QUERIDO TIEMPO DE ADVIENTO
QUERIDO TIEMPO DE ADVIENTO:
¡Me encanta que estés aquí ya! No sé qué es lo que tienes pero me pones el corazón en otra sintonía. Qué sé yo, pequeño seductor, con esa capacidad tuya para ir desgranando días hasta completar un tiempo que va guiándome, cual lazarillo, a la Navidad.
¿Qué tienes, hermoso Adviento?
No sé si será Isaías, ese enamorado que grita esperanza, ese loco que corretea por valles y collados con su cojera y su ceguera, rodeado de animales que conviven en paz, rodeado de colores y de sensaciones; poeta del futuro que va hermoseando lo que ve, que matiza de Presencia incluso, o sobre todo, lo más doloroso.
Isaías me enseña cómo vivirte, joven Adviento. Me enseña a gritar esperanza en el sufrimiento, a confiar en tiempos mejores, a provocarlos. Este hombre tan sensible me dice que he de ser yo quien coloree mi alrededor, y que Dios es un tizón humeante que me abrasa la vida. Isaías me enseña a vivir enamorada, gestando paz.
Quizás sea Juan, el Bautista, el del dedo que indica camino nuevo y al Nuevo. Sí, Juan, el pariente austero, metódico y entregado, que pregunta sin rodeos (¿”eres tú el que ha de venir o esperamos a otro”?), el impaciente. Juan el creyente, enamorado del misterio sanador y salvador del Agua, el que, grano a grano, se fabricó un desierto desde el que gritar verdades.
Juan también es un buen maestro porque me recuerda que con muy poco se puede vivir, y que la calidad de vida la da la relación con Dios, no las pieles que lleve encima (por muy de camello que sean). Juan me anima a vivir sencillamente y a gritar siempre, siempre, siempre, que el Reino de Dios está cerca, tan cerca, que lo tenemos pegadito al alma.
No sé, querido Adviento, no sé qué es lo que tienes que me pareces de lo más bello que hemos creado, tan tranquilo, tan susurrante, como un manantial discreto que, en silencio, va salpicando de verdor todo su entorno.
(Continuará...)
Trinitarias de Suesa
¡Me encanta que estés aquí ya! No sé qué es lo que tienes pero me pones el corazón en otra sintonía. Qué sé yo, pequeño seductor, con esa capacidad tuya para ir desgranando días hasta completar un tiempo que va guiándome, cual lazarillo, a la Navidad.
¿Qué tienes, hermoso Adviento?
No sé si será Isaías, ese enamorado que grita esperanza, ese loco que corretea por valles y collados con su cojera y su ceguera, rodeado de animales que conviven en paz, rodeado de colores y de sensaciones; poeta del futuro que va hermoseando lo que ve, que matiza de Presencia incluso, o sobre todo, lo más doloroso.
Isaías me enseña cómo vivirte, joven Adviento. Me enseña a gritar esperanza en el sufrimiento, a confiar en tiempos mejores, a provocarlos. Este hombre tan sensible me dice que he de ser yo quien coloree mi alrededor, y que Dios es un tizón humeante que me abrasa la vida. Isaías me enseña a vivir enamorada, gestando paz.
Quizás sea Juan, el Bautista, el del dedo que indica camino nuevo y al Nuevo. Sí, Juan, el pariente austero, metódico y entregado, que pregunta sin rodeos (¿”eres tú el que ha de venir o esperamos a otro”?), el impaciente. Juan el creyente, enamorado del misterio sanador y salvador del Agua, el que, grano a grano, se fabricó un desierto desde el que gritar verdades.
Juan también es un buen maestro porque me recuerda que con muy poco se puede vivir, y que la calidad de vida la da la relación con Dios, no las pieles que lleve encima (por muy de camello que sean). Juan me anima a vivir sencillamente y a gritar siempre, siempre, siempre, que el Reino de Dios está cerca, tan cerca, que lo tenemos pegadito al alma.
No sé, querido Adviento, no sé qué es lo que tienes que me pareces de lo más bello que hemos creado, tan tranquilo, tan susurrante, como un manantial discreto que, en silencio, va salpicando de verdor todo su entorno.
(Continuará...)
Trinitarias de Suesa
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