MARRUECOS
ESTA historia comienza, como todas las buenas historias, con un hombre de 66 años en un escenario, vestido de cabra.
Es finales de marzo y vine a Marruecos, en parte, a presenciar uno de los pocos performances públicos de los Músicos Maestros de Jajouka, un grupo sufí de artistas tradicionales de música sacra que, a pesar de provenir de un paraje remoto al sur de las montañas del Rif, ha cautivado al mundo entero. Brian Jones, de los Rolling Stones, los grabó en su aldea a finales de los años sesenta. William S. Burroughs y Timothy Leary les dieron el famoso apodo de “la banda de rock de los 4000 años”. Recientemente, Billy Corgan de los Smashing Pumpkins pasó una semana entera observándolos.
El estilo ancestral con el que los Maestros entran en trance no es solo entretenimiento. Se dice que tiene poderes curativos. El ser mitad hombre y mitad cabra, parte de su presentación, se llama Bou Jeloud y, según el folclor, si te golpea con un palo durante una presentación quedarás embarazada. Ya hablaremos más sobre esto.
El plan era pasar una semana explorando Marruecos a través de su música, que es tan variada como sus paisajes, desde la cordillera del Atlas hasta las murallas rojas de Marrakech y los amplios desiertos, donde el sonido toma una forma propia y lo colorea todo. Aquí, los tambores bereberes resuenan con ritmos sorprendentes y la música en los laúdes árabes –instrumento similar al laúd europeo de 11 cuerdas– refleja las raíces del país. Aquí, la música gnawa surgió del pasado esclavista de la nación, un negocio que se realizaba en barcos de esclavos provenientes de África occidental que atracaban en Mogadur, hoy llamado Esauira. Al unirla, la música se convierte en la banda sonora de la rica y complicada historia de este país, y en una herramienta creativa para dar forma a mi itinerario.
No fue mi idea, exactamete. Paul Bowles lole pidió a la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos que patrocinara una expedición para grabar los sonidos de Marruecos.
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