domingo, 26 de enero de 2025

Nos hacemos mayores

 

 



Me encontraba en la cocina fregando los cacharros de la comida que había compartido con mi madre, cuando empecé a oír el chirrido de su andador mal engrasado que se acercaba despacito, al ritmo de sus cansados pasos. Es tenaz mi madre con sus noventa y cinco años.

Ese fin de semana me tocaba acompañarla y cuidarla. Ya se encargaba ella de entretenerme con sus historias repetidas una y otra vez, cien veces contadas con alguna nueva añadidura.

Pues ya venía ella, como os digo, queriendo colaborar proporcionándome conversación, mientras yo recogía rápido para poder echarme una reponedora siesta y tener fuerzas cuando tocara jugar al parchís o a las cartas, según le apeteciera.

– ¿En qué te puedo ayudar?

– En nada mamá, vete sentando en el sillón que voy en cuanto termine. ¿Quieres que prepare un café? ¿Te apetece?

– Solo si vas a tomar tú.

Y mientras pongo la cafetera en el fuego, me suelta:

– Mi memoria no es la que era antes.

– Eso es la edad. La cabeza pierde ligereza y capacidad. No te preocupes.

Pasan los minutos y el café tarda demasiado en salir. La cafetera italiana de toda la vida ya tiene sus años. Será eso, pienso.

Pero mi madre con agudeza mental inesperada, me dice:

– ¿Le has puesto el agua?

Apago el fuego, la abro intentando no abrasarme las manos y compruebo que efectivamente falta el agua. 

Y mientras ella se ríe soltándome a bocajarro:

– Te estás haciendo mayor hijo mío.

Yo, empiezo a preocuparme.


    Derechos de autor: Francisco Moroz





jueves, 7 de noviembre de 2024

No hay final

 

 



En alguna ocasión escuché, que al término del viaje, veías una luz al final del túnel. Recordarlo, me proporcionaba cierta tranquilidad. Intuía que ese mi final estaba cerca y necesitaba aliviar la angustia que me roía las entrañas, originándome un malestar rayano en la agónica sensación de creer morir.

Las jornadas de trabajo se me iban haciendo demasiado largas para mis años. Me acercaba de manera insoslayable a una jubilación que no parecía llegar nunca. Sentía el desgaste ocasionado por esos esfuerzos repetidos día tras día de manera automática.

Dejé caer mi cuerpo en el primer asiento que encontré, por pura inercia instintiva ¡No podía más! Los madrugones estaban minando mi salud. Los nervios siempre a flor de piel. La falta de apetito, y lo que era más preocupante, la carencia de ilusión.

Cada mañana lo mismo, la claustrofóbica percepción de dirigirme al matadero sin remisión, el miedo a no superar esas interminables horas que absorbían la poca energía que me quedaba.

En algún momento perdí la consciencia, mi cuerpo dejó de estar sometido a la fuerza de la gravedad, mi mente se eclipsó, como narcotizada por una sensación indescriptible de paz y bienestar. Presentía seres amigables en mi entorno que murmuraban. Un pitido agudo. Abrí los ojos y vi la luz al final del túnel. Me levanté como un resorte, llegué a ese destino anunciado de antemano y otro día más me sentí morir.

El metro abrió sus puertas. Era mi parada.






Derechos de autor: Francisco Moroz





sábado, 11 de mayo de 2024

Residencia de ancianos. Buenos tiempos

 



 

 Esta carta de amor lleva escrita desde ayer para que la recibas hoy. Te la entregará Perpetua, que es de mi total confianza y sabrá guardar nuestro secreto eternamente.

Quiero que sepas que te amo como siempre pero más que nunca y te lo digo ya, y de esta manera, pues mañana podría ser tarde para hacerlo y luego no quisiera tener que arrepentirme.

Apenas nos conocemos, nuestra relación es muy reciente, pero los sentimientos son tan volubles que enseguida y prontamente se olvidan. Declaramos un amor incondicional para después olvidarnos de esa pasión desenfrenada que motivó un cúmulo de promesas que jamás se cumplirán.

Próximamente me pasaré por el módulo donde se encuentra tu habitación, pues tengo un pálpito que no me deja vivir de pura intranquilidad y ahora que puedo quisiera comprobar en persona si esta atracción que siento por ti es correspondida. Pues anteriormente ya tuve algún fracaso amoroso y no me gustaría cometer los mismos errores que los provocaron.

Todavía no hemos tenido ocasión de interactuar, pero es cuestión de tiempo que el fervor fluya entre nosotros.

Mi obsesión es el tiempo, pues siempre nos faltará para amarnos lo suficiente. Es un bien escaso que se nos escurre entre los dedos. Que nunca se gana ni se recupera.

Si lees esta epístola con atención, advertirás los adverbios desparramados a lo largo del texto, que indican esa pequeña fijación que tengo con Chronos.

Perennemente tuyo si el tiempo que nos queda lo permite y nos acompaña.

 

  Derechos de autor: Francisco Moroz




 

 


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