BEBIENDO EN LAS FUENTES DE LA MEZQUINDAD

Fue hace mucho tiempo, en una estación de tren muy muy lejana. Recuerdo a un colega en esto de las letras que entonces no tenía publicado ningún libro. El hombre escribía bien, por lo menos cuando yo lo conocí. Hace tiempo que no sé de él y no sé si se ha corrompido con el tiempo. Pero ya os digo, era un buen poeta. Yo ya tenía algún libro en el mundo, me parece, pero eso es lo de menos en esta historia, aunque sí importa porque el chaval, en aquel momento, me llegó a pedir consejo para el tema de publicar. Yo lo tenía claro. Lo mío no es ir con el libro a una editorial o comulgar con ruedas de molino con autores que manejan el cotarro de las editoriales y plantean sus condiciones a veces insostenibles. Mi interlocutor sabía que la opción que yo he tomado es la de los concursos, muy a pesar mío porque los detesto con todo el alma, pero es la única que me puede permitir que un poemario mío vea la luz. Me pidió consejo, como digo, sobre lo que él pensaba que podía darle buenos resultados, como era el hecho de escribirle una carta a un conocido "poeta" (al que yo no tengo más remedio que añadir el sufijo poet-"astro") Incluso pensó en la posibilidad de mandarle una fotografía, no sé si como anzuelo. De veras que no lo sé. Mi consejo fue tajante. Yo, sencillamente, no lo haría. Y ya os digo, hace tanto tiempo que no lo veo, que ignoro si al final le escribió una carta al susodicho, o a alguno de los que van de lo mismo por este mundo de la poesía y que le podían echar una mano para publicar.

DEMERITÓLOGOS

Os voy a contar un recuerdo que tengo del primer libro que me premiaron. Bueno, más que del libro en sí, de la repercusión primera que tuvo en ciertos sectores. Fue el año 1990, y me otorgaron un accésit del Premio Adonáis de Poesía por Efecto Invernadero (En el año 1997 repetí accésit con Arcana Certidumbre) El caso es que el periodista -de mi pueblo, por cierto- que acudió a mi casa a cubrir la noticia, al realizarme lo que podríamos considerar una "entrevista", me hizo creer por lo que decía que me habían dado el premio. Cuando le aclaré que se trataba de un accésit, casi creí que iba a coger sus bártulos de periodista para marcharse con viento fresco, tal decepción o alivio noté en su particular semblante. De hecho me llegó a comentar eso, "ah, es un accésit nada más". Con decir eso sólo demostraba su falta de conocimiento del tema, no es lo mismo un accésit del Premio Adonáis de Poesía que cualquier otro accésit de un premio de colegio o de una flor natural de un pueblo apartado de la sierra, flores naturales por cierto con las que el sujeto se hallaba más familiarizado, tanto en gusto como en cercanía. No sé si un célebre accésit del Premio Adonáis, como lo fue en su momento Antonio Gala con su libro Enemigo íntimo tuvo una experiencia semejante con la prensa. Evidentemente, de lo que puedo estar seguro es de que si Gala la vivió, el periodista que me entrevistó a mí tampoco la debía de conocer en absoluto.

CUIDADÍN CON LAS BIBLIOGRAFÍAS...

Un día me dio por escribir un libro de poesía, digamos que fue mi primer libro de poesía con verdadera unidad temática. Le puse un nombre muy raro para una obra poética, Efecto Invernadero. Podía parecer a cualquier persona ajena al contenido del mismo que se trataba de un trabajo sobre el cambio climático, o el calentamiento global. Pero, de hecho, el libro era un poemario de temática amatoria. Le dieron, por esos avatares del destino, un accésit del Premio Adonáis del año 1990. El caso es que me sorprendió, con los años, miroteando por internet, ver dicho título y la mención a mi nombre, incluido en una bibliografía que no tenía nada que ver con la poesía propiamente, sino más bien con el Efecto Invernadero en sí. Es lo que yo digo, que habría que leer, o por lo menos ojear u hojear, los libros que se incluyen en las bibliografías. Posiblemente nadie leyera nada de aquella bibliografía y pasase inadvertido el tremendo error que había cometido el bibliógrafo. Bueno, nadie salvo yo mismo, cosas que pasan. Eso sí, me reí un rato con la anécdota, desde entonces miro a todos los bibliógrafos con una mezcla de pena y de desconfianza. Por si las moscas.