Con “La estafeta romántica”, Episodios Nacionales Serie 3,
26, de Benito Pérez Galdós (BPG) se entrecruzan varias relaciones sentimentales de la vida real de una forma o de
otra, casi diría yo que dialogando con ella. Una especie de meta-texto que está presente para el lector capaz de leer entre líneas y que nos ofrece una
panorámica, incluso internacional, de
relaciones amorosas a fines del Siglo XVIII y primera mitad del XIX, relaciones, dentro de las que se
cuentan las propias del autor, sin
decir, diciendo. Relaciones en las
que seguramente BPG meditó mucho e
incluso, podría suponer, que comparó con las que describió en su obra y que tan
bien reflejan (Entradas uno y dos) la alta sociedad
burguesa española de esa época.
La primera de ellas es la de José Mariano Larra y Dolores Armijo: “Suicidado…. por despecho amoroso de la rabia que le dieron los
desdenes de su amante, la cual era casada”
(sg Maria Tirgo en Carta I) y
que “Se mató por
contrariados amores con una casada: ¡qué abominación!” (sg Juana Teresa, Carta II). Carta ficticia de Miguel de
los Santos, escrita en realidad por Pilar adosada a XI: “¿Y ella?” “por huir del pecado,
había surgido la espantosa tragedia”. Sin embargo Demetria considera "que el difunto suicida
-Larra -era un hombre que con sus propios pensamientos, como la cicuta, se
amargaba y envenenaba la vida (según lo cuenta su tía Maria Tirgo
en Carta IV). El suicidio de Larra va a ser un leitmotiv en La
Estafeta, apareciendo en varias cartas y del cual se habla desde distintas
perspectivas, pero siempre reprobándolo y temiendo alguno de los personajes
(Pilar, Valvanera, Demetria) que otro personaje, Fernando, se suicide, cosa que él deja claro
en Carta V al cura Hillo que no desea hacer
ni es una opción válida para él, claro que el muchacho tendrá que
elaborar su duelo por el amor perdido. De
hecho, toda la Estafeta comienza una
semana después del suicido de Larra.
En Carta VII incluso, Fernando sueña con Larra,
quien se le aparece y le dice --_“debemos matarlas a ellas (a las mujeres) y a nosotros
no” “¿Qué culpa tenemos nosotros de sus traiciones?”.
Cómo es sabido (Ver texto de Carmen de Burgos) si bien es cierto que
Dolores no fue el primer amor de José Mariano Larra -que incluso estaba casado
desde 1829 con Josefa (Pepita) Wettoret,
con la cual tuvo tres hijos, que abandona en 1933 o 34- la relación
sentimental entre ambos dura desde 1832 hasta la muerte de Larra el 13 de Febrero
de 1837, momentos posteriores a que ella haya ido a su casa a pedirle que le
regresara las cartas. Dolores Armijo estaba casada con José Cambronero que había sido destinado a un alto cargo
gubernamental en las Filipinas, con quien desea volver a reunirse después de la
separación de los cónyuges motivada por el escándalo. El barco nunca llega a destino, naufragando en
altamar. No hubo sobrevivientes.
Otra relación que también está
presente es la de Goethe
y Charlotte Kestner, (reflejada
en los personajes de Werther y Lotte). En la obra de Goethe “Las
desventuras del Joven Werther” en el enamoramiento del personaje Werther por Lotte que está por
casarse con Albert, 11 años mayor que ella, Goethe ha puesto mucho del amor
juvenil que él sintió por Charlote Buff Kestner, una mujer que conoció en un baile que organizó la
tía abuela de Goethe en 1772 en Wetzlar, Alemania. A pesar de que en el baile
Carlotte bailara mucho con Goethe, no
mostró, al parecer, interés sentimental en
él y poco después se casó con Johann Ch. Kestner, un diplomático y coleccionista de arte. Cortés y valiente, Goethe, les regaló los añillos
de boda y acto seguido se puso a
escribir el libro de “Las desventuras del Joven Werther”, el escritor tenía
entonces, 24 años. Según se dice, Goethe se ha
arrepentido en su vejez de haber escrito ese libro. Lo interesante aquí, es el suicido simbólico
de Goethe a través del suicidio de su personaje. En cierta medida podemos
decir, que la escritura de esta obra, en su momento, fue terapéutica para
Goethe, (no así para los muchos jóvenes
románticos que hubieran seguido el ejemplo de lo que se llamó “el efecto
Werther”, suicidándose por un fracaso
sentimental). Goethe sublima en la obra cualquier impulso hacia ese sentido
que, como joven despechado y dolido, pudiera haber tenido.
