JUICIO A LA ROMANA
A llá por el siglo VII a. C., Tulo Hostilio, tercer rey de Roma, quedó poco satisfecho con el trabajo de sus aliados de Alba Longa durante el transcurso de una batalla. Así que llamó al monarca de los albaneses, lo ató a dos cuadrigas y ordenó tirar de su cuerpo hasta que reventó. Tito Livio (ss. I a. C.-I d. C.) describe este episodio como “repugnante espectáculo” en Historia de Roma desde su fundación, pero a continuación tranquiliza al lector destacando que fue “el primer y último suplicio ejemplar poco acorde con las leyes de la humanidad” ejecutado por los romanos. “En los demás les cabe el orgullo de que ningún otro pueblo recurrió a castigos más humanitarios”.
Lo cierto es que, diga lo que diga Tito Livio, los castigos de los romanos no destacaron por su “humanidad” ni en la República ni en el Imperio. Lo que sí lograron los romanos fue establecer una serie de normas básicas con las que justificar sus castigos, generando con ello una suerte de seguridad jurídica primitiva que nació por culpa de una fuerte crisis económica.
Crisis y ley
La arqueología ha constatado que Roma cesó la importación de cerámica ática en el siglo v a. C., al tiempo que dejaba de levantar edificios suntuosos, como los templos. De esto, los historiadores deducen que algo comenzó a cambiar en aquellos años y que, probablemente, los romanos sufrieron una disminución de sus recursos al verse asfixiados por la expansión de otros pueblos. Esta situación acrecentó la desigualdad existente entre patricios y plebeyos, colocando a estos últimos en situaciones de endeudamiento habitual. Ello les dejaba a merced de los patricios, que eran quienes prestaban el dinero
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