EL TURISMO QUE DEJÓ LA PANDEMIA
Sobre mi hamaca, con una cerveza helada en la mano, siento la brisa marina que me balancea suavemente mientras me refresco del abrumador calor tropical del verano mexicano. Las olas que rompen a pocos metros y una playa que se despliega ante mí como un reflejo centelleante me invitan a nadar, a caminar, a disfrutar…
Pero al abrir los ojos sigo aquí. Con los pies sobre el escritorio, sentado frente a la computadora, sintiendo el aire que entra por la ventana de mi hogar desde hace ya más de dos meses, cuando comenzó el aislamiento social provocado por el coronavirus SARS-CoV-2 en México. Regreso a una realidad alterna, distópica, donde ni la playa en la que me imaginé ni la gente que la habita pueden ya ofrecer el típico abrigo vacacional tan distintivo y del que tanto depende mi país.
Golpeado con letalidad ante la parálisis social que trajo la cuarentena en el planeta, el turismo –que solía representar 10 % del empleo global antes de la crisis sanitaria, con 1 500 millones de turistas internacionales tan solo el año pasado según la Organización Mundial del Turismo (OMT)– se ha visto acorralado ante vuelos cancelados, hoteles clausurados y fronteras cerradas. Son tiempos de repliegue, y el impacto es devastador.
Según el , en el primer trimestre de 2020 la industria sufrió una contracción de 22 %, comparado con el
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