F-R. de Chateaubriand y Mme Récamier: Chateaubriand es mencionado como parte de la copiosa
literatura que leen Demetria y Gracia, esta última cuenta a Fernando que leyó “Atala”, y luego leerá
también “Los Mártires”, dos obras de François-René
de Chateaubriand (Papelito
adjunto a Carta XVIII). Ambos, F-R. de Chateaubriand y Mme J. Récamier son
mencionados también porque Juana Teresa encontró papeles de ellos en el archivo
de Dn Beltrán (Carta II). El vizconde de
Chateaubriand se casó de muy joven, a los 24 años, con una amiga de su hermana Lucile, Céleste Buisson
de La Vigne, noble, rica
-que luego perdió (por culpa del tío) su fortuna- y huérfana, más por presión de sus hermanas Julie y Lucile que por amor, en realidad él en
esa época no estaba bien anímicamente, según queda reflejado en sus “Memorias
de Ultratumba”. Un año después, en 1794, cuando su familia
estaba siendo encarcelada y decapitada, partió apresuradamente al exilio, solo, por aprox. unos 12 años, lo
que de por sí impidió que ambos cónyuges
se aprendieran a conocer y ambos, en
realidad, no podían ser más diferentes,
más dispares en gustos, forma de pensar
y caracteres. Sin embargo, Celeste le
quería, pero era incapaz por su
temperamento práctico y muy concreto, de
llegar a entender a su marido en lo profundo. Hay una anécdota en “Le Cahier
Rouge” –Parte del libro de Memorias y cartas de Mme de Chateaubriand, Jadis et Naguère, Paris, 1929-
una anécdota que relata con ternura pero
que refleja los sobresaltos a los que su marido la sometía. François-René de Chateaubriand se había
opuesto tenazmente a Napoleón, a partir del asesinato del Duque de Enghien en
1804, incluso, había renunciado ante M.
de Talleyrand, el entonces Ministro de Relaciones
Exteriores, su reciente nombramiento
como Ministro en La Rep. de Valois, (Suiza). En el año 1814, M. de
Chateaubriand -cuenta Céleste- estaba escribiendo su folleto “De Buonaparte
et des Bourbons”, si este escrito caía en manos de las autoridades, la
sentencia sería, sin duda, dice ella, la guillotina. A pesar de ello, F-R. de
Chateaubriand, era muy negligente para esconderlo, razón por la cual ella
velaba por su resguardo: “seguido ocurría que cuando él salía, lo olvidaba sobre la mesa (…). Y
yo estaba en trances mortales, así que agarraba el manuscrito y me lo metía en
la ropa. Un día atravesando Les Tuilleries, me doy cuenta de que no lo
tengo más y estando bien segura de haberlo sentido al salir de casa, no dudo de
que lo perdí en el camino; veo el escrito fatal caer en manos de la Policía y
M. de Chateaubriand arrestado, literalmente me desmayo en medio del jardín, me asiste buena gente,
inmediatamente me conducen de regreso a mi casa de donde no me había alejado
mucho. Qué suplicio subiendo la escalera, yo flotaba en un pavor que era más
bien la certeza esa (de haberlo perdido) y a la vez, quería tener
una vaga esperanza de haberme olvidado el folleto en casa!. Al acercarme al
cuarto de mi marido, me siento nuevamente desfallecer, entro al fin: nada sobre
la mesa, me acerco a la cama, toco primero la almohada, no siento nada, la levanto, veo el rollo de papel: el corazón
me bate fuerte cada vez que pienso en
ello. Nunca sentí una alegría mayor en mi vida. Cierto, puedo decirlo
sinceramente, no hubiera sido mayor la
alegría si hubiera sido yo la que estaría al pie de la Guillotina, porque en
realidad era alguien que me era más querido que yo misma a quien veía en ese peligro mortal” (Trad mia, Op. Cit.
