Seguramente podría permanecer muerta sobre el banco del parque sin que nadie se diera cuenta. Adoptar esa postura rígida que tienen todos los vivos. Una actitud doméstica [la vida es un horno y la muerte una nevera, luego la Biblia nos habla de la conversión de los electrodomésticos; el cielo, el infierno, todo eso], leer un libro con los bordes cosidos, ya no hay libros con bordes cosidos, se ha perdido el oficio de la costurera. El libro está roto mamá, cóseme el libro con aguja e hilo. Acercarme mucho al estado de las cosas, aprender de la individualidad sustancial de los objetos, de su propiedad de mutabilidad y la capacidad para asociarse con otras cosas. Estar aquí, en la pequeña eternidad que el hombre crea para sus propias muertes –Orozco-, la eternidad para un objeto es un banco, una plaza, el nombre de una calle, o un monumento. La eternidad de un muerto son sus huesos, nuestra “cosa” son nuestros huesos y así. Podría permanecer días sobre ese banco, tal vez un perro venga a olisquearme o quizás se acerque el mundo con su olfato de lobo para devorarme lo que le quede de hambre; el mundo nos huele el hedor y nos desecha sin interrogantes. El mundo está roto mamá, cóseme el mundo con aguja e hilo. Clavame en el acerico del cielo las alfileres una a una, la necesidad de llorar un poco y un beso de los tuyos. ¿Cuáles serían las costuras del mundo?, mamá. Los bordes continentales, cariño. Podría permanecer en ese banco de madera, como un ataúd descapotable y al aire libre, alguien tiraría una moneda seguro, pero nada más. Tal vez el frío. Cuando llueve en domingo mientras tú estás abandonado, y no comprendes cómo vivir sin cuerpo, y cómo no vivir puesto que tienes cuerpo, Holan sabía que se está solo más allá de la soledad, solo de uno mismo, solo con la soledad de un asesino que planea un crimen o solo con la soledad de un muerto, cuando llueve en domingo y, solo, no eres más que tú, con ese miedo de serlo, con ese temor de sólo ser solo tú y la tarde de domingo. El domingo se va siempre hacia otros días como los cuerpos a otros cuerpos. Es lo que te decía; la asociación –ontológica- de los objetos que se van siempre hacia otros objetos. Cuando yo me fui hacia ti era domingo y otro cuerpo y otro mayo, lo recuerdo ahora en este banco, recuerdo mi infancia, cuando se está cerca de la muerte se tiene que regresar con urgencia a la infancia, yo estuve cerca de la muerte de niña y quise hacerme de golpe mayor, el deseo es siempre así de inconformista o se va hacia otros deseos como las cosas y sus asociaciones.
- La verdad es que no te entiendo. Siempre fuiste incomprensible para mí, siempre con esa pasividad de mirarlo todo, y anhelando exactamente aquello que no podías ver. Pero a mí me tenías, me podías ver, me podías tocar, y claro; sé cómo detestabas eso, cómo me detestabas, cómo intentabas deshacerte de cada cosa mía, como una asesina limpiando el crimen, yo nunca quise ser tu víctima, esas cosas no se eligen, lo sabes bien. Nunca te lo dije, pero odiaba esa sombra omnipresente que dejabas al alejarte, cuando te encerrabas en nuestro cuarto a escribir, el mismo cuarto donde dormíamos, donde jugábamos, donde soñábamos…el sonido de las teclas se hacían detestables, era mucho peor que el gemido de los amantes.
- Entiéndeme, tampoco era fácil para mí. No iba a sacar nada en claro de todos aquellos sentimientos, trataba de organizar aquel estado de felicidad, todo parecía como esos días irrevocablemente alegres, sentirme fuera de mí, fuera de aquello que era parte de mí, era de algún modo destruirme.
- Tampoco te dejabas construir. Lo intenté, supe que ni siquiera eso dependía de mí. Esperar que algo cambiara era una patada que acabé por no soportar.
- Pero te quise y lo sabes, me aferré a ti como los suicidas se aferran a las ventanas.
- No seas estúpida, tú nunca has querido a nadie, sabes muy bien que los verdaderos suicidas están condenados a lanzarse, o a abrirse las muñecas en canal, o a tener el estómago suficiente para ser capaces. Tú fuiste capaz de abandonarme. Tienes el estómago de una vaca.
- Yo jamás te abandoné.
- No me vengas con esas, cuando crucé la puerta, tú ya me habías abandonado hace tiempo. Ya te era desechable. Largarme sólo fue un mero trámite, incluso una manera de sobrevivir.
- Sé que no vale la pena recordarlo ahora, pero cuando te marchaste fui corriendo a decirle a mamá que se me había roto el corazón, que notaba un orificio, un hueco. Ella me sonrió, dijo que tenía arreglo, que me lo cosería con aguja e hilo, que eso que se me había escapado dejándome el corazón hecho un trapo, que tú, te llamabas infancia y nunca te irías demasiado lejos.
Pero hace tiempo no te siento, es extraño asociarte tan sólo con los parques, llamarte de nuevo, intentar que vengas, con esta postura de abandonarme en un banco -ahora, sin ti-, que es estar esperando, como esperan todos los muertos el día de su entierro.