LA ZONA MUERTA

a madrugada del 12 de octubre de 2019 trajo una desagradable sorpresa a los pescadores de San Pedro del Pinatar, en Murcia. Más de tres toneladas de fauna marina muerta yacía en las playas de la orilla norte del Mar Menor. Quisquillas, anguilas, doradas, lenguados, lubinas, mabres, peces mula... Daba igual que fueran especies del fondo o de la superficie; todos se amontonaban juntos, sin vida o boqueando agonizantes. La masacre tampoco había hecho distinciones de tamaño ni de precio en la lonja. No hacía falta ser científico para adivinar que algo andaba muy mal en aquellas aguas.
No es un caso único. Algo parecido ocurre en muchas otras partes del mundo. En enero del año pasado, cientos de miles de cadáveres de animales marinos autóctonos anegaron las costas australianas. En mayo, en solo una semana, las olas llevaron a las playas de Noruega 40.000 toneladas de salmones muertos. Cientos de toneladas más fueron contabilizadas también en Escocia, en el mismo mes. En el golfo de México, este tipo de sucesos se ha convertido en un espectáculo habitual. A estas alturas, los expertos ya
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