Desde los orígenes al Imperio Medio
El Nilo y su inundación anual cumplieron un papel clave en el desarrollo estatal y religioso del Egipto faraónico. Según las creencias de los egipcios, sus aguas retrocedieron para revelar la presencia de un montículo de tierra primigenio en donde se sentaba el dios Atum, el creador del universo. Los templos solían contener una réplica de aquel montículo, que recreaba la formación del mundo.
Si el Nilo fue uno de los primeros mitos de la creación para los egipcios, el faraón era el representante de dios en la tierra y a su vez delegaba sus funciones en los sacerdotes, que pasaron a ser una casta poderosa y privilegiada. Ellos marcaban los rituales que debían seguir los egipcios para adorar a las deidades y también quienes permitían que el alma del faraón llegara al más allá.
Las relaciones comerciales con otros pueblos de Oriente Medio enriquecieron al país, pero no despejaron el peligro que suponían las incursiones extranjeras desde Palestina y Nubia. Sus vecinos del norte y del sur codiciaban las riquezas que atesoraba el valle del Nilo, lo que obligó a los faraones a reforzar sus ejércitos para defender la integridad territorial de la nación. La frontera nororiental a lo largo de las márgenes del delta del Nilo siempre fue un coladero
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