PENSAR QUE LA BASE DE UN COMBATE ENTRE DOS BARCOS EN LA EDAD MEDIA CONSISTÍA EN BUSCAR EL CHOQUE Y EL ABORDAJE, DECI-DIENDO LA LUCHA LA PERICIA NÁUTICA EN LA MANIOBRA DE APROXIMACIÓN Y ALCANCE, Y LA CAPA- CIDAD OFENSIVA Y DE COMBATE DE LAS RESPECTIVAS TRIPULACIONES. Sin embargo, las cosas no eran tan sencillas, pues, por lo pronto, disponer de barcos y gentes con capacidad para dirigirlos no era algo fácil, por la dificultad de encontrar gentes formadas en las artes de la mar, y disponer de pilotos y capitanes. A eso se sumaba el coste de construir y mantener un barco, una suma más que considerable que no estaba al alcance de cualquier Estado, por lo que disponer de navíos fue siempre una prueba de estatus y prestigio, que hacía casi imposible tener algo más que barcos pequeños de cabotaje.
En España, los conocimientos y la experiencia práctica heredadas de Roma se mantuvieron con gran dificultad durante los años del reino visigodo, y tras la invasión musulmana y los constantes ataques vikingos, sobre todo en las costas del norte de la Península, la navegación casi llegó a desaparecer. Su recuperación fue un proceso lento, pues una flota no se crea de la nada; costó generaciones formar de nuevo un núcleo de marinos solvente.
Construir un barco exigía de partida la existencia de una industria básica, capaz de tratar la madera, hacer las velas, la cordelería, y fabricar los elementos de gobierno de