P 53 y 54.- F. René de
Chateaubriand también refiere algo de este episodio en sus “Memorias de
Ultratumba”)
Volviendo a F-R. de Chateaubriand, tuvo varias amantes, sí, entre las que se cuentan Mme Custine (en un breve romance, de quien también existe un libro con sus Cartas), Mme Pauline de Beaumont que fue a morir de tuberculosis en sus brazos a Roma, cuando él era Embajador allí, en 1804, a quien no sólo cuidó hasta su muerte, también vendió muebles para pagar su entierro; Mme Natalie de Noailles (con quien se encontró en España a su regreso del viaje a Tierra Santa, Egipto, Turquía y Grecia y del casi naufragio en Lampedusa), etc, pero la mujer que lo acompañó siempre -la que fue el amor de su vida- sin lugar a dudas, fue Mme Récamier, a quien conoció en casa de Mme Staël , durante una breve visita suya en 1801, pero que 16 años más tarde volvió a encontrar y desde entonces, fueron inseparables por casi 30 años (salvo cuando ella se fue a Roma, un año y medio). Mme Juliette Récamier era capaz de entender en lo profundo y transitar las oscuras y atormentadas celdas del alma de F-R. de Chateaubriand, y ella como nadie, era capaz de calmar sus ansiedades en una época extremadamente convulsa e inestable políticamente, en la que el terror era moneda corriente y nadie mejor que Mme Récamier también, para valorar sus escritos, porque es cierto, Mme de Chateaubriand, si bien contribuyó con su marido a fechar ciertos eventos puntuales, nunca leyó, por ejemplo, sus “Memorias de Ultratumba”. Y así, Mme Récamier y R-F. de Chateaubriand se visitaron a diario hasta el fin de sus días, ella casi ciega por cataratas mal operadas, él hemiplégico.
Volviendo a F-R. de Chateaubriand, tuvo varias amantes, sí, entre las que se cuentan Mme Custine (en un breve romance, de quien también existe un libro con sus Cartas), Mme Pauline de Beaumont que fue a morir de tuberculosis en sus brazos a Roma, cuando él era Embajador allí, en 1804, a quien no sólo cuidó hasta su muerte, también vendió muebles para pagar su entierro; Mme Natalie de Noailles (con quien se encontró en España a su regreso del viaje a Tierra Santa, Egipto, Turquía y Grecia y del casi naufragio en Lampedusa), etc, pero la mujer que lo acompañó siempre -la que fue el amor de su vida- sin lugar a dudas, fue Mme Récamier, a quien conoció en casa de Mme Staël , durante una breve visita suya en 1801, pero que 16 años más tarde volvió a encontrar y desde entonces, fueron inseparables por casi 30 años (salvo cuando ella se fue a Roma, un año y medio). Mme Juliette Récamier era capaz de entender en lo profundo y transitar las oscuras y atormentadas celdas del alma de F-R. de Chateaubriand, y ella como nadie, era capaz de calmar sus ansiedades en una época extremadamente convulsa e inestable políticamente, en la que el terror era moneda corriente y nadie mejor que Mme Récamier también, para valorar sus escritos, porque es cierto, Mme de Chateaubriand, si bien contribuyó con su marido a fechar ciertos eventos puntuales, nunca leyó, por ejemplo, sus “Memorias de Ultratumba”. Y así, Mme Récamier y R-F. de Chateaubriand se visitaron a diario hasta el fin de sus días, ella casi ciega por cataratas mal operadas, él hemiplégico.
Espronceda nombrado en
la carta adjunta a Carta XI y el no dicho romance con Teresa, pero por muchos harto conocido y del cual se desahoga en su
Canto a Teresa. Un romance pasional pero prohibido y condenado
severamente por la sociedad de la época, incluso de forma muy cruel.
Y por último, no podemos obviar la propia vida del autor: Benito Pérez Galdós y
sus mujeres: aunque fuera soltero toda su
vida, mantuvo sin embargo, largos romances
por ejemplo, con Lorenza Cobián de la cual hasta tuvo una hija, con Concha Ruth Morell, que visitaba en Santander, primero y luego incluso llegó a mudarse allí, y con la Condesa Emilia Pardo Bazán con quien
tuvo, al parecer, un romance de más de 20 años.
Contribución a la lectura colectiva virtual que
hacemos bajo la conducción de Pedro Ojeda desde su blog La Acequia. © Myriam Goldenberg