LOS HÉROES DE LA ERA ELÉCTRICA
En los inicios del siglo XIX muchas personas iban a la Universidad de Copenhague para disfrutar de las famosas demostraciones de física y química de un farmacéutico con la pila de Volta. La fama que cultivó el danés Hans Christian Oersted (1777-1851) en aquellos momentos fue de tal calibre que se ha convertido en leyenda su gran descubrimiento del 21 de julio de 1820. Ante una multitud ávida de nuevas sensaciones, conectó con la precisión de cirujano un cable a una de sus pilas voltaicas. Cuentan que la casualidad hizo el resto: una brújula cercana –metida en una caja de cristal– se desvió ante los sorprendidos ojos del respetable. Había conseguido demostrar empíricamente que una corriente eléctrica era capaz de tener efectos sobre un imán. Fue uno de los momentos cruciales de la historia de la humanidad, algo parecido al inicio de una película, eclipsado por los sucesos posteriores. Oersted, por su parte, vivía con la tentación de comparar fuerzas eléctricas y magnéticas desde hacía quince años.
Siglos antes, el ser humano ya investigaba sobre ello. Suele comenzarse la historia de la electricidad citando a Tales de Mileto (624-546 a. C.) como el descubridor de las propiedades eléctricas del ámbar. Hablamos de una resina fosilizada de origen vegetal, esas hermosas piedrecitas anaranjadas que nos recuerdan a los mosquitos con los que el escritor Michael Crichton montó su imaginario . Sin embargo, el físico griego no dejó nada escrito; todo nos ha llegado de la mano. También pensó que la magnetita, una extraña piedra que atraía al hierro, tenía . En esta identificaba algo cinético y, en ese sentido, tanto el ámbar como la magnetita eran capaces de producir movimiento. Aunque Tales observó dos fenómenos claramente distintos, Diógenes Laercio (180-240) cuenta en sus que vio la misma causa en ambas situaciones: hay alma en los seres inanimados.
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