Bella, majestuosa y colosal, reclamo turístico desde su inauguración en 1886, la Estatua de la Libertad fue considerada por muchos como la octava maravilla del mundo. Hollywood, seducido por su fotogenia, la reclutó como figurante de lujo y la instaló en el imaginario universal. Y es que, ¿quién no la recuerda semienterrada en el impactante final de El planeta de los simios, con Charlton Heston arrodillado a sus pies? Pero, a pesar de lo que pudiera parecer, este icono planetario no fue un producto made in USA, sino que nació en Francia, gracias al talento y el tesón de unos personajes muy singulares.
El idealista
Édouard René de Laboulaye fue el promotor de la futura estatua. Este jurista e historiador de renombre, contrario a la monarquía autoritaria de Napoleón III, admiraba el sistema de gobierno de Estados Unidos, que consideraba una garantía de democracia y justicia y un